Tesis doctorales de Economía


TERRITORIO, ESTADO Y SOCIEDAD EN CHILE. LA DIALÉCTICA DE LA DESCENTRALIZACIÓN: ENTRE LA GEOGRAFÍA Y LA GOBERNABILIDAD

Sergio Boisier Etcheverry


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1.8.3. Crecimiento y desarrollo: de la sinonimia a la diferencia

Desarrollo es una expresión de amplio contenido. Etimológicamente, proviene de desenrollar, o sea, desenvolver, desplegar algo. También se ha equiparado, en el pasado, con crecimiento; en otras ocasiones se le interpreta como progreso, entendido éste como un proceso histórico continuo y ascendente. Igualmente el desarrollo aparece como una estrategia de contención o modo de asegurarse zonas de influencia por parte de las grandes potencias, el Plan Marshall, y la Alianza para el Progreso ejemplifican esta visión.

Además de los antecedentes ideológicos lejanos y de su cooptación postbélica y postcolonial por parte de los países hegemónicos o centrales, también en la conceptualización del desarrollo confluyen otras corrientes de pensamiento y modos de concebirlo desde otras perspectivas históricas y geográficas.

Básicamente la idea de desarrollo se confundió con la de la modernización, identificadas ambas con un estilo de industrialización según los niveles de los países más ricos. Desarrollarse era aproximarse al estilo de vida de los países más poderosos.

Alcanzado ese nivel de crecimiento, automáticamente sus beneficios derramarían sobre los sectores más pobres mediante la filtración hacia abajo o derrame (trickling down). Pare ello había que hacer lo que habían hecho los países más desarrollados y recorrer necesariamente las llamadas “etapas de Rostow”: tradicional, transición, despegue, madurez, y consumo de masas. En esta visión ahistórica, mecanicista y economicista, alcanzar el desarrollo era una cuestión de tiempo. El modo de saber el grado de desarrollo de los países era midiendo su capacidad de producción. El PIB y el PIB per cápita fueron los elementos claves del análisis, si bien el PIB no indicaba nada, ya que Brasil mostraba un PIB mayor que el de Dinamarca y el PIB per cápita ocultaba sensibles diferencias en la distribución del ingreso.

América Latina será la fuente primaria de sendas revisiones a esta ortodoxia. El estructuralismo latinoamericano (Prebisch, Sunkel, Pinto, y otros) y la teoría de la dependencia (Cardozo, Faletto) en su versión no marxista y marxista (Franck, dos Santos, de Oliveira y otros) ofrecerán nuevas y atractivas interpretaciones, la mayor parte de las cuales fueron sepultadas por la historia.

Posteriormente aparecerá el desarrollo social y la satisfacción de las necesidades básicas como sinónimos de desarrollo y como contrarespuesta al liberalismo imperante a partir de los 70, se produce una abundante adjetivización del desarrollo–humano, sustentable, local, participativo, inclusivo, solidario, etc., que morigera, sin llegar a sustituir, al neoliberalismo. Más recientemente el desarrollo humano sustentado en las ideas de Sen, Ul Haq, y Jolly, ocupará el centro del estrado, haciendo hincapié en la expansión de las capacidades básicas y en la libertad como medidas del desarrollo. El desarrollo sostenible surge a partir de la Cumbre sobre la Tierra de 1992. Tímidamente comienza a abrirse paso la idea de un desarrollo territorial.

Una excelente síntesis de la evolución de la idea de desarrollo, con particular énfasis en los aportes latinoamericanos se encuentra en un trabajo de Nahón, Rodríguez y Schorr (2006) preparado para la FLACSO.

Crecimiento y desarrollo son–como se ha dejado entrever–dos conceptos, dos procesos y dos estados temporales estructuralmente distintos (no obstante la sinonimia inicial entre ellos a partir de los años 40), material el primero, intangible el segundo. Sin embargo no podría afirmarse que sean independientes, aunque acá se rechaza de plano una dependencia lineal, jerárquica del segundo con respecto del primero; claramente todavía no conocemos cuál es la forma de articulación entre ambos y puede plantearse la hipótesis de que tal relación sería dinámicamente compleja, como un rizo matemático (loop). En otra parte he dicho que sería espléndido llegar a probar empíricamente que la articulación temporal y dinámica entre ellos podría ser graficada mediante una figura similar a la del ADN: dos sinoidales entrelazadas, algo que sugeriría que en ciertos ciclos es evidentemente necesario crecer, alcanzar logros materiales, para desarrollarse, pero que en otros ciclos de tiempo, la relación sería inversa, es decir, habría que generar las condiciones psicosociales propias de un desarrollo para reestimular el crecimiento.

En seguida hay que apuntar que el desarrollo, siendo un logro intangible es también subjetivo. Hay que convenir en que la idea de desarrollo sólo existe en la mente de los seres humanos; deriva de la capacidad del lenguaje para establecer relaciones abstractas y simbólicas, porque el desarrollo es una abstracción, mejor dicho una utopía–plan, proyecto, doctrina o sistema halagüeño pero irrealizable según todo diccionario–y existe sólo en relación a la especie humana, debido a su capacidad para usar un lenguaje simbólico. Como el lenguaje está en la base de toda construcción cultural, se sigue que siempre el desarrollo es un proceso culturalmente dependiente tanto como histórica y territorialmente dependiente. No hay desarrollo del territorio en sí, no hay desarrollo de la materia, ni siquiera de otras especies vivas, animales o vegetales, que crecen, mueren, se transforman incluso, pero de acuerdo a un programa establecido en su respectivo nicho ecológico o debido a mutaciones aleatorias. Pero nadie sino las personas humanas piensan y construyen su futuro.

Claramente no es aceptable, ni ética ni científicamente, la postura denominada en inglés como “trickling down” o sea, que el crecimiento precede necesariamente al desarrollo y que éste sería algo así como un “goteo” o “chorreo” del primero.

Esto tiene como consecuencia el poder sostener que el desarrollo es el resultado de un proceso de proalimentación de refuerzo en un sistema social, es decir, en el lenguaje popular, es el resultado de una profesía autocumplida que requiere en sí misma una actitud mental positiva, sin espacio para anomias colectivas. 60 Todavía hay que agregar que el desarrollo, ya definido a priori como un proceso endógeno, requiere precisamente que se despliegue su propia capacidad endógena. La propiedad de “endogeneidad” asignada al desarrollo se expresa en cuatro planos que deben ser potenciados y articulados entre sí.

Primero, endogeneidad significa una capacidad creciente de autonomía del territorio para hacer sus propias opciones de desarrollo, eligiendo, por ejemplo, un estilo acorde con sus tradiciones, con su cultura o, simplemente con una modalidad de desarrollo “inventada” colectivamente. Esta creciente autonomía es del todo inseparable de un proceso también creciente de descentralización, lo que lleva de inmediato a sostener que un desarrollo bien entendido es necesariamente descentralizado. Ya se analizó precedentemente que el grado específico de descentralización de un territorio es el resultado del cruce de una oferta descentralizadora hecha desde el Estado y de una demanda de descentralización planteada por el territorio socialmente organizado.

