EL CONTROL SUBJETIVO DEL PROCESO DE TRABAJO
María Elizabeth Rosa Zamora Ramírez
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Pero ¿Qué es la subjetividad?
La respuesta a esta cuestión define la especificidad del trabajo a realizar. La subjetividad se concibe como la capacidad de interacción, intencionalidad, negociación, pero también como capacidad para pensar. ¿Pensar qué? Básicamente las prácticas laborales cotidianas desde el espacio del proceso de trabajo. Nos interesa en esta investigación analizar las interrelaciones y la negociación que van de lo individual a lo colectivo y que se cristalizan en organización informal del trabajo.
¿Cuál es la utilidad que tiene repensar la subjetividad en las investigaciones laborales? En primer lugar, permite incluir el trabajo de reflexión que realiza el investigador sobre sí mismo (autoconocimiento), de manera simultánea al reconocimiento del otro y de los otros. Esta actividad que hace posible, a su vez, distinguir criterios de identificación y de pertenencia a distintos grupos de trabajadores. La subjetividad es, asimismo, una guía para descubrir el origen de los sentidos que los actores laborales producen históricamente para responder a las preguntas: ¿Qué somos? ¿Qué necesitamos? ¿Qué queremos? ¿Qué podemos ser? La subjetividad, finalmente, es útil para hacer una lectura metodológica de los proyectos de investigación: ¿Con qué tipo de sujetos se está trabajando? ¿Cuáles son sus mediaciones, sus ejes temporales y su articulación? ¿Cuál es la relación entre subjetividad y prácticas? ¿Cómo se articulan prácticas, potencialidades y subjetividades?
La subjetividad configura sentidos: ¿Qué ver? ¿Qué registrar? ¿Qué buscar? Como instrumento de análisis, la subjetividad proporciona criterios metodológicos para buscar la especificidad, desmontar mecanismos: ¿Cómo hacen determinados actores laborales lo que hacen? ¿Cómo se construyen los atributos, capacidades y potencialidades de los actores laborales que participan activamente en el proceso de trabajo? ¿Cuáles son las expresiones de la subjetividad?
Tal vez esta manera de plantear la discusión sobre subjetividad laboral no cuente con una legitimidad instituida, pero da la suficiente libertad para vivir y repensar preguntas primordiales que funden lo individual con lo colectivo: ¿Qué somos? ¿Qué podemos saber? ¿Qué nos es dado esperar?
Para Hugo Zemelman “...la subjetividad nos remite a una amplia gama de aspectos de la vida social (espaciales, económicos, políticos, culturales, laborales, corporales), ritmos temporales y escalas espaciales diferentes, desde los cuales se producen y reproducen redes de relación laboral más o menos delimitadas que desarrollan prácticas laborales distintivas a partir de los cuales los trabajadores refuerzan sus vínculos internos y construyen una colectividad laboral que tiende a ser contrastante frente a otras...”
La subjetividad, además de alimentar y expresar la colectividad laboral emergente, también es el terreno de producción de nuevos sentidos de lo laboral. Como plano no totalmente subordinado a la determinación del trabajo, la subjetividad además de ser memoria, conciencia y cultura es una dimensión donde se cuece y se expresa lo incierto, lo inédito; por ello hay que considerarla, no como un lugar laboral delimitado, sino como un continuo, un proceso dinámico que se concreta, se cristaliza en concepciones, en instituciones, en colectivos laborales, pero como un ¨magma¨; la subjetividad vuelve a desbordarlas, generando nuevos aglutinadores laborales.
Por eso, la reivindicación de la subjetividad nos conduce a otra concreción de lo laboral más allá de las colectividades laborales: el de los actores. Esta categoría - aún en formación- ha sido reivindicada por diversos cientistas sociales, por tener una amplitud y flexibilidad a otras como clase o movimiento social, propios de los paradigmas ¨clásicos¨ de análisis social que los asocian a la existencia de un lugar o conflicto laboral que les otorga identidad y a un sentido histórico emancipador preexistente.
