Sergio Boisier Etcheverry
Puede bajarse la tesis completa en PDF comprimido ZIP
(339 páginas, 2.01 Mb) pulsando aquí
Esta página muestra parte del texto pero sin formato.
Durante la década de los sesenta América Latina parecía un verdadero campo de batalla entre diversas corrientes ideológicas, el marxismo desde luego, el social– cristianismo, la social democracia, y también entre diversas interpretaciones del subdesarrollo, la “teoría” de la dependencia tanto en el ámbito marxista (Theotonio dos Santos, Rui Mauro Marini, André Gunder Frank) como no marxista (Fernando Enrique Cardozo, Enzo Faletto, Osvaldo Sunkel, y otros) y la teoría de la modernización social en el ámbito del estructuralismo de Prebisch, disputando con ellas probablemente el primer lugar de las preferencias. En esta última corriente liderada por el argentino Gino Germani (1962) militaba una buena parte del progresismo democrático latinoamericano. La escuela de la modernización social presentaba un atractivo diagnóstico del subdesarrollo latinoamericano, en parte centrando el análisis en la falta de integración interna de estos países. Sosteníase que el desarrollo estaba frenado por una serie de barreras estructurales, entre las cuales la tenencia de la tierra y la educación aparecían en primer lugar y que tales barreras impedían a estos países transitar hacia el desarrollo por el mismo sendero de progreso que habían recorrido los países industrializados (obsérvese la adhesión a la idea de un único camino al desarrollo) y que por tanto era necesario acometer una serie de reformas estructurales destinadas a remover estos escollos. La Conferencia de Punta del Este en 1961 fue la oportunidad para que Estados Unidos reaccionara frente a la potencial expansión de la Revolución Cubana legitimando esta postura estructuralista de la modernización y levantando, de paso, el veto ideológico a la planificación, otorgándole una categoría de fundamentum in re de la actuación reformista del Estado.
La ausencia de integración interna planteada por la teoría de la modernización social sería interpretada a través de tres lecturas: la falta de integración física interna (ausencia de vías de transporte), a todas luces evidente, la falta de integración económica interna (prevalencia de mercados locales y ausencia de un mercado nacional) y, la falta de integración socio–política (ausencia de una institucionalidad nacional, y de un marco valórico nacional). 10 Para corregir esta barrera estructural, considerada de elevada importancia, la propuesta planteaba la conveniencia de reemplazar la vieja geografía política interna, herencia colonial, por una nueva partición del territorio nacional: la regionalización. Así, la regionalización nacional y el establecimiento de regiones se convirtieron en un verdadero evangelio progresista y no hubo país–en América del Sur a lo menos–que se mantuviese inmune a esta prédica.
Si fuese necesario identificar a un solo país como ejemplo de la interacción de estas tres carencias de integración interna, Colombia sería el candidato obvio.
Enmarcada en este clima, la recién creada Oficina de Planificación Regional mostró una notable capacidad de atracción de jóvenes tecnócratas (algunos de ellos provenientes de la CORFO–la Corporación de Fomento a la Producción, el ente industrializador de Chile–– donde ya, como fue comentado, se trabajaba tímidamente en cuestiones regionales, y otros reclutados al efecto) que harían de la “planificación regional” un verdadero apostolado mesiánico y como estaban ubicados en el corazón (la Presidencia de la República) de un Estado enormemente presidencialista, no les resultó difícil convertirse en verdaderos burócratas “weberianos” racionales y capaces de convencer al Estado a favor de determinadas políticas públicas, (totalmente auto generadas ya que no respondían a ninguna demanda social estructurada y sin tener tampoco como propósito arbitrar algún conflicto social), en este caso políticas regionales, tarea tanto más sencilla al estar respaldados por dos de los más connotados especialistas mundiales en la materia: John Friedmann y Walter Stöhr.
John Friedmann había desarrollado una importante labor en Venezuela asesorando a la Corporación Venezolana de la Guayana (un órgano que podría llamarse un off spring de la TVA) y en ese país había conocido a Jorge Ahumada, una relación que probaría ser de primera importancia para Chile. Friedmann fue inicialmente contratado por la Fundación Ford (antes que Frei asumiera el gobierno) para evaluar un programa que la Fundación mantenía en Chile, ligado a la idea del desarrollo comunitario, un concepto muy signifricativo en la cultura norteamericana y también de primera línea en el corpus doctrinario de la democracia cristiana.
Friedmann enfatizó–en su informe–la necesidad de establecer un marco de autoreferencia territorial menor que la aparentemente distante referencia nacional a la patria, a fin de ayudar a elevar el nivel de consensualidad de la población, teniendo presente el importante paquete de reformas estructurales que se anunciaban y que requerían una sociedad menos desestructurada por clivages tales como la oposición rural/urbana y la oposición integrados/marginados, dos fracturas sociales identificadas por Friedmann.
Poco tiempo después la Fundación Ford invitó a Friedmann ha hacerse cargo de un nuevo programa de asistencia técnica, dirigido principalmente a apoyar las funciones de dos nuevos organismos: la Oficina de Planificación Nacional y el Ministerio de la Vivienda y Urbanismo. A su turno, Friedmann reclutó al economista austriaco Walter Stöhr, quien había sido responsable de preparar un plan de desarrollo para la zona austriaca bajo el control soviético. La tarea de ambos y de otros miembros de la Misión Ford fue determinante y extremadamente enriquecedora para el país.
La administración del Presidente Allende no alcanzó a introducir cambios significativos–más allá del discurso sobre ideologizado–en el quehacer de la planificación regional. Producto de esa experiencia es el primer libro de John Friedmann: Regional Development Planning. A Case Study of Venezuela, 1966, The MIT Press. La producción intelectual de Friedmann es enorme y fundacional al mismo tiempo.
En otros trabajos he hecho referencias más extensas al período de la Unidad Popular, pero ellas no alteran el juicio anotado más arriba.