Segundo, endogeneidad significa una capacidad también creciente del territorio para apropiarse de una parte del excedente económico allí generado, para ser reinvertido localmente, con un doble propósito: otorgar sostenibilidad al propio crecimiento al alimentarlo permanente con un flujo de inversiones financiadas con el excedente, y al mismo tiempo introducir una paulatina diversificación de la base material del territorio a fin de tornarlo menos vulnerable a fluctuaciones bruscas de la demanda–harina de pescado en la Región de Tarapacá, salmones en la Región de Los Lagos o manzanas en la Región del Maule por ejemplo–y con el propósito de introducir también multiplicadores aprovechando la densificación de la matriz intersectorial. Hay que señalar que no importa si el excedente 61 es retenido y reinvertido por el sector privado o por el sector público, una cuestión claramente secundaria, y que se dirime en otros ámbitos, y también hay que llamar la atención acerca de la necesidad de contar con un banco de proyectos que facilite la reinversión. Tercero, la endogeneidad significa que el territorio debe tener una capacidad para generar innovaciones tales que provoquen cambios estructurales en él mismo, no sólo ampliación de escala. Esto supone la existencia de un sistema local de ciencia y tecnología, cuestión no menor por cierto. Cuando se dice “sistema” en este caso se está hablando de una fuerte articulación en lo que tiempo atrás Jorge Sábato describía como el triángulo de la innovación: centros de I&D, organizaciones productivas, gobierno, un triángulo en el cual la circulación de personas entre sus tres vértices es fundamental.

Cuando todos creen que las cosas están marchando “bien”, las cosas marchan bien, y a la inversa. No es compatible el desarrollo con el pesimismo social.

Impuestos y utilidades.

Como es obvio, la reciente discusión en Chile acerca de un “royalty” a la gran minería del cobre encaja en esta situación.

Cuarto, la endogeneidad significa la existencia de una cultura territorial generadora de una identidad que asocia el ser colectivo con el territorio. Como ejemplo al pasar, la Región de Tarapacá, en el extremo norte de Chile, se encuentra muy bien posicionada a este respecto, con sus dos grandes ejes culturales: el ancestro altiplánico aymara/quechua, y la historia del salitre que tiene por vértice a la ciudad de Iquique.

De esta manera la capacidad endógena de un territorio se encuentra en un espacio delimitado por cuatro planos: político, económico, científico, cultural (Vázquez Barquero; 1993 y 1999).

Finalmente, el desarrollo como emergencia sistémica depende estrechamente de los subsistemas generadores de la complejidad del sistema. Este será de ahora en adelante el tema central de estas líneas, de evidente carácter epistemológico y metodológico, pero que encuentra en esta sección su espacio más adecuado.

Las propiedades emergentes son una consecuencia de la complejidad y la complejidad es el resultado de la diversidad (multiplicidad de elementos o–mejor todavía– de subsistemas que están “dentro” del sistema en cuestión, “dentro” del territorio en este caso). En un sentido amplio las propiedades emergentes se definen como fenómenos culturales y sociales que emergen de las interacciones e intercambios entre los miembros de un sistema social.

Algunos ejemplos en esta perspectiva son los roles grupales, normas, valores, fines, entendimientos, experiencias compartidas, vocabularios compartidos, etc. “Las propiedades de la globalidad pueden emerger de la comunicación del sistema consigo mismo en función de su intencionalidad o finalidad, o emanar de sus relaciones con el entorno” señala Nieto de Alba (1998).

Otra definición apunta que las propiedades emergentes son las características funcionales inherentes a un objeto agregado. Son esenciales a su existencia–sin ellas, no existe el objeto agregado. Más formalmente, una propiedad emergente es una característica funcional única de un objeto agregado que ‘emerge’ de la naturaleza de sus partes componentes y de las relaciones forzadas que se han formado para atarlas en su conjunto.

Esta característica funcional es propia del agregado y no se puede encontrar en sus partes.

Una región no es la suma de provincias o de sectores.

Mario Bunge (op.cit.) define el concepto de propiedad emergente diciendo: “Decir que P es una propiedad emergente de los sistemas de clase K es la versión abreviada de–P es una propiedad global (o colectiva o no distributiva) de un sistema de clase K, ninguno de cuyos componentes o precursores posee P–”.

La literatura sobre este tema es en extremo abundante. Dos referencias particularmente relevantes son el texto de José Luis Alonso y Ricardo Méndez (2000) y el libro de Patricio Bianchi y Lee. M. Millar, Innovación y territorio, (1999). En el ámbito nacional chileno hay que mencionar trabajos de Cecilia Montero, de Verónica Silva, de Claudio Rojas, entre otros.

Se ha atribuido, creo, a Illia Prigogine, apuntar a la paradoja derivada del hecho de que vivimos en un mundo de propiedades emergentes, sin darnos cuenta de ello y sin entender nada de ellas. Fenómenos tan convivenciales como la inteligencia, la conciencia, nuestra visión tridimensional, el amor, la vida, el arcoiris, la humedad del agua, la capacidad de mostrar el paso del tiempo del reloj, una “jam session”, etc., etc., son todas propiedades emergentes de sendos sistemas que alcanzan determinados niveles de complejidad.

He utilizado con frecuencia, con fines pedagógicos, un ejemplo muy sencillo que permite entender este concepto. Se refiere a una moda de hace algunos años consistente en la preparación de unos muy coloridos cuadros formados por una enorme cantidad de puntos multicolores (algo parecido al impresionismo en pintura) que debían ser mirados de una cierta manera para ver emerger una figura. Obsérvese que una mirada analítica o segmentada no producía el efecto buscado, sólo lo generaba una suerte de mirada holística.

Charles Gershenson (2001) dice que podemos definir como niveles de abstracción a los niveles donde podemos identificar un sistema simple (sin propiedades emergentes porque el sistema es compuesto por un elemento el cual no interactúa con otros. Todas las propiedades del sistema las posee también como elemento único del sistema). Al empezar a interactuar diversos sistemas simples, se empiezan a formar sistemas más y más complejos, hasta que la ciencia actual no puede predecir computacionalmente el comportamiento del sistema. A este fenómeno se le conoce como complejidad emergente. Pero después, dentro de un sistema empieza a haber regularidades, se autoorganiza, y al percibir de nuevo fenómenos repetitivos, podemos asociarlos a un concepto, nombrarlos, describirlos, y comprenderlos, porque el sistema resultante se ha hecho simple, debido a una simplicidad emergente. Y al interactuar los sistemas simples vuelven a presentar complejidad emergente y así sucesivamente.

