Jorge Alfredo Blanco Sánchez
Puede bajarse la tesis completa en PDF comprimido ZIP
(361 páginas, 933 kb) pulsando aquí
Esta página muestra parte del texto pero sin formato.
Las personas de una sociedad están constituidas de acuerdo a ciertas creencias, valores y preceptos, los cuales han sido cultivados por generaciones para mantener la identidad colectiva de la comunidad. Este es uno de los sentidos que se analizó en el apartado anterior y que constituye una parte importante del término cultura. La transmisión de ese legado es parte de lo que diferencia a una sociedad de otra y en cierta forma ese conjunto de preceptos son los que caracterizan o identifican a un grupo social de otro. Pero frente a la modernidad y la globalización, el legado empieza a tener serios problemas para mantenerse intacto. Los cambios promovidos por la modernización atacan la diversidad cultural con el fin de homogeneizar sus costumbres, creencias y valores. Los medios de comunicación privilegian y difunden principalmente —sin ser los únicos— los valores y creencias estándares que el mundo occidental considera los apropiados y por tal motivo las personas, y en especial, las nuevas generaciones están expuestas a estos cambios e influencias, los cuales dejan de encontrar sentido por cuidar y promover los preceptos heredados de su cultura original.
Las tecnologías de información y comunicación, la economía de libre mercado y las políticas neoliberales han permitido que las fronteras de las naciones ya no sean necesarias, ya que las compañías transnacionales y las normas internacionales occidentales de transferencias han impactado al mundo entero. El dilema presente en nuestro planeta, se encuentra polarizado por la homogenización cultural frente a la diversidad cultural. Las dos posturas confrontan los aspectos culturales que conlleva cada una y tratan de retener su propuesta como la mejor opción para desafiar los cambios sufridos por la nueva forma de producción, y la nueva forma de relación social.
Becerra (2003), García Canclini (2004), Rojo Villada (2005) indican que estas nuevas disposiciones de cambio, han invadido a la gran mayoría de las sociedades que entran al juego de la mundialización, no ha sido un cambio paulatino y racional en todos los casos, sino que por el contrario, el cambio ha sido repentino y abrupto y las sociedades empiezan apenas a reaccionar ante esta nueva forma de organización y conceptualización por consecuencia, no por iniciativa . Las consecuencias apenas y se empiezan a notar, antropólogos, historiadores, filósofos y pensadores, se preocupan por explicar los impactos tangibles que tanto las sociedades y las culturas reportan como peligrosos e irreversibles a sus tradiciones, todo parece indicar que la globalización y las tecnologías de la información y la comunicación tienen mucho que decir al respecto.
Las culturas tradicionalistas o divergentes a la occidentalización se sienten amenazadas ante tal situación, intentan preservar a toda costa la acumulación de conocimientos propios, pero no es posible encerrar en una cúpula de cristal al bagaje cultural y a todos los miembros de la comunidad para repeler los cambios globalizadores, por tanto se ven entremetidos quieran o no por los valores dominantes y tratan de contrarrestarlos con el endurecimiento de sus ideologías y costumbres.
Para las nuevas generaciones la globalización podría ser una buena opción, en el sentido de dejar de cargar el pesado legado cultural heredado (Mead, 2002) y construir una nueva opción a partir del presente y proyectarla al futuro idealizado. De esta manera los jóvenes partirían casi de cero, es decir, muy poca carga hereditaria, tal vez la indispensable y construirían su realidad en base a sus gustos y necesidades, además de la deseada libertad y autonomía que demandan al mundo de los adultos. Este asunto tiene tintes utópicos, pero no deja de llamar la atención, las demandas son cada vez más insistentes por los jóvenes que se encuentran en la etapa de construir su propio mundo. Este asunto es debatible ya que por otro lado, las tecnologías, la globalización y la modernidad imponen sus condiciones a todos los usuarios de medios tecnológicos. Ya que para el buen uso de la tecnología, es menester respetar las normas, reglas y procesos establecidos que garantizan el óptimo funcionamiento. Son una especie de protocolos técnicos que indudablemente tienen una cierta intención; intención que como se ha constatado, obedece a las percepciones instrumentalistas, conceptuales o de sistemas técnicos.
