Francisco José Calderón Vázquez
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Suele ser lugar común en la doctrina bibliográfica fundamentar los orígenes del turismo en los siglos XVI y XVII cuando surge entre los jóvenes de la élite social la costumbre de realizar un viaje de larga duración, destinado a complementar la educación académica recibida, viviendo y residiendo durante un tiempo en entornos culturalmente distintos al de origen; tal viaje denominado “grand tour”, constituye con probabilidad el origen etimológico del vocablo turismo. Puesto que la voz Tour, aparece ya documentado en 1760 en la expresión “to make a tour or circuitus journey” (Fernández Fuster, 1989) cuya traducción sería hacer un tour, o viaje en circuito en el sentido de gira circular, de vuelta al punto de partida, durante el cual muchos lugares son visitados por placer o negocio. Si bien sus raíces son latinas, procedentes de tornus (torno) y del verbo tornare que en latín vulgar significa girar; tales raíces en las lenguas romances han derivado en el francés “tourner”, mientras que en inglés es “turn” el referente; tanto una como otra acepción hacen indicación de giro, de viaje circular, de vuelta al punto de partida.
La costumbre se generalizará a las clases pudientes a lo largo del XVIII y del XIX, el efecto demostración generado por las obras de los viajeros románticos como Lord Byron, Goethe, Washistong Irving, Guy de Maupassant, Flaubert, Richard Ford, etc., su búsqueda de la diferencia, de lo desconocido, de su admiración por los restos del mundo Clásico y de las culturas y civilizaciones distintas o exóticas para el etnocentrismo centroeuropeo de su tiempo como Andalucía, Sicilia, Grecia y en definitiva el Mediterráneo, como origen del mundo, o la constante referencia a Ultramar y a las ínsulas extrañas, provocarán un flujo prototurístico de viajeros hacia dichas tierras.
Aunque se reconozcan como antecedentes del fenómeno turístico las peregrinaciones religiosas de los diferentes cultos a Roma, Jerusalen o Santiago de Compostela por citar las más renombradas en las culturas cristianas, o la peregrinación a la Meca, para los musulmanes, o al Ganges para los hindúes o diferentes recorridos del budismo teravada, o a determinados monasterios tibetanos del budismo ramayhama, los grandes viajes de los clásicos griegos y romanos, los desplazamientos para presenciar juegos Olímpicos en la Grecia Clásica o las circunnavegaciones de los pueblos de la antigüedad como los fenicios, ninguna de estas modalidades de desplazamiento en el espacio permite hablar con propiedad de actividad turística tal y como la entendemos en la actualidad, es decir capaz de sostener un entramado económico como el que se contempla en nuestros días (Monfort Mir, 1995); si que parece evidente que la raíz ultima del turismo está en la curiosidad, en el deseo de conocer otras gentes, lugares y culturas, como condición sine qua non del espíritu humano, y por tanto intemporal.
Pensemos que la idea del viaje está en los orígenes culturales y antropológicos de la Civilización Occidental, en los poemas homéricos de la Odisea y de la Iliada, donde el tema del viaje en su significado misterioso e iniciático y del viajero, encarnado en su protagonista, Ulises, quien debe realizar un laberíntico viaje desde las ruinas de Troya hasta su casa solariega en Itaca, da comienzo al mito del viaje iniciático que después se repetirá una y otra vez en la literatura europea, como una especie de eterno retorno, donde los protagonistas del viaje procederán al reencuentro y a la profundización de su propia identidad a través de un doble viaje interior y exterior. Dicha figura se repite una y otra vez en los paradigmas culturales y sociológicos occidentales, que han orientado los modos de pensar y de entender la vida por los europeos desde la antigüedad, tanto en su dimensión literaria, pasando desde la Chanson de Geste o el “Don Quijote” de Cervantes a las aventuras de Julio Verne, Kipling, Conrad o el Ulises Dublinés de Joyce, hasta los homéricos protagonistas de “On the road” (En el camino) de Jack Keruac, personificación de las generaciones “Beat” e “hippie”, tan paradigmáticas de nuestro tiempo, como en sus posteriores plasmaciones artísticas, hasta llegar a las cinematográficas orientadas al consumo de masas.
Por tanto, el viaje forma parte de nosotros, de nuestro subconsciente colectivo, está en las raíces culturales más inmediatas del Occidente europeo, caminando en nuestra estructura cultural y en nuestra percepción del mundo, por ello las nuevas generaciones como las antiguas, buscarán siempre lo desconocido, lo nuevo, lo no hollado anteriormente, porque de esta manera se encontrarán a si mismos, afirmarán su identidad y su realización como personas e individuos; por ello el ansía de viajar como metáfora del conocimiento, morirá con los humanos. De ahí la fuerza y la expansión del fenómeno turístico y su inagotable caudal y potencial, independientemente de las fases del ciclo y de las etapas e recesión o alza de la actividad; puesto que en realidad el viaje (y su componente de aventura, que no es sino el aproximarnos a lo desconocido, de forma más o menos controlada) es en definitiva una necesidad de nuestro yo interior, que necesita de este tipo de alimentos para su equilibrio y armonía.
Por ello, el turismo además de placer, es necesidad y por eso el fenómeno turístico tenderá a crecer intensivamente en los mercados de demanda tradicional con la aparición y consolidación de nuevos productos, nuevos destinos y nuevas formas de organización, comercialización y gestión del negocio turístico, e igualmente tenderá a crecer extensivamente a medida que se vaya expandiendo el desarrollo socioeconómico y se incorporen nuevos países al bienestar, la demanda turística crecerá incorporando nuevos flujos de viajeros, nuevos turistas, nuevos buscadores de lo eterno, porque esa búsqueda que plantea el viaje, en definitiva el Turismo, será cada vez más una necesidad y menos un lujo, si a ello unimos la facilitación y simplificación de los desplazamientos, no parece muy descabellada nuestra anterior afirmación. Asimismo el acelerado ritmo de la vida actual urbana provocará, o mejor dicho está provocando la necesidad de alejarse de lo cotidiano, o si se quiere de la problemática diaria, apartarse al menos por un tiempo más o menos corto de dicha vorágine y buscar la relajación, la paz y el sosiego, lo que conlleva la aparición de nuevos productos turísticos encarnados en el turismo rural, de salud, de ocio, deportivo, etc., destinados a cubrir tales necesidades de demanda. Tales segmentos tenderán a crecer de forma exponencial tal y como está esta sucediendo actualmente y a consolidarse como alternativas a las modalidades turísticas tradicionales, por lo que su dimensión y volumen económico será paulatinamente superior.