Los sistemas complejos explican cómo es que se pueden formar propiedades y fenómenos nuevos (emergentes), al interactuar los elementos de un sistema. Estas propiedades no salen de la nada por el hecho de no estar en los elementos. Salen de las interacciones entre ellos. De esta forma se puede explicar la mente emergiendo de muchas interacciones a distintos niveles: entre las neuronas del sistema nervioso, entre el individuo y su mundo, entre distintos individuos, entre el individuo y su sociedad y entre el individuo y su cultura. Acá se entra al campo de la variedad, (complejidad) que el físico Murray Gell–Mann clasifica en complejidad rudimentaria o algorítmica, de carácter aleatorio y en consecuencia no comprimible y la complejidad efectiva que tiene relación con los aspectos no aleatorios de una estructura o de un proceso.

La variedad es la medida de la complejidad de un sistema. El número de estados que puede producir un sistema es una medida de su variedad y por tanto de su complejidad. En un caso muy simple, el refrigerador doméstico sólo puede producir dos estados: frío y no frío; en consecuencia su variedad y su complejidad es mínima, sólo dos.

Una organización compuesta por muchos elementos, personas por ejemplo, puede producir una cantidad tan grande de posibles estados que la predicción del comportamiento del sistema se haga imposible, casi caótica, amenazando la propia existencia del sistema.

Esto significa que los sistemas muy variados y en consecuencia muy complejos, como puede ser una sociedad regional deben ser organizados, dotados de formas de regulación que permitan un grado posible de predicción de su conducta. O sea que organizar implica siempre controlar, en el sentido de disponer de una capacidad para prever el comportamiento del sistema sin importar su grado de diversidad o complejidad. Este razonamiento se encuentra en la base de la Ley de la Variedad Necesaria de Ashby.

Hay tres maneras de enfrentar el problema de controlar un sistema. Se puede reducir la variedad, mediante mecanismos reductores que disminuyan las interacciones entre los elementos del sistema, que reduzcan los estados posibles. Estos reductores, en los sistemas sociales, son normas, valores, costumbres, leyes, pautas culturales, etc. Se puede, alternativamente, amplificar la variedad, aumentando la diversidad del sistema, aumentando la autonomía de sus elementos y la complejidad de ellos, hasta equiparar la complejidad del sistema con la del entorno. Hay que notar que esta segunda posibilidad, la ampliación permanente, puede llevar a situaciones prácticas imposibles de manejar, por tanto la reducción de la variedad o de la complejidad del entorno acompañada de un aumento de la variedad o complejidad del sistema es la forma adecuada de evitar el caos.

Hay una tercera manera de tratar la cuestión del control del sistema: absorber la variedad.

Se dice que en Occidente se usa como método tradicional de control la reducción de la complejidad, en tanto que en China se usa la absorción de la complejidad, todo ello debido a patrones culturales diferentes.

Estas cuestiones parecen demasiado abstractas y alejadas de los problemas concretos del desarrollo de un territorio. No obstante, la globalización, a través de la apertura económica que produce en países y regiones, coloca a los territorios en una relación muy peligrosa con lo que pasa a ser su nuevo entorno: el mundo, que, visto como un sistema naturalmente mayor que cualquier país o región, presenta un grado de complejidad infinitamente mayor que obliga a los sistemas menores a aumentar su complejidad o a reducir la complejidad del entorno o a hacer ambas cosas simultáneamente a fin de evitar su desaparición por “inmersión”. En otras palabras, el aumento de la complejidad se transformará en una pieza maestra de toda estrategia territorial de desarrollo. Este tema, la complejidad del sistema y de su entorno, constituyó una de las preocupaciones principales de Niklas Luhmann (1997), quien afirmó que: “hay que distinguir entre el entorno de un sistema y los sistemas en el entorno”. Para muchos territorios la globalización puede ser tan amenazante, metafóricamente, como la llama de la lámpara lo es a la mariposa nocturna... ¡si la aproximación es poco inteligente! Según lo expresa David Byrne (1998), la complejidad sistémica no sólo pone en relieve la no linealidad de los procesos reales (por oposición a los modelos matemáticos); además, los procesos reales se muestran en forma evolutiva. Esto significa que estamos tratando con procesos (y con un proceso en especial: el desarrollo) que son fundamentalmente históricos. No son temporalmente reversibles y esto resulta de particular interés precisamente en el desarrollo, como es fácil de entender, ya que una vez que una sociedad se “coloca” en el sendero virtuoso del desarrollo difícilmente experimentará una regresión.

“La física de Newton nos habla de trayectorias que pueden ser expresadas por medio de ecuaciones. Conocidas las condiciones iniciales, tales trayectorias son predecibles y reversibles....En esas ecuaciones el tiempo no existe...La evolución biológica por el contrario es un proceso irreversible” (Arsuaga y Martínez; 2001:331).

Lo mismo sucede con el desarrollo, que en el lenguaje de la teoría del caos, parece ser un “atractor”, pero entendido este concepto no en forma estática, sino más bien como una “sendero” dinámico. Así como el paradigma positivista, fuertemente newtoniano, abrió espacios a modelos políticos, económicos y sociales basados en un tiempo reversible, el nuevo paradigma de la complejidad, operando con un tiempo irreversible, deberá generar modelos sociales y económicos congruentes, entre ellos, modelos de desarrollo, a cuya búsqueda andamos.

Entonces el desarrollo tiene que ver con la complejidad del sistema territorial, con los subsistemas reconocibles en su interior. ¿Cuáles podrían ser en una primera aproximación tales subsistemas? Se sugiere considerar seis y, como de inicio se afirmó que en la sociedad del conocimiento (y de la ética) hay que entender la ligazón del desarrollo con su propia axiología, el primero de estos subsistemas será el conjunto de valores que conforman esta axiología, esto es, el subsistema axiológico.

Es necesario, al hablar de desarrollo en un territorio (nación, región, etc.) distinguir entre un cierto número de valores universales, como libertad, democracia, justicia, paz, solidaridad, igualdad (o equidad o ausencia de discriminación), ética, estética, heterogeneidad, y alteridad, sin los cuales es impensable el desarrollo en general, y otro número de valores singulares, propios del territorio en cuestión, que son los valores que confieren una identidad, la que unifica hacia adentro y distingue y separa hacia afuera; sin este segundo conjunto no será posible conformar una fuerte comunidad imaginada que haga del propio territorio el principal referente identitario de la gente y que viabilice la cooperación y solidaridad interna porque, “aunque no nos conocemos personalmente, somos del mismo lugar”, que es el sentido que Benedict Anderson (1997) dio a su concepto de comunidad imaginada. Cuando se habla de valores, hoy, en la contemporaneidad, se alude a nombres como John Rawls (justicia), Amartya Sen (igualdad), Denis Goulet (ética), Emanuel Levinas (alteridad u otredad) y otros.

