Jorge Alfredo Blanco Sánchez
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En este apartado se argumentan y se describen las conexiones tan estrechas que existen entre cultura y tecnología, en específico en las culturas juveniles como fenómeno implicado dentro de la modernidad y la globalización, las influencias tan importantes que las propias tecnologías de la información y la comunicación han encajado en la vida de los jóvenes y la aceptación de parte de ellos por considerar a la tecnología como medio apropiado para la expresión de sus inquietudes y sus diferencias. Se tratarán los procesos culturales como una forma de acercamiento a los conceptos de globalización, modernidad y multiculturalismo, además se abordará la identidad cultural como elemento altamente complejo y simbólico, pero necesario para identificarse o sentirse partícipe de un grupo, en especial se discutirán dos factores que identifican a las culturas juveniles como son el anhelo de autonomía y de libertad. Los jóvenes mexicanos son el objeto de estudio y por tanto, ellos son los actores de su realidad impregnada de desarrollo tecnológico.
El concepto de cultura no es unívoco, no tiene significado para la naturaleza, es más se opone a ella. La Cultura es interpretativa, tiene valor para el hombre porque se refiere a un conjunto de conocimientos, creencias, valores, técnicas que se manifiestan a través de símbolos y prácticas, requiere de un tiempo y espacio específico y su estado es dinámico. Es adaptable pero imprescindible para la convivencia de los sujetos.
De tal manera que en este capítulo se hará un análisis exploratorio de las concepciones más relevantes que se encuentran vigentes en estudios culturales, no se pretende dar una revisión general a la problemática de la concepción cultural, sino sólo aquéllas tendencias que ayudarán a explicar la relación que guarda la cultura y en específico las culturas juveniles con la visión tecnológica, su interpretación, uso y consumo. Desde esta perspectiva se trata de conectar la tecnología como parte importante del proceso cultural en especial aquéllas manifestaciones que permiten vislumbrar la conexión entre usuarios de los medios tecnológicos y sus adaptaciones, redefiniciones o construcciones que modifican su entorno.
La Complejidad del término Cultura
Hablar de cultura en sentido amplio es entender la complejidad que un fenómeno humano implica. La ciencia, la tecnología y la cultura son quehaceres únicos del hombre que a través de su existencia ha desarrollado en todas las sociedades del planeta. Para poder establecer un acercamiento al término cultura se deberá tener el suficiente cuidado de delimitar la focalización que se pretende dar, ya que de lo contrario se estaría tratando de explicar o describir un verdadero mar de extensiones que en algunos casos no han sido percibidos por el propio investigador, por muy agudo que éste sea, habrá situaciones culturales conocidas y observadas, pero no relacionadas o especificadas dentro de un marco conceptual.
Autores como (Heidegger, 1983, Ortega y Gasset, 1965, Mumford, 1971, Ellul, 1983) se refieren a la tecnología como una parte del proceso cultural, denominan cultura de la tecnología a todo aquello que rodea las actividades humanas o todo aquello de lo que se sirve el ser humano para su desarrollo. Aunque esta delimitación sigue siendo muy amplia, los estudios realizados hasta el momento, se aglutinan ya sea, en los entornos creados por el propio hombre como en los productos realizados por la humanidad a lo largo de la historia. Sea cual fuere el punto de partida, la culturología está presente en la era moderna y postmoderna y por tanto es objeto indispensable de estudio.
De la revisión de investigaciones realizadas al respecto que parecen más útiles para el presente trabajo, se encuentra una clara distinción entre aquellas que ven la cultura como reflejo o resultado de un fenómeno, y las que consideran a la cultura como una constante reinvención de procesos humanos, especialmente en la construcción de artefactos tecnológicos que se encuentran cargados por determinados aspectos culturales bien identificados, es decir, la cultura se manifiesta o se reconoce a través de objetos tecnológicos, y de alguna manera, en esas investigaciones queda implícito el sentido que en la construcción, diseño y desarrollo de la tecnología se encuentra inmerso el proceso cultural. Desde esta perspectiva, entender la occidentalización de la tecnología sería indispensable para descubrir el porqué ciertos desarrollos tecnológicos han tenido mayor aceptación que otros, ya que los propios usuarios encuentran una cercanía con la propia tecnología. Es posible utilizar el término “amigable” para tratar de significar un encuentro amistoso entre el usuario y el artefacto tecnológico a partir de ciertos rasgos culturales compartidos.
