Sergio Boisier Etcheverry
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Considerando que la pertinaz demanda de la provincia de Valdivia para configurarse como una región logró quebrar en el año 2006 la férrea estructura de la regionalización, se hace necesario un breve recuento de sus orígenes como el más amplio esfuerzo chileno de colonización impulsada por el Estado.
Para el ambiente intelectual chileno de mediados del siglo XIX era importante “civilizar” los territorios de Valdivia, Osorno y Llanquihue con europeos que propiciaran la implantación de las formas de vida y técnicas desarrolladas en el viejo continente y que eran vistas como ejemplos. Vicuña Mackenna y Pérez Rosales, agente este último de colonización nombrado por el Estado chileno, publicaron hacia mediados de siglo obras en francés a través de las cuales describieron un país ordenado, bucólico y prometedor con una naturaleza intacta, fértil e inexplorada. Estas ideas llevaron a implementar políticas para atraer europeos a colonizar algunas regiones del país. Una de las más importantes fue la iniciativa de poblar con colonos alemanes los territorios de Valdivia, Osorno y Llanquihue.
Desde el punto de vista europeo, Jean Pierre Blancpain señala que sin Bernhard Eunom Philippi y su ardua labor de reclutamiento de colonos, es muy probable que no hubiere habido colonización alemana en Chile y rescata sus palabras al citarlo: “hice de la colonización alemana el objetivo supremo de mi vida” (Blancpain; 1985).
Arquetipo del hombre del medio rural de la parte central de Chile, notoriamente andaluz en su vestimenta.
Pero, había demasiados obstáculos que vencer como la distancia, el costo del viaje, la ignorancia de Europa respecto de Chile, las selvas que cubrían los suelos y el mayor atractivo que ejercían otras regiones como las pampas atlánticas y norteamericanas. En este contexto, el Estado chileno promulgó en 1845 una ley de colonización en la cual reguló el establecimiento de los colonos y otorgó una serie de facilidades y beneficios. Poco después nombró a Vicente Pérez Rosales como agente de colonización, quien inició sus trabajos en las zonas aledañas a Valdivia.
¿Cómo era el territorio que los alemanes iban a colonizar? En las primeras décadas del siglo XIX, el territorio austral sufrió un franco deterioro reflejado en el marasmo económico, el despoblamiento y la muerte cultural. Se trata de un espacio marginal, abandonado y descuidado. La economía ha vuelto al trueque y el recurso básico es la selva, especialmente aquella donde se encuentran los alerzales, (bosques de alerce, una conífera de excepcional calidad como madera). Si la exhuberancia del paisaje maravillaba al colono, ante la selva y los pantanos se sentia angustiado con un sentimiento inicial de aplastamiento frente a una naturaleza indomable. En medio de este escenario, pleno de bosques y tierras incultas y semipobladas, una de las primeras acciones de Vicente Pérez Rosales fue pagar al indio Pichi Juan para que incendiase los bosques que mediaban entre Chan Chan y la cordillera y volver a Valdivia para calmar a los inmigrantes.
Frente a la especulación sobre la propiedad de la tierra originada en Valdivia, el agente de colonización decidió iniciar el poblamiento desde el sur, precisamente desde la playa de Melipulli en el seno de Reloncaví. La fundación de Puerto Montt (última ciudad y puerto de Chile continental) en 1853 estableció la voluntad de colonizar la zona del lago Llanquihue. En 1860 la ciudad alcanzó las 150 casas con 600 habitantes y, en 1870, 135 familias alemanas tenían su residencia permanente en este centro urbano. Hacia el interior muchos colonos comenzaban a domar los territorios que se les habían asignado. Luego de cultivar la chacra, el colono emprendía la limpieza de su predio, cerca de diez cuadras cuadradas; amontonaba quilas, epifitos y ramas que luego ardían en medio de un humo acre y sofocante. Solo quedaban los troncos ennegrecidos. Después del roce venía la posibilidad de sembrar si es que las condiciones climáticas lo permitían.
En medio de un ambiente de selva impenetrable, uno de los obstáculos fundamentales de la colonización fue construir vías de comunicación, caminos y puentes.
En este contexto, la utilización de vías fluviales y lacustres fueron determinantes en la formación de asentamientos humanos y en la organización de las interacciones de los sistemas económicos, humanos y espaciales del territorio.
