MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
El nombre de Foucault nos sirve, entonces, para dirigir la mirada hacia otros tipos de lugares de paso. Más extraños quizá, ya que su carácter de tránsito pone en juego más al tiempo que al espacio, aunque obviamente no lo excluye. Ya sabemos que el filósofo francés, en sus análisis de las prisiones, hospitales, escuelas, fábricas tal como se presentan en la modernidad, dibujó gran parte de lo que es nuestra sociedad contemporánea. Nosotros creemos que dichos edificios pueden ser pensados como auténticos lugares de paso. Veamos brevemente su historia y análisis desde la perspectiva del hospital moderno. Hasta el siglo XVIII, al menos en Europa, estos edificios funcionaban como reservorios de pobres y enfermos:
“El personaje ideal del hospital no era el enfermo, que era necesario curar, sino el pobre, que estaba ya moribundo. Se trata de una persona ... que tiene necesidad de recibir los últimos socorros y los últimos sacramentos. Ésta era la función esencial del hospital”. (Foucault 1978e [1994: 511])
Quien trabajaba en el hospital no buscaba, por lo tanto, curar una enfermedad, sino salvar el alma ajena, por la ayuda espiritual, y la propia, por la acción misericordiosa. La medicina ciertamente existía, pero no en los hospitales; la relación médico-paciente transcurría por otros carriles. El hospital-depósito es reemplazado desde fines del siglo XVIII por el hospital-terapéutico, es decir, por el hospital como máquina de curar. En tanto tal, requiere un control riguroso del espacio para una individualización precisa del enfermo y de la enfermedad en su evolución. Esta identificación supone la construcción de un registro permanente del individuo internado, una historia ciertamente, pero una historia nada gloriosa: la historia clínica. Si antes había hasta seis personas amontonadas en un lecho, ahora las camas sólo podrán tener un paciente (Foucault 1978e [1994: 518]).
Es clara la idea. El individuo será vigilado, observado, conocido y curado: “El individuo emerge por lo tanto como objeto de saber y de práctica médica” (Foucault 1978e [1994: 521]). Este proceso, que supone ahora una unión, un encuentro del médico con el hospital, se da en lo que Foucault llama sociedad disciplinaria, como ya vimos, que se establece a fines del siglo XVIII y en el XIX, principalmente. En este período aparecen, como sabemos, un conjunto de instituciones aparentemente heterogéneas que definen un espacio cerrado, cuadriculado, con mecanismos que permiten el control minucioso y preciso de quienes se encuentran allí encerrados, de su tiempo y de su cuerpo. El hospital es un ejemplo, pero también se incluyen los restantes edificios de su investigación ya mencionados como fábricas, escuelas, asilos psiquiátricos y prisiones. Estos son verdaderos lugares de paso que buscan producir individuos curados, corregidos, educados y laboriosos y, en ese sentido, no hay formación de individualidades fuertes, basadas en el establecimiento de puntos de referencia. No son lugares para vivir. Los cuerpos allí están mucho más quietos que en el vértigo de las autopistas de Augé. Pero tampoco se reconocen a sí mismos.
Una aparente visión opuesta parte de otras voces. Lo contrario al espacio disciplinario pareciera ser la casa propia: “Estar en casa es lo mismo que reconocer la lentitud de la vida y el placer de la meditación inmóvil ... La identidad del hombre es domiciliaria”. Esta cita, atribuida al filósofo Kant (Ariès-Duby 1987a [1991: 10]), es confirmada por los historiadores de la vida cotidiana en tanto se afirma que en dicha época
“un triple deseo de intimidad familiar, conyugal y personal atraviesa el conjunto de la sociedad ... (y) se expresa concretamente en una repugnancia a admitir los apremios de la promiscuidad y la vecindad, y en un aumento de la repulsión ante el panoptismo de los espacios colectivos –prisión, hospital, cuartel, internado”. (Ariès-Duby 1987a [1991: 22])
Todos buscan sentirse en casa, aunque la casa esté en la ciudad obrera y ésta responda a la “estrategia patronal de formación de una mano de obra estable” (Ariès-Duby 1987a [1991: 10]), con lo cual se evidencia que no es fácil estar totalmente libre de controles, aunque uno lo sienta así.
Foucault diseña entonces con sus lugares de paso una subjetividad diferente a la anónima de Augé. Cada individuo está perfectamente identificado. Desde la historia clínica al prontuario se plantea una diferencia entre unos y otros, pero que no singulariza. Es más, el conjunto ayuda a formar la norma. Es decir, no son las cualidades del individuo lo que interesa sino una “individualización positiva y sin metafísica, individualización sin substancia ... Se trata de una pura relación” (Ewald 1989 [1990: 167]), pues a partir de ella se puede establecer cuándo un individuo está dentro o fuera de la norma. Estos lugares de paso, por lo tanto, permiten constituir al individuo normal o, mejor dicho, estandarizado. Y nos sirve de contraposición a nuestro tercer nombre: Dédalo.