María de Lourdes Hernández Rodríguez
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III. MARCO TEÓRICO - CONCEPTUAL
3.1. La sociedad y el agua bajo un enfoque de sistemas
El agua es uno de los recursos naturales más utilizados, dada su importancia en el desarrollo del hombre y el mantenimiento del ecosistema.
A pesar de la abundancia de agua en la naturaleza, su disponibilidad relativa y creciente demanda hacen que la sociedad le confiera el término de recurso escaso, lo que presiona a los administradores y usuarios a racionalizar su consumo, a través de alternativas que promuevan un uso integral y eficiente mediante una valoración no integral del mismo. En este sentido, recurrir a la teoría de sistemas es un punto de partida que permite analizar la interacción sociedad-agua.
Dependiendo del fenómeno que se analiza y de las relaciones que unen o alimentan al sistema, estos pueden ser a) cerrados, esto es; que no tienen relaciones con su medio o, b) abiertos; en éstos últimos las relaciones son frecuentes y admiten cambios y adaptaciones (Parsegian, 1973 citado por Johansen, 1999).
Esta es una característica de los recursos naturales, fundamentada en la tesis de Pfaundler a principios del siglo XX, que indica que la capacidad sustentadora de la tierra no esta determinada por la disponibilidad de materiales sino por la de energías libres, ya que según la ley de la conservación de la materia los materiales pueden reciclarse por completo, favoreciendo un nuevo orden tanto en el tiempo como en el espacio (Martínez y Schlüpmann, 1993).
En el caso del agua, esta apreciación tiene doble matiz, ya que si bien es cierto que desde el punto de vista físico constituye un recurso renovable, también se agota cuando se analizan aspectos de disponibilidad y distribución, de tal manera que su aprovechamiento esta sujeto a un reordenamiento que aplica el principio de “orden” definido por Prigonine, el cual se refiere a la atribución instantánea de energía y de situación de cada molécula, en el que los procesos socio-antropológicos y los fisicobiológicos, tienden a la autoorganización ( Martínez y Schlüpmann, op. cit.)
En esa relación agua-sociedad, los factores climáticos y fisicoquímicos se ven delimitados por la intervención del hombre en lo individual y en lo colectivo, se presenta un caso práctico de la primera ley de la termodinámica, ya que el hombre incorpora un recurso natural a un proceso productivo o de servicio con dos alternativas, o éste recurso se acumula en el sistema económico o se vuelve al medio ambiente como desecho por medio del flujo de energía, de tal manera que a partir de aquí pierde su calidad intrínseca y por lo tanto su valor de uso (Sepúlveda, 2002).
A partir de ese fenómeno, se presenta un tercer elemento en esas relaciones ocultas del flujo de energía, convirtiendo al binomio agua-sociedad en un triángulo “sociedad – economía - ambiente”, que Martínez y Schlüpmann (1993) señalan como el principio unificador en el análisis ecológico-económico de los recursos escasos, el cual, en el exceso de capacidad productiva, se puede convertir en un problema para la humanidad, pues al agotar sus recursos naturales, acaba también con el crecimiento económico.
De acuerdo con el principio unificador, una sociedad no es viable a menos que el rendimiento energético del trabajo humano cubra el costo energético de este trabajo, porque al hacer una extracción que supera la capacidad de resiliencia de un ecosistema, la sobreexplotación conlleva a un déficit ecológico, irreversible.
Desde el punto de vista de un sistema cualquiera, este déficit es justificable ya que siempre se pierde una parte de la energía durante el proceso de conversión y del resto de ella, una vez utilizada no puede volver a ser empleada, siempre y cuando la capacidad de autoadaptación sea lo suficientemente estable para equilibrar ese gasto de energía.
De acuerdo con Cárdenas (1986), un comportamiento semejante es válido en un sistema cerrado, que dependen de un limitado almacenamiento y gasto de reservas; sin embargo el sistema agua-sociedad, es un sistema abierto, por lo que se confiere al hombre la capacidad de planear y reorientar el consumo de sus recursos hacia un aprovechamiento sustentable de los mismos.
Esta capacidad, que se asume diferente en cada civilización y región geográfica, depende en una primera fase en las características físico-ambientales del territorio, pero fundamentalmente de las necesidades y costumbres de su población, quien finalmente determina su utilidad, forma de apropiación y administración de recurso. En el caso del agua se debe de incluir la identificación de su valor y límites de suministro, su apreciación como bien de consumo para el hombre y el resto de los seres vivos, así como el reconocimiento de que sus beneficiarios deben pagar por su uso y servicio (Mitchell, 1999)
En este sentido, la valoración del agua subterránea se convierte es un concepto en construcción, que se fundamenta en cuatro parámetros: localización, uso, propiedad y gobernabilidad del agua.