Francisco José Calderón Vázquez
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Un elemento fundamental en la valoración de la potencialidad turística del territorio, como fase inicial del proceso de planificación del turismo rural, es la evaluación de la vulnerabilidad del mismo a la presión de los flujos turísticos, que de una u otra manera estos tienden a alterar el entorno medioambiental dado lo inevitable de su impacto y visto que dicha modalidad turística se lleva a cabo precisamente en espacios de reconocida fragilidad ambiental. De ahí la importancia de evaluar in primis la vulnerabilidad del contexto, de manera que no se reproduzca la fábula de la gallina delos huevos de oro y el turismo no sea la causa de la destrucción del genes loci y sus atractivos sino su medio de conservación y regeneración. Normalmente la vulnerabilidad o la fragilidad contrastada del contexto ambiental no supone una prohibición del uso turístico de la zona ni de la presencia de flujos turísticos en la misma sino su limitación cuantitativa, a partir del concepto de “capacidad de carga”, concepto claramente sinérgico con el de desarrollo sostenible (Comisión Europea, DG Enterprise, 2002)
II.4.4.1.- Una aproximación critica a la noción de capacidad de carga turística
Siguiendo a Mathieson y Wall (1982) se considera capacidad de carga turística a la cantidad o volumen máximo de personas que pueden hacer uso de un emplazamiento determiando sin provocar una alteración irreversible en el entorno natural del mismo y sin que se produzca un deterioro evidente en la calidad de la experiencia de los visitantes.
Crosby, (1996) citando a Burton (1970) considera que se deben distinguir tres tipos de capacidad de carga: Ecológica, Paisajística y Perceptual, la primera hacia referencia a la intensidad de uso en términos de volumen cuantitativo de usuarios de un contexto determinado, estableciendo como umbral de aceptación el nivel de degrado ecológico considerado aceptable. La segunda venia definida como la capacidad de absorción o metabolizacion del flujo de consumidores turísticos por el paisaje o contexto territorial y la tercera hacia referencia a la sensación psicológica de saturación de un enclave o zona en función de la presencia de visitantes por parte tanto de los residentes como de los foráneos.
En su origen, la noción de capacidad de carga comenzó a emplearse en la gestión de la fauna salvaje y mas específicamente al control de especies cinegéticas, referida a la cantidad máxima de animales que una zona determinada podía soportar de forma continuada sin que se produjese un deterioro importante de las fuentes de alimentos y en general de los recursos existentes, de ahí su formato básicamente cuantitativo y numérico. En su traslación al turismo y a las actividades recreativas, se emplea con asiduidad el termino capacidad de acogida, entendiendo por tal la cuantía máxima de visitantes que pueden utilizar un determinado emplazamiento; a partir de dicha cantidad el deterioro sobre la calidad ambiental del lugar, derivado de la presión turística, es irreversible (Blanco y Benayas, 1996).
Dado que el turismo y en particular el turismo rural son fundamentalmente industrias de emociones y experiencias, puesto el cliente lo que compra es una experiencia de viaje donde el componente “intangible” conformado de sensaciones, emociones y experiencias es muy importante, sino el que mas, por lo que los aspectos sociológicos o sociales de la capacidad de carga no son precisamente desdeñables o baladíes puesto que la masificación de un determinado espacio natural, por muchos y buenos valores y atributos que este posea, provocara que la experiencia del visitante se oriente hacia una valoración negativa. Por tanto la capacidad de carga se configura como un concepto complejo que excede con mucho los limites físicos y la simple ecología, incorporando dimensiones sociales, sociológicas y psicológicas que pueden interactuar entre si y aspectos ulteriores como la frecuencia y la densidad de uso del lugar en cuestión.
Parece clara la condición de referente o azimut de la capacidad de carga, en el sentido de su aceptación generalizada y de su profuso uso teórico y empírico en las ultimas décadas, aunque tal y como avanzan Blanco y Benayas, posiblemente su aplicación haya dejado bastante que desear. Blanco y Benayas (1996) en su lectura critica de la noción de carryng capacity, consideran una serie de factores clave que permiten explicar la escasa operatividad del concepto en su vertiente numérica o puramente cuantitativa:
1. la presión e impactos de la actividad turística proyectados sobre un enclave natural depende en gran manera del tipo de comportamiento, del modus actuandi que desarrollen los visitantes, mas que de su numero o cuantía, puesto que 10 sujetos con un patrón de comportamiento agresivo y destructivo del medio pueden causar muchos mas impactos negativos que 100 visitantes de comportamiento ecocompatible. Por tanto es muy importante la observación del patrón de comportamiento de los turistas en el sentido de definir las causas y motivos que explican determinados comportamientos, como interpretan el contexto o como “leen” el contexto los visitantes, mas que establecer un simple limite numérico
2. En relación a la anterior perspectiva behaviorista, el nivel de impactos que los flujos de visitantes ocasionan sobre el contexto ambiental aparece directamente conectado a una serie de variables como la duración e intensidad de la visita, la estación del año que se considere, la tipología de usuarios, la distribución de los mismos al interior del área en cuestión, el nivel de fragilidad del contexto en cuestión y las medidas de gestión ambiental del espacio y conservación y mantenimiento que se apliquen en dicho entorno.
3. Desde una perspectiva de gestión sostenible del espacio es muy importante conocer objetivamente cuando el nivel de impactos deviene irreversible, o con otras palabras fijar el punto sin retorno, es decir el umbral a partir del cual la naturaleza no puede absorber el conjunto de impactos, e impidiendo la sucesión ecológica o regeneración natural del deterioro ocasionado.
4. Por ello un rol fundamental será el desempeñado por las medidas correctoras basadas en estudios pormenorizados sobre los impactos de flujos y actividades turísticas sobre el medio. Un porcentaje sustancial de los ingresos producidos por el turismo debería orientarse al seguimiento y monitorización de los niveles de impacto y a la implementación de medidas correctoras de restauración de daños 5. Por ello mas que fijar limitaciones numéricas a priori podría ser mas útil disecar un programa global de gestión del uso publico del espacio en directa relación con la estrategia de desarrollo turístico sostenible especifica para la zona.