Belén Blázquez Vilaplana
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Aunque el tema que nos interesa sean los sucesos ocurridos en Nicaragua, principalmente, y en El Salvador, como objeto de comparación, es necesario hacer una pequeña referencia a lo que se ha denominado la “Crisis Centroamericana”. Y ello, por ser el término que se ha venido utilizando genéricamente para definir qué es lo que ocurría en esta zona geográfica tras el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 19791053. En palabras de Eduardo Galeano, la efervescencia revolucionaria en América Central, daba respuesta, en lo más hondo, a la guerra secreta que mata niños de hambre y a la violencia invisible que encarcela pueblos y países. Son guerras contra la guerra, podríamos decir, las que están sacudiendo aquella atormentada región: guerras de liberación que atacan las causas de la guerra, guerras contra la guerra cotidiana que desangra a la clase trabajadora, guerras contra la falsa paz de las cárceles y los cementerios, guerras del pueblo por la única paz que merece llamarse paz, que es la paz con dignidad1054 . Detengámosnos con un poco más de detalle en esta crisis revolucionaria.
Según Edelberto Torres-Rivas, el conjunto de hechos que recibió el nombre genérico de Crisis Centroamericana fue consecuencia de reivindicaciones permanentemente pospuestas, de derechos reiteradamente violados, en suma, de luchas sociales y políticas pacíficas y legales, pero ilegalizadas y reprimidas por el Estado1055. Las cuales se venían realizando, sobre todo, en la década de los 70 y cuyos antecedentes eran las dictaduras que azotaban a la región y las amplias diferencias sociales existentes.
De ahí, que la salida adoptada por las masas populares fuese la violenta lucha armada para alcanzar su condición de sujetos de la Historia a través de la oposición a la autoridad1056. Manuel Montobbio, hace referencia a la definición dada por Benítez Manaut en la obra La paz en Centroamérica: Expediente de documentos fundamentales 1979-1989; Centro de Investigaciones Interdisciplinares; UNAM; México, de la cual es compilador junto a R. Córdoba Macías (1989): Con el desencadenamiento de la crisis nicaragüense (...) Se produce en el istmo un proceso único en la historia conocido como “la crisis centroamericana”. Este fenómeno, que involucra, fusiona y articula los procesos económicos, sociales, políticos, militares, ideológicos, culturales e internacionales, se traduce en un enfrentamiento polarizado, cuyos vértices se distinguen visiblemente: uno progresista, que busca el cambio social y la superación de amplias desigualdades e injusticias prevalecientes, y el otro regresivo, conservador, que niega la necesidad impostergable de realizar los cambios sociales que demandan los pueblos de las distintas naciones que conforman el istmo centroamericano; Pp 5.
Cuando se ha tratado la misma, se ha tendido a darle una visión regional al conflicto, sin contar muchas veces con el carácter esencialmente nacional que tiene cada uno de los sucesos que se han dado en la zona y la manera particular que han tenido de construirse y desarrollarse. Como ya se comentó al comienzo de este trabajo, en muchas ocasiones, las investigaciones y análisis sobre qué estaba ocurriendo en la zona, se realizaban de manera conjunta, sin diferenciar entre realidades tan diversas como era la situación política, económica o social de Honduras y Costa Rica, por citar un ejemplo. Lo cierto es, que aunque los conflictos armados sólo afectaron de manera directa en su territorio a tres de los países de la región, es decir, Nicaragua; El Salvador y Guatemala, solían incluirse también a Honduras y Costa Rica en los estudios realizados sobre este particular y, en menor medida, a Panamá y a Belice.
Pero no sólo en los estudios, sino también en los análisis llevados a cabo por los especialistas para buscarle una solución a la lucha armada; a la violación sistemática de los derechos humanos, etc.
