Francisco José Calderón Vázquez
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Las economías de escala y la estandarización constituían la piedra angular de la gestión en el esquema turístico fordista, se trataba de lograr altos volúmenes de producción y ventas, siendo la masificación el vehículo de consecución de tales objetivos. Tales esquemas respondían a una adaptación de la filosofía de la Taylorización o producción en cadena, propia de la manufactura a la actividad turística, la finalidad no era otra que conseguir grandes volúmenes de demanda, y por tanto de producción y ventas, con la simultanea reducción de costes, produciendo servicios “homogeneizados” para grupos indiferenciados de consumidores (Fayos Solà, 1993).
En este orden de cosas, la atención de la empresa turística se focalizaba en minimizar los costes de producción, con practica exclusión de cualquier otra consideración. Ciertamente este esquema solo podía funcionar si las motivaciones y la experiencia de la Demanda, y por tanto sus necesidades y expectativas, eran mínimas o muy básicas como la búsqueda de sol y playa, el hecho de desplazarse a un emplazamiento distinto al cotidiano por un tiempo determinado y así alejarse por un tiempo de la cotidianeidad, no constituyendo la calidad del producto consumido una prioridad, todo ello a muy bajo precio. En este cuadro la satisfacción del consumidor derivaba del mero hecho de poder consumir el producto, y no de la correlación entre los atributos del producto servicio y sus expectativas y necesidades. Asimismo el precio era un elemento fundamental en la diferenciación del destino. Puesto que las empresas daban por descontado tales coordenadas optaban por la no calidad y el mantenimiento de costes reducidos. Las condiciones que posibilitaron la aparición de los fenómenos turísticos masivos han sufrido una serie de mutaciones estructurales que han supuesto notable evolución en la forma de concebir y aplicar la gestión de los destinos y productos turísticos, partiendo de un elemento fundamental el perfil de la demanda ha cambiado sustancialmente, el turista actual es un consumidor experimentado y “maduro” que presenta una actitud critica hacia el destino vacacional y tiende a la selección y renovación constante del mismo. Igualmente es evidente en la nueva configuración del panorama turístico el impacto de la innovación tecnológica y en particular de la telemática, que afecta de forma critica a la producción del producto/servicio turístico y en particular a las funciones de comercialización, venta, distribución, comunicación e imagen.
Asimismo es palpable la evolución en la consideración del tiempo vacacional que se ha transmutado de articulo de lujo a “bien esencial”, la segmentación del mismo en periodos mas cortos, y la elevación del ocio activo como principio rector, todo ello ha provocado una nueva configuración del consumidor turístico: el turista activo, sesgado hacia la búsqueda de la calidad, la seguridad y la comprensión del entorno. El turista necesita conocer cuales van a ser sus actividades durante la vacación y como se va a estructurar su tiempo, ello ha originado la aparición y consolidación de los denominados “turismos alternativos”.
Toda esta serie de transformaciones ha provocado que se hable de la “Nueva Era del Turismo” siguiendo la terminología de Fayos Sola (1993), autor que considera que los hitos fundamentales de esta etapa son: la extrema segmentación de la demanda, la flexibilidad de la Oferta y la distribución, y la búsqueda de rentabilidad en la integración diagonal y en las economías de sistema en lugar de las economías de escala.
Ello no significa que las economías de escala no constituyan un elemento de vital importancia para las pymes turísticas, lo continúan siendo, lo que sucede es que se ha producido una transformación en la forma de concebir las economías de escala y en su operatividad; la nueva consideración obedece a que en las actuales coordenadas del Postfordismo, las economías de escala no están asociadas a grandes volúmenes de producción, o mejor dicho no lo están tan claramente como en la época fordista (De Martino, 2002).
En la actualidad la generación de economías de escala no radica en la disposición de un flujo de bienes u operaciones estandarizadas mantenidas constantemente en el espacio y en el tiempo. Por tanto no derivan de la posesión de grandes maquinarias capaces de producir ininterrumpidamente un flujo enorme de productos homogeneizados, o de grandes líneas de producción dedicadas a un solo producto, o a grandes instalaciones industriales donde se realiza un ciclo de producción verticalmente integrado, en definitiva las señas de identidad del Fordismo .
