Tesis doctorales de Economía


EL RIESGO DE DESASTRES: UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA

Carmen Delia Almaguer Riverón



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1.4 El desastre en el contexto de la relación naturaleza – cultura – desarrollo.

La cuestión de los desastres ilustra la relación naturaleza- cultura - desarrollo. Un desastre, no es un sismo o huracán, sino los efectos que éstos producen en la sociedad como resultado de las carencias e insuficiencias de sus diferentes estados cualitativos de desarrollo como afirma Lavell (2000:6) “…los eventos físicos son evidentemente necesarios y un prerrequisito para que sucedan los desastres, pero no son suficientes en sí para que se materialicen. Debe haber una sociedad o un subconjunto de la sociedad vulnerable a sus impactos; una sociedad que por su forma particular de desarrollo infraestructural, productivo, territorial, institucional, cultural, político, ambiental y social, resulte incapacitada para absorber o recuperarse autónomamente de los impactos de los eventos físicos externos”.

El riesgo solamente puede existir al concurrir un peligro o amenaza, con determinadas condiciones de vulnerabilidad. El riesgo se crea en la interacción de peligros o amenazas con la vulnerabilidad, en un espacio y tiempo particular dado. De hecho, peligros y vulnerabilidades son mutuamente condicionados o creados. No puede existir un peligro sin la existencia de una sociedad vulnerable y viceversa. En opinión de Lavell (s.f.:4) “…un evento físico de la magnitud o intensidad que sea no puede causar un daño social si no hay elementos de la sociedad expuestos a sus efectos. De la misma manera hablar de la existencia de vulnerabilidad o condiciones inseguras de existencia es solamente posible con referencia a la presencia de una amenaza particular”.

Al subrayar la idea de que no existe peligro sin vulnerabilidad, y viceversa, y que la relación entre ambos factores es dialéctica y dinámica, cambiante y cambiable se tiene en consideración que los peligros se deben, tanto a la dinámica de la naturaleza, como a la dinámica de la sociedad y constituyen expresión del desarrollo de la sociedad y su cultura frente a la naturaleza.

Federico Engels (1974a:90) al describir el proceso de generación de lo que hoy se conoce como construcción de vulnerabilidades sociales, legó una vívida imagen de la ciudad de Manchester cuando en aquella época y como resultado de las transformaciones industriales que tenían lugar escribió, “…abajo fluye, o más bien se estanca el Irk, riachuelo oscuro como el pez y de olor nauseabundo, lleno de inmundicias (…) Río arriba desde el puente, se levantan grandes tenerías, más allá tintorerías, fábricas de carbón de huesos y fábricas de gas, cuyas aguas usadas y desperdicios terminan todos en el Irk que recibe además el contenido de las cloacas y retretes que allí desaguan”.

Engels consideró la importancia del conocimiento de las leyes de la naturaleza, pues ello, coloca al hombre en condiciones de prever las repercusiones próximas y remotas de sus ingerencias en la naturaleza misma, “…y cuanto más esto ocurra, más volverán los hombres, no solamente a sentirse, sino a saberse parte integrante de la naturaleza y más imposible se nos revelará esa absurda y antinatural representación de un antagonismo entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza…”. (Engels, 1979:152)

Para Engels (1979) es necesaria la experiencia, el acopio y la investigación de material histórico que permita ver con claridad las consecuencias sociales indirectas y lejanas de la actividad productiva de los hombres, para lo cual no basta el conocimiento sino que se necesita además transformar el régimen de producción y el orden social que caracteriza a la sociedad industrializada.

Engels (1979:151-152) ofrece un esclarecedor análisis sobre las consecuencias no siempre previstas y calculadas de la actividad humana en los diferentes ecosistemas cuando plantea “…quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia, el Asia Menor y otras regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para el estado de desolación en que actualmente se hallan dichos países, ya que al talar los bosques, acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad. Los italianos de los Alpes que destrozaron en la vertiente meridional los bosques de pinos (…) no sospechaban que con ello, mataban de raíz la industria lechera en sus valles, y aún menos podían sospechar que, al proceder así, privaban a sus arroyos de montaña de agua durante la mayor parte del año (…) Los introductores de la patata en Europa no podían saber que, con el tubérculo farináceo, propagaban también la enfermedad de la escrofulosis. Y, de la misma o parecida manera, todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera que un conquistador domina un pueblo extranjero, (…) sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro…”

Cambios como los que apunta Engels, encuentran expresión en las denominadas amenazas “socionaturales”, en opinión de Lavell (2005a), considerando que las mismas, comprenden amenazas que toman la forma de “naturales” porque de hecho, se construyen sobre elementos de la naturaleza. Sin embargo, su concreción es producto de la intervención humana en los ecosistemas y ambientes naturales, pues se producen en la intersección de la sociedad con la naturaleza.