León Olivé (1999, p. 16) destaca que desde el punto de vista cultural, la globalización se puede interpretar de dos formas: como un proceso de aculturación tendiente a constituir una única cultura impuesta, homogeneizada, o bien, la construcción de una sociedad planetaria en la que participen las diferentes culturas del mundo en un proceso que enriquezca a una sociedad global, en un intercambio de transculturación que modifique y afecte a cada cultura que entre en esta dialéctica. En otras palabras, implica que el multiculturalismo acepte instaurar un espacio de diálogo donde pueda manifestarse esta diversidad cultural en un ambiente donde reine la tolerancia, el respeto a la diversidad, donde la convivencia razonada entre grupos culturales diversos sea lo que se privilegie ante las imposiciones históricas de las culturas dominantes. Parece que no puede haber convergencia donde nunca ha existido tal acuerdo, cada cultura requiere y exige su primacía de poder y de autoridad ilimitada, cada cultura interpreta su mundo sin tomar en cuenta a los que no participan de sus creencias, cada cultura resguarda su propia identidad individual y colectiva. Esa es una parte importante que las propias culturas han dejado como enseñanza a través del tiempo.
La falta de acuerdos reafirma el concepto de una sola cultura como posible salida a tan importante problemática para la convivencia en el planeta, la distinción recae en principio en que el proceso de aculturación trae consigo la pérdida de la cultura original al momento de adoptar la cultura impuesta y ya sea de manera voluntaria o impuesta, la implantación significa forzosamente quitar y poner algo sin necesariamente pasar por un proceso de interrelación entre culturas. En la transculturación, sucede que en el vaivén de las interacciones las culturas confrontadas sufren un proceso de mutua influencia, donde el intercambio enriquece y empobrece a las culturas involucradas y bajo el mismo parámetro sea voluntario o no, este proceso se da y produce consecuencias muchas veces no previstas como pueden ser el trastocamiento o la reafirmación de los elementos esenciales de la identidad cultural.
También se debe contemplar otra posibilidad dentro de este ámbito que defiende el multiculturalismo, y es que la diversidad cultural tiene la voluntad de preservarse y florecer bajo sus propias características y mantenerse así, sin cambiar sustancialmente sus costumbres y creencias, desde su propia perspectiva, además de tener la posibilidad de participar en procesos de interacción con otras culturas con el afán de enriquecer y compartir su legado cultural sin arriesgar su identidad. En este sentido, el pluralismo es el concepto que permite encontrar una postura convergente y mediadora entre las existentes. Por lo pronto es la propuesta que sostiene León Olivé (1999), como posible salida a la gran dicotomía planteada.
El pluralismo es la mejor opción para defender el multiculturalismo o diversidad cultural ante una homogeneización. Sin caer por un lado en el relativismo ni tampoco por el otro en el absolutismo. El pluralismo según León Olivé (1999) evita los dos extremos y alienta la interacción armoniosa y creativa de las culturas en función de preservar su propia identidad y enriquecerla en base a la diversidad. Se toma en cuenta que el liberalismo justifica las políticas intervencionistas en la cultura (Joseph Raz, 1994), en aras de las libertades individuales y los valores que según él son absolutos e universales y que podrían ser válidos para cualquier cultura en cualquier tiempo y lugar. También es cierto que toda cultura merece ser respetada, los derechos humanos, basados en nociones de dignidad y necesidades básicas representan legítimas finalidades que cualquier cultura acepta como verdad fundamental y por tanto cada cultura busca su identidad y protege su derecho a ser respetada y valorada.
La globalización puede ser considerada como la imposición de una cultura única y hegemónica, válida por estar respaldada por la ciencia, la tecnología y los valores liberales, con la finalidad de implantar una sociedad universal y planetaria (cultura occidental). O también puede ser un proceso transitorio que con el paso del tiempo permita la diversidad de culturas, donde el multiculturalismo sería el enriquecimiento por la interacción de las diferentes sociedades que dialogan entre ellas para respetar los puntos de convergencia y diversidad. Castells (2001) por su parte, al referirse a la globalización y la pertinencia de las tecnologías indica que existe una reconfiguración de las aplicaciones tanto informáticas como comunicativas. La formación de un supertexto y un metalenguaje creado por primera vez en la historia por la tecnología, permiten al ser humano hacer converger las modalidades escrita, oral y audiovisual de manera simultánea o asincrónica, precisamente para interactuar de manera mediatizada e involucrar el capital cultural como elemento distintivo e identitario en los medios electrónicos.