En el postfordismo las economías de escala radican en el “Patrimonio de Conocimientos” que detenta una organización empresarial determinada, y más específicamente en la capacidad de aplicar y replicar dicho conjunto de intangibles en una gama lo más amplia posible de usos, servicios, procesos y productos a partir de la misma base de conocimientos. No en vano, la inversión en conocimiento se considera en la actualidad la base de la competitividad y de la competencia; el proceso comienza por la investigación pura, continúa con la investigación en nuevos productos, en conocimiento de mercados, en distribución comercialización, en gestión de la inversión productiva etc., lo decisivo es que tales inversiones en inmateriales puedan ser usadas y replicadas una y otra vez, clonando la base de conocimientos en un conjunto lo más extenso posible de aplicaciones. Sobre la tipología de aplicaciones no existen restricciones, puede tratarse tanto de aplicaciones estandarizadas es decir que reproducen un modelo que se repite y permanece constante es decir la típica aplication fordista, o bien puede tratarse de aplicaciones que combinan diversamente los mismos elementos de conocimiento para adaptarlos a contextos de uso diverso o a productos completamente distintos (De Martino, 2002).
Por tanto, desde esta óptica, la clave de la competencia radica en la capacidad de desarrollar y usar conocimiento replicable y de utilizarlo de manera polifuncional en un contexto donde nuestro nivel organizacional permita difundirlo y distribuirlo.
Para la Pyme turística rural estas aseveraciones son particularmente importantes, puesto que su ventaja comparativa radica en la “flexibilidad”, variedad y variabilidad de sus productos, así como en la identidad y personalización de los mismos, en contraposición al turismo fordista de masas. En este caso las economías de escala basadas en el conocimiento replicable significan productos turísticos rurales cada vez más especializados, refinados, diseñados para generar nuevas necesidades en el consumidor y por tanto nuevos espacios de actividad empresarial.
En este contexto la valía de los recursos humanos de la Empresa turística Rural deviene un factor fundamental para la competitividad de la misma. Para ello es esencial la consideración del trabajador u operario de la misma como Knowledgeworker o, trabajador del conocimiento, es decir, capital humano comprometido con la superación y la mejora continua, implicado en la marcha del negocio y consciente del desafío que supone el cosmopolitismo y la intelectualización de la Oferta que en las coordenadas del turismo actual es causa y a la vez efecto, en el sentido de que la demanda es cada vez más exigente posee altas expectativa respecto a la calidad general del servicio y del contexto donde este se encuentra inserto.
Por tanto los trabajadores del conocimiento son esenciales para que la Pyme turística rural pueda adaptarse a las nuevas exigencias de la demanda, y a los gustos del turista activo, ya que los desplazamientos de los flujos turísticos de la actualidad responden a motivaciones muy distintas con respecto a décadas pasadas, no es imaginable en las coordenadas actuales que los turistas se desplacen hasta Italia porque este sea el Bel Paese, o que acudan a España buscando las tres”S” (Sun, Sea & Sand). Ello significa que las empresas turísticas rurales de la actualidad, necesariamente organizaciones empresariales flexibles y postfordistas no pueden esperar al turista, o en otros términos limitarse a la gestión de la Demanda, deben estar necesariamente orientadas al mercado y tiene que ser guiadas por el “conocimiento”, o lo que es lo mismo, requieren de competencias especificas de profesionalidad, de ahí que la formación tenga un rol estratégico a desempeñar puesto que va a proveer a las empresas de competencias especificas para la profesionalización del personal (De Martino,2002).
Por tanto la formación se convierte en un factor productivo de desarrollo local y no solamente un instrumento facultativo de puesta al día o de modernización profesional. De esta manera el conocimiento viene aplicado a los desafíos del mercado, no pudiendo ser por más tiempo una prerrogativa de los tradicionales “ilustrados“ expertos, consultores empresariales, centros de investigación o académicos, sino que el conocimiento debe estar presente en todos y cada uno de los eslabones de la cadena productiva, impregnando a todas las empresas de servicios turísticos de la zona y al personal al servicio de dichas empresas en todas las escalas. Igualmente es vital la conexión con los productores directos de conocimiento, universidades, centros de investigación, investigadores, etc.