EL RIESGO DE DESASTRES: UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA
Carmen Delia Almaguer Riverón
La relación naturaleza – sociedad y las diversas formas que esta asume expresan en cada momento histórico el grado de cultura generado por el hombre. Más allá del debate académico el reto ineludible para las culturas del siglo XXI en general, está dado, sin duda alguna, no sólo en la comprensión teórica de la relación naturaleza - cultura – desarrollo sino de una manera especial, en los modelos de valoración e intervención con los que puedan ser manejados los impactos ocasionados.
Abordar la dinámica de la relación naturaleza - cultura – desarrollo presupone necesariamente la reflexión en torno a la relación naturaleza – sociedad así como la reflexión sobre la cultura y sus especificidades como categoría imprescindible para el estudio de los fenómenos sociales.
La actitud asumida por el hombre ante la naturaleza condiciona en el pensamiento filosófico, desde la antigüedad hasta nuestros días, diferentes visiones sobre cada uno de estos conceptos y sobre sus nexos en particular. En principio, el problema de las interrelaciones entre la sociedad y la naturaleza para la dialéctica materialista, parte de cuatro ideas esenciales según Kelle y Kovalzon (1985:251):
• El medio ambiente geográfico y la población siempre fueron y siempre serán, condiciones naturales – materiales imprescindibles para la vida de la sociedad.
• Estas condiciones influyen sobre la marcha de la historia y el ritmo de desarrollo (...)
• La sociedad a su turno, ejerce una influencia inversa sobre la naturaleza, transformándola, pudiendo esta influencia tener tanto resultados positivos como negativos; para su propio desarrollo.
• Las condiciones geográficas y demográficas, no determinan el desarrollo de la sociedad.
Históricamente todas las formas de organización social parten del medio geográfico y la población como premisas materiales de su existencia, no obstante es preciso significar el hecho de que el hombre en su actividad práctica elabora instrumentos de trabajo con los que modifica gradualmente a la naturaleza y a su propio ser.
Se ha dicho por Rodríguez (1989) que el concepto filosófico de Cultura abarca todo lo sujeto a la elaboración y a la actividad creadora de los hombres para destacar el carácter creador de la misma y la existencia de una segunda naturaleza generada por la actividad del hombre, sin embargo es conveniente tener en cuenta que toda cultura transcurre sobre un medio biofísico y que necesariamente la cultura incorpora la base biológica sobre la que descansa, lo que no significa que carezca de especificidades en tanto constituye un aspecto cualitativo de la sociedad y de los fenómenos que en ella tienen lugar, así como del nivel de desarrollo histórico alcanzado por el hombre.
Según (Rodríguez, 1989:231), “…la cultura constituye un aspecto cualitativo de la sociedad y de los fenómenos sociales, aquel aspecto que mide su nivel de perfeccionamiento y desarrollo (…). El estado cualitativo de la sociedad se expresa concretamente en el nivel alcanzado por la sociedad en el desarrollo de sus fuerzas productivas, de sus relaciones sociales, de la producción material y espiritual (…). Es por eso que al relacionar la cultura con la naturaleza se capta el nivel de desarrollo y progreso de la sociedad humana, esto es, el grado de humanización de la naturaleza y del propio hombre…”
Desde una aproximación filosófica se subraya la idea de la cultura como creación humana en tanto conjunto de realizaciones materiales y espirituales en las que se objetiva la multifacética actividad humana, por lo que comprende los saberes, destrezas, procedimientos, modos de actuación y resultados que se obtienen en el proceso de transformación de la realidad por el hombre.
La cultura es una forma de adaptación y asimilación de entornos, que permite a las sociedades mantener cierto equilibrio con el medio externo a través de la técnica, la organización social y en el cual, el medio ambiente es la premisa necesaria, como substrato de la existencia y actuación humana.
Estas ideas, aparecen en las obras de Carlos Marx y de Federico Engels. En el Capítulo V de su obra cumbre Marx (1983:139) señala: “El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza (…) Y a la par que (...) actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él…”.
