Tesis doctorales de Economía


MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES

Rodrigo Hugo Amuchástegui




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El problema administrativo urbano y territorial

Con el curso de 1977 y 1978 Sécurité, territoire, population (2004) de Foucault, podemos seguir el hilo de la concepción espacial que nos pone en la tercera perspectiva, la acción administrativa gubernamental. El horizonte político del análisis es la sociedad estatal territorial, que llega al siglo XVII y también a los principios del XVIII. O sea, hay un poder gobernante cuya soberanía tiene un territorio específico en el que la practica: la ciudad.

Ella presenta tres aspectos para su análisis. Por un lado, una “especificidad jurídica y administrativa” (2004: 14), en segundo lugar, su limitación en razón de la muralla que la contiene y, por último, una neta separación con respecto al campo.

Foucault encuentra que estas características serán replanteadas y modificadas. Tanto en el orden de los conceptos como en el de las prácticas. Es decir, al desarrollarse los grandes estados administrativos, Francia en particular, aparece como problemática la autonomía de la ciudad, en relación a su articulación necesaria con el poder real. Por otra parte, sus murallas se mostrarán como un límite al desarrollo que habrá que anular.

En este curso, Foucault analiza La Métropolitée (1682), texto de un tal Alejandre Le Maître, cuyo tema es la necesidad de que haya una capital en un país, y se pregunta en qué debe consistir ésta. Basándose en una tripartición social formada por campesinos, artesanos y un tercer orden integrado por el soberano y sus oficiales, propone entender al estado como un edificio. La metáfora sin duda interesa a nuestro tema y Foucault la describe así:

“Los fundamentos del edificio, aquellos que están en la tierra, bajo la tierra, que no se ven pero aseguran la solidez del conjunto, éstos son desde luego los campesinos. Las partes comunes, las partes de servicio del edificio, éstos son por supuesto los artesanos. En cuanto a las partes nobles, a las partes de habitación y de recepción, son los oficiales del soberano y el soberano mismo”. (2004: 15)

Esta división espacial la proyecta sobre todo el territorio: el campo es el hábitat del campesino, las pequeñas ciudades, de los artesanos. La ciudad capital en consecuencia aparece como el sitio de las partes nobles. La relación con la capital es además interpretada geométricamente. La relación capital-resto del territorio en un buen país está expresada por un círculo en cuyo centro está la capital. Su función es simbólica y utilitaria. Simbólica pues ella debe ser “el ornamento mismo del territorio” y utilitaria en tanto una capital que esté en la punta de un territorio amplio e irregular sería ineficiente para las funciones que le corresponde cumplir. Además, la capital debe imponerse como modelo moral, al resto del territorio, debiendo dar ejemplo de buenas costumbres, y siendo el sitio donde deben encontrarse las academias, el saber, tanto como el polo de atracción económico.

Foucault, aunque reconoce el aspecto utópico del texto, encuentra que allí se está exponiendo el deseo de Le Maître “de conectar la eficacia política de la soberanía con una distribución espacial” (2004: 16).

Al modelo tradicional y estático de la soberanía, el texto La Metropolitée le agrega una dimensión de movimiento, de circulación, entendida como “circulación de las ideas, circulación de las voluntades y de los órdenes, circulación comercial también” (2004: 16). Por último, y en este modelo que piensa la ciudad capital desde la idea o concepción de la soberanía territorial, el problema a resolver es lograr “un Estado bien capitalizado, es decir, bien organizado en torno a una capital, asiento de la soberanía y punto central de circulación política y comercial” (2004: 17).