La hegemonía de la globalización se nota de manera muy clara cuando se habla de economía, de mercados y de tecnologías de información y comunicación. La ciencia y la tecnología occidentales han establecido un flujo unidireccional en todo el planeta como formas convencionales aceptadas para acceder los protocolos válidos de intercambio de información. La economía y los mercados han ampliado su abanico de influencia gracias a esta nueva forma de interconectar al mundo. Pero esta nueva forma de intercambio, no es gratuita, está respaldada por la idea de progreso, tan apreciada por la filosofía occidental. De esta manera parece ser que no hay marcha atrás respecto a la primera concepción que párrafos anteriores se indicó como la primera interpretación de la globalización. La cultura occidental es dominante, por lo pronto en los campos antes señalados, y parece que cada vez más se reafirma como la nueva forma de concebir el desarrollo homogenizado.
Existen aspectos importantes que sustentan la globalización, uno de ellos es la modernidad, que aunque al presente trabajo no le corresponde analizar a fondo, si remite como referencia ideológica, y por tal motivo se le dedicarán unos cuantos párrafos. Una de las ideas que sustentan a la modernidad es el progreso, entendido como la evolución de un estado anterior sustentado por la religión como medida de todos los ámbitos humanos a un nuevo estado sustentado por la razón, por la comprensión de las leyes naturales hasta esos momentos desconocidos e inexplicables (Giddens, 2001) La noción de modernidad se respaldó en los conceptos de igualdad, fraternidad y libertad. Propuso una sociedad perfecta, ideal y utópica, donde las enfermedades, el hambre y la injusticia, no tenían cabida. La democracia surgió como el gran logro de la modernidad, ya que proponía otorgar los mismos derechos a todos los habitantes y mejorar las condiciones de vida de los más necesitados. La ciencia y la tecnología surgieron como las grandes promesas de una nueva forma de interpretar el mundo de la naturaleza.
Para Treviño (2000), la modernidad es el proyecto más ambicioso que la cultura occidental ha planteado en toda su historia. De la mano de la tecnología y de la ciencia, la modernidad propuso domar las fuerzas naturales en beneficio de la humanidad. La modernidad es una ideología compleja que vendió la cultura occidental y la exportó al resto de los habitantes del planeta como la panacea de la evolución de la humanidad. De esa manera, la evolución considerada como un paso a un estrato superior y de bienestar se convirtió en la idea de progreso que la modernidad la cubrió con ideas como renunciar al pasado, olvidar y erradicar el tradicionalismo, no dar marcha atrás en las luchas ganadas por el liberalismo y el individualismo. La modernidad propuso la renovación del conocimiento y de los productos, la innovación en todos los campos y la apertura de los individuos para aceptar esas modificaciones. En otras palabras, la idea de progreso fue bien recibida por el hombre porque planteaba un mejor futuro, un amor al cambio y un olvido por el pasado.
Bajo esta perspectiva se suma el concepto de “movilización cultural” para identificar los cambios culturales que presentan la mayoría de las regiones en tiempos modernos y definitivamente con mayor impacto cuando se habla de globalización y de tecnología. De alguna manera los cambios propuestos por la modernidad configuraron los cambios culturales y la disposición a aceptarlos como provechosos, ya que la cultura en términos muy generales trata de establecer un equilibrio entre la realidad y su interpretación para sustentar una ideología razonable y acorde con la naturaleza en la que interactúa.
Esteva-Fabregat (1988) trató de explicar los mestizajes culturales por los caminos conocidos de la aculturación y la transculturación, pero lo más importante para el presente estudio es que el autor hace referencia a los artefactos y las tecnologías cargadas de ideas y conocimientos como “cultura material integrada” que se transmiten en cualquiera de los procesos culturales como aspectos intrínsecos a la herramienta material. La aceptación de los significados culturales tecnológicos, transmitidos ya sea por aculturación o transculturación ocurre en el contexto de dos culturas; una anfitriona y otra transmisora que a lo largo de sus interrelaciones, estables, interdependientes, pacíficas o violentas se influyen por lo menos culturalmente unas a otras. El impacto tecnológico entonces, puede ser observado a partir de la cultura anfitriona, de los miembros usuarios que pueden dar cuenta si el proceso de transferencia tecnológica se puede calificar de abrupto o paulatino, de interdependiente o dependiente, de violento o pacífico, de espacios abiertos al diálogo o cerrados por la imposición.
