Daniel Hernández Hernández
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Para lograr un desarrollo justo y sustentable, es condición el impulso de políticas públicas que consideren como componente principal la implementación de procesos de descentralización que respondan a las necesidades locales y propicien la eliminación de las grandes diferencias sociales e inequidades productivas que causan el desequilibrio en el desarrollo regional; esto implica actuar diferenciadamente sobre cada territorio mediante la aplicación de políticas de integración regional que logren balancear las diferencias y faciliten los procesos de integración microrregional en un espacio y territorio determinados. Sin embargo, se debe reconocer que a pesar de que la descentralización aparece como una tendencia reciente que, inclusive desde las propias instancias del poder público y de la sociedad civil, se pregona la reforma del Estado, donde el componente descentralización juega un papel importante, todavía predominan las estructuras altamente burocratizadas y centralistas, lentas y costosas, por lo que poco se logra avanzar en las condiciones actuales de competencia entre los territorios y regiones que demandan soluciones rápidas y focalizadas. En este sentido, es importante señalar que todavía existen fuertes obstáculos para lograr una verdadera descentralización que supone mayores competencias, lo que significa mayor presión para los municipios ya que tienen que dar respuestas más amplias, pero muchas veces con similares recursos o sin las capacidades técnicas y de gestión necesarias (García, 2000:6).
Pero en qué exactamente consiste la descentralización, y cómo se vincula con los procesos de microrregionalización que aquí se han propuesto a partir de los sistemas de centros poblados: este es el aspecto fundamental que se pretende clarificar con la exposición de los siguientes elementos de carácter teórico. En primer lugar, y con apoyo en lo que señala Gómez (2001:3), se puede aseverar que la organización del Estado en la sociedad se debe regir por los principios básicos de subsidiariedad y solidaridad; en cuanto al primer aspecto, la descentralización conlleva el acto de trasladar el poder de decisión, el manejo de los recursos, la ejecución de los programas y la administración de los servicios que por sus características puedan ser atendidas a escalas mínimas, como lo serían precisamente en los niveles inferiores de microrregionalización representados en los centros de integración microrregional; y en lo que se refiere al segundo aspecto, se parte del reconocimiento de que las asociaciones intermedias libremente establecidas no son todas iguales, incluso dentro de un mismo nivel piramidal, por ejemplo, coexisten municipios ricos y municipios pobres, es decir, se trataría de equilibrar la asignación y manejo de recursos.
El objetivo fundamental de la descentralización es fortalecer e impulsar la democratización de la sociedad y acelerar el desarrollo socio-económico, articulando integralmente las formas institucionales del Estado y las políticas de desarrollo. En este sentido, la descentralización puede ser un instrumento poderoso para lograr el objetivo último de la política de desarrollo: mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos, especialmente de aquellos que viven en pobreza y pobreza extrema que habitan las microrregiones. En las condiciones actuales del mundo globalizado, y esto implica asumir y defender esta posición teórica y al mismo tiempo, política, ese gran propósito de mejorar la calidad de vida sólo se puede lograr si se consolida la democracia y el estado de derecho, que debiera reflejarse en la modernización de la economía, mejorando la calidad de las instituciones estatales, municipales y de carácter regional, elevando su legitimidad y credibilidad e incrementando su eficiencia y eficacia, y acercarlas más a la población, de tal forma que el Estado pueda jugar un papel activo catalizando y facilitando la solución de los problemas del desarrollo. En este punto conviene detenerse para abordar lo relativo a la calidad de vida, puesto que el concepto por sí mismo, resulta muy general y tiene variedad de significados; además, dicho concepto encierra la cuestión sustancial del desarrollo; y en lo particular, del desarrollo que es posible y deseable implementar a partir de los centros de integración microrregional que es parte medular de este trabajo. Por ello, en una primera aproximación, se puede decir que existe una terminología con valor operativo para poder aplicarla en la investigación práctica.
Lo primero que se debe señalar, es que la calidad de vida se entiende desde cuatro dimensiones básicas, que son: las sociales, las económicas, las ambientales y culturales; entonces en correspondencia con la apreciación anterior, la definición de un determinado nivel y calidad de vida tendría que estar condicionado por la existencia dinámica de los siguientes aspectos:
a) La presencia de instituciones sociales que impacten el contexto social del individuo, en un ambiente de inclusión de la densidad de sus relaciones con otros grupos.
b) Un nivel adecuado de ingresos del individuo, con relaciones de calidad de su trabajo y con oportunidades de empleo (lo que incluye en forma explícita el grado de libertad para moverse de una región a otra y de un empleo a otro).
c) Una adecuada calidad del ambiente.
d) Libre de congestionamientos vehiculares y de ruido, así como contar con instalaciones recreativas.
e) Una presencia importante de instituciones culturales que permitan un buen nivel cultural general de la comunidad en que vive el individuo, entre las más importantes.