Foucault va a analizar tres ciudades: Kristiania, la actual Oslo, Göterborg, en Suecia y la ciudad Richelieu, en Francia. Las tres ciudades fueron edificadas en el siglo XVII y las tres estaban hechas sobre el antiguo modelo del campamento romano, castra, en tanto antecedente de la organización disciplinaria espacial. Las referencias que utiliza Foucault, tanto las del texto de Le Maître, como las de estas tres ciudades efectivamente construidas, responden a la finalidad de mostrar concepciones diferentes del espacio. La primera, con una visión global del territorio, que jerarquiza a la ciudad, pero que la piensa desde la metáfora edilicia, la segunda ejemplificada en tres ciudades, como ejemplos de esta preocupación de cuadriculación disciplinaria que germinó en Vigilar y castigar. Hay un desplazamiento de la gran figura territorial a la minúscula de la cuadrícula catastral, o dicho con palabras de Foucault: “En el caso de Le Maître y de su Métropolitée, se trataba en suma de capitalizar un territorio. Allí (en estas tres ciudades), se va a tratar de arquitecturar un espacio. La disciplina es del orden de la edificación (bâtiment) (edificación en sentido amplio)” (2004: 19).

Un tercer ejemplo de organización espacial urbana no disciplinaria en su origen es la ciudad de Nantes. Un arquitecto llamado Rousseau propone reconstruir la ciudad en torno a un boulevard. Si bien no supone una reconstrucción desde cero, sí se propone su adaptación a una figura particular, un corazón. Esta representación de la buena ciudad bajo la forma de un corazón, esta idea de organizar el espacio ciudadano en torno a una geometría simbólica, obedece a que este órgano representa la idea de circulación. Aunque Foucault no lo menciona aquí, y en el resto de su obra solo aparece tres veces, William Harvey con su De motu cordis de 1638 es una referencia inevitable. Y a partir de sus estudios, que vinculan la circulación sanguínea a la acción mecánica del corazón, es que se establecen posibles relaciones entre el cuerpo, la circulación y la ciudad: “Los planificadores trataban de convertir la ciudad en un lugar por el que la gente pudiera desplazarse y respirar con libertad, una ciudad con arterias y venas fluidas en las que las personas circularan como saludables corpúsculos sanguíneos” (Sennett 1994 [1997: 274]).

Aunque el proyecto mencionado para Nantes no se llevó a cabo, sí se realizan otros que apuntan a la higiene, al desarrollo del comercio interior, del comercio exterior y a la vigilancia. Esta última surge porque la desaparición de las murallas había hecho crecer la inseguridad. El objetivo, lo repetimos, es favorecer la circulación, diferenciando entre una buena y una mala en una ciudad que se percibe a sí misma “como estando en desarrollo” (Foucault 2004: 20). A diferencia de las ciudades disciplinarias, se trata aquí de una adaptación continua en función de una maximalización de los beneficios. Si hay una buena circulación posible, hay también que ser consciente de que los aspectos negativos –robos, enfermedades, etc.– son inevitables. La calle aparece, por lo tanto, como centro del interés planificatorio: lo bueno y lo malo ocurren en ella, pasan tanto mercaderías como ladrones. Foucault introduce entonces el problema de la seguridad a partir de Nantes. La seguridad está pensada desde la idea de gestión, de administración y control continuo y proyectado al futuro de los elementos que transitan por la ciudad.

Sintetizando estos tres aspectos que constituyen el gobierno de la ciudad, se puede decir que

“mientras la soberanía capitaliza un territorio, poniendo el problema mayor del asiento del gobierno, mientras que la disciplina arquitectura un espacio y coloca como problema esencial una distribución jerárquica y funcional de los elementos, la seguridad va a intentar planificar un medio en función de acontecimientos o de series de acontecimientos o de elementos posibles, series que va a ser necesario regularizar en un cuadro multivalente y transformable”. (2004: 22)

Entre el siglo XVII y el XVIII se ve funcionar esta triple dirección de la relación espacio-ciudad, en un movimiento de superposición y desplazamiento desde el principio de soberanía al de seguridad, pasando por el dispositivo disciplinario, donde la ley prohíbe, la disciplina prescribe y la seguridad, que toma elementos de ambas, regula, administra y deja hacer.

Foucault plantea que, sobre un esquema inicial de autonomía de la metrópoli, con sus derechos de autogobierno que constituía un límite a “las grandes organizaciones y a los grandes mecanismos de poder territorial” (2004: 66), aparece ahora la ciudad –siglo XVII– enfocada desde nuevos mecanismos políticos. La relación de identificación del príncipe con su territorio, según Maquiavelo, que debía ser conservado y eventualmente ampliado, se encuentra ahora modificada: “no es la seguridad del príncipe y de su territorio, sino la seguridad de la población y, en consecuencia, de aquellos que la gobiernan” (2004: 67).

