UN MODELO NACIONAL DE ORGANIZACIÓN TERRITORIAL
José María Franquet Bernis
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Uno de los aspectos importantes de la ocupación humana de la superficie terrestre es la diversidad de estructuras espaciales creadas por diferentes tipos de sociedades. Tradicionalmente, los geógrafos pretendían explicar los esquemas de localización de la actividad económica mediante referencias a los factores locales y regionales específicos de la interacción del ser humano con el medio ambiente, en el estilo ideográfico que pone de relieve la especificidad del lugar, una escuela que predominó hasta los años '50 del pasado siglo. Los modelos de utilización de la tierra y, particularmente de los asentamientos humanos, atrajeron la atención de una nueva generación de cuantificadores que comenzó a sentar sus principios en geografía económica y urbana a finales del decenio de los '50.
En el estilo universalista del análisis locacional, o ciencia espacial, los intentos para explicar la evolución de las estructuras espaciales dependen de alguna versión del modelo del mercado competitivo, que tiene sus orígenes en la teoría económica neoclásica. La variable de la “distancia”, medida en longitud o tiempo, se suma a la de combinación de factores (o insumos) y de escala de producción en un proceso competitivo en el que las fuerzas de la oferta y la demanda asignan recursos a lo largo de un espacio geográfico y entre empresas y sectores de la economía.
El punto de partida habitual en el desarrollo de la teoría de la localización es la obra de Von Thünen (HALL, 1966). En un libro publicado en 1826, Von Thünen se sirvió de observaciones realizadas en su propiedad en Alemania y elaboró una teoría general del uso de tierras agrícolas en un Estado imaginario aislado en el que un mercado central urbano, situado en una llanura homogénea, estaría servido por un territorio circundante. Los campesinos intentarían individualmente maximizar sus beneficios en forma de arriendos (a veces denominados “arriendos de localización”). Diferentes actividades tendrían diferentes capacidades productoras de arriendo dependiendo de la proximidad al mercado, representada por diferentes tramos de arriendo en función de la distancia de la ciudad. Así, la horticultura de mercado, que incluiría productos perecederos, tendría altos arriendos dada su proximidad al mercado, y estos arriendos disminuirían drásticamente según aumentara la distancia de la ciudad, mientras que los cereales y la madera generarían arriendos más bajos cerca del mercado, y disminuirían levemente y se extenderían mucho más allá de la distancia donde la horticultura dejaría de generar arriendos. En el conocido modelo de gráficos reproducido en numerosos textos, la asignación de tierras a la actividad que produce los arriendos más altos genera un modelo de zonas concéntricas de diferentes utilizaciones de la tierra en torno a la ciudad. Así, bajo el supuesto predominante de una conducta competitiva y maximizadora de beneficios, los planteamientos relacionales que comprenden variables económicas y geográficas cruciales (entre ellas, la distancia) permiten hacer reducciones con respecto a los modelos espaciales que surgirían en las circunstancias simplificadas que se ha postulado. Esto permite comparar los esquemas del mundo real con las expectativas teóricas, y la teoría puede ser modificada para tener en cuenta consideraciones que el modelo original ha marginado. Éste es el enfoque general, que se apoya en gran medida en prácticas vigentes en la economía.
La búsqueda de esquemas reales de zonas concéntricas de utilización de las tierras agrícolas ha tenido cierto éxito, explicándolos en términos del que usó Von Thünen. Por ejemplo, Blaikie (1971) observó que los pequeños campesinos en el norte de la India adecuaban la utilización de la tierra a la distancia de la aldea, y que invertían el mayor esfuerzo en las tierras más cercanas, a la vez que explotaban las tierras periféricas menos intensivamente. También Horvath (1969) encontró zonas de estas características alrededor de Addis- Abeba, en Etiopía.
Un modelo similar de utilización de terrenos urbanos fue elaborado por Alonso (1964). Este modelo esboza las zonas concéntricas a partir de los diferentes tramos de producción de arriendos, por ejemplo, el comercio, la actividad industrial y el empleo en zonas residenciales, en ese orden de capacidad, para pagar altos precios por la ventaja de terrenos más próximos al centro de la ciudad. El proceso subyacente consiste, una vez más, en la maximización de los beneficios en las condiciones competitivas del mercado que, supuestamente, se cumplirá con la eficacia descrita en los textos teóricos. Entre las modificaciones del modelo original de utilización de los suelos urbanos está la explicación brindada por Bunge (1971), de sucesivas zonas de chabolas, viviendas de clase media y prósperos suburbios, un esquema típico de las ciudades de América del Norte.
Los esquemas de zonas concéntricas han sido validados por numerosos estudios empíricos sobre las ciudades en Occidente. Sin embargo, estos modelos pueden complicarse debido a condiciones locales como la topografía y las líneas de transporte, que pueden fomentar una estructura de cuña, así como por el crecimiento metropolitano de núcleos múltiples. También se han encontrado indicios de zonas concéntricas en otras regiones del mundo, por ejemplo en las ciudades del sudeste asiático (Mc GEE, 1967). Se ha intentado identificar dichos esquemas en la diferenciación socioeconómica existente en algunas ciudades de Europa del Este, reestructuradas bajo el socialismo, si bien el verdadero esquema a menudo se parece más a una especie de mosaico o de edredón multicolor que a zonas ampliamente definidas (SMITH, 1989).