Los valores universales más comunes son: libertad, justicia, democracia, ética, solidaridad, estética, y variedad (heterogeneidad). Los valores singulares que emanan de la relación básica entre la sociedad y el territorio, son los que definen la identidad y por tanto se definen casuísticamente.

Los actores, individuales, corporativos, colectivos, públicos y privados, configuran un segundo subsistema, el subsistema decisional, siendo precisamente los actores los portadores del desarrollo. Como se ha señalado en oportunidades anteriores, no resulta suficiente apelar a los actores en un sentido meramente abstracto; es necesario rescatar de entre ellos los verdaderos agentes de desarrollo, actores portadores de proyectos, con poder efectivo como para incidir en el curso de los acontecimientos, los que deben ser identificados con exactitud a fin de convocarlos en los momentos oportunos 65 (en la complejidad los agentes son elementos capaces de determinar su propio comportamiento).

Ningún ejemplo mejor que los otrora famosos “modelos gravitacionales” de Walter Isard y la Escuela de Ciencia Regional de la Universidad. de Pennsylvania, donde no pocos de nosotros nos formamos.

Se trata de conocerlos, con nombre, apellido, dirección, inserción en el tejido social, etc. a fin de configurar una lista ordenada de ellos según su dotación de poder. Hay que recordar que, dejando de lado situaciones revolucionarias, una activación del desarrollo sólo tiene éxito si se hace con el poder existente nuevo escenario contextual de la globalización, como se hace, a veces, regularmente a nivel nacional. 70 Como puede apreciarse, administrar es, ahora, más complejo que en el pasado.

Hay actores/agentes individuales que deben ser identificados en forma específica y evaluados en función del poder que detentan, sea por riqueza, por inserción en la malla de organizaciones sociales, por ubicación política o por otras causas. Se trata de llegar a conocer la familia del poder para así disponer de la información de entrada para el proceso de conversación y participación. Además, hay actores corporativos y también actores colectivods (movimientos sociales).

Las organizaciones, públicas y privadas, conforman un tercer subsistema organizacional. Los elementos de este conjunto incluyen objetos, propiedades, y conductas. Quiero decir que no sólo interesa un catastro de las organizaciones que operan en el territorio (que serían los objetos), sino que fundamentalmente interesa la evaluación de sus propiedades o características, en relación a la contemporaneidad. Esto se refiere a la velocidad de sus procesos de decisión, a la flexibilidad de respuesta a la cambiante demanda del entorno, a su maleabilidad, a su resiliencia, a su identidad con el propio territorio y, sobre todo, a su inteligencia organizacional (las propiedades); finalmente interesa también establecer el patrón de relaciones inter organizacionales a fin de evaluar el clima de cooperación o de conflicto entre ellas (las conductas).

Un mismo software–ELITE–desarrollado inicialmente en el ILPES bajo la dirección de quién escribe permite, además de la identificación de actores/agentes, evaluar lo que se denomina como el patrón de relaciones inter organizacionales, el que provee de una idea relativamente precisa acerca del “clima” socio–organizacional que puede viabilizar u obstaculizar una propuesta.

Los procedimientos, el conjunto de modalidades mediante las cuales el gobierno local gobierna, administra, informa, y posiciona en el entorno a su propio territorio, definen un cuarto subsistema procedimental. Algo más adelante se discutirá el verdadero sentido de “hacer gobierno”; por el momento hay que señalar que “administrar” es un procedimiento de rutina que conecta al gobierno con la población en el día a día mediante la prestación de servicios y es también un procedimiento para asignar recursos, una vez que los fines han sido establecidos.

Por otro lado y ello resulta muy importante en el marco de la Sociedad del Conocimiento y de la Información, los actores sociales se sienten ahora abrumados por la velocidad, la masividad y la entropía de la información contemporánea, una cuestión que los empuja a asumir posiciones conservadoras en lo económico debido a la creciente incertidumbre y a los elevados costos de transacción; nadie sino el propio gobierno local puede asumir la tarea de recoger este flujo de información, reestructurándolo ordenadamente en función de los propios objetivos societales (que se están formulando al mismo tiempo) para devolverlo de esa manera a sus potenciales usuarios, reduciendo los costos de transacción, la incertidumbre y la asimetría. Del mismo modo, nadie sino el gobierno puede encabezar la tarea permanente para posicionar al territorio en cuestión en el y no contra él y, al contrario de lo que sugeriría un análisis superficial e ideologizado, esto no plantea una situación conservadora; más bien plantea el desafío de la asociatividad y de juegos de suma abierta.

El software ELITE creado y distribuido por el ILPES permite realizar esta tarea. El CDROM es gratuito y contiene procedimientos y conceptos.

En el sentido que Sommer otorga a este concepto, como “sinergias con propósito”.

Capacidad para adaptar su propia estructura al entorno.

Hay que recordar aquello de que “la administración hace las cosas adecuadamente y la lideranza hace las cosas adecuadas”.

La acumulación o el capital económico configura un quinto subsistema de acumulación obvio, pero con la observación hecha más atrás en el sentido que sin negar la importancia de la articulación entre los procesos de crecimiento y de desarrollo, se niega una relación lineal jerárquica o cualquier planteamiento simplista y se sostiene una complejidad desconocida de tal articulación. Pero resulta obvio que por intangible que sea el desarrollo, varios aspectos de tal intangibilidad requieren una base material sólida y en expansión. Sin un adecuado flujo de inversión neta eficientemente aplicada no puede sostenerse en el largo plazo una práctica de desarrollo. Una cuestión importante ya discutida pero bueno tener nuevamente presente es que en el contexto de la globalización, con la extraordinaria movilidad de los factores productivos, principalmente capital financiero y tecnología, los territorios tienen, como se mostró más atrás, escasa endogeneidad, y más bien, desde el punto de vista de las decisiones que determinan la conducta de los factores de crecimiento en espacios subnacionales (capital, tecnología, capital humano, proyecto nacional, política económica, demanda externa), el crecimiento se muestra como exógeno y ello determina culturas gubernamentales hacia estos factores distintas de las del pasado. Como se dijo, los gobiernos deben ahora ser profundamente proactivos.

Intencionadamente ha sido dejado en el sexto y último lugar el sub–sistema más importante, si es que aceptamos la naturaleza intangible del desarrollo como proceso y como estado temporal. Se trata de los capitales intangibles, que dan forma al subsistema subliminal, un amplio conjunto de factores específicos que pueden ser agrupados en categorías relativamente homogéneas internamente y cuya importancia no sólo es crecientemente reconocida sino que deriva de la lógica más elemental; en efecto, si se admite el carácter intangible, subjetivo e incluso asintótico del desarrollo (en relación a un imaginario eje de su propia realización), preciso será reconocer que los factores causales o variables independientes deben tener la misma dimensión, porque está claro que no existe la alquimia capaz de transformar el plomo en oro. Puesto en blanco y negro: el desarrollo no es causado por la inversión material, sino por acciones que potencian fenómenos que se encuentran preferentemente en el ámbito de la psicología social, aunque, según Alain Peyrefitte (1997:28): “Nos resulta difícil aceptar que nuestra manera de pensar o de comportarnos colectivamente pueda tener efectos materiales. Preferimos explicar la materia por la materia, no por la manera”.

