LOS FACTORES DE LA ALTERNANCIA EN TLAXCALA. 1991-2001
Angélica Cazarín Martínez
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Reconocer las lecciones de la historia mundial contemporánea y de la propia historia reciente de América, es el camino para enfrentar el círculo vicioso del descontento y la marginación ciudadana de la democracia. El impacto ideológico del contexto europeo contribuyo como marco de referencia para lo que sucede hoy en América Latina por supuesto con sus reservas, el fin de la guerra fría implicó la transición de regímenes autoritarios a otros democráticos como los casos de Chile y Paraguay, sin embargo, y a pesar de los avances, tanto en Europa como en América se continua en un debate constante para reducir las desigualdades y discriminaciones todavía existentes en las sociedades.
Durante el siglo XX, junto al desenvolvimiento del Estado democrático y social en América Latina, la ciudadanía se fue extendiendo por encima de barreras sociales, étnicas y de género en el mundo, también se extendió el reconocimiento de los derechos y deberes que esa condición involucra: ya no sólo derechos civiles y políticos, sino también derechos económicos y sociales, derechos culturales y ambientales (Martínez:2004). Aunque muchos indicadores sociales mejoraron siguen pendientes el reto a la desigualdad, lo cual ha generado una actitud de los ciudadanos hacia las instituciones pública y la política.
América Latina recorre hoy los difíciles caminos de la construcción democrática, después de un ciclo de dictaduras y de guerras revolucionarias. Sin duda, esto de considerarse como una primera gran tendencia, en una región vasta y compleja, con una amplia diversidad de situaciones en cada país y región, sin embargo, ante ello hay grandes desafíos.
Para los países de América Latina se constituyan como democracias de plena ciudadanía, nuestras sociedad tendrían que abordar distintos desafíos, tales como el de la política logrando que el ciudadanos crea en ella en su contenido y relevancia, un segundo desafío se refiere al del Estado mismo como esfera de lo público, es decir reinventarse ante el contexto actual como gestor de proyectos colectivos, el tercer desafío se refiere a la Economía, donde ésta debe estar subordinada a la política y no al revés la idea es reconciliar el mercado con el Estado, darle voz a la gente para escoger el modelo que permita el desarrollo humano, y por último el debate que genera la Globalización teniendo en cuenta que el mundo de hoy es otro inmerso en un panorama global, y en este marco el papel del ciudadano global, lo cual replantea el marco de acción de los Estados y sociedades de América Latina (Carretón: 2004).
Es por ello que la combinación del contexto mundial con factores y actores internos en América, tales como las relaciones de poder entre las elites políticas, económicas, militares, los movimientos sociales, el papel de los partidos, los medios y los diferentes elementos de la oposición, permitieron abrir las posibilidades de cambio, casos como: Argentina, Brasil, Chile, Nicaragua y Paraguay, existen otros como el caso de México donde la alternancia más que la transición tiene características propias dentro de un marco aparentemente pacífico.
Toda democracia encierra al menos idealmente, una promesa de libertad, igualdad, justicia y progreso para sus ciudadanos, sin embargo, es necesario considerar lo no cumplido, las fracturas, las tensiones, los límites y las denegaciones que desdibujan la experiencia de la democracia en América, se tiene que considerar la realidad cotidiana en su relación con el desarrollo de la democracia. Se tiene que evaluar el papel y las condiciones de madurez de los actores, entre los que están los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones empresariales, la Iglesia y las ONGs, los medios de comunicación entre otros que en buena medida contribuyen a la transparencia del proceso.
Es claro que en América el impacto de las movilizaciones populares ha sido en muchos casos, el elemento que ha empujado a los gobiernos hacia una posición más abierta a la negociación con las fuerzas de la sociedad civil, frente a ello, se ha evidenciado la incapacidad del régimen para responder a las demandas sociales, sin embargo, dentro de cualquier proceso de democratización cambian las relaciones de poder y en este contexto, la inestabilidad política como pre-condición para la transición (Touraine: 1997).
Otro elemento que debe considerarse son las condiciones económicas de la región, en las últimas dos décadas del siglo XX, América Latina ha vivido claramente la recuperación de los sistemas democráticos y en contraparte un pobre crecimiento económico que apenas ha mantenido el producto por habitantes con una redistribución más desigual del ingreso, salvo los casos excepcionales de éxito económico como el de Chile y Brasil, con sus reservas.
Los efectos negativos del modelo económico ha provocado la consecuente desconfianza ciudadana en el funcionamiento del mismo y en sus instituciones, al mismo tiempo los partidos políticos tradicionales están siendo desplazados. El cuestionamientos de las políticas macroeconómicas, las reformas liberalizadoras, los procesos de privatización, tras la crisis de la deuda de los años 80, son algunos de los factores a los que se les atribuye el fracaso de crecimiento económico y el aumento de las desigualdades y si bien estos no son el factor decisivo en la transición, si se pueden clasificar como el factor más importantes para el inicio del proceso (Grabendorff:1997).
Dentro del proceso de transición, es importante repensar la política como función, los partidos políticos como instrumentos para su desarrollo y las instituciones que permitan ante el escenario complejo niveles razonables de gobernabilidad.
