Francisco José Calderón Vázquez
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Para abordar una cuestión tradicionalmente entendida como esencial y que ha originado un amplio y profuso debate en el campo académico todavía lejos de finalizar, deberíamos comenzar por plantear un marco tipo de efectos del turismo, que comprenda tanto la dimensión económica del turismo como la sociológica y la ambiental, de manera que sea posible contemplar en panorámica el conjunto de efectos e impactos que la actividad turística provoca en el territorio. A tal efecto se han diseñado la figura n° I.6: Potenciales impactos positivos del Turismo, y la figura I.7 Potenciales impactos negativos, donde se establecen el cuadro de efectos tipo, en los tres frentes anteriormente mencionados, considerando los aspectos potencialmente positivos como negativos.
Una primera consideración a efectuar viene dada por el contexto donde se producen dichos efectos:
- En el caso económico, el tamaño, la dimensión, el grado de desarrollo y la diversificación de la economía en cuestión condicionan cuantitativa y cualitativamente tanto la intensidad de la repercusión como su fuerza inductora. Así el nivel de desarrollo económico del territorio va a establecer tanto el nivel de inversión extranjera como el de inversión local en el segmento turístico, así como la magnitud de los beneficios y costes que se derivan de la actividad turística.
- En el caso sociológico, el contexto viene representado por el perfil cultural, antropológico y axiológico del área receptora y de sus habitantes. En este sentido el impacto socioantropologico, su intensidad y fuerza dependerán y mucho de la asimetrías derivadas de las diferencias culturales (religiosas, de actitudes, de valores, de creencias, de comportamientos, estilo de vida, etc.) existentes entre el flujo visitante y la comunidad receptora, y particularmente de como vengan gestionadas dichas asimetrías, pudiendo darse situaciones de encuentro o de desencuentro.
- En la dimensión ambiental, el contexto viene representado por el perfil ecológico del territorio, sus valores naturales y medioambientales, su dotación de recursos naturalisticos y de capital natural que lo configuran como un biotopo singular y propio. En tan particular continente el impacto ambiental del turismo vendrá derivado de la planificación y gestión que se realice según las coordenadas del desarrollo sostenible, o de la ausencia de la misma, tanto del territorio a nivel de (planificación estratégica territorial, ordenación del territorio, gestión ambiental) como de la propia planificación ambiental de la zona en cuestión. La ausencia de tales instrumentos, su estado embrionario o meramente “documental” sus carencias, defectos o contradicciones no provocaran sino una intensificación en el ritmo de uso y deterioro del entorno ambiental.
En la dimensión puramente económica del fenómeno turístico, no parece que existan disensos de importancia en torno a la capacidad inductora del turismo de cara a la generación de renta, y en este sentido de su contribución al crecimiento del PIB, ni por tanto de rol como catalizador económico o dinamizador económico del territorio, rol de capital importancia en contextos económico-espaciales de baja renta, donde el gasto turístico supone una contribución monetaria de primer orden e cuasi inmediatamente “visible”. Asimismo el turismo como tal “exportación invisible” puede significar una elección productiva mas “inteligente” que las tradicionales materias primas por cuanto que no existen hasta el momento presente restricciones de acceso a los mercados de emisión de demanda (Quotas, aranceles, precios fijados etc.) Es igualmente reconocida su capacidad de inducción infraestructural, generación de empleo, inducción a la equidistribución, etc.,. Sin embargo no es menos reconocida, o cuando menos así se infiere de la evidencia empírica la existencia de costes de oportunidad (Crosby, 1994) poco valorados, derivados de la incompatibilidad de usos, dado el carácter limitado de los recursos (Naturales, sociales o culturales) que una asignación apresurada puede provocar. Es asimismo notorio que las oscilaciones “naturales” de la demanda turística, volátil por naturaleza y de extrema elasticidad a las alteraciones en los precios del producto turístico, al influjo de las modas y a una amplia gama de factores externos. Tales fluctuaciones pueden provocar a su vez flexiones de la economía local si esta es dependiente en demasía de los consumos turísticos.