Estos capitales intangibles son en general de una naturaleza tal que espantan a los economistas, puesto que su stock aumenta a medida que se usan, es decir, se comportan exactamente al revés de los recursos descritos en la teoría económica. Hace más de cuatro décadas que Albert Hirschmann esbozó una idea semejante al hablar de los “recursos morales” y por cierto, algunos de estos capitales intangibles están a la moda, como es el caso del capital social. Este autor (Boisier; 2001) ha propuesto diez categorías: capital cognitivo, capital simbólico, capital cultural, capital social, capital cívico, capital institucional, capital psicosocial, capital humano, capital mediático, y, el más importante en el planteamiento desarrollado en estas páginas, capital sinergético. Nombres tales como Bourdieu, Putnam, North, Williamson, Schultz, Fukuyama, Montero, Becker, Coleman, Hirschmann, y muchos otros se encuentran detrás de estos conceptos.

A través de organismos especializados como la agencia gubernamental PROCHILE en el caso de Chile y tanta otras en distintos países.

Un ejemplo inmediato y sencillo es la solidaridad.

Lamentablemente, no es posible en el espacio de una tesis doctoral entrar a un análisis detallado de estos capitales, aún cuando, hay que repetirlo, se trata de la categoría más importante en este contexto.

Lo que se tiene entre manos a estas alturas es, figuradamente, un “hexágono del desarrollo”. Aquí es donde hay que establecer sinapsis, crear sinergía e introducir energía.

La sinapsis (del griego “enlace”) es el contacto sin fusión entre el cilindro eje de una neurona y el cuerpo celular o las dendritas de otra a cuyo nivel se transmite el impulso nervioso de una a otra célula. Se trata, aparentemente, de una transmisión química, eléctrica, e informacional. La inteligencia parece ser una función directa de la densidad de la sinapsis cerebral; se evalúa en aproximadamente cien mil millones el número de neuronas en un cerebro humano, aunque cada neurona tiene sólo unos 10.000 contactos con otras neuronas y estos contactos no son continuos, sino intermitentes según lo expresa Charles Francois. La inteligencia es considerada una propiedad emergente de la sinapsis neuronal.

Es interesante este punto. El mismo autor recién citado ha explorado la analogía entre la sinapsis neuronal y la globalización señalando que: “En sí misma, la globalización aporta propiedades emergentes, que resultan de las interacciones que transforman una colección de elementos incoordinados en un sistema coherente y funcional. Este aporte emergente resulta de las sinergias que se producen al entrar en contacto elementos anteriormente inconexos”.

En un trabajo sobre descentralización presentado a un seminario internacional realizado en Medellín (Colombia) este autor utilizó una variante del título del magnífico film de Stanley Kubrick originado en una novela de Arthur Clarke, 2001: La Odisea del Espacio, para narrar “La Odisea del desarrollo territorial de América Latina” a partir de esa fantástica metáfora antropológica del inicio del film en que se describe cómo los primates de una tribu se transforman súbitamente en homo sapiens al tocar el extraño monolito basáltico y al producirse en sus cerebros (supongo que ese era el mensaje) una sinapsis gigantesca e inmediata.

En verdad se está diciendo simplemente que el desarrollo depende de la interacción, esto es, de la conectividad y de la interactividad entre varios (muchos) factores y procesos de menor escala, (de escala “local” en el lenguaje de la complejidad), por ejemplo, de una cultura (ya se verá cuáles son las implicaciones de ella), de relaciones de confianza, del papel de las instituciones, de la justicia, de la libertad, del conocimiento socializado en una comunidad, del conocimiento y de las destrezas “incrustadas” en las personas, de la salud, de los sentimientos y de las emociones que acotan y direccionan una supuesta racionalidad instrumental, de la autoconfianza, de elementos simbólicos que constituyen formas de poder, etc., etc.

El concepto de sinapsis da cuenta de lo anterior. Pero al igual con lo que sucede en el cerebro para que la inteligencia aparezca como “emergente”, no basta un elevado número de conexiones binarias, se requiere que se construya paulatinamente una red de alta densidad, una verdadera “maraña” de conexiones a través de las cuales fluya información.

¿Sinergía? Eric Sommer (1996) define el concepto de sinergía como “un sistema de interacciones entre dos o más actores o centros de acción”. Cualquier conjunto de dos o más seres interactuantes puede ser considerado como sinergía. La sinergía surge cuando dos seres interactúan o trabajan juntos de cualquier manera y por cualquiera razón. Para que surja una sinergía no se requiere un propósito común. Siempre de acuerdo a Sommer, la sinergía que envuelve un propósito común es una clase especial que se conoce como “organismo” u “organización”.

La sinergía incluye un conjunto de seres. Cada uno de estos seres aporta su particular carácter a las interacciones sinérgicas. Estos caracteres que los seres aportan a sus interacciones en la sinergía incluyen todas sus potencialidades y disponibilidades, incluyendo sus experiencias, creencias y objetivos que son parte de sus cosmovisiones.

Además de los seres y de sus cosmovisiones, la sinergía también contiene las interacciones y los patrones interactivos desarrollados entre estos seres. Finalmente, la sinergía incluye los particulares usos que sus participantes hacen de los otros, como medios o como instrumentos. Los participantes en la sinergía se sirven unos a otros como instrumentos o medios toda vez que ellos funcionan como mediadores o medios mediante los cuales otros participantes en la sinergía interactúan entre sí. Señala Sommer que: “una organización o un organismo es ‘una sinergia con un propósito común’. Por ‘organización’ u ‘organismo’ quiero decir un conjunto de seres coadaptados y coordinados para alcanzar un objetivo común. ‘Organizar’ es, entonces, el acto o el proceso de coordinar y coadaptar un conjunto de participantes para el logro de un propósito común”.

Seminario Internacional Los estudios regionales en Antioquia, Medellín, 6 y 7 de Junio de 2002. El documento se titula “2001: La Odisea del desarrollo territorial en América Latina” y forma parte de un libro con igual título que el Seminario, publicado en el año 2004 por el Consorcio de Estudios Regionales en Antioquia.

Esta coordinación, diríase, este consenso social, se logra en un contexto sinérgico mediante la introducción de energía en él. Energía que puede ser de naturaleza muy variada: el sentimiento patrio y nacional en una confrontación bélica, la solidaridad en una situación de catástrofe, la promesa de una satisfacción lúdica en un juego, la recompensa material o inmaterial en otras situaciones, un “logro–n” (n–achievement) à la McClleland, etc.

