Sergio Boisier Etcheverry
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El primer capítulo de la obra es al mismo tiempo su componente central ya que ofrece un marco teórico propio en el que destaca la propuesta conceptual de considerar tanto el proceso de crecimiento económico territorial así como el proceso de desarrollo territorial como sendas propiedades emergentes de sistemas territoriales complejos, evolutivos y dotados de elevada sinapsis y sinergía. Puesto que además se considerará el desarrollo en un territorio como un proceso inescapablemente endógeno y por tanto descentralizado, el capítulo hace una revisión sumaria de la teoría de la descentralización y, dado que se examina un intento histórico para intervenir sobre un territorio nacional que de manera ad hoc es sometido a una regionalización voluntarista por parte del Estado, será también necesario comentar brevemente los fundamentos de la regionalización chilena, un ejemplo pionero en América Latina.
1.1. Algunos antecedentes básicos
Según el historiador Armando de Ramón (2003:16) los límites iniciales de Chile correspondían a las gobernaciones creadas por cédulas reales a favor de Diego de Almagro, Pedro de Mendoza y Simón de Alcazaba en 1534 y a favor de Francisco de Camargo en 1539, las que atravesaban transversalmente el Cono Sur de América Latina, un hecho suficiente para transformarlas en meras declaraciones. Posteriormente Pedro de Valdivia obtiene una nueva gobernación “hasta cuarenta e un grados de norte sur, costa adelante, e cien leguas de ancho hueste leste”, límites ratificados por Cédula Real del 31 de Marzo de 1552 y que da origen a la provincia de Nueva Extremadura, o Reyno de Chile, o Capitanía General de Chile, o simplemente, Gobernación de Chile. En 1554, el Emperador, mediante Real Cédula del 29 de Septiembre extendió la frontera sur del territorio hasta el Estrecho de Magallanes. De Norte a Sur la concesión inicial se extendía entre los paralelos 27 y 41 de latitud Sur; de Este a Oeste la concesión se extendía desde el Océano Pacífico hasta cien leguas hacia el interior, casi hasta el Océano Atlántico. En 1563, una cédula de Felipe II quitó la gobernación de Tucumán, Juríes y Diaguitas a la gobernación de Chile y en 1776, al crearse el Virreinato de La Plata, la provincia de Cuyo fue segregada de Chile e incorporada en el Virreinato. En 1883, finalizada la Guerra del Pacífico, Chile incorpora las norteñas provincias peruanas y bolivianas respectivamente de Tarapacá y Antofagasta a su territorio, al tiempo que en 1881 un tratado con Argentina había entregado a ese país la Patagonia. Desde luego, como se mostrará, la ocupación longitudinal verdadera del territorio llegaba, en realidad sólo hasta las proximidades del paralelo 37 Sur; actualmente los límites se acotan, de Norte a Sur, entre los paralelos 17 y 56 de latitud Sur y entre el Océano Pacífico y el meridiano 70 Oeste, más menos coincidente aproximadamente con su eje longitudinal. En el transcurso de la historia el país “se corrió” hacia el Norte 10° grados y 15° hacia el Sur y se “enangostó” considerablemente. En el Capítulo II se abordarán con 17 algún detalle estos cambios geográficos que, como se dijo, fueron acompañados además por una importante expansión de la frontera interna.
Los cambio perimetrales, la suma y resta de territorios, extendieron la superficie del país desde aproximadamente los originales 190.000 km². a los actuales 756.000 km²., es decir, casi cuatro veces.
Ni el territorio en sí mismo ni la geografía en sí misma constituyen un sujeto, y por tanto ni el territorio ni la geografía demandan cosa alguna a la sociedad. Pero el modelo administrativo no resulta del todo independiente de la forma territorial física; por ejemplo, si bien la superficie actual de Chile es mayor a la de Francia, de todas formas una comparación es legítima para ejemplificar el juicio recién anotado y permite ver que el famoso hexágono puede ser administrado nacionalmente (y centralizadamente) con alguna facilidad desde un punto relativamente central como Paris, cosa muy distinta a lo observado en Chile, donde la capital dista casi igual de los límites septentrional y meridional: más de 2.000 kilómetros, una ubicación que, según algunas opiniones de historiadores habría sido expresamente elegida por Pedro de Valdivia, más o menos equidistante de Lima y del Estrecho de Magallanes, de la supervisión virreinal y del extremo ignoto por conquistar.