Para Cooper y Woolgar (1993) la manifestación cultural se encuentra básicamente determinada por el sujeto que se acerca a la tecnología, de esta manera el acervo cultural es esencial para identificar los significados que otorga el usuario a los medios tecnológicos en el momento de su consumo. En este sentido es importante investigar el cómo se acerca el usuario a la tecnología y bajo qué expectativas hace uso de las herramientas tecnológicas. Esta postura no niega que los artefactos tecnológicos ya contengan ciertos aspectos culturales, pero se afirma que no son necesariamente definitorios para el encuentro entre el sujeto y la tecnología, sino el cómo será utilizado la propia herramienta y el grado de consumo. Tampoco se dejan a un lado las consecuencias del encuentro sujeto-máquina, donde el sujeto sí se ve afectado por la influencia de la tecnología y todos los procesos y protocolos necesarios para su eficiente utilización, al igual que los usos y consumos tecnológicos, son conscientemente racionalizados por el usuario y manipulados como medios que ayudan a alcanzar los fines fijados por el sujeto. En este aspecto se remarca la postura dicotómica entre determinismo tecnológico y constructivismo social, donde las influencias son mutuas y en ocasiones no necesariamente equitativas.
Ciertos estudios culturales, en especial Kopytoff (1986) promueven una versión ampliada de la noción constructivista al utilizar el término “flexibilidad interpretativa”, la cual no se refiere exclusivamente a la construcción, diseño y difusión de la tecnología sino que su alcance se puede observar en cualquier etapa del desarrollo tecnológico o de la vida útil de la herramienta tecnológica, de esta manera la interpretación que adquieren las herramientas tecnológicas por el sujeto “usuario” pueden estar constantemente reinterpretándose a partir de su propuesta cultural vigente. El significado como tal, se encuentra en constante construcción y reconstrucción interpretativa en el proceso de uso y consumo.
Para Mackay (1997) los estudios culturales pueden ser considerados como un puente entre los estudios sobre el impacto social de la tecnología y del constructivismo social, ya que el consumo de cierta tecnología incluye tanto su función (utilitaria) como su significado (simbólico) al momento de reconocerse. El consumo tecnológico como proceso activo se percibe en primera instancia por la función utilitaria, pero no menos importante es la percepción significativa que el sujeto otorga en ese constante encuentro con el artefacto tecnológico. La significación y resignificación junto con el valor de uso completan la concepción cultural que la tecnología adquiere para el ser humano. En este sentido, la tecnología es percibida por la cultura a partir de los patrones del pensamiento, del lenguaje y de la identidad como un todo complejo que sintetiza el capital cultural.
En referencia al término cultura, existen frases o conceptos consolidados al momento de hacer una primera aproximación, dos de ellas las aportó Pierre Bordieu (1993) al conceptualizar los términos “habitus” y “campo” para referirse a todo un entorno estructurado, creado de manera artificial que permite al ser humano sentirse protegido y seguro respecto a aquello que lo rodea. A partir de esta propuesta se afirma que la cultura es la dimensión simbólica de todas las prácticas sociales.
Para el presente trabajo la aportación de Bordieu significa un nuevo espacio de bienestar, en el cual el sujeto que utiliza la tecnología trata de recrear aquéllos ambientes que considera los apropiados y eliminar aquéllos que le son desfavorables. Es una forma de crear un entorno “a la medida” del usuario. Los factores que determinarían esa construcción ideal se encontrarían en las percepciones culturales de los mismos sujetos manipuladores de las herramientas tecnológicas. La noción de campo de Bourdieu hace referencia principalmente a una relación entre sistemas, entre una totalidad que evoluciona o se encuentra en movimiento, también tiene un referente espacial y temporal, pero las relaciones que se establecen en el campo obedecen a reglas y circunstancias que permiten entrar en un proceso de contextualización donde el significado es adquirido por el conocimiento del sistema, precisamente por este proceso de conjunción que permite englobar a conceptos separados en verdaderos portadores de significado cultural. Tampoco se puede explicar la cultura sin darle un espacio y tiempo determinado. El establecimiento de nexos y relaciones es de vital importancia para entender el concepto de campo, al igual que el de espacio y tiempo, y por tanto el de cultura.