Igual importancia tiene en el análisis filosófico de la relación naturaleza – cultura -desarrollo la siguiente idea expuesta por Marx (1983:141) “…lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace. Los instrumentos de trabajo no son sólo el barómetro indicador del desarrollo de la fuerza de trabajo del hombre, sino el exponente de las condiciones sociales en que se trabaja…”
Las tesis de Marx antes citadas resultan de significativa importancia para establecer las diferentes etapas históricas en la relación naturaleza – sociedad atendiendo al desarrollo de la actividad práctica y de las fuerzas productivas, significando con ello además, que el acto de creación de instrumentos de trabajo y las condiciones en las que se trabaja son también indicadores del desarrollo cultural alcanzado.
Al abordar desde el marxismo la relación naturaleza - sociedad es posible identificar tres grandes etapas, según Kelle y Kovalzon (1985):
1. La Revolución Neolítica: ligada al surgimiento de la agricultura y el paso de la economía apropiadora a la economía productora.
2. La Revolución Industrial: que marca el paso del trabajo artesanal al trabajo maquinizado, y la creación de la industria.
3. La Revolución Científico – Técnica: apoyada en la producción automatizada.
La etapas en la relación naturaleza sociedad antes expuestas son también etapas en el desarrollo de la cultura humana al enmarcase estas en revoluciones tecnológicas, que expresan en su esencia el desarrollo alcanzado por la humanidad.
De obligada referencia en el análisis de esta problemática es Ribeiro (1992) al escoger este autor a la tecnología y su desarrollo como criterio básico para el análisis de la evolución sociocultural subrayando la idea de que las sociedades humanas pueden explicarse en términos de una sucesión de revoluciones tecnológicas y procesos civilizatorios mediante los cuales la mayoría de los hombres pasan de una condición generalizada de cazadores y recolectores a otros modos, más uniformes que diferenciados. Estos modos diferenciados de ser, apunta Ribeiro, aunque varíen ampliamente en sus contenidos culturales, no lo hacen de manera arbitraria porque se enmarcan en tres tipos de requerimientos.
Estos requerimientos son para Riveiro (1992:7- 8) los siguientes “…Primero, el carácter acumulativo del proceso tecnológico que se desarrolla a partir de formas más elementales hacia las formas más complejas, de acuerdo con una secuencia irreversible. Segundo, las relaciones recíprocas entre el equipamiento tecnológico empleado por una sociedad en su acción sobre la naturaleza para producir bienes y la magnitud de su población, la forma de organización de las relaciones internas entre sus miembros con otras sociedades. Tercero, la interacción entre los esfuerzos por controlar la naturaleza y ordenar las relaciones humanas, y la cultura, entendida ésta como el patrimonio simbólico de los patrones de pensamiento y conocimientos que se manifiestan, materialmente, en los objetos y bienes, en particular mediante la conducta social; e, ideológicamente, mediante la comunicación simbólica y la formulación de la experiencia social en sistemas de conocimientos, creencias y valores”.
El estudio realizado por Ribeiro (1992) es importante porque demuestra que el desarrollo de las sociedades y de las culturas está regido por un principio orientador basado en el desarrollo acumulativo de la tecnología productiva y militar; que a ciertos avances en esta línea progresiva corresponden cambios cualitativos de carácter radical que permiten distinguirlos como etapas o fase de la evolución sociocultural. Resulta interesante la idea aportada por este autor en cuanto a la evolución sociocultural como movimiento histórico de cambio de los modos de ser y vivir de los grupos humanos sobre sociedades concretas con base en el desarrollo tecnológico.
La relación tecnología – sociedad según Arana y Valdés (1999) pasa a través de la cultura existente y por tanto, por sus valores, destacando la idea de que la tecnología es un fenómeno cultural y de transformación social. Si la tecnología es un hecho cultural, su práctica es la actividad de asimilación o de inclusión de los resultados de la cultura en la sociedad, lo que condiciona la estabilización y desestabilización de los sistemas culturales.