Para volver a la localización industrial, el modelo básico de la unidad de producción única se remonta a la obra de Weber (1929), publicada en 1909. Este modelo deriva la localización del coste mínimo (y máximo beneficio) de los costes espacialmente variables de la adquisición de materiales en fuentes fijas y del envío de productos acabados a un punto del mercado, donde una fuente de mano de obra barata y las economías de aglomeración se añaden como complicaciones adicionales. Posteriormente, lo que se llegó a conocer como “teoría neoclásica de la localización” ha sido ampliada para incorporar otras consideraciones, y ha sido aplicada al análisis de una gama de casos donde los esquemas de industrias particulares, así como la localización de plantas únicas, han sido interpretados con bastante convicción (ver SMITH, 1981, para estudios de caso).
El complemento de este enfoque de coste variable se centra en las variaciones espaciales de los ingresos como el determinante principal de la maximización del beneficio, basándose en el análisis de la competencia entre empresas por una participación física en el mercado. Esta línea de investigación fue desarrollada originalmente por los economistas en los años '30 del pasado siglo, cuando reconocieron por primera vez el espacio geográfico como una fuente de monopolio local y, por lo tanto, constataron una imperfección en los mercados idealizados de la teoría de la producción. Sin embargo, las dificultades conceptuales y prácticas han dificultado la aplicación de este enfoque a la interpretación de los verdaderos esquemas de localización (para una explicación más detallada, ver SMITH, 1981).
Una aplicación más conocida del análisis del área de mercados se encuentra en la teoría del lugar central, elaborada en 1933 por Christaller (1966). A partir de algunas proposiciones sencillas sobre el umbral de rentabilidad de un bien o servicio (el volumen mínimo de ventas requerido para que una empresa sea viable) y su espectro (la distancia máxima que los consumidores se desplazarán para comprarlo) elaboró el conocido modelo hexagonal de una jerarquía de lugares centrales (mercados, pueblos o ciudades) y regiones complementarias (hinterland o zonas del mercado) especificando la estructura espacial de la oferta de bienes y servicios que satisfacen unos criterios particulares óptimos. Lösch (1954) llevó este esquema algo más lejos en 1940, al especificar las características del paisaje económico que cumpliría con la concepción neoclásica de equilibrio general, bajo la cual ningún participante tendría nada que ganar del cambio. Esto marcó el punto álgido de la elegancia y complejidad alcanzadas por la ampliación de la economía de producción convencional al espacio geográfico.
Los intentos para explicar las estructuras físicas del mundo real en términos de la teoría del lugar central van desde el detallado análisis de los asentamientos en el sur de Alemania, del propio Christaller, a las diversas aplicaciones que representa aquel primer florecimiento de la capacidad de cálculo recién descubierta de la geografía, y de la construcción de modelos en los primeros años de la revolución cuantitativa (ver BERRY, 1967). También había ciertos refinamientos, parcialmente estimulados por el análisis de la jerarquía de los servicios en las ciudades. Puede que no parezca sorprendente que la realidad se adecuara mejor a la teoría en condiciones que se parecían más estrechamente a la llanura isotrópica y apacible de la geografía física de la teoría. Y deberíamos recordar que la explicación del mundo real no era necesariamente el objetivo principal de la ampliación espacial de la teoría económica. Como señaló Lösch (1954), se centraba más en lo que sería óptimo bajo el supuesto dominante de racionalidad económica, que en lo que realmente se podía observar.
La introducción al contexto de la geografía, por parte de Rawstron (1958), de un margen espacial de la rentabilidad tuvo un significado especial. Aquí, una línea (o líneas) son definidas por la igualdad del coste total y los ingresos totales con respecto a una determinada escala de una actividad productiva, comprendiendo el área (o áreas) dentro de la(s) cual(es) sea posible una operación rentable. Ésta fue una de las contribuciones más originales jamás hechas por un geógrafo al análisis de la economía espacial.
Por otra parte, es importante reconocer que las estructuras de la economía espacial, que ahora están siendo generadas, son significativamente diferentes de aquellas que preocuparon a los geógrafos durante el primer periodo del análisis localizacional. En aquellos días, la economía capitalista moderna era considerada en gran parte como un sistema industrial con modelos de localización industrial y de desarrollo regional que, se suponía, tenían un buen comportamiento y eran predecibles (MARTIN, 1994, 22). Salvo escasas excepciones, el análisis se centraba más en la producción que en el consumo, y el sector de los servicios era tratado como una esfera de actividad aislada. No es sólo que aquello que aún se podría concebir como economía industrial se ha venido modificando desde las cadenas de montaje de Ford hasta alcanzar formas de organización más flexibles, donde los impactos regionales y locales centran la atención sobre la reestructuración (ver, por ejemplo, SCOTT, 1988; STORPER y WALKER, 1989).
Las anteriores consideraciones y antecedentes nos llevan a justificar, en la presente tesis doctoral, la adopción de un modelo gravitatorio que combine la influencia de las masas socioeconómicas de renta con las distancias existentes entre las comarcas y las regiones, para propugnar una división racional del territorio basada en el equilibrio económico espacial. Y todo ello como culminación del diálogo provechoso entre ambas disciplinas: Economía y Geografía, que han demostrado separadamente su utilidad en diferentes organizaciones territoriales llevadas a cabo hasta la fecha en varios países.