Así por ejemplo para Lavell (2005b), la destrucción de cuencas y la deforestación contribuyen en ciertos casos a un aumento en la incidencia e intensidad de inundaciones, deslizamientos y sequías; la urbanización sin infraestructuras adecuadas para el drenaje pluvial cambia el equilibrio del ecosistema local, generando inundaciones urbanas; el corte de manglares en las costas contribuye a la erosión costera y al impacto negativo de las tormentas y huracanes fenómenos que se incrementan en los países subdesarrollados.

Luego, la vulnerabilidad es un componente estructural de los modelos de desarrollo imperantes por lo que sin cambios fundamentales en estos modelos, es inevitable que los desastres sigan manifestándose. El desastre es entonces el precio a pagar por las ganancias logradas, al seguir un modelo de crecimiento que garantiza la pobreza y vulnerabilidad para muchos y el bienestar para otros en la mayor parte del mundo subdesarrollado, fundamentalmente.

Esta concepción tiene la intención de evitar la manipulación ideológica y política en torno a los desastres pues estos no son causa del subdesarrollo aún cuando efectivamente se reconozca el impacto negativo que tienen al hacer retroceder sus indicadores; lo verdaderamente importante está en el análisis de los impactos que el desarrollo experimentado puede haber tenido en la construcción de la vulnerabilidad, las amenazas y el riesgo, que hicieron factible que sucediera un desastre.

La opción, por tanto, estaría en ver el desastre como “proceso”, concentrándose en las condiciones sociales y naturales que en su conformación e interacción proveen las condiciones para que los desastres sucedan. Según Lavell (2005a) ello significa tener un profundo conocimiento del tiempo y la historia, del territorio y de la sociedad.

La relación entre el riesgo de desastres y el desarrollo es un buen punto de partida para identificar las tendencias macro de la vulnerabilidad socioeconómica. Hasta cierto punto, tanto ésta como la vulnerabilidad ambiental se determinan por los procesos de desarrollo, y viceversa. Por tal razón, para mejorar la evaluación y análisis del riesgo de desastres y reducir los desastres en general, es indispensable conocer la forma en que los patrones de cambio social y desarrollo determinan el escenario de los desastres que han de producirse en el futuro.

La reducción del riesgo de desastres se ha convertido en un requisito indispensable del desarrollo sostenible. Durante sus deliberaciones anuales, la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) ha venido incluyendo la reducción de desastres en el examen de los temas relacionados con el desarrollo sostenible. En la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible (CMDS), del 2002, se aprobó el Plan de Acción de Johannesburgo, que incluye entre sus objetivos principales para el 2015, la reducción del riesgo y de la vulnerabilidad.

Un incentivo importante para considerar la necesidad de la investigación sobre el riesgo de desastre proviene del deseo de trabajar en función del cumplimiento de los Objetivos del Milenio los que contienen temas comunes a las políticas en materia de desarrollo y de riesgo de desastres. En la Sección IV de la Declaración del Milenio, titulada “Protección de nuestro entorno común”, se reconoce el riesgo que los desastres significan para el desarrollo. En dicha sección se plantea el objetivo de: “Intensificar la cooperación con miras a reducir el número y los efectos de los desastres provocados por el hombre”.

Las sociedades se tornarán resistentes cuando incorporen procesos de adaptación y gestión del riesgo en sus estrategias de desarrollo sostenible. Vista como pilar del desarrollo sostenible, la relación entre los desastres y el sistema cultural es un componente importante de la reducción del riesgo de desastres. Gran parte de los conceptos tradicionales sobre los desastres se basan en la idea de que la naturaleza y la cultura son entes separados sin tener presente que ciertos cambios culturales que ocurren en comunidades con costumbres tradicionales pueden disminuir, por ejemplo, su resiliencia para enfrentar desastres y al mismo tiempo, ciertos desastres pueden acentuar dichos cambios.

Las estrategias de reducción de desastres basadas en conceptos de desarrollo sostenible deben ser proactivas y permanentes. Para ser eficaces deben fomentar el compromiso político, la justificación financiera, la sensibilidad ambiental y la sensibilidad cultural.