El habitus, adquiere relevancia en el momento en que la cultura crea modelos o patrones reconocidos por los otros miembros y sirven como protocolos de convivencia probados y aceptados por una totalidad reconocida dentro de un entorno cultural. El habitus propicia la seguridad y la certidumbre entre los miembros de una comunidad cultural ya que proporcionan un modo de pensar y de ser común, que respeta y valora ciertas acciones, creencias y conductas. Este habitus es de carácter más vivencial, ya que a través de las relaciones cotidianas se van enlazando formas aceptadas de comportamiento y en algunos casos se convierten en verdaderos rituales culturales. Sin embargo, la cultura no se limita simplemente a las relaciones sociales, implica artefactos, proceso, creencias, mitos, costumbres, hechos, fenómenos, religiones, valores, por mencionar algunas de las más importantes.
Una de las propuestas importantes que se presenta en el trabajo, es la premisa de las ciencias de la cultura. Ernest Cassirer (2005) pensador crítico y filósofo de la cultura, argumenta que el rico conjunto cultural se debe primordialmente a los símbolos y al pensamiento simbólico que el hombre ha desarrollado a lo largo de su historia. Para tal efecto, explica que el punto de partida es entender la diferencia estructural entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias de la cultura como dos grandes mundos que conviven en el ser humano y de los cuales no puede repeler su responsabilidad el propio individuo para entender y comprender que su existencia está ligada a su constante convivencia en ellos. Uno es el gran mundo de las formas tanto orgánicas, como no orgánicas y otro el de las formas culturales.
El mundo de las ciencias naturales remite al hombre a un entorno exterior, a una herencia de formas que obedecen a ciertas leyes de la propia estructura que él mismo no tuvo nada que ver en su creación y por tanto tiene que aceptarlas como su medio ambiente y en ciertos momentos manipularlas para su mejor entendimiento. En cierta forma es algo ajeno que tiene espacio y tiempo determinado y que él ocupa un espacio en ese entorno porque físicamente cuenta con un cuerpo que le permite interactuar a partir de sus sentidos. En este plano, el ser humano se considera exclusivamente como ser biológico, es tan material como cualquier otro ser viviente que participa de la vida natural y cohabitan en un medio que impone normas especiales. Depende para su supervivencia de los propios recursos que contiene la vida natural y a partir de esa necesidad, la naturaleza y el hombre establecen una relación compleja y en constante transformación.
Una de ellas resulta fundamental para este estudio, ya que a partir de la necesidad del hombre por subsistir, comienza la fase productiva o de trabajo del sujeto, es decir, la manera cómo el ser humano se apropia de recursos naturales para transformarlos en recursos consumibles, además de los propios objetos que construye como herramientas para facilitar su labor y el rendimiento útil que el individuo recibe por su esfuerzo. Estos objetos de uso, construidos como instrumentos de trabajo representarían en primera instancia la “técnica ” que en principio se ubicó como el proceso de fabricación de instrumentos y luego como proceso productivo de trabajo para el hombre. Ya se dedicó todo un apartado a tratar de explicar la trascendencia de la técnica como proceso distintivo del hombre y su necesidad de trasformar parte de la naturaleza para su consumo, para conseguir algún provecho, para facilitar las tareas cotidianas que satisfagan sus necesidades básicas, para tratar de dominar su entorno.