La calidad de vida del individuo no se determina necesariamente por todos estos factores en una forma única y positiva; por ejemplo, puede suceder que dado el nivel y la estructura de las demandas (aspiraciones) del individuo, la oferta efectiva puede estar por arriba o por debajo de sus aspiraciones. En ambos casos, la calidad de su vida tendrá una correspondencia directa con el grado de satisfacción de las demandas de los individuos o grupos de la sociedad. Aparte de estos elementos, en la calidad de vida de una persona de cierta posición que viva en un lugar dado, inluyen en gran medida las distancias que lo separan de su lugar de residencia y de trabajo, es decir, por la distancia que deba recorrer para llegar tanto a su trabajo, como a escuelas, hospitales, etc. Entonces, al ponderar la distancia que existe para llegar a un sitio determinado, tomando en cuenta desde luego un punto de partida, así como la demanda de los individuos para que acudan a él, se puede obtener una elasticidad alta si es que, al variar la distancia varía más que proporcional la demanda; de ello se desprende que ese sitio se puede catalogar como un sitio de bajo orden. El caso contrario es cuando la elasticidad es baja, esto es, cuando al variar la distancia casi no varía la demanda, lo que permite calificar a un sitio con estas características, de alto orden. Ejemplo de ello, es el hecho de acudir a una universidad, lo que quiere decir que en un momento dado, es más importante para el individuo acudir a este sitio que a un kinder, el cual sería de bajo orden, porque el individuo, quizá, pudiera prescindir de acudir a él. Otro elemento que permite medir la calidad de vida, es lo que tiene que ver con el tiempo disponible que tenga el individuo para satisfacer su consumo, de tal manera que si dispone de un tiempo restringido, entonces su calidad de vida será menor que si todos o la mayor parte de los servicios fuesen fácilmente accesibles.
Es un hecho que la calidad de vida se ve afectada en una o en otra forma, también por las decisiones de las autoridades gubernamentales que actúan a diferente nivel de cobertura territorial, lo que permite catalogarlas de la siguiente manera: esto es, si una autoridad abarca un territorio extenso, entonces será una autoridad de alto nivel; el caso contrario, será una autoridad de bajo nivel. La importancia de esta caracterización, radica en que la vida cotidiana está determinada en buena medida por las decisiones de política pública. El aspecto espacial de dónde analizar o estudiar la calidad de vida, pasa necesariamente por hacer una delimitación en tiempo y espacio; esto quiere decir que se debe considerar por separado la calidad de vida de una región, de un contexto urbano, e inclusive del lugar donde habita el individuo. Por ello, el objetivo principal de toda política regional, y en lo específico, de una política de desarrollo microrregional, debe ser la obtención de un equilibrio espacial más adecuado entre la población y las actividades económicas. Esta distribución, como se sabe, se caracteriza por una alta concentración de la población y de las actividades económicas en un número relativamente pequeño de ciudades o de municipios en sus cabeceras; con las consecuencias que ello trae, como el alto grado de urbanización y la distribución desigual del ingreso entre las partes urbanizadas y las no urbanizadas (Klaassen, 1981:267-269), lo cual contrasta con la dispersión que se observa en ciertos territorios representados por los denominados centros de integración microrregional que se han logrado caracterizar y que son objeto de referencia de la metodología de microrregionalización para este trabajo.
Sin embargo, es importante agregar varios elementos más, en función de lo que señala Coraggio (1997:5-6), ya que si bien los aspectos que se han expuesto anteriormente, permiten caracterizar de manera general la forma en cómo se entiende la descentralización, se puede decir que no son suficientes, e inclusive es posible que se pueda disentir de la aseveración hecha en párrafos anteriores, en el sentido de que para lograr la elevación de la calidad de vida de la población, sólo se requiere consolidar la democracia y el estado de derecho, pues es un hecho de que una descentralización democratizante, como le llama el autor de referencia, que apunte a superar la alienación política, pero que deje sin tocar la principal fuente de alienación de los ciudadanos: la que impone una economía que opera a sus espaldas, como un proceso naturalizado que se libera en nombre del realismo y que nos golpea con el desempleo, la precarización, la desindustrialización, la pérdida de poder adquisitivo y la pérdida de soberanía, no es verdaderamente descentralización, lo cual es totalmente acertado y es un punto de coincidencia plena con el análisis que aquí se viene estrcuturando. En otros términos, lo que se plantea es que se debe avanzar hacia una reorientación del modelo de desarrollo o bien hacia el cambio de modelo de desarrollo, pero no como un slogan de campaña política momentánea, sino como una política de Estado que se concrete en la promoción del desarrollo económico local, para aprovechar al máximo las energías sociales que moviliza y para volverse autosustentable. ¿Será ésta la tarea que viene inmediatamente después de la primera etapa de descentralización? ¿O será que, independientemente del etapismo, deberá haber una acción convergente como parte de un mismo proyecto de cambio político, cultural y económico en que el poder político y el poder económico deben descentralizarse juntos para consolidarse?