Recientemente este fenómeno se está volviendo a repetir, no ya tanto en relación con conflictos bélicos y dictaduras, sino por las consecuencias de las hambrunas; las sequías; las inundaciones; etc. que están azotando a los países centroamericanos. De nuevo, se habla de “problema centroamericano” o de “crisis centroamericana”. Mas, si en este caso, el origen del asunto está plenamente identificado, la pregunta entonces sería: ¿Cuál fue el origen de la crisis en los años 80? ; ¿Qué variables coincidieron en esos años para que todo estallara como un polvorín? ; ¿Es posible encontrar una explicación a la crisis en su conjunto o hay que buscar una causa para cada uno de los procesos que se desencadenaron?.
Intentemos buscarle una respuesta.
Como exponen Jaime Daremblum y Eduardo Ulibarri1057, las respuestas parciales han sido demasiado frecuentes desde 1979, cuando se produce la caída de Somoza y el Golpe de Estado salvadoreño que dio paso a la Junta cívico-militar1058, como para intentar responder al interrogante: ¿Qué factores han precipitado la crisis?. Pudiéndose distinguir dos grandes visiones en cuanto a los mismos, a saber: A. La de aquellos que dan prioridad a las cuestiones locales como condiciones de base para explicar la crisis.
B. La que sin tener a las anteriores en cuenta, sólo buscan la justificación en la amenaza totalitaria de los actores internacionales y a la importancia estratégica de la zona.
Pensamos que la opción más acertada es buscar un punto intermedio entre ambas. Así, si el análisis se realiza país a país, el primer paso que deberíamos seguir sería identificar cuáles eran las condiciones sociales; económicas; políticas de los mismos. Sobre todo, en relación con los problemas de subsistencia y de desigualdades sociales existente hacia el interior de cada uno de ellos. Lo anterior, nos permitirá tener una primera batería de datos que expliquen qué hizo, por ejemplo, en el caso de Nicaragua, que el FSLN tomara las armas, que tuviera el apoyo masivo de la población civil y que pudiera, en última instancia, triunfar el proceso revolucionario. Pero, más allá de eso, no hay que olvidar en ningún momento el papel que en todo este proceso tuvieron los actores internacionales, llámese EE.UU o la URSS, tanto en el desarrollo del conflicto, como en las problemáticas negociaciones que tuvieron lugar para buscarle una salida al mismo.
Aunque no intentemos buscarle una explicación al por qué de la crisis, a las causas finales de la misma, o a los procesos que la jalonaron, puesto que ello no constituye el objeto de esta investigación, sí quisiéramos desechar una de las teorías que se han aceptado como válida durante estos años, la conocida como La Teoría del Dominó. Es decir, una de las que con mayor reiteración aunque no la única, fue utilizada por los Estados Unidos para justificar su presencia en la zona, ya fuera de manera indirecta, como alguno de los casos aquí analizados, o directa, como fue la invasión de Panamá o la de la Isla de Granada. Teoría según la cual, se argumentaba que el éxito de la revolución cubana y posteriormente de la nicaragüense, podría provocar en última instancia la propagación de las ideas comunistas y, por ende, el poder de la Unión Soviética a una serie de países que siempre los norteamericanos consideraron como su zona natural de influencia: América Latina1059. Concretamente, Nicaragua haría de eje de propagación de las ideas hacia otros países de la región, siendo el último eslabón de la cadena, México. De ahí, a su expansión por EE.UU sólo habría un paso y, por tanto, un peligro inminente que habría que cortar. No hay que olvidar, si hablamos en coordenadas internacionales, que estábamos en uno de los momentos más calientes de la guerra fría. El mundo se encontraba dividido entre los aliados de Estados Unidos y los que se encontraban más afines a las ideas soviéticas o, desde el punto de vista de organismos internacionales, los que estaban dentro de la OTAN y los que lo hacían en el Pacto de Varsovia. Según Lilia Bermúdez y Antonio Cavalla, Centroamérica era vista bajo dos objetivos estratégicos norteamericanos: como un grupo de países pertenecientes a América Latina que se requiere “estable”, amistosa hacia los EE.UU y libre de influencia exteriores y como área geopolítica “fronteriza” en la cual es preciso evitar la instalación de un gobierno hostil, especialmente, porque permitiría un amplio rango de acciones militares, incluidos ataques de nivel estratégico sobre el territorio de EE.UU1060 . Paradójico, por lo erróneo de los análisis, si tenemos en cuenta los ataques sufridos por este país en este último año.