Aquí es preciso introducir el concepto de sinergía cognitiva desarrollado un par de años atrás en el marco de un experimento de desarrollo regional participativo. Se ha definido la sinergía cognitiva (Boisier; 2000) como la capacidad colectiva para realizar acciones en común sobre la base de una misma interpretación de la realidad y de sus posibilidades de cambio. Es decir, se habla de una energía externa bajo la forma de un marco cognitivo que es asumido por los participantes en la sinergía y este marco cognitivo enlaza las posibilidades de acción con un conocimiento actual, contemporáneo, es decir, enlaza la acción con el conocimiento propio de la sociedad del conocimiento. Una cuestión de la mayor importancia porque ahora la estimulación del desarrollo en cualquier parte requiere de intensos insumos cognitivos nuevos. Las relaciones entre la gestión territorial y el conocimiento propio de la Sociedad del Conocimiento han sido exploradas en profundidad por este autor recientemente en otro documento. Este concepto (sinergia cognitiva) puede ser entendido como negentropía.

Como esta situación no se puede lograr mediante procedimientos pedagógicos tradicionales (no se trata de dictar “cursos” a los agentes sociales, si bien ello puede ser recomendable en otro momento), la única forma de generar esta sinergía cognitiva es mediante la instalación de procesos de conversaciones sociales profesionalmente estructuradas, de manera que toda la cuestión termina por enmarcarse precisamente en el paradigma constructivista y en el uso del lenguaje, la palabra y el discurso, para crear actores y proyectos.

Precisamente sobre esto Gershenson anota que al formarse sociedades, para lograr fines comunes (organizaciones diría Sommer), se desarrollan medios de comunicación: lenguajes. Para que haya lenguaje, ya debe haber ciertas construcciones conceptuales. Los conceptos se forman simplemente al repetirse una experiencia y cuando se tiene un lenguaje se le puede asignar un nombre al concepto. Los conceptos pueden hacerse más y más abstractos y el lenguaje permite que ellos sean transmitidos y discutidos. El lenguaje permite que los conceptos sobrevivan a través de generaciones evolucionando al mismo tiempo. Estos conceptos representan conocimiento y es la acumulación de conocimiento lo que da origen a la cultura.

El procedimiento denominado como conversaciones sociales busca precisamente generar un lenguaje a partir de ciertas construcciones conceptuales (hipótesis sobre el crecimiento y el desarrollo en el territorio) y este lenguaje se traducirá en un conocimiento socializado sobre la naturaleza (estructura y dinámica) de los procesos recién mencionados, conocimiento que a su vez jugará un papel de poder simbólico a favor de quien lo detenta y lo exhibe.

Que en último término debe traducirse en generar poder social, ya que “el poder surge entre los hombres cuando éstos actúan unidos” según lo afirmase Hanna Arendt.

Sobre la noción de conversaciones sociales en relación al desarrollo es importante revisar algunos trabajos del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), en particular los varios informes sobre El Desarrollo Humano en Chile.

El diálogo, ubicado en el centro mismo de toda conversación social, es, en sí mismo, un tipo especial de conversación. El diálogo trata de la emergencia: del nacimiento de nuevos significados y compromisos. El diálogo es la herramienta que permite explorar el espacio de posibilidades. Para generar un diálogo exitoso, que produzca emergencia, hay que atenerse a tres reglas básicas: 1) respetar a la persona que “mantiene el contexto” en cualquier momento del diálogo; 2) suprimir la tendencia a juzgar o peor, a prejuzgar; 3) considerar todos los puntos de vista igualmente válidos.

Puede observarse que en forma paulatina comienzan a delinearse tareas específicas que habría que instalar o potenciar en un territorio para que el desarrollo emerja: primero, introducir complejidad en el sistema territorial (región, provincia, comuna, o lo que sea), por ejemplo ampliando la variedad de actividades y organizaciones, dotar a las instituciones de elevada jerarquía (autonomía decisional) que las capaciten para establecer regulaciones, estimular una creciente división del trabajo (y aceptar la incertidumbre asociada), ampliar la malla de conexiones, incrementar el flujo interactivo, aumentar la proporción de operaciones (de cualquier clase, financieras, comerciales, tecnológicas, etc.) que tengan su inicio y/o su término dentro y/o fuera del sistema; segundo, favorecer la sinapsis, es decir la transmisión de información entre los componentes sistémicos mediante la conformación de redes y mediante el uso de los medios tradicionales de difusión de la información (estimular la densificación de la mass–media); tercero, introducir al sistema energía exógena como por ejemplo, conocimiento, y potenciar la energía endógena (socialización del conocimiento tácito, autoestima colectiva, autoconfianza, etc.).

Acerca de los valores, hay que decir que para transformarlos en elementos activos del desarrollo no basta una declaración de adhesión. Se necesita por un lado, investigación histórica y rescate para sacar a luz los valores singulares del territorio en cuestión y se necesita un discurso permanente para mantener viva la adhesión a los valores universales y singulares. ¿Qué proporción, por ejemplo, de la población de la Región del Maule (Chile) declara su apego a la valorización de la alteridad, o sea, de la diferencia, y del “otro” o “no–yo”? ¿Qué significa para esta misma población el ser “maulino”, o la “maulinidad” como valor? ¿Qué significa ser “paisa” en Colombia, o sea, originario de Antioquia?, ¿Qué significa ser ariqueño, o iquiqueño en Chile o cordobés en Argentina? Nada de esto puede suponerse como dato del problema; se trata de variables a crear y/o rescatar y reforzar. Sin valores no hay ni región ni desarrollo. La importancia del sistema de educación y de los medios de comunicación social y también de las universidades o centros de investigación parece clara y entre estos elementos hay que introducir articulaciones sinápticas, aunque sean binarias al comienzo.

Si no existen, hay que admitir que no existe una verdadera región, como territorio organizado capaz potencialmente de desarrollarse endógenamente, sólo existe un recorte territorial, al cual arbitrariamente se llama región. Siendo ese el caso ni siquiera se necesita un gobierno, ya que no hay nada, no hay una sociedad ni una comunidad que gobernar, sólo existe un conglomerado de seres humanos y recursos, y por tanto sólo se necesita un órgano de administración que perfectamente puede ser sólo desconcentrado, como en Chile.

Sobre los actores ya se señaló que el trabajo con los actores requiere bajar de lo abstracto a lo concreto, descubriendo a los agentes y a su poder relativo (en el ILPES se desarrolló años atrás una metodología, simple, pero potente, basada en un sociograma y conocida como el software ELITE, para identificar al conjunto de agentes con poder, ordenándolos en forma relativa, como ya fue mencionado más atrás). Hay que inducir a los actores individuales a agruparse según intereses comunes, a los corporativos a federarse, y a los colectivos a hacer suyo un discurso supra–sectorial actualizado y moderno sobre el desarrollo.

