David Flores Ruiz
La teoría de los cúmulos parte del supuesto de que la competencia internacional no se establece entre naciones, sino entre empresas que forman parte de clusters (Camisón, 1998:16) localizados, por regla general, en dimensiones territoriales inferiores a las que ocupan las naciones o países. Así pues, de esta forma, descendemos del nivel país a uno local más operativo, puesto que, en realidad, es en éste en el que la empresa lleva a cabo su actividad y el que constituye su entorno más próximo (Vila, 2004:6).
Los cúmulos, siguiendo a Porter, pueden definirse como concentraciones geográficas de empresas interconectadas, suministradores especializados, proveedores de servicios, empresas de sectores afines e instituciones conexas que compiten pero también cooperan (Porter, 1999:201). Por su parte, Becattini (1990, en Rodríguez [2000:433]) define el distrito industrial como una unidad socioterritorial que se caracteriza por la presencia interactiva de una comunidad de personas y de una población de empresas dentro de un área limitada, tanto histórica como naturalmente. Por tanto, podría decirse que un cluster se localiza en un territorio caracterizado por una misma realidad histórica, cultural y socioeconómica.
La presencia de los cúmulos o concentraciones de empresas nos conduce, por tanto, a pensar que buena parte de sus ventajas competitivas se encuentran fuera de éstas e incluso fuera de los sectores en los que los que operan. De forma que puede decirse que la existencia de una serie de ventajas localizadas en territorios concretos constituyen una de las principales causas por las que las empresas no se ubican de forma aleatoria en el espacio, sino que siguen patrones de localización homogéneos en sus decisiones de localización, como consecuencia de lo que la literatura ha denominado “efecto territorio” o “ventaja territorio”.
Puede decirse que la “ventaja territorio” es un concepto más amplio que la “ventaja país”, pues aglutina a los otros tres tipos de ventajas ya que, a demás del componente espacial, que recoge básicamente las variables país aunque en un ámbito más reducido, tienen un claro componente industrial y ayudan al desarrollo de ventajas competitivas en las empresas que se ubican en dicho territorio (Vila, 2004:8). De ahí la importancia que está adquiriendo esta teoría en el estudio de la competitividad de los territorios desde un enfoque estratégico, la cual es tomada como referente en el estudio empírico a la hora de abordar el análisis de la competencia en la actividad turística.
No obstante, la preocupación por este tipo de agrupamientos de empresas exitosas de ciertos sectores en cúmulos o clusters, más o menos definidos, no es reciente, puesto que Marshall (1890) ya se sentía atraído por el estudio de este tipo de concentración natural en determinados territorios, lo cual le lleva a incluir en su obra Principles of economics un capítulo en el que analizaba los factores externos de las áreas industriales especializadas. De tal forma que los cúmulos forman parte del paisaje económico desde hace mucho tiempo; las concentraciones de artesanos y empresas dedicados a una actividad existen desde hace siglos (Porter, 1999: 212).
Muchos trabajos, abordados desde diferentes enfoques y disciplinas, han reconocido la importancia del fenómeno de los cúmulos, arrojando alguna luz sobre los mismos. Entre la temática de estos estudios podemos citar las referidas a los polos de crecimiento y las conexiones con los eslabones anteriores y posteriores de la cadena, las economías de aglomeración, la geografía económica, la economía urbana y regional, los sistemas de innovación nacionales, la ciencia regional, los distritos industriales y las redes sociales (Porter, 1999:212-213). En todas estas áreas de estudio puede decirse que, de una u otra forma, se ha profundizado en el análisis de las economías externas, concepto sobre el que gira esta teoría de los cúmulos.
En períodos más recientes, el reencuentro con la noción mashalliana de “distrito industrial” se produce de la mano del profesor Giacomo Becattini al estudiar la industria italiana localizada en determinadas ciudades del Centro y Nordeste del país, constatándose que estos sistemas locales, en los que predominaba las pequeñas y medianas empresas industriales, presentaba una superior resistencia a la crisis económica general. Se trataba de estudiar las características de sus sistemas productivos y la lógica del proceso de industrialización (Trullén, 1992: 37).
La teoría de los cúmulos parte del reconocimiento de que, si en un primer momento las principales ventajas competitivas o economías externas de las empresas localizadas en determinados territorios venían dadas por la reducción de costes derivada por la proximidad a los factores de producción o a los mercados, con la mundialización de estos mercados, las mejoras tecnologías, el aumento de la movilidad y la consecuente reducción de los costes de comunicación y transportes, actualmente dichas ventajas han ido perdiendo toda la importancia que tenían anteriormente. Por tanto, en la actualidad, como recoge Porter, la naturaleza de las economías de aglomeración ha cambiado (Porter, 1999: 215), ya no es necesario estar cerca de los factores de producción ni de los grandes mercados.