La categoría de actores laborales busca expresar la multiplicidad de esferas del trabajo donde se evidencian conflictos y posiciones de actuación laboral, las cuales no tienen una direccionalidad susceptible de ser preestablecida a priori. Entenderemos por ¨actores laborales¨ a todos aquellos agrupamientos más delimitados y cohesionados que una población o una colectividad; no todo grupo social, así posea identidad, deviene en sujeto, en actor social; ser actor laboral implica una construcción histórica que requiere de la existencia de una memoria, una experiencia y unos imaginarios colectivos (identidad), de la elaboración de un proyecto (utopía) y de una ¨fortaleza¨ para realizarlo.
De este modo, la identidad laboral es una de las condiciones para la construcción de actores laborales; esta modalidad de identidad laboral supone una memoria histórica, unas experiencias y espacios de interacción laboral y un horizonte compartidos que ha venido definiendo, por parte de las diferentes categorías laborales que habitan en los actores laborales, lo propio, frente a lo ajeno. Esto posibilita la capacidad de definición de intereses propios y el despliegue de prácticas dotadas de sentido y de poder.
Por eso, en procesos de configuración de un nuevo actor laboral se requiere hacer visibles, reconocibles y reflexivas dinámicas de construcción de sentido de pertenencia laboral. Por eso, es necesario propiciar en los espacios del proceso de trabajo los estudios de prácticas laborales que activen la memoria, propicien el encuentro y reconocimiento de los actores laborales.
El tema de representaciones sociales nos sitúa en la necesidad de conocer los procesos sociales de construcción de la realidad y la manera como el conocimiento se construye y reconstruye en ella. La representación social se sitúa como una forma de conocimiento social, por lo que su estudio en relación con la construcción y reconstrucción de las explicaciones que sobre las prácticas laborales tienen los actores es para nosotros el eje de la investigación.
Los actores laborales, dice E. de la Garza “...no actúan ni dan significado sólo por su situación en las estructuras, pero para actuar pasan por el proceso de dar sentido y decidir los cursos de la acción...” La subjetividad no es una estructura que da sentido de uno a uno, sino un proceso que pone en juego estructuras subjetivas parciales en diferentes niveles de abstracción y profundidad que se reconfiguran para la situación y decisión concreta. Es decir, no cabe hablar del contenido abstracto de la subjetividad sino de la subjetividad como proceso de dar sentido para determinadas situaciones. La subjetividad, en otras palabras, puede reconocer la discontinuidad, la incoherencia y la contradicción.
En otras palabras, no hay determinismo en cuanto a que a una situación le correspondiera un solo significado por un sujeto; sin embargo, los significados posibles en la coyuntura se mueven en un espacio finito, con limites definidos por las estructuras transubjetivas, y las de la propia cultura y la subjetividad, posteriormente estos significados traducidos y formando parte de las praxis tendrán que enfrentarse a su prueba. Aunque las pruebas nunca son en este aspecto definitivas, a lo sumo satisfactorias material y/o subjetivamente. Porque no se trata de una epistemología de la correspondencia entre pensamiento y realidad externa, sino de la significación como dimensión de las praxis y sus resultados que tienen también significado subjetivo.
La representación social plantea la configuración social de unos marcos interpretativos y de un mundo simbólico que expresa una construcción social en la historia; es este mundo socialmente compartido que garantizaría la comunicación, la interacción y cohesión social. Se constituyen a su vez como sistemas de códigos, valores, lógicas clasificatorias, principios interpretativos y orientadores de las prácticas, que definen la llamada conciencia colectiva, la cual se rige con fuerza normativa en tanto instituye los límites y las posibilidades del hacer laboral. La institución del mundo común es necesariamente institución de lo que es y de lo que no es, de lo factible y de lo imposible, así como de lo "exterior" a la empresa como de lo "interior" de ella.
La sociología reconoció el papel de las representaciones sociales como estructuras simbólicas encargadas de atribuir sentido a la realidad, definir y orientar los comportamientos; dichas representaciones se presentarían al sujeto, sin embargo, en la forma de un mundo instituido, ya dado, que de alguna manera ejercería una sobredeterminación social de él.