Ninguna cultura es totalmente estable e inamovible. Toda cultura produce innovaciones culturales que se traducen en nuevos artefactos y técnicas que emergen en los diferentes entornos materiales, simbólicos, sociales o naturales. Existen diversos procesos de innovación, ellos pueden surgir dentro de una misma cultura como el resultado de la producción interna de algunos agentes o de la apropiación de innovaciones ajenas y pertenecientes a otras culturas, o más bien de la imposición de técnicas debida a otros agentes externos. Posteriormente se producen los procesos de aceptación, apropiación o rechazo.
Estos procesos producen lo que se llaman "cambios culturales". Los "cambios culturales" implican la producción de innovaciones en la forma de nuevas técnicas y artefactos, estas nuevas técnicas y artefactos pueden transformar el medio cultural e impactar en el sistema cultural establecido, también pueden desestabilizar sistemas culturales tradicionales, cancelando sus recursos como en el caso del colonialismo según (Audefroy, 2007), quien refiere como ejemplos, el caso de la falta de agua en algunas comunidades, o las intensas sequías del final del siglo XIX que impactaron desastrosamente a las sociedades de la India, China y Brasil.
Son importantes en igual sentido, las valoraciones de Pacey (1990) porque si bien el desarrollo es impensable sin la tecnología, abrigar la esperanza de una solución técnica que no incluya medidas culturales y sociales, es moverse en un terreno ilusorio. Resultan valiosas las ideas de este autor en torno a la no neutralidad de la tecnología dada la necesidad de tomar en consideración todo el conjunto de actividades humanas que rodean a la máquina y que incluyen los usos prácticos y sus funciones como símbolos de poder, entre otros, tal análisis conduce a valorar a la tecnología como parte de la vida y no como simple artefacto, pues la tecnología no actúa independientemente de los propósitos humanos y de los valores de quienes generan, aplican o toman decisiones de carácter tecnológico.
Un análisis interesante presenta Miranda (1997) sobre los elementos mediadores de la relación medioambiente y desarrollo en el contexto de la relación naturaleza – cultura - desarrollo al destacar en primer lugar que la mediación constituye un modo de realización y solución de las contradicciones de la realidad y que los elementos mediadores son justamente aquellos que posibilitan neutralizar y ablandar la oposición incluyendo en el análisis tres grupos de elementos: los de carácter operativo, direccionador y evaluador.
En el primer grupo de elementos Miranda (1997) ubica a aquellos que permiten que la relación se desarrolle, incluyen por su grado de esencialidad el elemento cultural y en él al conjunto de técnicas y tecnologías que median la relación sociedad - naturaleza a través del proceso de trabajo.
Es útil para la realización de esta investigación la consideración hecha también por Miranda (1997) sobre lo ambiental como un problema del desarrollo social, y a su vez como un problema de naturaleza cultural lo que resulta de gran valor para la búsqueda de soluciones prácticas frente a la problemática de los desastres.
Para Delgado (2007:101) el análisis de lo ambiental con una visión integradora hace posible conceptuarlo de una manera nueva, “… la médula del asunto no está en que el hombre dañe a la naturaleza. Ella radica en que el hombre, desde sus valores – entre los que está incluido el conocimiento -, se ha enfrascado desde hace mucho tiempo en un modelo cultural de producción de entorno destructivo…”
La problemática ambiental se sitúa no en sus efectos, sino en el centro mismo de la actividad humana, actividad que adopta disímiles formas en diferentes contextos culturales por lo que expresa en todos ellos el sistema de valores de los individuos y de las clases sociales que ejercen el poder, cuestiones que permiten comprender la verdadera naturaleza de los desastres, incluso de aquellos que aparentemente son “naturales”.
