EL TIEMPO LIBRE EN CONDICIONES DE FLEXIBILIDAD DEL TRABAJO: CASO TETLA TLAXCALA
María Áurea Valerdi González
A lo largo de la Edad Media se pasa del trabajo autorizado como aquel que se asemeja a la obra divina, que transforma los objetos, como la agricultura y la artesanía, a revalorizar por su utilidad a otros oficios y profesiones consideradas ilícitas (Méda 1998).
De ello surge una nueva consideración del trabajo, que se explica no sólo por el repentino interés de la Iglesia y sus teóricos por la vida cotidiana de los hombres terrenales, sino por el ascenso social de algunas clases en expansión y en busca de reconocimiento: artesanos, comerciantes, técnicos. Al final de la edad media y con la aprobación de la Iglesia, una nueva línea divisoria separa a los trabajadores manuales, cuya utilidad por fin se reconoce, de los demás (Méda 1998: 48).
Con el avance de las sociedades el trabajo y el ocio fueron cambiando su significado, al término de la Edad Media el trabajo todavía era del agricultor y de los artesanos, que proporcionaba el pan y el vestido pero no riqueza, un trabajo que alejaba a los hombres del mayor de los vicios o sea la ociosidad (Méda 1998).
E. P. Thompson (1989) ilustra cómo el tiempo, medido por el reloj, sería crucial para la construcción del capitalismo. Con ejemplos de la economía entre los “nandi”, el Chile del siglo XVII, o las Islas Aran, destaca el condicionamiento en las distintas notaciones del tiempo que proporcionan las diferentes situaciones de trabajo y su relación con los ritmos naturales, que ha sido descrita como “orientación al quehacer”. Esta orientación supone que “las relaciones sociales y el trabajo están entremezclados […] y no existe mayor sentido de conflicto entre el trabajo y el “pasar” el tiempo” (Thompson 1989: 245). La idea comunal de arar desde el alba hasta el ocaso ceñidos exclusivamente a los tiempos de siembra y cosecha, pasaron a ser historia.
Para mediados del siglo XVII los campesinos acomodados calculaban sus expectativas sobre el trabajo convenido por jornadas, los contratados por su parte experimentaban una diferencia entre el tiempo de sus patronos y su “propio” tiempo. “El tiempo se convierte en moneda: no pasa sino que se gasta” (Thompson 1989: 246). En los comienzos del desarrollo de la industria fabril y de la minería, sobrevivieron muchos oficios mixtos, combinaban la minería con la pesca, los mineros del cobre eran también agricultores y el artesano hacía trabajos de acarreo o carpintería. Pero “la norma de trabajo era una en que se alternaban los golpes de trabajo intenso con la ociosidad, donde quiera que los hombres controlaran sus propias vidas con respecto a su trabajo” (Thompson 1989: 261). Aunque no precisa el término de ocio suponemos aquellas actividades o tareas más allá de las horas de trabajo.
Ante la irregularidad del trabajo mixto del siglo XVII y hasta principios del siglo XIX, el año de trabajo estaba salpicado por sus fiestas y ferias. “Todavía, a pesar del triunfo del domingo sobre los antiguos días de santos en el siglo XVIII, se adherían las gentes tenazmente a sus verbenas y festejos tradicionales e incluso pudieron llegar a aumentar éstos tanto en fuerza como en extensión” (Thompson 1989: 266). Roger Sue (1987) por su parte, dice que en esta etapa existía una casta que se dedicaba al ocio y la gran masa se consagraba al trabajo, entonces el tiempo libre era como tiempo forzado, pues los días feriados eran impuestos por la iglesia como una obligación, muchas veces contra la voluntad de los campesinos, un tiempo no elegido.