En relación a las organizaciones hay que recordar que en torno a ellas se construye principalmente la asociatividad, una forma de sinapsis clave en el contexto actual de la globalización y de la sociedad del conocimiento. La asociatividad admite varias lecturas: entre el sector público y el privado (para construir “partenariado”), entre empresas, gobierno, y el mundo de la investigación científica y tecnológica para posibilitar procesos de aprendizaje colectivo e innovación, entre empresas y cadenas de valor para generar agrupaciones o clusters, y entre territorios mismos para dar origen a regiones asociativas y regiones virtuales.

En torno a los procedimientos (gobierno, administración, información, posicionamiento) la tarea consiste en ligar estrechamente los procesos de modernización en las cuatro áreas señaladas (por ejemplo, la informatización del gobierno debe servir para proveer una mejor prestación de servicios, también para “colocar” al territorio en el “mapa de la globalización”, el mejor manejo de la información a su vez debe ser puesto al servicio directo de la función de gobierno así como de la promoción, y así por delante).

Para atraer capital transformando el territorio en un territorio competitivo hacia adentro, es decir con capacidad de atraer justamente capital y tecnología, hay que desarrollar un trabajo profesional y sistemático vinculado a la creación de una imagen corporativa, un logo, y una idea fuerza, conceptos muy arraigados en la retórica aristotélica. Esta tarea se apoya en la cultura y en el propio proyecto de desarrollo, combina pasado y futuro; además, requiere de conocimiento científico sobre una serie de cuestiones, como por ejemplo, los requerimientos locacionales actuales de las varias actividades manufactureras, (mucho más sofisticados que en el pasado), posibilidades de desarrollo tecnológico de los recursos regionales, normas y códigos internacionales sobre capital y propiedad intelectual, etc., etc. Todo ello debe ser enmarcado en un esfuerzo de promoción y publicidad o marketing territorial (Caroli; 2000). El ethos, el pathos y el logo, todos conceptos de la retórica platónica y aristotélica juegan acá un papel de primera importancia.

En el variado conjunto de capitales intangibles, sindicados acá como el factor de desarrollo más importante, las acciones sinápticas son múltiples. Muchos de los capitales intangibles mantienen naturalmente entre sí articulaciones con variada fuerza, por ejemplo, el capital cognitivo y el cultural, el social y el cultural, el cívico y el institucional, etc. Se tratará de pasar de conexiones binarias a conexiones múltiples mediatizadas por el papel asignado al capital sinergético.

La energía e información (negentropía) que hay que introducir en este sistema, que ya ha aumentado considerablemente su complejidad, para que emerja el desarrollo, está representada como se dijo por una sinergía cognitiva apoyada en un proceso de conversaciones sociales.

¿Puede una estructura tradicional de gobierno territorial hacerse cargo de estas tareas? Me parece que la respuesta es claramente negativa. Lo afirma también Yehetzel Dror: 77 “...Y las formas disponibles de gobierno no son adecuadas para manejar las necesidades y oportunidades en un mundo en constante cambio”.

Quizás si la limitación más severa que entraba el papel de los gobiernos subnacionales en relación al fomento del desarrollo radica en su incapacidad práctica para pensar, reflexionar y aventurarse en el largo plazo.

Estructura Molecular y Emergencia Sistémica del Desarrollo Subsistema decisional Subsistema organizacional SINAPSIS Subsistema procedimental Subsistema axiológico Subsistema subliminal AGÍ A E R IT IV SIN GN CO Subsistema de acumulación Dos conclusiones emanan de toda la argumentación en torno al crecimiento y al desarrollo, considerados como procesos dependientes del territorio.

Primero, el crecimiento económico de un territorio es resultado principal de la interacción del sistema territorial con su entorno, del intercambio de energía, información y materia y es–ultima ratio–una emergencia sistémica. Todo ello explica que el crecimiento económico territorial muestre un elevado nivel de exogeneidad.

Segundo, el desarrollo territorial es un resultado de la complejidad del sistema territorial, de la autoorganización, de la sinapsis, y de la negentropía (sinergia cognitiva) introducida en él y es–ultima ratio–una emergencia sistémica. Se explica que el desarrollo territorial sea siempre un proceso de elevada endogeneidad, necesariamente descentralizado y de escala territorial y social inicialmente pequeña, con toda probabilidad.

Sin conceder por el momento certeza a ninguna hipótesis, habría que coincidir que las dos anteriores son sumamente heterodoxas, y de considerables repercusiones potenciales no sólo en el mundo de las ideas, sino en el mundo de la gobernabilidad territorial, ya que suponen drásticos cambios de funciones.  Pero, ¿no será que consciente o inconscientemente, nos hemos alejado de lo concreto, de lo medible, del campo de lo científico, para adentrarnos en utopías cuasi platónicas, que hacen posible que casi todo quede incluído en un vago concepto de desarrollo? ¿Tiene algún sentido científico relegar el desarrollo a lo subjetivo e inasible, un campo en el que cabe cualquier disparatado constructo individual?, ¿No constituye acaso un escapismo asimilar el desarrollo a la felicidad? ¿Cabe el desarrollo en la racionalidad económica, si así se le entiende? Pero lo cierto es que tanto en la psicología positiva como en la economía se manifiesta una fuerte y creciente tendencia a investigar, conceptual y empíricamente, la naturaleza subjetiva del desarrollo y sus interrelaciones con otros conceptos, como bienestar, felicidad, y otros.

Los psicólogos norteamericanos Diener y Seligman en un potente artículo reciente (2004:1) sostienen, de inicio: “Policy decisions at the organizational, corporate and govermental levels should be more heavily influenced by issues related to well–being– people´s evaluations and feelings about their lives. Domestic policy currently focuses heavily on economic outcomes, although economic indicators omit, and even mislead about, much of what society values….We argue that economic indicators were extremely important in the early stages of economic development, when the fulfillment of basic needs was the main issue. As societies grow wealthy, however, differences in well–being are less frequently due to income, and are more frequently due to factors such as social relationships and enjoyment at work”.

“Desirable outcomes, even economic ones, are often caused by well–being rather than the other way around. People high in well–being later earn higher incomes and perform better at work than people whonreport low well–being. Happy workers are better organizational citizens, meaning that they help other people at work in various ways.

Furthermore, people high in well being seem to have better social relationships than people low in well–being. For example, they are morev likely to get married, stay married, and have rewarding marriages. Finnally, well–being is related to health and longevity”.