En esta concepción más amplia y dinámica de la competencia, en la que la productividad pasa a jugar un importante papel en la misma, aspectos tales como la capacidad de innovación de los territorios, la formación y cualificación de sus recursos humanos, las tecnologías disponibles y, en definitiva, toda una nueva serie de recursos o factores avanzados, entre los que destacan el conocimiento, son los que, en la actualidad, conforman las “ventajas territorios” existentes en determinadas zonas geográficas. De tal forma que la capacidad de atracción de un territorio ya no está en función de sus factores de localización -ventaja comparativa-, sino en su aptitud para crear recursos y procesos de innovación -ventaja competitiva-.
A continuación recogemos algunas de las principales aportaciones que la teoría de los cúmulos realiza al análisis de la competitividad estructural de los territorios:
- Dentro de esta teoría adquiere especial importancia el concepto de recursos compartidos, los cuales tienen un carácter público en el interior de los cúmulos, pero privado de cara a las empresas foráneas, posibilitando su consideración como fuente de ventaja competitiva para el conjunto de las empresas del cluster (Vila, 2004:9). Este concepto de recurso compartido ha sido heredado de la Teoría de los Recursos y Capacidades, si bien algunos recursos y capacidades en vez de ser considerados propios y específicos de cada empresa, son consideraos propios y específicos de cada territorio.
- Para que estas empresas se aprovechen de la mejor forma posible de esos recursos localizados en los territorios se hace necesario que cooperen, pues, tal y como expone Costa (1988), las empresas que se localicen en clusters y cooperen podrán competir no sólo en función de sus recursos individuales, sino también de aquellos otros que, no siendo propiedad exclusiva de éstas, pertenecen al sistema en el que se localizan y los puede disfrutar. De esta forma, si se tiene en cuenta que la división del trabajo más predominante en los clusters es entre empresas y no en su interior, las posibles ventajas de aquélla se derivarían de un equilibrio entre los dos tipos de coordinación: la competencia y el mercado (Rodríguez, 2000:437). Esta coordinación no se consigue a través de la autoridad, sino a través del mecanismo competitivo de los precios y de la cooperación entre empresas. Por tanto, dentro de los cúmulos, para su buen funcionamiento, deberá conseguirse un adecuado equilibrio entre cooperación y competencia. (Dei Ottati, 1996).
- La mayor parte de las empresas que forman parte de estos cúmulos son pequeñas y medianas empresas especializadas en una o unas cuantas fases y funciones de industrias concretas, configurándose, de esta forma, un modelo de industrialización difusa y de producción flexible, basado en la división del trabajo y adaptado a las exigencias y continuos cambios experimentados por la demanda. Esta forma de producir, como hemos comentado anteriormente, requiere una serie de mecanismos de coordinación -competencia y cooperación, fundamentalmente- entre las diferentes unidades productivas, haciendo que se formen redes de organizaciones, las cuales pueden ser definidas como asociaciones informales de empresas, geográficamente próximas, que buscan deliberadamente formas de colaboración para mejorar su ventaja competitiva en los mercados regionales, nacionales e internacionales (Martínez, 2004:58).
- Otras de las principales características de los clusters es el ambiente de innovación y aprendizaje que se crea en los territorios donde se localizan y, sobre todo, en aquellos donde adquieren una mayor profundidad y dimensión. En este sentido, nadie discute que la participación en redes, clusters y alianzas constituye un poderoso mecanismo de aprendizaje. Más aún cuando estas relaciones se dan en un ámbito geográfico inmediato de modo que los contactos puedan tener lugar de manera informal (Arthur de Little, 2001, en Martínez, [2004:64]).
- La evolución de los cúmulos en el tiempo, según exponen algunos autores como Swan et al (1998), se puede asemejar al ciclo de vida de los productos, pudiéndose distinguir en dicha evolución las fases de nacimiento, desarrollo y decadencia.
El nacimiento de un cúmulo puede producirse por razones muy diversas -reservas de algunos factores, como trabajadores especializados, infraestructuras, expertos investigadores universitarios, ubicación física favorable, etc.- resultando éste, muchas veces, imprevisible, mientras que, por el contrario, las causas de su desarrollo o no desarrollo son más previsibles. Esta segunda fase suele durar décadas y, en algunos casos, incluso siglos. Por último, nos encontramos la fase de decadencia, cuyas causas pueden ser tanto endógenas, originarias de la propia ubicación, como exógenas, derivadas de los acontecimientos del exterior (Porter, 1999:243-250).