Desde otro enfoque, al referirse a lo natural, se habla de lo concreto, de lo práctico y del objeto. Todos estas palabras tienen un significado que invitan a reconocer que existe una realidad, un ambiente referencial, palpable y manipulable, un aquí y ahora que el hombre ha aceptado como su existencia concreta, que permite la vida y la muerte, que ha sido impulsado a la realidad gracias a la creación o al inicio universal indudable que rige a las cosas y que permitió su aparición en el mundo. El objeto concreto, tangible, alcanza un valor utilitario para el hombre, ya que puede ser un instrumento de trabajo que adquiere un valor de uso, es decir, ya no es un objeto más en el mundo natural, ahora tiene un valor específico porque se encuentra dicho objeto relacionado directamente con la función que desempeña o ayuda a desempeñar, se convierte en un utensilio mientras sirva para realizar una actividad productiva, tiene un valor de uso, puede ser consumido por alguien diferente al fabricante o artesano. El objeto en ese momento, ya no es parte de la naturaleza ordinaria, ha sido transformada la materia prima y ha sido moldeada de tal manera que adquiere un valor para la persona o grupos que le transfieren la condición de herramienta. De esta manera la técnica como proceso replicable, también adquiere un valor de conocimiento, un modo de saber hacer algo útil para los demás a partir de la existencia de materia prima modificable.
A su vez, tanto los instrumentos técnicos como la forma de elaborarlos adquieren la condición de mediadores entre la naturaleza como tal y el hombre. En cambio el mundo de las ciencias culturales se considera una propuesta eminentemente humana, ya que incluye la representación simbólica como elemento mediador, el objeto fabricado, moldeado, fue creado por el hombre para cumplir una función, pero además el propio sujeto le agrega un valor simbólico, un modo diferente de interpretar a ese artefacto, un carácter diferente de hacerse presente en los objetos, es una creación del hombre para su mejor entendimiento con lo que lo rodea. Las formas simbólicas ofrecen al individuo la peculiaridad de ser medios para separarse del mundo natural y representarlo desde su muy particular perspectiva. Es una forma de desprenderse de parte de su entorno para observarlo a distancia y poder interactuar con él, pero desde su interpretación. También las formas simbólicas ayudan a que el hombre pueda reflexionar sobre sí mismo y tratar de explicar lo que lo mueve a actuar de tal o cual manera, de entender su existencia y de poder conceptualizar su razón de ser. Es como alejarse por un momento de su corporalidad, de su fisiología y observarse como sujeto, es decir, como ser humano que tiene capacidades no sólo para interactuar con su entrono, sino para entender, comprender y explicar aquello que considera relevante, aquello que lo inquieta, aquello que le preocupa en su lado humano, su existencia y vivencias propias y así poder entender a sus semejantes como otros entes que comparten probablemente las mismas inquietudes o por lo menos entender la diversidad que implica el reconocerse como ser único e irrepetible.
Cassirer (2005, pp. 39-40) en su libro “Las Ciencias de la Cultura” explica que para que este desprendimiento sea posible debe existir un estímulo especial que mueva al hombre. El estímulo se encuentra en primera instancia en una cierta “previsión” del propio sujeto por pensar en las posibles necesidades de un futuro inmediato. Por ejemplo, el hombre al crear instrumentos de trabajo es impulsado a elaborar herramientas que faciliten su labor, no para el momento presente sino pensando en posibles necesidades. Al conocer el hombre cuál es la actividad que requiere de ayuda, en ese momento puede imaginar qué le puede servir como utensilio práctico para facilitar su acción, por lo tanto, el instrumento como tal implica una cierta previsión.
Este asunto es de suma importancia para la investigación, ya que en el apartado de la tecnología se explicó la relación existente entre técnica y artefacto; y se afirmó que los artefactos fueron creados por el hombre como prótesis o extensiones para facilitar su trabajo, pero no se remarcó que su creación fuera una forma simbólica de anticipar el futuro inmediato. Es más, tampoco se trató el capital cultural que conlleva cada artefacto tanto en su creación como en su uso para representar parte de su concepción del mundo.
El hombre al momento de crear una herramienta que facilitará su trabajo o le permitirá manejar mejor su entorno, le agrega una carga simbólica, es decir, le otorga un significado que puede estar ligado con la función para la cual el individuo la creó, o diferente al concepto inherente, instrumental, referente al destino para la cual fue creado ese artefacto, o de otra manera, lo que representa para ese hombre el objeto creado. En cualquier caso, el sujeto le agrega algo al objeto, le agrega un valor único, que lo identifique, un símbolo propio acorde con su cultura que integrará posteriormente a los otros símbolos distintivos de su quehacer cotidiano.