Pero no sólo eso puede ser descrito por los procesos culturales relacionados con el desarrollo tecnológico y su carga cultural intrínseca, también se puede observar la cantidad de flujo que se experimenta al momento de uso y consumo de herramientas tecnológicas, ya que la interacción constante con medios tecnológicos de comunicación pueden facilitar o dificultar el diálogo entre pares de una misma cultura, la cultura tecnológica puede inhibir o ayudar a la transmisión cultural, puede ser un proceso de rechazo o de aceptación, dependiendo de la perspectiva de la cultura anfitriona y su proceso de transculturación tecnológica. El impacto tecnológico también se puede observar en el proceso de aculturación, según muestra Esteva-Fabregat (1993), ya que la causa primigenia de aceptación o rechazo se produce en los conocimientos que trae consigo la tecnología y en segundo lugar en los artefactos tecnológicos. De esta manera, la parte cultural no tangible predomina en la toma de decisiones, por lo menos en primera instancia para la aceptación de la transferencia tecnológica. Este asunto es debatible, ya que no existe una tendencia generalizada al respecto y diversos autores afirman que el primer acercamiento tecnológico se manifiesta con los artefactos y tiempo después con los conocimientos que trae consigo la herramienta.
No parece nada productivo el entrar en este debate, por lo pronto se resalta que tanto la dimensión material como la subjetiva se encuentran presentes en la tecnología y que la cultura en términos generales toma en cuenta las dos, sea cual fuere los procesos particulares que revistan cada caso, pero que se valoran y enjuician definitivamente de acuerdo a los gustos y preferencias de usuarios y consumidores. En cualquiera de los dos casos se puede observar que las culturas implicadas, se encuentran en el proceso creador de una neoculturación como productores de una nueva realidad cultural en donde es clara la transculturación sin aculturación. Es decir, un paso más franco y transparente de recíproca influencia, tal vez concertada, para enriquecer el cúmulo cultural existente de una región dada, o de una subcultura como podría ser la juvenil.
Los aspectos de modernidad y globalización tienen una gran influencia cultural, ya que bajo el postulado de progreso y desarrollo, los pueblos y naciones tienden a buscar momentos de mestizaje cultural avalados por la expansión comercial, económica, política y social entre otras. Las fronteras geográficas tienden a quedar en el pasado, pero se reconoce que esta difusión modernista se encuentra arraigada en la era de la globalización y que los intercambios culturales son esenciales para consolidar las reciprocidades que se promueven en la transculturación. De hecho se reconoce que la modernidad presiona a los individuos a la innovación, al cambio estructural y en general a la movilidad, ello conduce a una inestabilidad de las simetrías existentes o anteriores al cambio.
Existe el peligro que las simetrías o asimetrías culturales puedan llegar a un punto de ruptura cultural interna, es decir, las simetrías tradicionales no tan fácilmente pueden ceder terreno a su sustitución inmediata por otras nuevas, la velocidad del proceso o la intención del mismo pueden provocar resquebrajamientos importantes, al grado de formar una resistencia fuerte que impidan la recomposición de las simetrías culturales. Elementos importantes para entender este fenómeno serían los sincretismos culturales y sus readaptaciones que forman las distinciones de significados necesarios para entender los procesos de aculturación y transculturación.
Esta forma de evolucionismo cultural se debe entender no como un modelo lineal, sino como mosaicos poliformes y simétricos, como rizoma que se extiende y diversifica en cualquier dirección. De esta manera surge la idea que las modificaciones ideológicas, sociales y culturales no obedecen a parámetros predictivos en su totalidad, la diversidad lingüística sería un claro ejemplo de la neoculturación. Otro aspecto importante a resaltar es que los procesos de transculturación, conducen a pensar que los fenómenos de adaptación no pueden ser catalogados como universales, sino que son más bien de carácter particular, son más cualitativos que cuantitativos, ya que la experiencia vivida en los procesos culturales remite a personas, a seres humanos únicos que actúan y se comportan de muy diversas maneras ante los posibles cambios o adaptaciones a eventos novedosos. Por tal motivo, el actual trabajo de investigación no pretende alcanzar una gran masa poblacional, su estatus será más inductivo que deductivo y tendrá como marco la cultura juvenil. El respetar los tipos de agrupaciones sociales y culturales tal y como se encuentran constituidos dentro de una comunidad permite entender la forma en que se relacionan entre ellos. El no violentar su forma de organización por el afán de agrupar rápidamente a las comunidades ha permitido que los estudios sean vistos con beneplácito. Esa es una de las razones por las cuales con las culturas juveniles se trabajará respetando sus propias asociaciones y relaciones naturales de los jóvenes.