UN MODELO NACIONAL DE ORGANIZACIÓN TERRITORIAL
José María Franquet Bernis
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Sería conveniente, antes de entrar en materia acerca de la metodología a emplear en una comarcalización o regionalización objetivas, considerar con cierta profundidad la dicotomía existente entre Geografía y Economía.
A pesar de que la Economía tiene estrechos puntos de contacto con los diversos aspectos humanos de la Geografía, ambas ciencias han ido desarrollándose a través del tiempo con una sorprendente falta de relación entre sí y con el consiguiente perjuicio para sendas disciplinas.
Efectivamente, la Geografía, cuando se refiere a la forma de vida del hombre, a la localización de sus actividades y a su proyección en el medio- ambiente natural, está relacionándose indiscutiblemente con problemas de Economía, pero la ignora, con lo cual, el valor de sus conclusiones resulta afectado. Este fenómeno se ha dado, incluso, entre la Geografía Económica y la Economía. A partir de la Gran Depresión de 1929 y la caída de Wall Street, la situación varió rápidamente, aunque todavía puede afirmarse que existe una zona vacía entre los estudios de la Economía y la Geografía Económica, pese a que, con posterioridad a la segunda guerra mundial, los economistas empezaron a interesarse por los problemas espaciales y los geógrafos por los económicos.
En la actualidad, la brecha existente entre ambas materias continúa siendo profunda, debido a lo cual, determinadas preguntas de gran importancia para los estudios geográficos y económicos, referidas a fenómenos humanos y a fenómenos inanimados que se dan sobre la superficie terrestre, continúan sin tener una respuesta adecuada.
Ante los hechos descritos deberíamos preguntarnos por qué estos estudios han estado tan descuidados, por qué el pensamiento económico ha hecho tan poca referencia a la localización geográfica y por qué la literatura geográfica, al tratar de la localización y de las diferencias regionales, ha tenido tan poco éxito entre los economistas.
Sin embargo, para responder con acierto a las preguntas planteadas, se ha de tener en cuenta la evolución histórica del pensamiento económico y geográfico.
Adam Smith, el padre de la escuela ortodoxa, en su estudio de la Economía, se interesó como todos sabemos por las causas que hacían a unos países más ricos que a otros y sobre la forma de acumular la riqueza. Pero Adam Smith también se preocupó, junto con otros economistas de su época, por las variaciones espaciales dentro de una nación y por el valor de la tierra. Desgraciadamente, este atractivo interés por las relaciones entre la localización y las actividades económicas no prosperó en lo sucesivo, centrándose los estudios en el análisis de la naturaleza de la riqueza, del valor de los precios y de la remuneraciones de los factores productivos. Este giro no debe extrañarnos si tenemos en cuenta la formación filosófico-matemática de los primeros economistas y en particular de los clásicos, así como la necesidad que se experimentaba de conseguir unos principios fundamentales sobre los que se había de ajustar el pensamiento económico (FRANQUET, 1990/91).
Al tratar de resolver los problemas considerados, se llegaron a determinar los tres factores básicos de la producción: TIERRA, TRABAJO y CAPITAL, lo que dio origen a un mar teórico que trataba de explicar la forma de combinar estos factores, contando con un comportamiento racional del hombre. Estas ideas, debidas fundamentalmente a Smith y a David Ricardo, y que, constituyen lo que hoy conocemos por “competencia perfecta”, alcanzaron gran difusión, siendo pulidas por John Stuart Mill en 1848, que llegó a fijar en toda su pureza el librecambio, lo cual implicaba la restricción de que las transacciones se realizaban en el mismo lugar, estableciendo el modelo de una economía sin dimensiones.
Los siglos XIX y XX fueron haciendo cada vez más patente la improcedencia del esquema planteado, introduciendo nuevos elementos, tales como el tiempo, el monopolio, etc. No obstante el factor distancia mereció poca atención, quizás debido a que existieran otros problemas más importantes para resolver. Hasta tal punto fue así que A. Marshall (1842–1924), afirmó que aunque para alcanzar el equilibrio entre sí, lo mismo que con respecto al área que abarcan, había que prestar una atención más detenida al elemento tiempo que al elemento espacio .
Otra de las causas de este fenómeno fue la consideración del transporte como costo de producción, por lo que se imponía que las empresas hallarían la localización óptima al intentar maximizar los rendimientos minimizando el gasto.
Pese a lo indicado, paralelamente al movimiento descrito, aunque ya en el siglo actual, se fue desarrollando una cierta teoría de la localización si bien prácticamente separada de la doctrina económica, debido a que los trabajos de Edgar M. Hoover , entre otros, trataban de minimizar los costos al elegir la localización, sin considerar la oferta y la demanda, con lo cual se estaba marginando prácticamente el interés de los economistas por el tema. En concreto, A. Lösch (1906-1945) identificó los defectos opuestos, pero no encontró el verdadero camino. Actualmente, ya se conocen bastantes trabajos de base sobre los fenómenos espaciales, aunque concentrados sobre los puntos de: dónde se da la actividad y cuánta actividad se da.
En las últimas décadas, los economistas han comenzado a considerar el análisis teórico de la localización para la determinación de la oferta, la demanda, el precio y la producción, debidamente integrados en una teoría general de la economía espacial, independientemente de otros aspectos históricos, culturales, institucionales y específicamente geográficos, al propio tiempo que consideran el transporte como un factor de producción. Así pues, las teorías de la localización que intentan establecer un equilibrio espacial de la actividad económica, han sido la culminación actual de este proceso.
Por otra parte, y paralelamente, la Geografía ha venido ignorando a la doctrina económica. Comienza con la descripción que hacen los cartógrafos de los viajes y lugares visitados y relatados por exploradores y mercaderes, suscitándose, a continuación, el interés por el clima, el suelo y la vida humana en las distintas partes del mundo y centrándose el estudio en la influencia del medio ambiente sobre el hombre. Esta actitud degeneró en el determinismo geográfico, convirtiéndose en doctrina de la mano de E. C. Semple y E. Huntington , en los albores del siglo XX.
Dicha doctrina, aunque rápidamente rechazada por la mayoría de los geógrafos, condujo al cuasideterminismo, que tomaba en consideración otros aspectos, pero no todos los relevantes, lo que reportó varios defectos, especialmente en el tratamiento de la Geografía Económica.
Posteriormente, I. Fisher se plantea la necesidad de considerar el fenómeno de la causalidad con todas sus consecuencias, lo cual entraña no pocas dificultades, principalmente al intentar justificar las localizaciones de la actividad económica asociada a un complejo proceso de organización.
Finalmente, virtud de las dificultades expuestas, se llega a la conclusión de que la búsqueda de la causa debe ser sustituida por la exposición en función de asociaciones espaciales.
De esta manera, tenemos que, debido a que la Economía tenía que resolver con anterioridad otras cuestiones, prestó poca atención a los fenómenos espaciales, en tanto que la Geografía intentaba subrayar la influencia absoluta del medio físico como fenómeno determinista de la distribución geográfica de la actividad económica, lo cual explica, como hemos visto, la diferencia fundamental entre los enfoques del economista y del geógrafo. Pero afortunadamente, el desarrollo moderno de ambas disciplinas está teniendo en cuenta la continua interacción entre ambas, aspecto éste esencialmente necesario para explicar las diferencias en las tasas de crecimiento, modelos, etc.