Esta combinación de trabajos mixtos a finales del siglo XVIII produjo un excedente de mano de obra, que endureció la situación entre los que estaban con empleos fijos y los que tenían un empleo parcial. “En el siglo XIX la polémica se resolvió en parte a favor del trabajo asalariado semanal, complementado por labores necesarias cuando lo requería la ocasión” (Thompson, 1989: 269). El trabajo más arduo en la economía rural era de la mujer. El trabajo doméstico se revelaba como necesario e inevitable, hoy todavía “la madre de niños pequeños tiene un sentido imperfecto del tiempo y observa otras mareas humanas” (Thompson 1989: 270).
La aparición del reloj marcó una nueva era y transformó las mentalidades. “Como para los otros objetos de la industria, son las clases pudientes las que utilizan los relojes y descubren que el tiempo es poder” (Antaki 1998: 16). Desde el siglo XIV y hasta finales del XVI, se colocaron relojes en las iglesias y en los lugares públicos, la mayoría de iglesias en Inglaterra tenían un reloj. Thompson (1989) sospecha que el registro del tiempo pertenecía todavía a mediados del siglo XVIII, a gente acomodada, a patronos y comerciantes. Pero el tiempo medido por el reloj sólo pudo adquirir valor bajo determinadas condiciones sociales, las de la producción capitalista, “para que los trabajadores sean pagados por su tiempo más que por los bienes y servicios que proporcionan, el tiempo tuvo primero que convertirse en un valor de cambio abstracto…” (Adam 1999: 8).
El tiempo como valor de cambio abstracto, descontextualizado y sin una situación concreta, permite que el trabajo sea traducido en dinero. Sólo el tiempo cuantitativo y por tanto dividido y medido podrá cambiarse por dinero. Por otro lado está el tiempo como vida, como evolución o desarrollo, es pasado y futuro, nacimiento y muerte, origen y destino. “Por consiguiente, la mercantilización y el control del tiempo necesita ser reconocido como un fenómeno específico de las sociedades industriales y en industrialización” (Adam 1999: 10). El valor dinerario del tiempo está exclusivamente ligado al trabajo asalariado y al poder.
La mecanización del trabajo en la fábrica introdujo una experiencia del tiempo vivido única en la historia, la medida mecánica del reloj es impersonal y objetiva, el tiempo vivido es personal. En la fábrica, el ritmo fisiológico de los trabajadores fue sacrificado por el tiempo artificial de la máquina (Lowe 1982). Se trata del sentido del tiempo en su carácter sociológico y la medida del tiempo como medio de explotación laboral.
Pero el reloj en la producción también instaura los tiempos y ritmos, la precisión y el orden, establece las jornadas de trabajo y los tiempos de descanso y de reproducción de la fuerza de trabajo. Con la máquina, el proceso técnico determina el orden del trabajo y en consecuencia la vida de los trabajadores, la obediencia se registra “en el conocido panorama del capitalismo industrial disciplinado, con las hojas de horas, el vigilante del tiempo, los informadores y las multas” (Thompson 1989: 274). El trabajo que estaba casi ausente hasta finales de la Edad Media, empieza a ser en el siglo XVIII un concepto omnipresente que invade las teorías de la economía política. Según Méda (1998) Adam Smith aporta una serie de consideraciones relacionadas con el trabajo, introdujo este concepto casi sin ser conciente de ello, en sus obras la riqueza es deseable por encima de todo. Primero es necesario concebir el trabajo como una fuerza capaz de crear valor, por ello “lo único que le interesa es el hecho de que el trabajo sea el medio principal para hacer crecer la riqueza” (Méda 1998: 51).
Si la máquina significaba orden y disciplina, los inventos de la época iniciados con la máquina de vapor facilitaron enormemente el tránsito del artesanado a la gran industria y a favorecer las condiciones de la acumulación de capital. El tiempo se convierte en un criterio de medición, por eso, “el trabajo no es ya sólo como el tiempo, es tiempo: el tiempo es su materia prima, su constituyente” (cursivas en el original). Tiempo y trabajo cobran sentido en este nuevo panorama, “si el trabajo puede dividirse en cantidades idénticas, entonces se puede descomponer cualquier trabajo complejo en unidades de trabajo sencillo, así como recombinar éstas como mejor se entienda”. El trabajo pasó a ser un concepto construido, instrumental y abstracto cuya esencia es el tiempo (Méda 1998: 52-54).