Así mismo, el Ministro de AAEE guatemalteco, Toriello, afirmaba que la política estadounidense coincidía en catalogar como ‘comunismo’ cualquier manifestación de nacionalismo o de independencia económica, cualquier deseo de progreso social, cualquier curiosidad intelectual y cualquier interés en reformas progresivas o liberales (...) y cualquier gobierno latinoamericano que se esforzara en llevar a cabo un verdadero programa nacional que afectara los intereses de las poderosas compañías extranjeras, cuyas riquezas y recursos básicos se encontraran en gran parte en América Latina, recibiría el calificativo de comunista; sería acusado de constituir una amenaza a la seguridad continental y de debilitar la solidaridad continental; también sería amenazado con la intervención extranjera1061.
Para Noam Chomsky, los Estados Unidos tenían en su ordenamiento legítimo y moral una quinta libertad que no podían dejar que se vilipendiara. Ésta, que habría de unirse a las cuatro tradicionales que ya existían, era la de saquear y explotar. La cual fue utilizada durante todo el conflicto para justificar el uso legítimo de la fuerza y la violencia, que ellos consideraban que podían alcanzar en cualquier zona geográfica, aunque no entrara dentro de sus fronteras naturales1062. En este sentido, EE.UU, desarrolló en estos años el concepto de “Gran área”, entendida como una región subordinada a las necesidades de la economía estadounidense. Era ‘una región estratégicamente necesaria para el control mundial’1063. La postura y actitudes que se tomaron hacia la región, sobre todo, tras la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan correspondía a lo que Kissinger había denominado como “globalismo indiferenciado” de la política exterior norteamericana. Es decir, el considerar que siempre que se daba una revuelta interna en algún país, ello era consecuencia de la influencia de una fuerza externa, en la mayor parte de los casos, de la URSS. De ahí, que no se tuvieran en cuenta los factores sociales, económicos y políticos internos que pudieran dar algunas claves para comprender lo que estaba ocurriendo hacia el interior de los mismos1064. Esta diferencia entre la postura de Reagan y la del anterior presidente, Cárter, era explicada en función de que el primero pretendía siempre convertir cualquier problema en una crisis internacional.
Así, en relación con el problema salvadoreño, Noam Chomsky afirmaba que durante la Administración Cárter se trataba de resolver el problema local, se luchaba contra la resistencia campesina, mientras durante la Administración Reagan, se luchaba contra la URSS1065. Lo cual era consecuencia de la estrategia económica del presidente, basada en su mayor parte en la industria militar. En este sentido, el que realmente manejaba los hilos de la política industrial del país era el Pentágono. Lo cual encontraba respaldo en algunas frases pronunciadas por el Presidente Reagan, como que: la mayor política exterior no puede preservar la paz y proteger el reino de la libertad a menos que esté respaldada por un poder militar adecuado1066 . Cuyo único fin era vender armamento a regímenes dictatoriales y asegurarse inversiones en los mismos. Sin olvidar, el poco interés que estos temas despertaban en el Presidente, el cual buscó y procuró mantener siempre un compromiso entre las dos grandes corrientes que lideraban la política norteamericana, para él ocuparse de los problemas de política interna. Por tanto, la postura contraria a la adoptada por Felipe González en sus años al frente del ejecutivo. Siguiendo con este razonamiento, para Octavio Paz, las revueltas que azotaban al continente, especialmente a Centroamérica, no eran el resultado de una conspiración ruso-cubana, ni de las maquinaciones del comunismo internacional, como quería hacer creer el Gobierno norteamericano. Sino descontento: lo utilizan y tratan de confiscarlo para sus fines1067 .