Una cuestión que surge con gran fuerza en este contexto es el desencuentro entre sociedad civil y la institucionalidad política, en este sentido, las acciones que apoyan el desarrollo de la sociedad civil como mecanismo que fortalece la democracia es fundamental (Touraine: 1997). La importancia de la sociedad civil organizada con nuevos actores, nuevas demandas y nuevas mediaciones, genera que se produzca una ampliación del espacio público.
El apoyo a la infraestructura democrática, es decir, la creación y fortalecimiento de instituciones son esenciales para coadyuvar con la apertura democrática, sin embargo, la vitalidad de las sociedad civiles contrasta con la crisis del sistema político y partidario y con el creciente descrédito de los políticos y de las formas de representación, todo ello está generando también un cambio en la cultura política, las formas de organización y participación ciudadana, lo que deriva en movimientos sociales y organizaciones como las ONG.
Sin lugar a dudas, la conquista de la democracia y el proceso de democratización que resulta de ella dan lugar a cambios en el desarrollo de la economía y en el poder del Estado, mayor o menor según sea la diversidad de sujetos y la extensión de la lucha y de la correlación de fuerzas políticas, porque tanto la economía como el Estado son espacios de avance y promoción de la democracia, aunque los que empujan estos cambios son precisamente los sujetos sociales (Boron:2003).
En las sociedades cualquiera que sea su régimen, se plantea la cuestión de la relación entre el poder y la autoridad política, y con ellos la necesidad de agrupación de la sociedad para ser objeto o sujeto de la política y es aquí donde está el origen de los partidos políticos, siendo estos el espacio hasta hoy legítimo de asociación de personas en torno a intereses o ideas comunes que buscan participar, influir y conducir la vida política de una sociedad, si bien existen regímenes políticos que los suprimen o se restringen a regímenes de dictaduras de partido único.
No puede concebirse la democracias modernas sin los partidos políticos. Lo fundamental de la democracia en cuanto forma de gobierno es la representación de la voluntad ciudadana y la conducción de la sociedad, hasta hoy no se conoce otro sistema de representación que los partidos políticos, más allá de cualquier crítica que pueda hacérsele a su funcionamiento en la diferentes sociedad (González:2005). Hasta hoy las ONG o movimientos sociales en general han logrado reemplazar a estos actores de la democracia.
La situación de los partidos y sistemas de partidos y procesos electorales en América ha sido muy diversa, en muchos casos los partidos fueron prácticamente inexistentes o irrelevantes y tendían a ser cooptados por corporativismos, caudillismos, etc., lo que configuraba sistemas de partidos débiles y vulnerables con una importante crisis de representación.
Los partidos en América latina fusionaron Estado y sociedad con ellos mismos y sus paradigmas fueron el partido populista, el clasista, la ideología, la máquina electoral, el clientelismo y el partido-Estado y muchos de ellos combinaron varias de estas dimensiones. Encontramos en América diversas realidades, 1. países en que no hay y el problema es crearlos; 2. países con partidos sin sistema de partidos; 3. países con partidos y sistema pero que están desconectados de la sociedad y; 4. países que combinan los anteriores (Alcantara:2004).
Independientemente de la situación de los países, en todos los casos lo relevante es el cuestionamiento de la capacidad de los partidos para gobernar y sobre todo su relación con la sociedad. Pareciera que si anteriormente los riesgos de la política y de los partidos eran el radicalismo ideológico, la polarización y el fanatismo, hoy los riesgos son la corrupción y el descrédito, en este sentido, la reconstrucción del espacio institucional en América, donde la política y los partidos vuelvan a tener sentido, articulando a los actores sociales con un Estado que recobre su papel de agente desarrollador, es un hecho impostergable.
Ahora en el siglo XX la cuestión social se suma al modelo de desarrollo, la justicia social, la desigualdad entre ricos y pobres, entre el capital y trabajo, de ahí proviene el fraccionamiento o clivaje derecha/centro/izquierda y los partidos populistas. Son tres los puntos a resaltar en relación a los sistemas y partidos en su relación con la sociedad, la primera cuestión tiene que ver con la función de los partidos (representación, convocatoria, formación cívica, debate, conducción del gobierno u oposición y reclutamiento); en segundo lugar lo que tiene que ver específicamente con la representación efectiva de las demandas sociales con mecanismo de participación ciudadana; y por último la capacidad que tendrán estos de adaptarse al nuevo contexto social, formando coaliciones que generen consensos de mayoría para gobernar (Green:2004). Son estos entre otros lo temas vigentes para la consolidación de la democracia en América Latina.
Con ello el cambio en la cultura política no sólo de los dirigentes o elites, sino de la sociedad en general es también fundamental. Si bien no es posible aplicar recetas y lecciones dadas a los procesos de transición en América Latina, para que la transición sea efectiva no sólo es suficiente aplicar buenas intenciones sino mecanismos y objetivos que apoyen el proceso.
La historia de América Latina no es más que la búsqueda de respuestas alternativas al predominio oligárquico con el objetivo de sustituir este por un orden democrático pleno. No obstante los inconvenientes y amenazas que ensombrecen el panorama democrático en América, en el debate se plantea que la democracia como sistema político se consolidará paulatinamente, intentando conciliar el sistema de partidos con los actores sociales para llegar a una sana gobernabilidad donde todos los elementos giren de manera sincrónica dentro del engranaje completo que es la democracia (Murillo:1992).