Este aspecto de agregar a los objetos adjetivos que sugieren una función específica, puede representar el sello particular de su creador, contener un valor sentimental especial que le otorga el ser humano, puede tal vez darle un nombre y un apellido por su utilidad, en fin, son sólo algunos de los múltiples atributos que el ser humano ha dado a los diferentes artefactos y procesos que integran la materialidad de la cultura, lo concreto de un rito, lo esencial de un mito, o simplemente la forma de interpretar la realidad de una época específica.
El concepto de cultura se opone al de naturaleza, “es el cúmulo de conocimientos, técnicas, creencias y valores, expresados en símbolos y prácticas, que caracterizan cualquier grupo humano, y que suelen transmitirse — aunque no mecánicamente — en el tiempo (de una generación a otra) y en un espacio (de lugar a otro) (De la Peña, 1998, p. 102)
La preocupación por el porvenir será fundamental para entender la forma de representación anticipada que caracterizan los actos del ser humano para pasar de una posibilidad a una realidad pronosticada. Esta forma tan peculiar del ser humano por interpretar su realidad es característica de la cultura. La representación anticipada, caracteriza los actos del ser humano referentes a la creación cultural, a la herencia del patrimonio social y cultural. En otros términos, el hombre necesita representarse de manera “imaginaria” para luego proyectarlo a la realidad natural. Es decir, pasar de la potencia al acto. De esta manera los procesos simbólicos que crea el sujeto se mueven en el círculo de lo posible para luego ser aplicados o realizados a una situación concreta (Cassirer, 2005, pp. 62-65)
El eslabón que une la realidad concreta con la realidad posible es el símbolo que en principio podría estar representado por el lenguaje (Volosnov, 1973, Hill, 1988), por las palabras que funcionan como punto de enlace entre el objeto y el símbolo, entre la realidad y la apariencia, entre la experiencia exterior y la experiencia interior, entre el mundo de las cosas y el mundo de las personas. Esta manifestación que engloba a lo físico con su referente simbolizado es característica común en todos los contenidos a los que les damos el nombre de “cultura”.
En esta misma línea pero agregando un nuevo elemento se encuentra la propuesta de la Semiótica, la cual indica que existen tres dimensiones para explicar el ámbito cultural: la existencia física, la del objeto representado y la expresión personal que el sujeto hace del acontecimiento . De esta manera se puede inferir que para conocer la realidad, el hombre requiere observarla y representarla de manera simbólica mediante un código conocido para después poderla transmitir, pero ya procesada, cargada acorde con su visión cultural, congruente con la concepción cultural aceptada por su comunidad.
Will Kymlicka filósofo canadiense dice que las culturas “proveen a sus miembros de modos de vida que tienen sentido y que abarcan el rango completo de las actividades humanas, incluida la vida social, educativa, religiosa, recreativa y económica, tanto en la esfera pública como en la privada” (Kymlicka, 1996, p. 76)
La cultura es una relación de sentido y de valor con toda la información que le rodea y con todo el capital cultural que posee, con todos sus saberes particulares y con todas sus vivencias acumuladas. De la misma manera, Bolívar Echeverría (2001) indica que la cultura es el mundo de las significaciones, es un mundo intersubjetivo, un mundo que debe ser accesible a todos los sujetos y dar a todos ellos la posibilidad de participar en él y con él. De tal suerte que al compartir significados con otros semejantes, los unos y los otros adquieren la conciencia de lo que tienen en común y adquieren conciencia de lo que son.
Cuanto más se desarrolla la cultura, mayor generación de riqueza se va acumulando en el mundo de las significaciones, mayores formas de interpretación se suman al capital cultural compartido por un grupo de personas. Una de las formas de lograrlo es a través del lenguaje, el lenguaje es un cúmulo de signos y símbolos con significados. Pero también toda forma lingüística expresa una visión particular del mundo, una forma definida de pensamiento y de representación. El lenguaje es una forma de expresión cultural que no se limita a enumerar exclusivamente lo que ve y percibe, sino que a través de él, distingue, elige y juzga. Es decir, representa mediante símbolos su visión de la naturaleza, es una visión interpretada de lo que ocurre a su alrededor, pero desde sus peculiaridades.
