Belén Blázquez Vilaplana
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Por tanto, si hemos considerado el período 74-79 decisivo para el surgimiento de la figura de González al frente del partido, el período 80-82 será aquel en el cual se perfilen los “Cabos sueltos”, como el nombre de la obra publicada por Enrique Tierno Galván en 1981, que permitirían al PSOE obtener el amplio margen de escaños en las elecciones del 82. Dando lugar con ello, al mayor vuelco electoral de la historia de las elecciones de los países democráticos europeos. Utilizando una ya famosa metáfora acuñada por el Secretario General, es el momento en el que madura el PSOE: igual que lo hacen las brevas, “con aceite por el culo”.
En esta evolución, en relación concretamente con la figura del líder del partido, hay que mencionar un último momento que será determinante: la fecha de mayo de 1980, cuando el PSOE le plantea una moción de censura a Adolfo Suárez. Recurso constitucional sin antecedentes en la historia democrática española. Será entonces cuando González expondrá por primera vez a la ciudadanía a través de los medios de comunicación, el programa político del partido que lidera. Puesto que más que una crítica a la labor realizada por el gobierno de UCD481, lo que plantea es la opción que supondría un gobierno socialista, con él como alternativa a la Presidencia. Todo ello de cara a la opinión pública, gracias a la transmisión en directo por la radio y en diferido por la televisión482. Según datos de un sondeo que aparecían en el diario El País483, el 82% de la población española había recibido información sobre la moción de censura, de los cuales, el 61% fueron informados a través de la televisión y el 20% por la radio. De entre los temas tratados, cuatro merecieron especial atención: el Estado de las Autonomías; la crisis económica ligada al problema del paro; el impulso a la libertad y seguridad para el ciudadano y el papel de España en el ámbito internacional484. No era, sin embargo, la primera vez que el líder socialista aparecía ante los medios de comunicación, pero sí fue en ese momento cuando utilizó todos los mecanismos y resortes puestos a su disposición para ganarse la confianza del electorado. El “idilio” entre el político y la televisión no había hecho sino comenzar, siendo éste uno de los principales elementos de manipulación con los que durante todos estos años alcanzó y afianzó su liderazgo en el interior y en el exterior. En palabras de Julio Feo, Felipe era un verdadero mago de la comunicación televisiva.
Comunicaba como nadie, traspasaba la pantalla y tenía una facilidad innata para estar delante de una cámara485. Durante el debate de la moción de censura, y debido a como éste fue planteado por las distintas fuerzas políticas, Suárez apareció ante la opinión pública como un político resignado y derrotado, por tanto, dando una imagen totalmente contraria a la que se esperaba de un líder de un partido de gobierno al cual le respaldaban más de seis millones de votos. Lo cual contrastaba con la imagen que transmitió el candidato a la Presidencia486.
Si hay algo en lo que han estado de acuerdo los distintos estudios o aproximaciones a la figura del Presidente del Gobierno que se han venido realizando, es en su capacidad de comunicación.
Convirtiéndose este factor en un elemento determinante en la creación de cualquier liderazgo en la época mediática en la cual nos encontramos. En este sentido, Cotarelo, afirma que la gran diferencia con que se encontraba cualquier partido frente al PSOE en el momento de plantear una contienda electoral y especialmente en el momento de presentar ante el electorado al cabeza de lista o de realizar un debate cara a cara, era el magnetismo visual de González, el contar con un verdadero monstruo de la comunicación. El cual incluso supo utilizar para su propio beneficio algo que algunos habían utilizado para desacreditarlo: su acento andaluz487. De ahí, que las más de las veces, se dedicasen no a vender la imagen de su propio líder, sino a desacreditar a la del contrario. Como dice Gillespie Felipe González era muy elocuente, utilizaba un lenguaje popular y podía “conectar” con el pueblo. Además, poseía una rara capacidad para dominar una situación, simplificar una cuestión o presentar una síntesis de información de forma razonada y convincente. Por añadidura, no carecía de carisma: se destacaba en cualquier grupo y conseguía atraer la atención en los mítines488. Aunque posteriormente, una vez que accede a la Moncloa, se le achaca que olvide el lenguaje utilizado en los primeros años y que comience a hablar como un político convencional, lleno de estadísticas y de porcentajes. Dejando a un lado ese halo de sorpresa que sus palabras siempre habían mantenido en los primeros momentos. Le falló entonces la persuasión y la aproximación a la gente, que en el fondo eran sus mejores armas políticas. No era tanto qué decía sino cómo lo decía, porque en el fondo, nunca decía algo nuevo sino simplemente lo enmascaraba de una manera diferente a la anterior.