Por otro lado, el territorio organizado y su correspondiente geografía política, sí se configuran a menudo como sujetos, en la medida en que el territorio sea el contenedor de una comunidad que hace de ese territorio un referente principal de su identidad, una cuestión construida históricamente más que ontológica. La identidad colectiva territorial genera un ethos (un espíritu característico de una comunidad, o sus actitudes), un pathos (apelación o postura o discurso basado en la emoción) y un logos (discurso que apela a la racionalidad), bases del regionalismo (si bien no todo territorio organizado constituye una región como tal), a su vez un componente importante de el surgimiento de movimientos sociales territoriales que sí plantean diversas demandas, la de autonomía entre otras, como es tan evidente en estos días en Chile (creación de dos nuevas regiones) y en Bolivia (cuestionamiento permanente por parte del departamento de Santa Cruz al centralismo gubernamental asentado en La Paz).
La primera Real Audiencia del país se instala en Concepción, ciudad que era y sigue siendo una especie de centro de gravedad del Chile Continental; este organismo será disuelto al agravarse la guerra contra los araucanos a fines del Siglo XVII. Posteriormente, a fines del siglo siguiente–1786–la Corona establece el sistema de Intendencias y originalmente las provincias de Concepción en el sur y de Coquimbo en el norte medio serán las únicas Intendencias fuera de la capital, puesto que en Santiago residía el Gobernador. Concepción y Coquimbo se transformarían ya en el siglo XIX en “piedras en el zapato” del centralismo chileno.
La semilla del centralismo latinoamericano fue sembrada en la dura estepa castellana durante el largo período de la Reconquista, de manera que al iniciarse el período de la expansión ultramarina España surgía como un Estado centralizado. Como lo anota un historiador: “Al finalizar el siglo XV, España sin perjuicio de sus peculiaridades regionales, aparecía como una potencia centralizada, burocrática y uniformemente estructurada en torno a una cultura y una religión” ( Sergio Villalobos et. alli., 1974; 84).
Pero sería un error atribuir el surgimiento del centralismo latinoamericano sólo a España; según Claudio Véliz (1984) en ello se entrecruzan cuatro elementos, más europeos que estrictamente españoles, que tienen que ver con la ausencia–en América Latina–de las grandes transformaciones sociales europeas: la Revolución Industrial, la Revolución Francesa, la Reforma Protestante, y con la existencia del Feudalismo, cuestiones que en el continente europeo abrieron espacios para la descentralización, al redistribuir el poder territorial, al crear nuevas clases sociales, al modificar la naturaleza del gobierno, y al admitir la disidencia.
Se ha dicho, con razón, que el Conquistador navegó en carabelas y penetró el territorio americano a caballo, llevando en una alforja una imaginería de la Virgen y en la otra el instructivo para organizar la administración, instructivo fuertemente “borbónico”, aún siglos antes de Felipe V. Por ello, el centralismo es el sello de agua en el certificado de nacimiento de los países de América Latina.
La historia de Chile distingue tres grandes períodos: la Conquista (1541/1561), la Colonia (1562/1810), y la República (1817/…), este último período dividido a su vez en la República “Anárquica” (1817/1830), la República “Autocrática” (1831/1891), la República “Oligárquica” (1893/1925), y la República “Democrática” (1825/1973) que, si se admite su término en 1973, obliga a agregar dos ciclos: la Dictadura (1973/1989) y la República “Concertacionista” (1990/…). El período entre 1810 y 1817 incluye la llamada Patria Vieja (que sigue a la declaración de la Independencia), la Reconquista Española y finalmente la Patria Nueva, con el triunfo definitivo sobre España. En 1844 la firma del Tratado de Paz y Amistad entre España y Chile reconoció finalmente la independencia del nuevo estado.