No obstante, los alemanes no estaban solos en la colonia de Llanquihue. En el territorio de colonización el 90% de los habitantes eran nacionales nacidos en otras provincias del país. Las familias alemanas no constituían un enclave geográfico sino un poblamiento entremezclado. Las relaciones que se establecieron entre ambos segmentos fueron de dominación, de patrones a obreros, al mismo tiempo que se caracterizaron por una distancia social y cultural entre extranjeros y chilenos, muchas veces analfabetos y sin especialización, especialmente porque pertenecían a las categorías más desfavorecidas del país, según lo subraya la aristocrática mirada de Pérez Rosales (op.cit.). Esta distancia cultural explica buena parte de los prejuicios recíprocos, las tensiones periódicas, una frontera psicológica más que una segregación efectiva.
Al mismo tiempo, esta distancia cultural era política y económica pues la ayuda oficial hacia los colonos alemanes existió, fue apreciable y reconocida por todos. Los colonos gozaron de franquicias y exenciones ligadas a su condición y, además, recibieron asignaciones en dinero y en especies. Acostumbrados a producir, aumentaron sus bienes en forma progresiva y se transformaron en la envidia de los chilenos al punto que se pidieron medidas para evitar un “enfrentamiento de razas.” En este sentido, la endogamia era una realidad entre los colonos alemanes. El resultado, según Jean Pierre Blancpain (op.cit.), fue una sociedad estable y homogénea, constituida por un conjunto de pequeñas propiedades arrancadas a la selva, lo cual era original en Chile donde en general predominaba la gran propiedad.
Hacia fines del siglo XIX, el aislamiento del territorio respecto del centro nacional, la falta de caminos, la utilización del lago Llanquihue y de los ríos como vías de comunicación con el exterior, más los contactos con familias radicadas en Alemania estimularon una prosperidad industrial que resulta sorprendente. “Si Chile hubiese tenido una decena de Valdivias, otro habría sido su crecimiento”, exclamaba Carlos Keller en 1931. A pesar de la carga ideológica de la frase, no deja de ser cierto que todos los observadores de las primeras décadas del siglo XX escriben acerca de la prosperidad de las industrias de Valdivia y Osorno, compuestas por cervecerías, curtidurías, destilerías de alcohol, carpinterías, mueblerías, tornerías, además de astilleros y empresas de navegación y de construcción. Patricio Bernedo señala que, desde una perspectiva regional, en Valdivia predominó el sector secundario por sobre el primario, generándose un modelo de crecimiento y desarrollo económico distinto al observado en la economía decimonónica del centro y del norte del país (Bernedo; 1999). Ese fue, probablemente, la mayor contribución alemana a esa etapa de la historia nacional, la introducción de un modelo de crecimiento y desarrollo basado en la industria, la agricultura de mediana y eficiente escala y un patrón de urbanización en el cual la belleza arquitectónica no ha estado ausente, bien por el contrario.
Aparte de ello, es evidente para cualquier observador que la cultura germana, en tanto y cuanto cultura de desarrollo, como se diría ahora, permeó en cierta medida la sociedad nacional generando un sentimiento de emulación positivo.
A principios de siglo XX, la ruina de las destilerías de la región austral se debió en gran medida a un impuesto adicional a los alcoholes de grado aplicado en 1902 para poner atajo al alcoholismo nacional, pero apoyado por los vitivinicultores de Chile Central. Al mismo tiempo, la falta de protección aduanera en favor del desarrollo de la industria de cueros en el país atentó contra el desarrollo de esta industria en Valdivia y Osorno. Otro factor de decadencia de este crecimiento económico fue la conexión ferroviaria con la línea longitudinal lo que permitió acortar tiempos y distancias con la zona central, lo cual definió una nueva especialización productiva regional, mas concentrada en el envío de cereales, carnes y lácteos a los mercados centrales. Se hicieron cada vez más importantes los molinos y las ferias ganaderas. En consecuencia, entre 1900 y 1920 cerraron la mayoría de las curtiembres, la totalidad de las destilerías y buena parte de las cervecerías que habían surgido en la segunda mitad del siglo XIX. De este modo, la construcción del ferrocarril permitió la integración efectiva de este territorio a los mercados nacionales, lo cual impulsó un dinamismo económico basado en el comercio de ganado y cereales. Al mismo tiempo el ferrocarril definió el desarrollo o la decadencia de los asentamientos que se habían formado en torno a las vías fluviales y generó nuevos asentamientos en torno a su trazado y a las estaciones de ferrocarril (Camus; 1997). Comentario aparte merece la incipiente industria siderúrgica instalada en el puerto de Corral, la salida al océano de la ciudad de Valdivia (Altos Hornos de Corral), la primera de su tipo en Chile, pero que no logró pasar de la tecnología del carbón de leña al carbón mineral y cerró sus puertas por los años treinta del Siglo XX.
No sin razón en Chile se dice popularmente que “los alemanes no se cuentan, se pesan”.