La moción de censura no prosperó489, y, sin embargo, la sensación que rondaba en el ambiente era de triunfo de González y de comienzo de hundimiento de Adolfo Suárez490. El cual no sólo se tuvo que enfrentar a la moción propiamente dicha sobre la labor de su Gobierno, sino también al rechazo que sentía hacia las intervenciones en los debates Parlamentarios. En este sentido, una encuesta realizada entre el 22 de febrero y el 10 de marzo del 80, publicada el 13 de marzo en Cambio 16491 , mostraba que el 64% de la población pensaba que González sería mejor Presidente del Gobierno que Suárez492. Tras la moción de censura, los españoles eran conscientes que tras la UCD, existía un partido y un líder: el PSOE y Felipe González. Los datos se cumplieron y apenas ocho meses después494, Suárez presentaría su dimisión y en las encuestas el PSOE se encontraría seis puntos por encima de UCD. Según una tesis que defiende Silvia Alonso-Castrillo en la dimisión de Suárez pudo influir de manera determinante lo ocurrido con González en 1980495. Ambos partidos contaban únicamente con un líder, el PSOE se dio cuenta de ello e impidió que el mismo abandonara el barco antes de que éste se hundiese, Suárez pudo pensar que su partido haría lo mismo con él, pero los cálculos le fallaron y nadie salió a apoyarlo para que se mantuviese al frente del partido y del gobierno. Aquí aparece de nuevo uno de los elementos claves para comprender el liderazgo de González, la fuerza del partido que tenía detrás respaldándole y que diferenciaría al Partido Socialista de los demás partidos políticos que jugaban en la arena democrática española e indirectamente a sus cabezas de lista en aquellos años. El liderazgo de Suárez496 surgió de un partido que se configuró únicamente con fines gubernamentales y que, por tanto, estaba en todos los sentidos subordinado a las acciones del Gobierno. Donde el liderazgo de su presidente respondía más a su proyección sobre la masa de votantes externas al partido que a un liderazgo organizativo debilitado siempre por la imposibilidad de generar en primer lugar incentivos de identidad, colectivos, comunes a estructuras y culturas políticas diversas y en segundo lugar, incentivos selectivos que permitiesen conformar a los diversos líderes de las agrupaciones originarias497. Además, al ser un partido sumamente heterogéneo, y precisamente por ello, siguiendo la tesis de Blondel, era mayor la necesidad que tenía el mismo de buscar y, por tanto, contar, con un líder integrador e impulsor de su actividad498 . De ahí, que la meteórica llegada de Suárez a la arena política española, apenas tuviera continuidad en el tiempo. En poco menos de seis años, el primer líder indiscutido de la transición española, pasó a un segundo plano, y el partido al que se vio incapaz de articular, desapareció. El efecto que se desprende de todo esto, es que tras los cambios de los Presidentes del Gobierno, los partidos que los respaldan desaparecen, como ocurrió en el caso recientemente mencionado, o caen en crisis, como en el PSOE con la problemática bicefalía expuesta. Lo cual lleva a plantearse si realmente no hubo alguna distorsión en el momento y, sobre todo, en el modo en que se llevó a cabo la reinstauración de la democracia en España. En última instancia, en el sistema de partidos existente desde la transición y hasta la actualidad.
El lapsus de tiempo transcurrido desde la dimisión de Suárez hasta las elecciones generales de 1982, con el desafortunado incidente del 23-F y el oscuro y efímero paso de Calvo Sotelo por el gobierno, no hacen sino terminar de delinear el comienzo del fenómeno que será conocido como felipismo. Término que no contaba con las simpatías del propio González, lo cual no es de extrañar, si tenemos en cuenta que algunos lo equipararon con la enfermedad senil del franquismo499. En este sentido, y como expone Ignacio Sotelo500, se utilizará esta denominación en el estudio en un sentido neutro, equiparándola con aquellas que se han utilizado en otros momentos históricos y con otros personajes que de una u otra manera han marcado con su personalidad un período histórico, como ha sido el caso de la utilización de términos como franquismo o gaullismo y no de manera despectiva, ni equiparándolo con un modo de hacer autoritario frente a la democracia. Su utilización implicaba aceptar un estilo personalista y un enfoque electoralista de la política, insistir en la moderación, en la “responsabilidad” y en la subordinación de cualquier tipo de interés y de ideología a lo que se consideraba eran los intereses nacionales501. En última instancia, era la identificación y personalización de la acción política y gubernamental con la del líder: Felipe González o como lo definió Eugenio Trías, era un término descriptivo que estaba asentado en el más estricto “culto a la personalidad” del líder carismático502.
Comentar, por último, debido a la importancia que tuvo en los primeros momentos para la consolidación de González en el partido, uno de los elementos que intentó utilizar antes de su llegada a la Moncloa, el llamado “gabinete a la sombra”. Este sería un grupo de trabajo, que sin depender del grupo parlamentario pero trabajando desde el mismo, llevaría un seguimiento diario del Gobierno y el cual, según Calvo Sotelo, refleja el tinte presidencialista del posterior Gobierno de González. Por cuanto, mientras en los regímenes parlamentarios éstos casi no tienen cabida, en los presidencialistas, crece mucho hasta hacerse réplica en miniatura del Gobierno mismo503. Este estuvo formado por Ana Navarro, Ignacio Fuejo, Manolo Marín, Baltasar Aymerich, Miguel Boyer, Miguel Muñiz, Julio Rodríguez y Julio Feo.
Pero, tal y como expone este último, el mismo no duró mucho tiempo por problemas de celos en la ejecutiva504. Los diversos intentos que hubo en momentos posteriores para su implantación, tampoco tuvieron éxito y la soledad y distanciamiento del líder se potenció505. Sobre ello volveremos más adelante.