En estas lecciones del curso de 1977-1978, Foucault está mostrando los límites o las especificidades de las investigaciones presentes en Vigilar y castigar de 1975. Así vincula al Panóptico con el modelo de la soberanía: “Se puede decir que el Panóptico es el sueño más viejo del más viejo soberano: que ninguno de mis súbditos escape y que ninguno de los gestos de mis súbditos me sea desconocido” (2004: 68), aunque reconoce que es también una idea moderna, como lo desarrolló en aquel conocido y polémico texto. Pero lo importante acá es que se utiliza el modelo panóptico para contraponerlo a esta forma de gobierno distinta que no se centra en los cuerpos individuales sino en la población. Esta nueva forma de control-gestión tendrá dos elementos constitutivos, la fuerza, a la que ya nos referimos al hablar de Vauban, y la policía.

De esta última, Foucault trazará su genealogía como control de la ciudad. Aunque la policía de aquella época no debe ser asimilada al modelo de coerción con que actualmente se la asocia.

Pero ¿qué entender entonces por esta policía?: “A partir del siglo XVII se va a comenzar a llamar policía al conjunto de los medios por los que se puede hacer crecer las fuerzas del Estado”, manteniendo su buen orden (2004: 321).

Una recorrida europea muestra que en Italia, ésta no existe por causa de su parcelación, de sus problemas económicos, del dominio extranjero y por el poder de la Iglesia. Foucault dice que en Italia no se ha llegado al estado de policía sino al estado de Diplomacia:

“Es decir, un conjunto de fuerzas plurales, entre las que se debe establecer un equilibrio, entre los partidos, los sindicatos, las clientelas, la Iglesia, el Norte, el Sur, la Mafia, etc., todo esto, que hace que Italia sea un Estado de diplomacia sin ser un Estado de policía”. (2004: 324)

El lugar de mayor desarrollo teórico y práctico de la policía –a pesar también de su parcelación– es Alemania. Allí es la universidad tanto la proveedora del personal administrativo correspondiente, como la diseñadora de la fundamentación teórica. Sin embargo, nosotros nos referimos principalmente a Francia, que es el país donde Foucault centra sus análisis.

Allí la policía aparece con “el crecimiento rápido, precoz de la unidad territorial, de la centralización monárquica, de la administración” (2004: 325). A diferencia de Alemania, surge sin que haya teorías académicas que la justifiquen y se la pone en funcionamiento por medio de ordenanzas, de edictos, es decir desde la práctica administrativa, práctica que apunta al mejor gobierno de la ciudad y el territorio.

Foucault dice que policía y arte de gobierno son la misma cosa (2004: 326). ¿Pero cuáles son entonces sus funciones específicas en esta época?

Esta policía se encarga por ejemplo de la instrucción de los niños y los jóvenes y de que tengan una profesión, útil al reino; se encarga también de los pobres válidos (se les da un trabajo) y de los pobres inválidos (se les da un subsidio), así como de las cuestiones de salud. También de los bienes inmobiliarios en general. Es decir una especie de ministerio de educación, salud y economía integrado. O sintéticamente, “el objetivo de la policía es por lo tanto el control y la toma a cargo de la actividad de los hombres en tanto que esta actividad puede constituir un elemento diferencial en el desarrollo de las fuerzas del Estado” (2004: 330).

Obviamente esto supone una cuestión territorial. Se debe organizar un territorio, sabiendo cuáles son sus fuerzas, sus problemas, la cantidad de sus habitantes, su ubicación. Quizá la principal preocupación sea la vigilancia de las mercaderías, su distribución, lo cual implica claramente una política de caminos, de navegabilidad, de conexiones entre ciudades, de problemas urbanos propiamente dichos. El Tratado de derecho público de Jean Domat (1625-1696) es suficientemente claro en el título del capítulo dedicado a la policía: “De la police pour l’usage des mers, des fleuves, des rivières, des ponts, des rues, des places publiques, des grands chemins et autres lieux publics”, según cita Foucault (2004: 333), y aclara que, si bien entonces la circulación es foco de los intereses de esta política policial, ésta tiene dos aspectos: uno, referido a todos estos elementos materiales, puentes, ríos, calles, rutas, etc. que permiten el tránsito de hombres y mercaderías, pero otro discursivo-reglamentario, que es “el conjunto de reglamentos, obligaciones, límites o al contrario facilidades y alientos que van a permitir hacer circular a las cosas y los hombres en el reino y eventualmente fuera de las fronteras” (2004: 333).