Carlos Marx (1972) explica el paso del artesanado, al origen de la manufactura que inicia a mediados del siglo XVI y se consolida en el siglo XVIII, cuando señala que ésta surge de dos modos:
Uno consiste en reunir en un solo taller bajo el mando del mismo capitalista a los obreros de diversos oficios independientes, por cuyas manos tiene que pasar el producto hasta su terminación en una especie de cooperación simple… Pero la manufactura puede también nacer por un camino inverso, cuando el mismo capital reúne simultáneamente en el mismo taller a muchos oficiales que ejecutan el mismo trabajo o un trabajo análogo (Marx, 1972: 272-273; cursivas en el original).
Más allá de su origen, lo importante es saber que en la naciente manufactura, el trabajador se enfrenta a condiciones de trabajo determinadas por el capital. Varios factores influyeron durante el siglo XVIII para que el trabajo fuera una nueva relación social con la que se estructura la sociedad, como son, el brusco cambio de valores producido por la revolución industrial, la importancia que cobró el individuo, el aumento de la productividad, el interés por la riqueza y la aparición de grandes núcleos urbanos.
Marx (1972) analiza en este contexto las características productivas, económicas y sociales del nuevo capitalismo, bajo las cuales se establecen determinadas relaciones sociales de producción, desfavorables para el trabajador. En este nuevo vínculo se considera al trabajo como eje de explicación de la estructura social y al tiempo de trabajo como un medio de explotación, que posibilitan la creación de valor y de riqueza. Es el tiempo en que el capitalista hace uso de la fuerza de trabajo con la prolongación desenfrenada de la jornada de trabajo.
Marx señaló que el valor del tiempo de trabajo de una jornada pasa al capital, en consecuencia la ganancia del capitalista es a costa del trabajo del obrero. “El tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el que el capitalista consume la fuerza de trabajo que compró. Y el obrero que emplea para sí su tiempo disponible roba al capitalista” (Marx 1972 I: 179). Al tiempo que le queda después de la jornada laboral, lo considera como el necesario para recuperarse del fatigoso e injusto ritmo que la maquinaria le impone al obrero. Es sólo el tiempo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, pero no es tiempo de ocio.
Nos encontramos en primer lugar, con la verdad, harto fácil de comprender, de que el obrero no es, desde que nace hasta que muere, más que fuerza de trabajo; por tanto, todo su tiempo disponible es, por obra de la naturaleza y por obra del derecho, tiempo de trabajo y pertenece como es lógico, al capital para su incrementación (Marx 1972 I: 207; cursivas en el original).
Reconoce que había un abismo entre el tiempo de trabajo y el tiempo de vida, dos formas distintas de entender y valorar el tiempo
El capital no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que puede movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de trabajo… Alargar el tiempo de producción del obrero durante cierto plazo a costa de acortar la duración de su vida (Marx 1978 I: 208; cursivas en el original).
El sistema de producción fabril implicó al principio largas y extenuantes jornadas de trabajo, condiciones inhumanas que llevaron a los trabajadores a constituirse en subjetividades colectivas y a exigir la reducción de la jornada como un primer acto colectivo. Sin embargo, no fue sino hasta finales del siglo XVIII que existen indicios de que algunos oficios habían conseguido algo parecido a la jornada de 10 horas (Thompson 1989: 278). Marx reconoce que, primero en Inglaterra y posteriormente en Francia (en 1855), se establece la jornada de 12 horas y en Estados Unidos el congreso obrero general en 1866 declara la promulgación de una ley fijando en ocho horas para todos, la jornada normal de trabajo (Marx 1972 I: 240).