En comparación con el lenguaje cultural, en el apartado de las TIC se decía que el lenguaje técnico percibía a los datos como “trozos de la realidad” y que acumulados formaban lo que se conoce como información. Además se infería que esos pedazos de realidad no estaban interpretados y por tanto carentes de sentido por sí mismos. La cultura como tal sirve de código descifrado de significados e incitador de contenidos, ya que la interpretación requiere de modos particulares de interpretar los hechos. La interpretación que se les da a los datos vendría a representar la implantación cultural de significados simbólicos a los mismos datos para que pasen de ser simplemente información a juicios de valor de la realidad.
Luis Villoro, investigador emérito de la filosofía analítica y de las interpretaciones culturales indica que:
“En su sentido más amplio, la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias (Villoro, 1985, p. 177)
De esta manera, las ciencias de la cultura o también llamada la culturología tiene una relación muy estrecha con las ciencias naturales, al grado que varios pensadores han tratado de equipararlas para crear una “única ciencia” que pueda integrar los mundos en que el hombre convive todos los días. Para otros ha sido el motivo para hablar de “La guerra de las Ciencias” con la finalidad de alentar esta confrontación entre ciencias físicas versus ciencias humanísticas.
Snow (1992) definió cultura desde dos puntos de vista: el primero antropológico, que se refiere a un grupo de personas que viviendo en el mismo entorno, comparten intenciones, motivaciones e intereses y que en las mismas circunstancias responden igual; y el segundo formal, que se refiere al desarrollo armonioso de las cualidades y facultades que caracterizan a nuestra humanidad. De la misma manera en que la cultura se entiende como un medio, como un puente que conecta al hombre con su entorno, y no como algo absoluto, agotado y cerrado. En este sentido estriba su verdadera y más importante función de la cultura al considerarse como un proceso vital inagotable en constante creación de sus formas de mediación y transición entre el proceso simbólico de interpretación y conexión con el mundo natural que lo nutre. El mismo Snow considera a la cultura como un proceso inacabado y perfectible, permite al sujeto reconsiderar constantemente su interpretación y reinterpretación de su entorno, mediante el propio proceso cultural creativo que contiene una herencia histórica que no le permite detenerse y que no necesariamente tiene un fin perceptible.
De esta manera, la dimensión cultural no sólo es una pre-condición necesaria para reproducir patrones de comportamiento, no sólo interpreta acontecimientos desde una perspectiva definida, es también un factor capaz de inducir hechos históricos. La cultura como tal determina formas ideológicas, formas de observar el mundo material y explicar, a su modo, los acontecimientos; también propicia actividades encaminadas a producir sucesos futuros, eventos propios y aceptables, ya previstos por la propia dimensión cultural que garantizarán el status quo o la herencia dominante. En relación a este aspecto y tomando en cuenta que la técnica, como se mencionó anteriormente ayuda al ser humano a prever el futuro posible a partir de su interpretación de la realidad, parece entonces lógico que la cultura y la técnica como actividades humanas se encuentre estrechamente conectadas por un marco referencial, con un capital cultural que guíe el camino tanto de sus acciones como de sus pensamientos.
La realidad vista desde la cultura, ayuda a que la técnica encuentre una dirección acorde con su interpretación para buscar un bienestar estable y perdurable, bienestar que las herramientas y los artefactos deben proporcionar al ser humano. Por tal motivo el individuo inmerso en su cultura encuentra que vale la pena transmitir a las siguientes generaciones, ese conjunto de saberes y materiales transformados, creados como legado histórico, apetecible a cualquier sujeto que reconozca como válida la cultura en la que centra sus expectativas de progreso y desarrollo. Para la presente investigación se considerará el término cultura desde la perspectiva de Kymlicka (1996) como la más apropiada ya que permitirá a los usuarios de tecnología compartir los “modos de vida” como elementos guías que imprimen sentido y valor a toda la información compartida que rodea el ámbito cultural. Esto implica todas las actividades humanas y en especial la vida en la virtualidad o en el ciberespacio, sea de la esfera pública o privada.
Falta situar a la cultura dentro de parámetros más amplios, e instalarla en un tiempo determinado para poder explicar sus alcances, al mismo tiempo que indagar sobre su multiplicidad mundial y las diversas confrontaciones que los estudios culturales remarca y confronta. Pero será en el siguiente apartado donde la diversidad cultural será el tema a analizar.