Lo planteado hasta aquí, hace recurrente la reflexión teórica y práctica de la relación naturaleza – cultura – desarrollo, ello se explica porque no hay fenómeno social que no pueda analizarse desde una perspectiva cultural. De ahí que la relación cultura – desarrollo sea abordada por la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales en el año 1982. Posteriormente las ONU declaró el período 1988 -1997 como el Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural y encargó a la UNESCO la formación de una Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo. En 1995 y como parte del trabajo de esta Comisión, se publica el Informe “Nuestra Diversidad Creativa”.

El informe de referencia considera que la cultura no es ajena a la política de desarrollo ni un simple instrumento para alcanzar el progreso material, es por el contrario una variable fundamental para explicar las distintas pautas del cambio y un factor esencial del desarrollo. Los esfuerzos de la UNESCO por establecer el vínculo entre cultura y desarrollo guardan relación con la crisis de los modelos de desarrollo hasta ahora generados y la crisis ambiental que vive la humanidad y que pone en peligro a corto plazo la existencia misma de la especie humana.

Y es que como plantea Delgado (2007:90-91) “…el problema ambiental se genera, a partir de la interacción de los elementos - cultura y naturaleza, que al ponerse en contacto práctico, forman una unidad. La transformación resultante – no deseada en sus consecuencias a largo plazo - , es lo que llamamos problema ambiental…”, por lo que como problema no puede ser abordado al margen del hombre y su propia historia incluyendo el nivel de conocimientos alcanzados, las tecnologías generadas y sus modos de vivir y convivir con el entorno, es necesario subrayar aquí una vez más, el papel y el lugar que corresponden en esta problemática a los sistemas socioeconómicos concretos, y a las relaciones de dominación y colonización política y económica impuestas en el mundo desde la llegada de la modernidad.

El análisis de lo ambiental desde una perspectiva integradora hace posible conceptualizarlo de una manera nueva y sugiere en consecuencia la necesidad de desarrollar en sus múltiples facetas la Ética Aplicada, por lo que “…la ética ambiental operaría ampliando y adaptando los conceptos de la ética tradicional clásica y tomando asunto de las nuevas informaciones y conocimientos brindados por el avance en biología y ecología…” como propone Valdés (2005a:78).

En tal sentido, la cuestión de los valores resulta relevante tanto desde el punto de vista teórico como práctico. Para Fabelo (2003:271) el reto axiológico ante esta problemática viene dado por el hecho de que es el hombre el generador de los principales peligros que amenazan su supervivencia, “…lo mismo el calentamiento global del planeta que los ataques terroristas (….), son como una especie de alaridos de la razón – de la ”razón de la naturaleza” y de la “razón de la humanidad” – ante la encrucijada en la que las ha colocado el propio hombre, guiado por esa otra razón cada vez más ajena a aquellas, la razón instrumental.”

Fabelo (2003:11) señala, “... vivimos la paradójica situación de un mundo que dispone de altísimos niveles de desarrollo económico y tecnológico sobre el cual se ciñen, sin embargo, los más amenazantes peligros que haya tenido que enfrentar la humanidad en toda su historia. Peligros que provienen no de fuentes puramente naturales, no de imaginarios ataques extraterrestres, sino – he ahí la paradoja del propio accionar humano. Las catástrofes “naturales” son cada vez menos naturales…”

Las valoraciones de Fabelo resultan interesantes para la comprensión del desastre como problema ambiental y por consiguiente del desarrollo ya que guardan estrecha relación con las opiniones de Lavell (2000) quien considera que los desastres son productos de desequilibrios en las relaciones entre la sociedad y su ambiente, por lo que constituyen problemas ambientales de primer orden.

CONCLUSIONES DEL CAPITULO I

• Los presupuestos filosóficos que explican la relación naturaleza - cultura - desarrollo constituyen el soporte teórico apropiado para la comprensión holística del riesgo y el desastre como fenómenos sociales y culturalmente construidos en el tiempo, al constituir el desastre un fenómeno social complejo y al mismo tiempo un problema ambiental.

• Plantear el rediseño de la relación naturaleza - cultura - desarrollo desde una cosmovisión diferente a la enarbolada en la modernidad debe estar dirigida a potenciar cambios en los estilos de desarrollo hasta ahora imperantes y en los cuales la comprensión de la diversidad y de la complejidad así como de la sostenibilidad como paradigma, constituyan invariantes incorporadas a la gestión del riesgo de desastres, si se asume que estos, representan un momento de ruptura y retroceso en el desarrollo.


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