David Flores Ruiz
En el presente apartado vamos a profundizar en la teoría estructural de la competitividad de los territorios, haciendo especial referencia a la teoría de los cúmulos y, como parte de ésta, al modelo teórico propuesto por Porter, el cual es utilizado en el análisis empírico de la presente investigación. Desde este enfoque, los territorios, mediante las actuaciones de sus agentes políticos, sociales y económicos, van a tener un mayor protagonismo en el diseño de las estrategias competitivas y, por tanto, en el éxito competitivo de los mismos en determinadas actividades económicas, pues ya no están a expensas solamente de la dotación heredada de recursos básicos, tales como: mano de obra barata, recursos naturales, situación geográfica, etc., de forma que el coste de los factores no va a ser el único elemento determinante de la competitividad de los mismos.
3.4.1.1. Principales características de la teoría estructural de la competitividad
Bajo la teoría estructural de la competencia se recogen aquellos modelos explicativos de la competitividad de los territorios en los que se considera la interacción de una cantidad elevada de factores. Esta teoría parte de la existencia de ventajas absolutas entre países frente a la teoría neoclásica del comercio internacional apoyada en las ventajas comparativas. De ahí, como apuntamos en el capítulo II, la necesidad de recurrir al concepto de ventaja absoluta que creara Adam Smith (García y Melián, 2003) y, por tanto, a la teoría clásica del comercio internacional, pues, en ésta, a diferencia de lo que ocurre en la teoría neoclásica, la productividad adquiere un papel importante como factor explicativo del éxito internacional de los territorios en determinados sectores económicos .
En este sentido, debe resaltarse el carácter desigual de los niveles promedios de productividad a nivel internacional que se ha reflejado en los estudios históricos realizados al efecto, pues las investigaciones más solventes apuntan a la existencia de diferencias, consistentes en el tiempo, en los niveles de productividad, incluso entre los países más desarrollados de la OCDE (Alonso, 1992:67), persistiendo las diferencias entre países desarrollados y en vías de desarrollo e incluso dentro de los primeros.
Esta teoría estructural de la competencia considera, por consiguiente, que la competitividad internacional es un fenómeno complejo en el que interaccionan gobiernos y empresas, y en que las dotaciones de factores productivos pueden llegar a ser irrelevantes (Canals, 1991:45), por lo que el centro de atención pasa, de considerar los factores productivos heredados -básicos-, a considerar aquellos factores productivos adquiridos -avanzados-, pues, siguiendo a Porter (1999), debe afirmarse que la prosperidad nacional se crea, no se hereda. No surge de los dones naturales de un país, de su mano de obra, de sus tipos de interés o del valor de su moneda (Porter, 1999:163).
Así pues, el planteamiento de la teoría de la competencia estructural parte, siguiendo a Alonso (1992), de las siguientes consideraciones:
- Las empresas no sólo compiten en precios sino que también lo hacen en aspectos tales como la calidad de los productos, los servicios post ventas y, en general, utilizando diversos mecanismos para la diferenciación de sus productos y servicios.
- Esta teoría pretende incluir los procesos de creación, difusión y adaptación tecnológica, considerando de gran importancia las innovaciones tecnológicas, tanto radicales como incrementales.
- Para esta teoría la competitividad de una nación o territorio no es el resultado únicamente de la competitividad de sus empresas, tal y como se supone desde el enfoque empresarial, sino que factores organizativos, institucionales y supraempresariales -configuración del aparato productivo nacional, interconexiones entre sectores y actividades económicas, la calidad de las relaciones entre agentes, la infraestructura física y tecnológica, etc.-, también influyen de forma significativa.
Por tanto, frente a los tipos de cambios nominal, a los costes, a los precios y a la rentabilidad relativa como factores determinantes de la competitividad de los territorios, la teoría estructural propone factores tales como: la dotación y utilización de los factores productivos -stocks de capital físico, tecnológico y humano-, la capacidad de innovar, la especialización productiva, la eficiencia en el funcionamiento de los mercados y las características de las organizaciones empresariales. En definitiva, todos estos factores se encuentran estrechamente ligados con la calidad de la formación y educación, así como a la existencia de un entorno institucional flexible que impulse su difusión por todo el sistema económico.
Como consecuencia de este nuevo paradigma de la competencia internacional son numerosas las investigaciones que, en las dos últimas décadas, han abordado el análisis de la competitividad de los territorios siguiendo esta teoría estructural, entre los cuales podemos destacar los trabajos de Lawrence (1984), Scott y Lodge (1985, en Alonso [1992] ), Fujita, Krugman y Venables (1999, en García y Melián [2003]), los Informes sobre la Competitividad de los países elaborados por el World Economic Forum desde 1983, los informes de la Comisión Europea sobre el Mercado Único Europeo en la competitividad sectorial, los trabajos de Dertouzos, Lester y Solow (1990), Porter (1990) y Esser et al (1996), entre otros. Mientras que a nivel nacional, podemos citar los trabajos de Rodríguez (1993), Martín (1993), Viñals (1993), Segura (1993), y Bravo y Gordo (2003).
No obstante, el modelo de Porter (1990), concretado en su libro La ventaja competitiva de las naciones, es considerado como referente a la hora de analizar la competitividad de los territorios desde un enfoque estratégico y estructural hasta el punto de haberse convertido en el marco más aceptado actualmente para explicar la competitividad internacional (Camisón, 1997:77). Este modelo teórico se fundamenta en la teoría de los cúmulos o cluster, la cual pasamos a exponer.