La perspectiva dialéctica materialista que aporta el marxismo permite comprender y explicar las complejidades subyacentes en la relación naturaleza – cultura - desarrollo. “…Nada, en la naturaleza, ocurre de un modo aislado. Cada cosa repercute en la otra, y a la inversa, y lo que muchas veces impide a nuestros naturalistas ver claro en los procesos más simples es precisamente el no tomar en consideración este movimiento y esta interdependencia universales…” (Engels, 1979:149-150)
Fidel Castro expuso al analizar las causas y manifestaciones actuales de la relación naturaleza – cultura - desarrollo en el “Mensaje a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo” la multiplicidad de elementos que confirman la agresión destructiva que hoy genera el hombre, cuando afirmó “…jamás en la historia del hombre se había producido una agresión tan generalizada y destructiva contra el equilibrio de todos los sistemas vitales del planeta. En el mundo subdesarrollado, son el propio subdesarrollo y la pobreza los factores principales que multiplican hoy la presión que se ejerce sobre el medio natural. La sobreexplotación a que se someten las tierras de cultivo o pastoreo, las prácticas agrícolas inadecuadas, la carencia de recursos financieros y técnicos, acumulan sus nocivos efectos sobre los de factores climáticos adversos…” (Castro, 1992:1)
Al valorar el deterioro del medio desde una perspectiva histórica (Castro, 1992:2) señaló “…en sentido general, los mayores daños al ecosistema global han sido ocasionados como consecuencia de los patrones de desarrollo seguidos por los países más industrializados. Por su parte, las condiciones de pobreza en que vive la inmensa mayoría de la población mundial generan también severas afectaciones al medio y originan un enajenante círculo vicioso entre subdesarrollo y pobreza, por un lado, y deterioro ambiental, por el otro...”
Plantear entonces una interpretación consecuente de la relación naturaleza – cultura – desarrollo en el mundo actual, consideramos debe partir del reconocimiento de que el subdesarrollo es consecuencia del orden económico internacional que se vale de los mecanismos del endeudamiento, la injusta división internacional del trabajo, el proteccionismo comercial y el manejo de los flujos financieros para profundizar la explotación de los países subdesarrollados y, por tanto, la consiguiente depredación ecológica resultante de esa situación, como analiza Castro (1992).
Si bien el concepto de desarrollo es un concepto de larga evolución vinculado fundamentalmente a la teoría económica, a partir de 1990 cobra auge el concepto de “desarrollo humano” en estrecha relación con la concepción del desarrollo sostenible, según puede constatarse en el “Informe sobre Desarrollo Humano elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en 1990”.
Según la concepción de “desarrollo humano” del PNUD, el ser humano pasa a ser considerado como motor a la vez que objeto del desarrollo y por tanto se le atribuye la posibilidad y necesidad de participar activamente en los procesos de ampliación de sus propias oportunidades económicas y políticas. “… El desarrollo humano es un proceso mediante el cual se amplían las oportunidades de los individuos, las más importantes de las cuales son, una vida prolongada y saludable, acceso a la educación y el disfrute de un nivel de vida decente. Otras oportunidades incluyen la libertad política, la garantía de los derechos humanos y el respeto a sí mismo”. (PNUD, 1990:33)
Tomando en consideración las ideas antes expuestas y las manifestaciones resultantes del desequilibrio actual en la relación naturaleza – cultura – desarrollo, la ciencia deberá hoy más que nunca examinar los problemas desde perspectivas diferentes y buscar explicaciones de carácter crítico tanto a los fenómenos naturales como sociales. Así, en opinión de Vessuri (2008), la “ciencia de la sostenibilidad”, emerge como nuevo paradigma de investigación y respuesta prometedora a los esfuerzos que se vienen realizando para incorporar la ciencia y la tecnología a la agenda del desarrollo, orientando la ciencia y la tecnología hacia el desarrollo sostenible.
De manera que según Vessuri, (2008:26), “…la transición al desarrollo sostenible aparece como el más reciente giro en la agenda del desarrollo, por cuanto este implica atender los problemas sociales, económicos y ambientales, reduciendo el hambre, la pobreza y la inequidad, a la vez que mantiene la biodiversidad y los sistemas de soporte de la vida en el planeta…”.
Soluciones a la problemática antes abordada obligan a cruzar las fronteras disciplinarias y a establecer un vínculo cada vez mayor entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, propiciando el entrecruzamiento de métodos y perspectivas diferentes con la finalidad de lograr la comprensión y solución de los problemas socioambientales. Para tales cuestiones resulta útil la filosofía en su giro “naturalista” asumida en la presente investigación.
La problemática del riesgo y el desastre, requiere de un abordaje inter y transdisciplinario al constituir un problema ambiental y por consiguiente manifestación concreta de la relación naturaleza – cultura – desarrollo.