Centrándonos en el caso nicaragüense, Edelberto Torres Rivas, afirmaba que éste tenía su explicación en los cambios en la correlación de fuerzas producidas a escala mundial (...) No es que el conflicto interno que encabezaba el Frente Sandinista, se hubiese internacionalizado. Es que con ocasión de las luchas populares contra el desacreditado gobierno somocista, se materializa por vez primera en la región un conjunto de influencias, de orden diverso, que trasladaron al plano externo una parte del conflicto interno1068. Mientras que, por su parte, en El Salvador, los fraudes en las elecciones impidieron que las fuerzas moderadas tuvieran ninguna oportunidad de alzarse como alternativa y los que gozaron de ese privilegio continuaron siendo las fuerzas autoritarias apoyadas por EE.UU. De ahí la imposibilidad de un gobierno civil en este país1069 y la continuación sistemática de violación de Derechos Humanos, tal y como aparece recogido en el Informe Anual sobre Derechos Humanos publicado en 1980 por el Consejo sobre Asuntos Hemisféricos de Washington1070. Con la ayuda estadounidense, en El Salvador se destruyeron las organizaciones populares que tan importante presencia estaba dando a la sociedad civil.
Aunque, sin duda, lo más novedoso de la intervención de EE.UU. en este país fue la magnitud de las mismas. Así, la guerra se orientó hacia los ataques directos contra la población civil de las zonas controladas por la guerrilla, incluyendo redadas y matanzas efectuadas por las unidades de elite entrenadas por Estados Unidos y el incremento de la guerra aérea. Como se afirmaba en el diario El País acerca de la razón de este enfrentamiento con participación norteamericana, parecía que Reagan estuviera ofreciendo una revancha de la derrota militar y civil de Vietnam, asemejándose incluso la forma de actuar que tuvieron en aquel momento, la conocida como tierra quemada. Pero la situación de El Salvador, la de Guatemala, la de Centroamérica en bloque y la que se extiende hacia el Cono Sur, plantean problemas de tipo estratégico, geográfico, económico y cultural que no tienen gran cosa que ver con Vietnam1071.
Siguiendo con esta influencia exterior en el conflicto, Edelberto Torres-Rivas1072 afirmaba que la misma siguió dos posibles tendencias, a saber:
1. La de EE.UU bajo una óptica panamericana tradicional y que buscó el apoyo de
los países de la región.
2. La de otros gobiernos y OI contrarios, con mayor o menor voluntad a EE.UU, de
contención o rechazo.
La participación española, por tanto, conforme a dicha catalogación tendría que incluirse en un principio en este segundo bloque. Aunque tal y como se sostiene en esta investigación, la misma fue modificándose, acercándose a los planteamientos norteamericanos, sobre todo, tras el cambio en la administración norteamericana y los primeros años del gobierno socialista. Veremos posteriormente por qué. Según Sergio Ramírez, la dirigencia revolucionaria siempre vio con desconfianza encubierta a los países capitalistas en general, exceptuando el caso de México1073 y Panamá. Esto explica la distancia asumida con la Internacional Socialista y los socialdemócratas; al fin y al cabo, siempre terminarían alineándose con Estados Unidos, eran parte de su sistema1074 .
O en palabras de Octavio Paz1075, en la situación centroamericana, se encuentra inscrita la historia entera de estos países. Descifrarla es contemplarnos, leer el relato de nuestros infortunios. El primero, de fatídicas consecuencias, fue la independencia; al liberarnos, nos dividimos. La fragmentación multiplicó a las tiranías, y las luchas entre los tiranos hicieron más fácil la intrusión de EE.UU. De ahí que la crisis centroamericana presente dos caras: una, la fragmentación produjo la dispersión; la dispersión, la debilidad y la debilidad han culminado hoy en una crisis de independencia: América Central es un campo de batalla de las potencias. Otra: la derrota de la democracia significa la perpetuación de la injusticia y de la miseria física y moral, cualquiera que sea el ganador, el coronel o el comisario. La democracia y la independencia no se pueden separar, perder una es perder la otra. Por tanto, era un deber ayudar a los centroamericanos a ganar tanto la batalla de la democracia como la de la independencia. Y ese se convirtió desde 1979 en uno de los objetivos de Felipe González cuando cruzaba las fronteras españolas.