De estas condiciones injustas surgen las ideas de la revolución proletaria que podía liberar al obrero, pero también la idea de que el desarrollo tecnológico, le permitiría al trabajador, hacer en menos tiempo el mismo trabajo, dejando libre parte de su jornada para su desarrollo personal. El trabajo vivo del obrero se pasa al capital en forma de máquina y este tránsito desvaloriza al trabajo, entonces es la tecnología la que tiene la posibilidad de reducir la jornada de trabajo y permitir la liberación de un tiempo para el desarrollo personal.
En efecto, el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material... Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se consideran como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo... En la medida, sin embargo, en que la industria se desarrolla, la creación de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo (Marx 1972 III: 759).
Este reino del que habla Marx se supone que se alcanzará en una sociedad distinta a la capitalista, en la que el trabajo inmediato dejará de ser el fundamento de la producción y se transformará, en el sentido de que ni el trabajo, ni el tiempo empleado por él serán los pilares de la riqueza, será el tiempo libre lo que permitirá el desarrollo completo del hombre. Sin embargo, “las sociedades industriales maduras de todo tipo se distinguen porque administran el tiempo y por una clara división entre trabajo y vida” (Thompson 1989: 288).
Es indudable que la mecanización del trabajo en la fábrica introdujo una experiencia del tiempo que fue única en este período, pues el ritmo artificial de la máquina se impuso al de los trabajadores. Ante estas condiciones uno de los socialistas utópicos Charles Fourier (1829) consideró que “había encontrado la fórmula científica precisa para entender, reparar y transformar la sociedad humana...” e imaginar un sistema de organización social llamado falansterio en el “que el deseo será rey, tanto que es precisamente él, la atracción, la pasión, lo que le da origen y coherencia al sistema” (Fourier 1980: 8; nota del editor).
En Fourier (1980) la presencia de Dios se encuentra a lo largo de su disertación y las Escrituras son su fuente de explicación, por ello habla de una moral del trabajo, al principio como “un castigo impuesto al hombre…” y luego bajo la concepción socialista “la moral nos ordena amar el trabajo” (Fourier 1980: 93-95). Hoy muchos dicen que el legado teórico de los socialistas utópicos se ubica más en la ciencia ficción. Sin embargo, Fourier trata de hacer del trabajo una actividad liberadora del espíritu humano, señalando que los ociosos son gentes llamadas come il fant que pasan su vida en la dolce far niente además de ellos habría que sumar la gente que les sirve. Los prisioneros y enfermos serian ociosos a la fuerza. El trabajo entonces es emancipación y el ocio no hacer nada.
También por lo inhumano del sistema capitalista, Paul Lafargue (1884), otro socialista utópico escribe su Derecho a la pereza como un grito de guerra ante el sometimiento y la humillación propia del capitalismo, en una etapa en la que el desarrollo de la máquina de vapor y la electricidad suponían la reducción del tiempo de trabajo. “En esta dimensión el derecho convocado por Lafargue es lo contrario de indolencia o la pura ociosidad vacía de contenido. Su “pereza” es la alegría, aquello que el diccionario define como el movimiento vivo y grato del ánimo, que se manifiesta con signos exteriores” (Rieznik 2001: 2). Este autor concibe al ocio como una categoría que contradice la moral burguesa y puritana del trabajo, que descansa sobre la explotación de los obreros. “Para luchar contra ese ocio burgués, Lafarge exhortar a los obreros a que reduzcan por su propia voluntad sus horas de trabajo, a que reivindiquen el derecho a la pereza” como arma subversiva y combatir así las desigualdades sociales (Sue 1987: 22). En el entendido de que la clase burguesa se vería en la necesidad de trabajar para compensar ese tiempo.
