Wilian de Jesús Aguilar Cordero
En el debacle, la sobrevivencia de las familias campesinas rurales depende cada vez menos de la parcela y más del comercio, de la artesanía y del jornal, sobre todo del jornal (Bartra, 2000: 3).
3.1. El campesinado pobre en México y los procesos de transferencia de tecnologías agrícolas.
3.1.1. Los agricultores mexicanos: el caso de los campesinos pobres y los agro-industriales.
En el México rural podemos hablar de dos modos diferentes de apropiación de la naturaleza, el modo agrario o campesino y el agroindustrial, que conforman hoy en día las dos maneras fundamentales de uso de los recursos del mundo contemporáneo. Ellos representan dos maneras radicalmente diferentes de concebir, manejar y utilizar la naturaleza, es decir, conforman dos racionalidades productivas y ecológicas distintas. Se trata de dos modos no sólo con diferentes rasgos sino con distintos orígenes históricos: el modo agrario o campesino encuentra sus raíces en los inicios mismos de la especie humana y en el proceso de coevolución que tuvo lugar entre la sociedad humana y la naturaleza. Por el contrario, el modo agroindustrial es una propuesta que surge del mundo urbano-industrial dentro del contexto del desarrollo del sistema capitalista en México, que está diseñado especialmente para generar los alimentos, materias primas y energías requeridas en los enclaves no rurales del planeta y sustentado en la lógica de la máxima ganancia (Toledo et al., 2002: 34-35)
La evidencia científica y empírica también muestra que la estructura de la agricultura convencional esta enmarcada dentro del modo agroindustrial, se sustenta en la lógica de la máxima ganancia y en las políticas agrícolas prevalecientes que han conllevado a esta crisis ambiental al favorecer las grandes granjas, la especialización de la producción, el monocultivo y la mecanización de las unidades de producción que ha llevado a creer que la agricultura es un milagro moderno en la producción de alimentos. Sin embargo las evidencias indican que la excesiva dependencia de los monocultivos y los insumos agroindustriales, con base a las tecnologías de capital intensivo, pesticidas y fertilizantes químicos han impactado negativamente el medio ambiente y la sociedad rural (Altieri, 1992; Rosset, 1997).
En el modo agroindustrial ha beneficiado más a los grandes empresarios agrícolas, quienes son los que pueden invertir mayor capital financiero, desplazando a los que tienen menos recursos económicos y reduciendo el número de jornaleros, debido a la tecnificación. Además de que ellos pueden mantenerse ante la oferta y demanda de los mercados internacionales. En este sentido, varios autores (Gómez y Schwentesius, 2004; Calva, 2004; Corona, 2003; y Audley et al., 2003) señalan que los modelos agrícolas industrializados han permanecido debido a que son adecuados para los empresarios que venden los insumos y que tiene poder en la toma de decisiones de las políticas públicas, beneficiándose con las políticas agrarias del Estado mexicano como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que pone en situación de completa desventaja a los campesinos pobres, herederos de la agricultura tradicional.
En este desarrollo del agro mexicano, los campesinos pobres, los pequeños y medianos productores se encuentran en situación de desventaja ante el impulso socioeconómico que se les brinda a los agroindustriales. Sevilla y González (1992) señalan que a el campesinado pobre se le concibe como una subcultura caracterizada por una serie de valores de cuya interrelación se desprende una organización social etiquetada como tradicional, poco susceptibles y dispuestos a contribuir al desarrollo económico. También se identifican como personas desconfiadas en las relaciones personales; hostiles a la autoridad gubernamental; familisticos; carentes de espíritu innovador; fatalistas, limitativos en sus aspiraciones; poco imaginativos o de escasa empatía; no ahorradores; localistas y con una visión limitada del mundo (Hansen, 1976). No obstante, la historia ha enseñado lo contrario, ya que las organizaciones indígenas y campesinas han mostrado una actitud de lucha fundamentalmente, por la obtención de tierra, acceso al crédito, precios justos para el agricultor, indemnización de pérdidas de cultivos entre otros.
Además, de la asimetría y desventaja en el devenir histórico en que se encuentran los campesinos pobres, la globalización y el neoliberalismo, son amenazas para la sobrevivencia del campesinado mexicano. Así, las opciones de mejoramiento del modo agrario-mexicano, son escasas, aunque se puede considerar que hay un “posible cambio” en las formas de ver y entender la realidad socio-productiva del campo. Por ejemplo la continua discusión de grupos académicos, de investigación y de ONG’s en la búsqueda para alternativas de desarrollo sostenible que permitan establecer mejores mecanismos para la gestión gremial (apropiándose de la riqueza que producen) y un uso más adecuado de los recursos que poseen (tierra y mano de obra) mediante la integración de tecnologías apropiadas para el manejo racional de los recursos naturales. Esta discusión ha permitido observar la urgente necesidad de generar acciones y planteamientos propios, para participar e incidir en los espacios de definición de políticas dirigidas al sector indígena y campesina en la estructura productiva nacional, e incidiendo en las leyes que regulan las relaciones entre los sectores económicos.
Así, la propuesta de los grupos sociales que representan la fuerza social que busca el cambio en la agricultura mexicana, tiene como punto de partida las formas diversificadas de producción que tienen los indígenas, complementando actividades agrícolas, pecuarias, forestales, y pesqueras mediante la aplicación de tecnologías apropiadas y el acceso al uso y manejo sustentable de los ecosistemas naturales y su biodiversidad (Paré, 1997; Toledo, 1999b, Gliessman, 2002).
De hecho, según Deere y Janvry (2007) a pesar de la rigidez para el agro-mexicano y la forma como se concibe a menudo al campesino pobre, como el suministrador barato de alimento y una fuente de trabajo barato para la agricultura y el desarrollo industrial, en el sistema económico neoliberal, la fuerza de trabajo indígena y campesina sigue siendo uno de los pilares estratégicos para el desarrollo del país. La enorme riqueza que representan los pequeños y medianos productores campesinos y nuestros recursos naturales, han servido de sustento, durante mucho tiempo para impulsar estrategias económicas de subsistencia desde siempre, inventando y reinventando la forma de hacer vida en las comunidades rurales, acomodándose distintos modelos impuestos desde la economía dominante, como ha sido la llamada “agricultura convencional”. En este mismo sentido, Macossay (2000: 22,23) señala que:
El papel del campesinado pobre en cierto modo ha venido a menos, hasta se podría decir que está en peligro de extinción como dirían los descampesinistas, debido en buena medida por la urbanización y por la modernización del campo mismo. Ante esta situación, el campesinado y la población rural han dejado de ser en las últimas décadas, la mayoría nacional. Sin embargo, a pesar de ya “no ser-mayoría”, siguen siendo un sector muy importante de la sociedad mexicana y regional.