LA TUTORÍA A ESTUDIANTES DE ECONOMÍA EN LA UNIVERSIDAD DE SONORA
José Darío Arredondo López
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Independientemente que se reconoce la simulación, también se reconoce la adhesión a mecanismos de incrementar los ingresos por vía de la tutoría, generando una situación ambivalente que pudiera describirse diciendo que la gente prefiere estar dentro que fuera, aunque ello signifique una especie de confesión de desvalimiento autoinfligido.
Se da la paradoja de que ni se mejoran las relaciones, o los reportes de desempeño de los alumnos, y la relación maestro-alumno, pero sí se deteriora la relación entre los profesores, porque recibe más paga aquél que simula que el que decide ser honesto.
Desde el principio, el sistema de estímulos se dijo que era un asunto ajeno a la organización sindical, sin embargo esta es una actitud ilegal. De acuerdo con la ley toda percepción que reciba el trabajador es parte del salario, entonces es una transgresión de la ley y es una vulneración de los derechos del trabajador el hecho de que se excluya de las negociaciones laborales la organización del sistema de estímulos, y al haberse excluido escapa de las manos del profesor el poder corregir este tipo de perversiones que te mencioné antes (Entrevista 4, 25/06/07).
El señalamiento anterior, con toda su crudeza, permite suponer un cierto dejo de abandono, de acomodamiento a la situación que, aunque lesiva, permite la sobrevivencia al acatar las reglas del juego. También permite apuntar el carácter necrófilo de la política antidialógica que impone la administración (Freire, 1970), con lo que al parecer se olvida que “El docente, en la medida en que haga de su profesión una opción política, recobrará su dimensión educativa” (Gutiérrez, 2005 p. 58).
Una medida impuesta, lo sigue siendo por más que declare sus bondades y suenen razonablemente creíbles, en razón a las buenas intenciones de los escuchas, en razón a la construcción que hacen los interpretes acerca del programa de tutorías, de acuerdo al plano axiológico desde donde se contemple, de acuerdo también a la formación y experiencias del actor que decodifica los mensajes de la autoridad. De ahí que la crítica sea una crítica que trata de recuperar las bondades de la medida en juego, de ahí que se señale con cierta dosis de generosidad las fallas observadas:
Qué le está comunicando un profesor a un estudiante, que es un objeto de información, o más bien un sujeto en formación. Ese tipo de cosas yo creo que el programa no cuidó. El programa no consideró como variables del modelo, y entonces lo que vamos a encontrar es que va a tener una serie de consecuencias y de resultados francamente desfavorables, como ya lo hemos visto. Entonces, ese tipo de cosas, más allá de reprobar o descalificar a ultranzas el proyecto de tutorías, me parece que fue montado sobre condiciones poco favorables para que se desarrolle en forma consistente, madura y que, sobre todo, de los resultados que se están esperando. Ahí hay insumos e ingredientes que previamente no se resolvieron, como muchas otras cosas, por ejemplo, en el caso de la Ley 4, se echó a andar y mucho de eso fue a contrapelo. Vamos a ver primero qué pasa. Experimentos que se siembran... el nuevo modelo educativo, también está generando inconformidades (Entrevista 2, 4/06/07).
Como hemos visto, los resultados de la imposición se expresan en una operación que genera las condiciones para que el interés académico se pierda en las consideraciones burocráticas de aparentar, por un lado, cumplimiento de una decisión de la administración, pero por otro, se subraya el carácter funcional de la tutoría a las expectativas de mayor ingreso económico de los docentes a través de la lucha por los puntos. Tenemos que, como resultado de este proceso, la tutoría termina siendo una práctica burocrática ejercida en la simulación.
Estas relaciones se expresan en el siguiente diagrama:
El proceso que transforma la razón en instrumento es explicado por Horkheimer de esta manera:
Al renunciar a su autonomía, la razón se convierte en instrumento. En el aspecto formalista de la razón subjetiva, subrayado por el positivismo, se puso de relieve su independencia con respecto al contenido objetivo; en el aspecto instrumental subrayado por el pragmatismo, se ha puesto de relieve su obediencia a contenidos heterónomos. La razón se encuentra totalmente sometida al proceso social; su valor instrumental, su función de medio para dominar a los hombres y la naturaleza se ha transformado en único criterio (citado por Reale & Antiseri, 1992, p. 745).
Al existir un único criterio, el de la administración, los académicos quedan colocados en la casilla de operarios, y allí se circunscribe su destino. La razón convertida en instrumento transforma las ideas en cosas, a partir del momento en que “la verdad ya no es un fin que se baste a sí mismo” (Horkheimer, citado por Reale & Antiseri, 1992, p. 745).
