Celestino Castaño Guillén
3.1 Introducción
En este capítulo se abordará la discusión sobre los métodos utilizados en la valoración de empresas. Haremos, en primer lugar, un planteamiento general sobre la forma y problemática que presenta la valoración de empresas. En segundo lugar, clasificaremos los métodos y describiremos el funcionamiento de cada uno de ellos. Después, estudiaremos las ventajas, los inconvenientes y el rigor, o en su caso la falta del mismo, para establecer una valoración razonada de la empresa. Finalmente, profundizaremos en el método de valoración por descuento de flujo de caja, que actualmente se considera como el más correcto desde el punto de vista conceptual. No olvidaremos que hay otros métodos, que aunque menos exactos, sirven para comparar y comprobar si la valoración se ha ajustado a la realidad .
Como acabamos de señalar, para valorar y para otras muchas funciones, se utilizan métodos y modelos, que en términos generales son simplificaciones de la realidad. Estas simplificaciones tratan de aumentar la comprensión del comportamiento que caracteriza una realidad y así desarrollar la utilidad del modelo.
Los modelos utilizados especifican las relaciones entre las variables a través de expresiones matemáticas que simplifican la realidad. Hay que tener en cuenta que la simplificación de la realidad se consigue utilizando las variables que se consideran principales y desechando las consideradas secundarias, lo cual hace que el modelo pierda precisión en función del aumento de utilidad. Además, estos modelos tratan de predecir el futuro, y éste aunque probable, es por definición incierto, es decir, puede que el futuro repita sucesos conocidos, desconocidos o una combinación de ambos.
En cualquier caso, la utilidad del modelo es juzgada por la precisión de sus predicciones. Su calidad viene determinada por la relación entre esas predicciones y el coste de la obtención de los datos necesarios.
Antes de comenzar con la valoración de empresas vamos a dar una pincelada sobre el concepto de empresa.
Para la teoría económica, la empresa es una unidad de producción de bienes y prestación de servicios, con el objetivo último de satisfacer necesidades humanas. Ahora bien, mientras que en las economías centralizadas las empresas tenían marcados sus objetivos en términos de cantidad, las economías descentralizadas dejaban a la libre elección del empresario la producción de cantidad y calidad, siendo el mercado el que finalmente admitía o rechazaba el producto o servicio ofertado. Entre ambos sistemas, están las economías mixtas, en las que las reglas se fijan en función de la competitividad, aunque ello vaya en algunas ocasiones en detrimento de la calidad. En estas circunstancias los gobiernos actúan a través de regulaciones que evitan la formación de externalidades negativas, contribuyendo, por otra parte, con la política fiscal, al desarrollo de ciertos sectores que se consideren estratégicos o necesarios en cada momento.
A la hora de calcular el valor (que no el precio) de la empresa, considerada como unidad de producción de bienes y servicios, hay que considerar una gran cantidad de factores: los bienes que la forman, las personas que la dirigen, el sector en el que desarrollan la actividad, la tendencia de crecimiento del país en el que está instalada y sus relaciones internacionales, el grado de desarrollo de las tecnologías o la utilización de las TIC.
No cabe duda que el valor tiene un alto grado de subjetividad, puesto que todas las personas no tienen los mismos conocimientos sobre los negocios, o la capacidad para hacerlos funcionar de manera óptima, o pueden aprovechar las mismas sinergias. El valor es diferente para cada parte en la negociación: es una opción de compra para el comprador (no comprará si el precio no es inferior al máximo valor que en su propia escala ha otorgado al bien o a la empresa) y una opción de venta para el vendedor (no venderá si el precio no supera el mínimo que él ha considerado). Está claro que el mejor gestor del valor, el más capacitado para crear valor en la empresa, será el que negociará siempre con ventaja en la compra.
La subjetividad del valor no implica su imposibilidad o inutilidad, antes al contrario, existen multitud de situaciones en las que se hace necesario su conocimiento:
- Información sobre la evolución del negocio.
- Transmitir la propiedad.
- Fusiones o escisiones
- Identificación de inductores de valor (value drivers).
- Evaluación de la dirección para establecer remuneración en función de la creación de valor.
- Determinación de la política de dividendo
- Salida a bolsa, etc.
En cualquiera de los escenarios anteriores hemos de tomar una referencia de valor que será diferente dependiendo de la respuesta que se dé a las siguientes preguntas: ¿para qué valorar?, ¿para quién? y ¿en qué circunstancias?.
El valor no es una cifra única si consideramos diferentes oferentes y demandantes, ya que es una función de la interdependencia que existe entre un alto número de variables que cada individuo pondera de forma diferente. Sin embargo, el valor sí es único para un sólo comprador o un sólo vendedor.
Por otra parte, las operaciones de compraventa son frecuentes y este es el mejor indicador de que valorar no es algo imposible, sino antes al contrario, necesario y posible.
El proceso de valoración de empresas puede utilizar diversos métodos de los que existe un amplio y sólido marco teórico, realizado por grandes economistas como Modigliani, Miller, Black y Scholes, Merton, Damodaram, Fernández, etc., y al que continuamente se hacen nuevas aportaciones. La utilización de este marco requiere buscar fuentes de información objetiva de la empresa, a la vez que se hace necesario tratar de cuantificar estas informaciones. Los detractores de estos sistemas de valoración siempre han objetado como principal inconveniente la dificultad de concretar las estimaciones o mediciones de los hechos cualitativos. Elegida la información y cuantificada es necesaria la utilización de un modelo para finalizar la valoración.
La valoración de una empresa consiste en cuantificar y actualizar, de una forma razonada, la capacidad que tiene de generar recursos futuros a través de su funcionamiento. Para realizar una valoración correcta hay que fundamentar las previsiones; es necesario realizar un estudio de la empresa que tenga en cuenta las personas que la componen y sus activos, no debe faltar un análisis de los clientes, de los proveedores, del sector, …; hay que adoptar una visión desapasionada, orientada al valor de las actividades corporativas, que perciba los negocios por lo que son, y que valore las inversiones nuevas por su capacidad productiva, observando si pueden alcanzar una rentabilidad superior al coste de oportunidad del capital.
Tal como dicen Copeland, Koller, Murrin (2004), “la valoración depende principalmente del conocimiento de la empresa , de su sector y del entorno económico general, de efectuar una labor prudente de proyección”. Un examen meticuloso y un trabajo concienzudo conducen a una buena proyección. La metodología correcta es una parte necesaria del proceso de valoración.