No podemos omitir las distorsiones territoriales que el hecho turístico puede provocar, derivadas de la dolarización de las actividades en determinados emplazamientos lo que puede producir fracturas territoriales como la dicotomía zonas litorales / zonas continentales tan frecuente en el espacio mediterráneo, con las consiguientes resultantes de concentración poblacional, aglomeración espacial y concentración de servicios, equipamientos, infraestructuras y actividades económicas en el polos turísticos y la subsiguiente desertificación del hinterland y de las zonas interiores. Consecuencias colaterales de dichos procesos pueden ser por una parte los fenómenos especulativos relativos al suelo y los bienes raíces y por otra presiones inflacionarias derivadas de la estacionalidad de los flujos turísticos y la oportunidad // necesidad de “hacer caja” de los prestadores locales de servicios quienes tentados por la posibilidad de rápidos y fáciles beneficios alzan los precios hasta niveles excesivos para la población local.
En la dimensión sociológica, no demasiado considerada, el impacto socioantropologico dependerá en gran medida del tipo de relaciones que se establezca entre la comunidad residente y el flujo turístico. Normalmente la intensidad del impacto se vera afectada por factores como el perfil del turista, la temporalidad de su estancia y el nivel de contacto entre los foráneos y nativos.
Al respecto es de interés la precisión de Pearce (1989) cuando considera que no es necesario una relación intensa entre foráneos e indígenas para que se comiencen a producirse impactos de relieve, traducidos como cambios en las actitudes, comportamientos y valores de la población autóctona, basta con la mera presencia de los turistas (nacionales y extranjeros) para que se active el “efecto demostración”.
Igualmente se reconoce la existencia de una capacidad de carga sociológica, cuyos limites no deberían ser transgredidos, puesto que en definitiva significan un umbral de tolerancia con respecto a los usos turísticos y a la presencia de flujos turísticos. Doxey (1976) (cit. por Crosby y Moreda, 1994) establece una serie de fases que resumen la percepción de la población local sobre el fenómeno turístico (Euforia; Apatía; Irritación, Antagonismo y Etapa final) en claro paralelismo con el ciclo de vida del producto turístico. De lo anterior parece deducirse una consecuencia clara, el volumen del flujo turístico no puede exceder al limite citado, si se transgrediera comenzaría a hacerse patente una cierta frustración social que inmediatamente percibidos y sentidos por el turista se traducirán ipso facto en una perdida de calidad del destino y su progresiva decadencia dado el carácter relacional consustancial a la actividad turística. Asimismo, desde la perspectiva del turista existe una suerte de limite psicológico a la presencia masiva de turistas que comparten físicamente y en este sentido compiten por el “espacio vital”, degradando de una u otra manera la experiencia turística en dicho destino.
Parece clara la influencia “positiva” del fenómeno turístico en aspectos relativos a la calidad de vida de la población local, dado el incremento de las dotaciones infraestructurales, de equipamientos y de servicios, adecuación del espacio físico a fines de uso turístico (rehabilitación del patrimonio histórico artístico, ambiental, etnofolklorico, etc.) que a favor del flujo turístico también van a ser compartidas por la población residente. Igualmente es palpable su influencia en la dinamización social, y en la permeabilizacion de sociedades estamentales tradicionalmente acantonadas en compartimentos estancos, como ha sido el efecto demostración en el área mediterránea.
No parece menos cierta su potencial negatividad en la acentuación del dualismo social en sociedades duales escindidas en grupos de elite y masas de desheredados, con la aparición de enclaves de lujo en medio de la mas evidente miseria. O su potencial efecto de aculturación en las sociedades receptoras, en caso de topologías turísticas masivas, que neutralizan primero y desustancian radicalmente después el posible intercambio cultural que favorece inicialmente el turismo. Estas consideraciones serán convenientemente ampliadas en el epígrafe Nº I.6: Turismo Versus Desarrollo del presente trabajo.
En el campo ambiental el hecho turístico presenta a su vez luces y sombras, si bien es cierto que puede provocar la inducción hacia una mayor cura del patrimonio ambiental, dado su valor como recurso turístico estratégico, mediante la planificación de su desarrollo, la evidencia empírica muestra que tales actitudes son normalmente “reactivas” en el sentido de que tratan de responder al impacto ya realizado, cuando deberían ser proactivas y adelantarse al problema. De ahí que los impactos “negativos” del fenómeno turístico sobre el entorno ambiental son mucho mas evidentes: Destrucción irreversible del entorno, generación de desechos, degradación ambiental, regresión o urbanización del espacio rural, oscilaciones estaciónales masivas en la densidad poblacional con la consiguiente presión sobre el medio.