La cosificación de las ideas y del hombre al ser objetivado, crea un tipo de relación social también cosificado, porque:
La sociedad creada por los opresores es una sociedad cerrada, una sociedad objeto; una sociedad depredatoria; para ella no existe el pueblo, sino la masa. Las élites gobernantes se sitúan sobre –no con– el pueblo, lo dominan y le imponen sus prescripciones; el pueblo, como el hombre que lo integra, es objetivizado. (Freire, citado por Palacios, 2002, p. 532)
El hombre-docente, en este caso objetivado, acude al mimetismo como forma de supervivencia en un medio opresor, en una “sociedad cerrada”, a la cual le corresponde:
Un tipo particular de cultura: la cultura del silencio. [...] La cultura del silencio es el resultado de la objetivización del hombre por parte de los opresores, es la manifestación del acriticismo fomentado y celosamente guardado por ellos; porque el silencio no es tanto el mutismo como la falta de espíritu crítico: Las sociedades a las cuales se les frecen “comunicados”, se hacen preponderantemente “mudas”. El mutismo no es propiamente inexistencia de respuesta. Es una respuesta a la que le falta un tenor marcadamente crítico (Freire, citado por Palacios, 2002, pp. 532-533).
Pero esta cultura del silencio, esta forma de simulación que permite mimetizar al docente inconforme en operario cumplido por el estímulo económico que premia su simulación, obedece, sobre todo, a un fenómeno que se presenta cuando las condiciones del docente lo hacen entender su posición de subordinado, de oprimido, de dominado, y en consecuencia, asumen el rol que la administración le asigna en una especie de aceptación de una cultura que no es propia, que es producto de la invasión de su espacio y de sus funciones por un ente ajeno y jerárquicamente superior a él, en la estructura de relaciones establecidas por la institución; es la cultura del invasor asumida como propia:
En la invasión cultural es importante que los individuos vean su realidad con la óptica de los invasores y no con la suya propia. Cuanto más mimetizados estén los invadidos, mayor será la estabilidad de los invasores. Una condición básica para el estudio de la invasión cultural radica en que los invadidos se convenzan de su inferioridad intrínseca (Freire, citado por Palacios, 2002, p. 534).
La ausencia de diálogo ha caracterizado la operación del programa de tutorías, pero ¿cómo puede ser de otra manera, si la implantación del programa fue vertical, sin que mediara un diálogo entre los que planean y los que ejecutan, entre quienes tienen una responsabilidad administrativa y los que la tienen académica? La ausencia de diálogo pone a la institución en una situación antidialógica:
El antidiálogo que implica una relación vertical de “A” con “B” es lo opuesto a todo aquello [el diálogo]. Es desamorado. Es acrítico y no genera crítica, precisamente por ser desamorado. No es humilde. Es desesperanzado. Arrogante, autosuficiente. En el antidiálogo se quiebra aquella relación de simpatía entre sus polos, característica del diálogo. Por todo ello, el antidiálogo no comunica. Hace comunicados (Freire, citado por Palacios, 2002, pp. 456-457).
En consecuencia, se tiene un programa que lejos de mejorar las relaciones entre los actores, termina por generar barreras de comunicación al asumir los participantes una actitud defensiva que conlleva simulación; pero hay que subrayar que la capacidad autocrítica no está agotada, sino oculta momentáneamente, permanece en la memoria la capacidad de reconocerse y reconocer a los demás. Al respecto, Marcuse dice que:
La función terapéutica de la memoria procede del valor de verdad que posee. Éste reside en su función específica de conservar promesas y potencialidades que han sido traicionadas o incluso declaradas fuera de la ley por el individuo maduro y civilizado, pero que en un momento de su pasado nebuloso fueron llevadas a la práctica y jamás han sido olvidadas del todo (citado por Reale & Antiseri, 1992, p. 749).
En un pasado no muy lejano, los actuales profesores de Economía luchaban, como estudiantes, por la democracia en la institución. Su actividad política tenía como propósito recuperar la dignidad humana en espacios de libertad que había que conquistar. La década de los ochenta representó el fin de un período opresivo y el inicio de otra universidad de carácter progresista y democrático; representó también la época en que la mayoría de los actuales docentes ingresó a la planta académica. Tiempos de lucha que no pueden ser olvidados y en donde la razón terminó imponiéndose a la irracionalidad del sistema burocrático e inauguró una nueva forma de ver y entender la administración. La década de los noventa tiene otro contenido porque se refuerza y magnifica la burocracia, lo que tiene por apogeo el inicio del nuevo milenio.