Toda esta organización, y por lo tanto la finalidad de la policía, consiste en “conducir al hombre a la más perfecta felicidad de la que pudiese disfrutar en esta vida”, según dice N. Delamare en su Traité de la police de 1705 (2004: 334).

Foucault, y esto nos interesa en particular para nuestro estudio, hace notar que aquello sobre lo que opera principalmente la práctica de la policía son objetos urbanos,

“urbanos en este sentido ... que algunos de estos objetos, no existen sino en la ciudad y porque hay una ciudad. Estos son las calles, las plazas, los edificios, el mercado, el comercio, las manufacturas, las artes mecánicas, etc. Los otros son los objetos que traen problemas y que atañen a la policía en la medida en que es sobre todo en la ciudad que ellos toman lo esencial de su importancia. La salud, por ejemplo, la subsistencia, todos los medios para impedir que haya hambre, la presencia de mendigos, la circulación de vagabundos... Digamos que todo esto son problemas de la ciudad”. (2004: 343)

Pensar la ciudad en esta perspectiva es pensarla urbanizada, controlada y este modelo es el que se transferirá a todo el reino.

Es la Francia de Luis XIV la que aparecerá pensada míticamente como modelo de organización policial. Así, en un tratado de finales del siglo XVIII se verá a este París del siglo anterior como la primera ciudad del mundo, que “se había vuelto así por la perfección exacta de su policía”. Este modelo se repitió en el resto del país: “Hay ciudades porque hay policía, y es porque hay ciudades tan perfectamente civilizadas (policees), que ha habido la idea de transferir la policía a la escala general del reino” (2004: 344). Civilizar (policer) y urbanizar tienen significados equivalentes.

Este desarrollo de la policía, así entendida, es contemporáneo al de la economía de mercado. El interés en el comercio es potenciado aquí y se problematiza la relación con la ciudad, su circulación, los granos, las rutas, lo que hace necesario este tipo de dispositivo de vigilancia urbana.

“Hacer de la ciudad una suerte de cuasi convento y del reino una suerte de casi-ciudad, es éste ahí la especie de gran sueño disciplinario que se encuentra en la parte de atrás (arriere-fond) de la policía. Comercio, ciudad, reglamentación, disciplina, yo creo que se tienen ahí los elementos más característicos de la práctica de policía, tal como se entendía en este siglo XVII y en la primera mitad del siglo XVIII”. (2004: 349)

Por último, Foucault se refiere a la desaparición y los límites de este modo de pensar la policía a partir del siglo XVIII en la última lección del 5 de abril de 1978 del curso que estamos citando, Sécurité, territoire, population. Su desaparición se liga a que el problema de la circulación de las mercaderías es reemplazado por el de la producción de las mismas. La ciudad ahora es “desurbanizada”. El campo la sustituye y la nueva política, como indicamos ya, apunta al dejar ser, al laisser faire capitalista. Se trata de no reglamentar, y de dejar fluir a las cosas o, en todo caso, de regularlas, administrarlas. El interés particular tiene ahora la primacía, y el Estado ahora tendrá solo un beneficio indirecto.

En síntesis y como conclusión, considerando la obra de Foucault y en particular Vigilar y castigar, corresponde notar que Foucault encuentra que hay una disciplinarización concreta en el siglo XVII, pero ésta es solidaria de un poder estatal que actúa como continuidad del brazo real. Después, lo sabemos, y aunque diseñado ya en este período, la disciplina actúa en forma diseminada en instituciones no necesariamente controladas desde el estado. La policía ahora ya no buscará la felicidad de los habitantes, sino que “se marginaliza y toma el sentido puramente negativo que nosotros le conocemos” (2004: 362).


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