EL CONTROL SUBJETIVO DEL PROCESO DE TRABAJO
María Elizabeth Rosa Zamora Ramírez
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ORGANIZACIÓN DEL PROCESO DE TRABAJO
Los últimos cambios en la organización del trabajo son reflejos de cambios globales en los flujos económicos, sociales y laborales; sus formas de manifestarse se han dado a través de la incorporación de tecnologías, maquinarias modernas, métodos de trabajo y procedimientos distintos de jerarquía, estilos de mando, actitudes y acciones de los trabajadores.
El papel activo de los directivos es el análisis de la interacción entre los trabajadores y los intercambios que éstos sostienen con su medio, considerando la centralidad de las prácticas laborales, las relaciones de poder y la movilización de recursos en la negociación del trabajo, que dan origen al manejo subjetivo del control en el proceso de trabajo.
Por tanto, desde esta perspectiva, la organización es un mosaico diverso en el que se aprecian inconsistencias derivadas de la presencia de percepciones y valores distintos que hacen imposible un solo orden laboral. El orden de la organización será concebido ahora como un orden negociado en el se que confrontan valores divergentes; esta formulación resulta claramente compatible con las propuestas del primer eje que reconocían la centralidad de los procesos decisorios, las relaciones de poder y el papel activo y reflexivo de los actores laborales que participan en ella.
Los ejes del estudio de la organización del trabajo han ido cambiando. La mirada se focalizó primero en los cambios tecnológicos “duros”, luego en la introducción y características de implementación de la tecnología de gestión. Hoy los cambios se refieren a modificaciones en las acciones y comportamientos de los trabajadores, ya que ahí radican los últimos cambios en materia de organización del proceso de trabajo.
Se están analizando la apertura de los mercados, los cambios en las reglas del juego en la economía de la mayoría de los países, las políticas de ajuste y la necesidad de construir estrategias para afrontar los nuevos parámetros de competitividad que llevaron a los empresarios a introducir nuevos métodos de gestión y de organización del trabajo ligados al “modelo japonés”.
Los sectores de punta y más dinámicos, así como las empresas con mayor inserción en el mercado internacional o de mayor desarrollo tecnológico, comenzaron a aplicarlos en forma parcial y aislada, los métodos de gestión que más auge tuvieron son: círculos de calidad, trabajo en equipo, polivalencia, flexibilidad, rotación y enriquecimientos de tareas: inspección de calidad, control estadístico de calidad, mantenimiento, control de inventarios, programación de equipos, etcétera.
Los comportamientos que se observaron, en relación con el enriquecimiento de tareas en las investigaciones realizadas por L. Abramo en América Latina “...apuntan más a una polivalencia multitareas que a una polivalencia multicalificada...” Con la introducción de nuevas formas de organización no quedó claro si detrás de estas estrategias se encontraba una verdadera y genuina búsqueda de mayor competitividad o si se trataba de algunas mejoras en períodos de baja inversión o de fuerte especulación financiera. Los estudiosos del tema detectaron búsquedas más sistemáticas de incorporación tecnológica y organizacional que transforman de manera más integral no sólo la organización del trabajo, sino a los trabajadores en su totalidad.
Queda pendiente, como paso adelante investigar las configuraciones subjetivas predominantes entre los diferentes agrupamientos de trabajadores, las relaciones entre ellos y las formas de razonamiento con la vida del trabajo y de cómo las configuraciones pueden estar cambiando a través de la gran reestructuración del mundo del trabajo, que no se reducen a la introducción de nuevas tecnologías o formas toyotistas de organización, sino que implican un recambio más amplio en el mercado de trabajo.
Con todo y sus transformaciones el trabajo capitalista, argumenta E. de la Garza, “...sigue caracterizado por el comando (aunque con nuevas formas) del capital, por la división del trabajo (aunque diferente a la taylorista) y por la cooperación entre hombres en el proceso productivo para lograr los objetivos de la producción...” Es decir, la empresa capitalista, con todo y las concepciones toyotistas, implica una distribución asimétrica de beneficios y de poder que abren la posibilidad de un control subjetivo del proceso de trabajo. Además, la producción capitalista implica una disciplina y una cooperación como aspectos importantes de la experiencia en este mundo de vida. Con el toyotismo -continua diciendo E. de la Garza- “...surge una nueva ética del trabajo, se busca una nueva identidad y la empresa se extiende a la sociedad intentando articularla en torno a los objetivos de la producción...” No por eso la empresa se vuelve totalitaria, pero sí expresa contratendencias a la fragmentación postmoderna, aunque no por iniciativa de los trabajadores sino del capital.
La reestructuración capitalista está significando dos tipos de grandes cambios en los mundos del trabajo. Por un lado, en el trabajo formal la introducción de nuevas tecnologías, nuevas formas de organización del trabajo, la flexibilidad interna y cambios en calificaciones; por otro, la precarización de una parte del mercado de trabajo: empleo informal, tiempo parcial, subcontratación, etcétera.
E. de la Garza, en el mismo artículo citado, escribe “...queda de esta historia del trabajo como concepto que dependiendo de la teoría de la organización, y de la etapa histórica el trabajo ha sido destacado a veces como objetividad y otras como subjetividad...”
Pero el trabajo es actividad transformadora de la naturaleza, que se extiende al hombre mismo, en su físico, pero sobre todo en su conciencia; es creador o circulador de riqueza y de objetos que satisfacen necesidades humanas, sean estas materiales o inmateriales. El trabajo, como las propias necesidades, pueden tener un substrato objetivo (alimentarse) pero son construcciones sociales también. El trabajo como actividad es por tanto objetivo y subjetivo, como en Marx el proceso de producción es proceso de valorización (creación de valor) y proceso de trabajo. Este último no se reduce a las actividades físicas, ni siquiera mentales que desempeña el trabajador, porque es una relación social; como tal es interacción inmediata o mediata con otros hombres que ponen en juego relaciones de poder, dominación, cultura, discursos, estética y formas de razonamiento. En particular el proceso de trabajo capitalista es creación o circulación de valor pero también es poder y dominación, consenso o coerción, autoritarismo o convencimiento, fuerza o legitimidad, instrumentalismo o involucramiento, individualismo o identidad colectiva.
Pero el trabajo es también mercado de trabajo, es decir, el encuentro entre una oferta y una demanda de trabajo que no necesariamente llegan a coincidir; y, relacionado con el proceso de trabajo, instituciones y relaciones de fuerza; es salario y empleo. Es decir, en otro nivel el trabajo es también instituciones de regulación del conflicto laboral; y, en un caso extremo, el trabajo es movimiento laboral y sujeto social. Cada uno de estos niveles reconoce mediaciones y determinaciones que no se reducen a las actividades de transformación de un objeto de trabajo, pero parten de ahí aunque se compliquen a medida que el trabajo se pueda convertir en movimiento laboral. Es decir, frente a la historia compleja del concepto de trabajo es mejor reivindicar su contenido multidimensional, reconociendo también sus determinantes históricas y sociales. Además que el trabajo no es sólo el industrial, ni el asalariado, que se mezcla con la etnia y el género y que sigue teniendo sus vínculos con el no trabajo, que no es sólo el trabajo del trabajador sino en todos los niveles organizacionales.