Estas son las interrogantes del propio autor y que hacen alusión al título de la fuente consultada, pero además estas preguntas en sí mismas resumen los aspectos fundamentales que en un momento dado pueden ayudar al desarrollo o bien pueden limitarlo, esto es, depende de cómo se ejerza el poder político vinculado con el poder económico o viceversa en un espacio y territorio determinados, específicamente en los espacios microrregionales, para lo cual no hay recetas. Con respecto a estos planteamientos, Klaassen (1981:275) de alguna manera coincide (independientemente de la crítica que Coraggio hace del etapismo), en el sentido de avanzar en la descentralización como una medida eficaz para impulsar el desarrollo; al señalar que, una política de descentralización resulta eficaz para lograr una disminución gradual del crecimiento de los principales centros urbanos y promover el crecimiento de las áreas periféricas deprimidas y agrega para que esta política tenga éxito, deberá ejecutarse en dos etapas, a saber: en la etapa uno, se requiere la promoción de los centros de crecimiento potencial a distancias aceptables de las principales áreas urbanas, y en la segunda etapa, se podrán promover nuevos centros de crecimiento a distancias aceptables de los primeros, tras de haber completado con éxito la etapa uno.
Y solamente como ejemplo, conviene citar lo que este autor señala (Klaassen,1981:271-272), en referencia a la experiencia europea, particularmente en el caso de Francia, donde la política regional se ha orientado hacia la promoción del crecimiento de las llamadas “metrópolis de equilibrio”, ya que son las ciudades francesas más grandes que han mostrado mayores potencialidades de crecimiento (esto cuando menos en la década de los ochenta); y en el caso holandés dice que son las ciudades periféricas a la ciudad suburbana, las que tienen las mayores potencialidades de crecimiento y agrega que una política regional de esta clase podrá alcanzar al mismo tiempo los objetivos buscados con mayor rapidez, que si se hace mediante la promoción directa de las regiones deprimidas, sobre todo cuando estos programas muestran sólo un éxito limitado. Entonces, guardando las respectivas proporciones para el caso que nos ocupa se puede decir que, efectivamente, las políticas que buscan inyectar recursos económicos por la vía de los programas sociales, llámese Progresa o cualquier otro, si bien logran mejorar los ingresos de las familias beneficiarias, esto es sólo momentáneamente, pues como se sabe, no logran impulsar verdaderos proyectos productivos estables y permanentes que den empleo a la gente, además de una serie de situaciones de pobreza que no se resuelven o ni siquiera se sientan las bases para que las comunidades marginadas despeguen hacia el desarrollo. Esto definitivamente porque la aplicación de las políticas de desarrollo no se sustentan en programas de desarrollo microrregional.
De ello se puede coincidir y concluir que la estrategia de impulso al desarrollo debe ser gradual, es decir, que no es recomendable inyectar por sí mismo recursos cuantiosos a las áreas más deprimidas, no porque no se justifique, sino porque generalmente no se logra una reactivación verdadera y, diríamos, reactivación duradera del crecimiento, que no del verdadero desarrollo porque sería como exigir demasiado en circunstancias donde no existen políticas públicas coherentes de desarrollo regional, y mucho menos iniciativas reales y eficaces de descentralización. La razón del porqué las áreas deprimidas no pueden despegar hacia un crecimiento sostenido, se debe a que no es fácil que se combinen los tres elementos básicos que plantea Krugman para que se concentre la producción y que ya se hizo referencia anteriormente, estos son: la interacción entre la demanda, los rendimientos crecientes y los costes de transporte aceptables. Sin embargo, y esta también es una cuestión sumamente interesante en la medida en que determina las políticas a seguir: si las áreas deprimidas no son viables, entonces mientras tanto, qué se debe hacer; la respuesta es prácticamente obvia, porque en condiciones normales de la marcha de la economía de un país o región, no se pueden abandonar nada más porque sí, debido entre otras cosas, al hecho de que las áreas deprimidas forman parte de la estructura económica, social, territorial y ambiental de un espacio determinado, y su posible abandono, afectaría a la estabilidad económica, social y política de la sociedad.