Desde un punto de vista empírico, entre otros estudios de campo, Corbi y Menezes– Filho han examinado los determinantes empíricos de la felicidad en el Brasil, en una reciente publicación (2006). Estos autores concluyen que en Brasil, las personas más ricas y con empleo tienen más oportunidades de ser felices. Además, los individuos casados se muestran, como promedio, más felices que los otros. Este resultado se ajusta bien a los obtenidos en otros países, con la sola excepción de Japón. De igual modo, la renta parece aumentar el nivel de bienestar subjetivo de las personas, pero con “rendimientos decrecientes”, al igual, nuevamente, a los hallazgos en otros países. Encuentran los autores una relación convexa entre edad y felicidad.

En consecuencia, y de acuerdo a nuestros patrones culturales, difíciles de aceptar y fáciles de acusar como excesivamente teóricas (el escudo usual de quienes no tienen la capacidad para pensar en términos abstractos).

Los fundamentos teóricos de estas hipótesis se encuentran desarrollados en el trabajo “¿Y si el desarrollo fuese una emergencia sistémica?”, ahora publicado en varios libros y revistas, como por ejemplo en Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales, # 138, 2003, MINFOM, Madrid, España y de fácil acceso electrónico en el website del Instituto de Desarrollo Regional de Sevilla (F.U.): http://www.ider.es/publicaciones.

Es evidente que las investigaciones empíricas sobre esta cuestión están sujetas a no pocas críticas, en particular en relación a la medición de la felicidad. Se sabe que no se puede intentar medir la felicidad de igual forma a la cuantificación de variables como la estatura o el peso de las personas. La forma alternativa en que se han desenvuelto los estudios es a través de cuestionarios y entrevistas a muestras representativas de sociedades diversas, algo que levanta inegables dudas metodológicas, pero que al mismo tiempo no descalifican este tipo de estudio.

El término felicidad puede ser asociado a muchos conceptos y nociones, haciendo de la tarea de especificarlo en forma consistente una tarea muy difícil en la práctica.

Veenhoven (1997) define la felicidad de la siguiente manera: “Happiness is the degree to wich a person evaluates the overall quality of his present life as a whole satisfaction. In othev words, how much the person likes the life he/she leads”. En este campo se parte de la premisa de que el bienestar humano está compuesto por dos dimensiones básicas: la objetiva, que se refleja en condiciones de vida numéricamente cuantificables (nivel de satisfacción económica y de necesidades básicas) en la cual la fuente del placer es externa y, la subjetiva, que consiste en la experiencia interna de cada individuo, lo que piensa y siente sobre la vida que ha llevado, esto es, la fuente de la felicidad es interna. Agréguese que la dimensión subjetiva incluye la satisfacción personal del disfrute de bienes y servicios simbólicos (quien vive en Paris sabe de qué se trata esto) y la satisfacción personal del altruismo, de hacer cosas por el prójimo o por causas nobles.

El sociólogo chileno Eugenio Tironi se ha introducido en la reflexión y análisis de la cuestión de la felicidad, en el caso chileno. En un reciente libro (2006), un capítulo titulado sugestivamente Ithaca, sirve como marco para comentar algunos resultados de estudios empíricos que muestran–sorpresivamente–que dos tercios de los encuestados se declaran “felices” o “muy felices”, lo que contradice los juicios que el PNUD emite en varios de sus estudios sobre el Índice de Desarrollo Humano en este país. Según Tironi, en Chile la felicidad está desigualmente distribuida y se confirman diferencias según edad, nivel socioeconómico, género y estatus familiar de las personas. Se revela también que los que habitan la zona norte del país tienden a ser más felices que los que habitan en el sur, quizás, sugiere Tironi, por razones climáticas. La familia, la situación económica, la vida amorosa, la vivienda y el uso del tiempo libre serían los factores mayoritariamente asociados a la felicidad. Concluye el autor afirmando que la felicidad no depende exclusivamente de atributos individuales, sino que está condicionada por un conjunto de factores económicos, sociales, y políticos (nosotros diríamos, por el entorno). En consecuencia las políticas gubernamentales, y quizás si particularmente las territoriales, no son neutras con respecto a la felicidad. Más adelante se mostrarán algunos aspectos indicados por los estudios empíricos sobre el índice de desarrollo humano, tal como éstos aparecen en los estudios hechos por el PNUD en Chile, un concepto, el desarrollo humano, a medio camino entre el ingreso y la felicidad.

Según una crónica del diario EL MERCURIO de Santiago de Chile (07/02/07, pg.A 11) el gobierno del Primer Ministro T. Blair ha establecido un comité asesor para explorar qué políticas públicas pueden hacer más satisfactoria la vida de los ciudadanos de Gran Bretaña y su primera tarea ha sido desentrañar qué hace felices a los británicos.

SÍNTESIS CAPITULAR

Este capítulo es entonces el marco teórico/conceptual que se usará para juzgar y evaluar la experiencia chilena en materia de políticas territoriales, un marco que cabalga a horcajadas entre la economía y la psicología, escoltado por la sociología, la geografía, y la política. . Es evidente que es un marco heterodoxo, que no se encuentra precisamente, por ello mismo, en la mainstream y es también perfectamente evidente que pertenece parcialmente al autor.

Éste cree por lo demás, que es de la esencia de una tesis doctoral mostrar capacidad para pensar originalmente y ya lo decía Popper que cuanto más audaz una propuesta teórica, mejor, independientemente de su falsabilidad. De igual modo aprendemos de ella.

No conoce el autor–en la literatura mundial–una propuesta semejante, que busque explicar el crecimiento y el desarrollo en el territorio como propiedades emergentes sistémicas, aunque todavía se trata de una propuesta perfectible, y pasible desde luego, a una formalización matemática que entregue valores paramétricos cuantitativos para explicar la importancia relativa de cada factor de crecimiento/desarrollo. No se confunda el juicio anterior con las visiones sistémicas del desarrollo, algo relativamente presente en la mainstream, pero ellas no son equivalentes a la idea más compleja de introducir el concepto de propiedad emergente en el desarrollo.

Este es el marco conceptual que permitirá, más adelante, sostener el relativo fracaso de los esfuerzos del país en promover un crecimiento y un desarrollo territorialmente más armónico, puesto que en la afirmación del fracaso se hace hincapié en las carencias cognitivas que han acompañado la práctica estatal, vale decir, en las carencias conceptuales.

A juicio del autor, una tesis doctoral debe ser esencialmente una propuesta conceptual, una exposición de ideas nuevas, aún teniendo en cuenta la prevención de Popper. El autor no simpatiza demasiado con tesis doctorales que prueban o rechazan cuestiones empíricas, a veces, de una banalidad inaceptable. Los instrumentos matemáticos o econométricos están encima de la mesa y no se requieren habilidades especiales para usarlos; 81 desde luego, si su uso permite asentar o demoler una cuestión verdaderamente trascendente, bien usados están, pero, ¿se atrevería alguien a sostener que siempre es así? 81 El dicho de la cultura popular, de claro origen hispánico, “es más fácil tocar la guitarra que componer” sostiene el juicio anotado.


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