Podemos entonces definir una representación social como la reproducción mental de un objeto, donde se reproduce algo que está ausente; como la versión simbólica de la relación entre el objeto y el sujeto. Así, cuando una persona ve un objeto, la mente lo que hace, además de relacionar el sujeto con ese objeto, es fusionar lo percibido, con lo que se integra el conocimiento previo que se tiene de un objeto con las señales percibidas, produciendo como efecto la "realidad inmediata", que no es otra cosa que el resultado de la interacción constructiva del sujeto con la estructura ambiental.
Como forma de pensamiento, la representación social es un modelo interno que tiene por función conceptualizar lo real a partir del conocimiento previo, por esto las representaciones designan una forma específica de conocimiento: "el saber de sentido común", en el que el contenido significa una forma particular de pensamiento social.
Esta connotación social del pensamiento no permite lo estático y por el contrario, plantea la percepción de la vida cotidiana como un continuo intercambio entre las personas; cómo conocen, cómo explican y cómo comunican las vivencias. Esto es lo que le da carácter particular de conocimiento con un origen y una expresión social práctica, que se hace evidente en los comportamientos y en las prácticas laborales.
Las representaciones sociales nos llevan a un sistema de pensamientos que permite la relación con el proceso de trabajo y con los trabajadores; a entender los procesos que facilitan interpretar y construir la realidad laboral; a los fenómenos cognitivos que aportan elementos afectivos, normativos y prácticos que organizan la comunicación social y finalmente constituyen una forma de expresión que refleja identidades individuales y laborales.
Lo social en una representación hace referencia a si las creencias son compartidas por un grupo social y si son elaboradas por éste. Las creencias son un elemento clave en la comunicación de los trabajadores (grupos). Funcionalmente las representaciones sociales clasifican los objetos sociales, los explican y los evalúan a partir del discurso y de creencias de sentido común, es este conocimiento el elemento base de la interacción. Por último, las representaciones se constituyen en realidad social en tanto conforman y se apoyan en fenómenos recurrentes y considerados colectivamente como reales.
Las representaciones sociales siempre hacen referencia a un objeto, no existen representaciones en abstracto. Mantienen una relación de simbolización e interpretación con los objetos. Hacen visibles y legibles los objetos, por tanto implican elementos lingüísticos conductuales o materiales. Y son una forma de conocimiento práctico que lleva a preguntar por los procesos de trabajo de su forma de organización y por su función laboral en la relación con los trabajadores en la vida cotidiana.
Las representaciones sociales se plantean como miniteorías explícitas (almacenadas en la memoria) que organizan y estructuran internamente los contenidos de la realidad identificando los objetos.
Toda empresa posee, como expresión de los objetos, símbolos, signos, que no son otra cosa que la marca, la identidad, de los que forman parte en un grupo de trabajo. En este orden de ideas, y siguiendo a Castoriadis en su planteamiento respecto al Imaginario Social, tenemos que “... todo lo que se nos presenta en el mundo social histórico pasa por la urdimbre de lo simbólico, se encuentra en primer lugar en el lenguaje...” pero se encuentra igualmente en las prácticas laborales de la empresa, las cuales no se reducen a lo simbólico pero sólo pueden existir en lo simbólico
La empresa constituye cada vez su propio orden simbólico, en un sentido muy distinto de la manera en que lo puede hacer el individuo, pero esta constitución no es libre; su materia la habrá de sacar de lo que ya está ahí. Así mismo, la empresa constituye su propio simbolismo pero no en total libertad, pues se prende de lo natural y lo histórico y, por último, participa de lo racional.
Se habla de lo imaginario cuando nos referimos a "algo inventado". Lo imaginario tiene que utilizar lo simbólico no sólo para expresarse sino para existir. En este sentido el simbolismo supone la capacidad de establecer entre dos términos un vínculo permanente, de modo que uno de estos "represente" al otro.
Esta red de símbolos expresa un conscensus normativo que es establecido y regenerado en prácticas laborales, arquetipo del proceso de formación de la identidad colectiva.