En igual sentido Thorstein Veblen (1899), en su Teoría de la clase ociosa, parte de la división del trabajo que inicia con la distinción entre la clase trabajadora y la clase ociosa, la primera se define con relación al trabajo manual para conseguir los medios de vida, profesión propia de la clase inferior. La aparición de la clase ociosa en cambio, coincide con el comienzo de la propiedad privada en cuya raíz se encuentra la emulación, “la propiedad comenzó por ser el botín conservado como trofeo de una expedición afortunada” (Veblen 1963: 34). El trabajo para los miembros de la clase elevada implica un cierto grado de “repugnancia instintiva” por eso señala que el ocio “significa pasar el tiempo sin hacer nada productivo: 1) por un sentido de la indignidad del trabajo productivo, y 2) como demostración de una capacidad pecuniaria que permite una vida de ociosidad” (Veblen 1963: 51).
A diferencia del trabajo que se concretiza en un producto tangible, el ocio no deja ningún producto material, como las tareas cuasi-académicas o cuasi-prácticas, por ejemplo, las lenguas muertas, las ciencias ocultas, la prosodia, la música, la moda del vestido, el mobiliario, los carruajes, el juego, los deportes y la cría de animales de lujo, que en conjunto pueden ser considerados como ramas del saber. El ocio de Veblen es parecido al concepto que tenían los griegos, adaptado a las condiciones sociales de su época. También los hábitos y la destreza física son considerados como “pruebas necesaria de un grado respetable de ociosidad” (Veblen 1963: 53). El decoro es producto de la vida de la clase ociosa, así como los modales son expresión de estatus. Por ello Veblen dice, que cuanto mayor sea el grado de eficiencia de las prácticas que no sirven a ningún propósito lucrativo hay mayor gasto de tiempo, que es un principio que exige una buena educación.
Prueba de estatus de la clase ociosa más elevada es contar con el servicio personal de los siervos, “la posesión de muchas mujeres y a la vez de otros esclavos ocupados en servir a la persona del amo y en producir bienes para él”. Luego se optó por emplear un cuerpo de servidores varones quienes “viven en situación de ocio ostensible”, pero como no son libres, se decía que ellos realizaban un ocio vicario (Veblen 1963: 62, 65). Así, Veblen señala que la aristocracia ociosa ha muerto, por eso la burguesía sueña con imitarlos. El ocio es sobre todo consumo de tiempo y de artículos como símbolos de distinción entre las clases. Así, mientras Lafargue reivindica el derecho a la pereza de la clase trabajadora, frente a la ideología del trabajo, Veblen critica el proceso que asigna valor y distinción social al ocio de unos pocos privilegiados.
En síntesis, hemos visto como el tiempo pasó de ser una forma de control entre la iglesia y el poder civil, a tener un valor de cambio abstracto bajo el naciente capitalismo industrial, sobre todo con el uso del reloj que impone la disciplina, el orden y el control en el proceso de trabajo. El trabajo se convierte en el eje de explicación de las relaciones sociales. El ocio y el trabajo se contraponen, pero aquí no es para distinguir a los hombres por rangos, sino para diferenciarlos por el lugar que ocupan en el proceso de producción, entre los que obtiene la ganancia y la plusvalía y los que ejecutan el trabajo durante 15 horas en las condiciones desfavorables. Por eso Fourier, Lafargue y Veblen se pronuncian desde distintos puntos de vista sobre el trabajo y sobre el tiempo de ocio y la pereza como una manifestación frente a las condiciones de explotación del trabajo de la época.
El trabajo en el sistema capitalista consolida sus propósitos al establecer las condiciones que garanticen la ganancia y la plusvalía. Marx señala la jornada de trabajo como el tiempo invertido en el proceso producción. El tiempo como jornada de trabajo pasa a ser objeto de discusión, como un primer acto de acción colectiva, el tiempo restante, el tiempo libre o el no trabajo solo es visto a la luz de la reproducción de la fuerza de trabajo.
¿Cuándo y bajo qué condiciones se habla de tiempo libre o leisure? ¿La tecnología intensifica la producción y libera al trabajador? ¿El trabajador considera que necesita un tiempo “libre”?.