Belén Blázquez Vilaplana
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“Durante la gestión de mi Gobierno, quería que nuestra relación con el continente -América Latina- pasara de la retórica de tantas décadas, casi siempre vacía de contenido, a los compromisos reales con esa otra dimensión de nuestra identidad que es América. Ahora que nuestros compromisos son fuertes, que nuestra presencia afecta a las terminales sensibles de la vida cotidiana de millones de ciudadanos latinoamericanos, echo de menos la capacidad de entender y asumir las diferencias. Un poco de retórica machadiana” Felipe González Márquez Diario “El País”. 14/10/1999 Decía el profesor Cazorla en el prólogo de su libro Crónicas desde Andalucía, que si no se contempla con un cierto distanciamiento sarcástico a la política, podía uno terminar padeciendo del estómago, y de ahí la ironía para encarar el posicionamiento ante determinados actores políticos o acontecimientos de actualidad. Utilizando esa reflexión, vayan las que a continuación se expresan: Nunca pensé al comenzar la investigación que a continuación se presenta, que durante estos años, la misma me pudiera afectar personal y profesionalmente de este modo. En estos años de trabajo cuya culminación es la obra que tienen entre sus manos, pasé de tener un interés digamos normal por una figura pública del panorama político español, a rastrear todos y cada uno de los medios a mi alcance para poder tener algún tipo de información sobre él. Tanto fue así, que hubo momentos en los cuales incluso me desperté porque escuché su voz, aunque luego me di cuenta que había dejado enchufada la alarma de la televisión y lo que estaba escuchando eran los Desayunos de la primera, donde eso sí, estaba él.
Él se convirtió en mi razón de ser, en mis días y mis noches y en una idea que a veces rayaba la obsesión. Los que estaban a mi alrededor, algunos de ellos no pudieron aguantar más la presión, no comprendían por qué había dejado de leer novelas de acción y ahora devoraba sin descanso obras tan insignes como “El puño y la Rosa”; “Aquellos años” o “Los secretos del poder”. Otros más optimistas pensaron que al fin me había dado cuenta que seguir dedicándome a la Universidad y a la investigación era una pérdida de tiempo y de dinero y que como Mario Conde, había decidido dar el salto a la política “de verdad”. Nada de teorías y discusiones hasta la madrugada, sino acción, mentiras y manipulaciones.
Pero no, nada más lejos de la realidad. Yo seguía obsesionada en y con él. Recorrí parte de la península intentando seguir su rastro e incluso, como si fuera Cristóbal Colón en busca de nuevas tierras, decidí dar el salto al Nuevo Mundo cuatro veces buscando a aquellos que pudieran facilitarme alguna información. Aguantando, eso sí, la mirada de sorna de muchos cuando les contaba mis planes y las risitas cómplices de otros cuando les narraba las hipótesis y los objetivos que me habían llevado hasta allí.
Mas, lo realmente duro, fue no poder conocerlo en persona. Intenté por todos los medios durante estos años de investigación tener un contacto personal con él. Pero siempre estaba, dentro de su jubilación jubilosa como a él le gustaba decir, demasiado ocupado. Y eso que yo no imponía ni lugar de encuentro, ni horario, ni indumentaria, ni siquiera un cuestionario cerrado. Sólo quería saber si esa teoría que había estado pensando y modelando durante meses, era de carne y hueso o el producto de la imaginación de miles de españoles que depositaron sus esperanzas y proyecciones de futuro en él. Mi desesperación llegó a ser tal, un hombre tan ocupado y que, sin embargo, nunca está en su lugar de trabajo, que incluso pensé en recurrir a métodos tan alejados del mundo científico como algún que otro programa de televisión que me devolviera mi confianza en los milagros.
Después de muchos intentos y noches sin dormir, tuve que conformarme con una firma al final de un cuestionario y una amistad profunda con su secretaria. Pero aunque él no quiera saber nada de mí, yo sigo pensando que era y es un buen objeto de estudio y que merecía la pena el tiempo empleado, los esfuerzos vertidos y las miles de horas que pasé delante del ordenador. Al final, no tenía un bestseller, de eso estaba segura, pero tenía la culminación a unos años de trabajo en los cuales muchas cosas cambiaron tanto en mí personal como profesionalmente.
Eso que dicen que el perro acaba pareciéndose a su amo o que uno termina identificándose con lo que estudia, fue completamente cierto en este caso. Pasé de ser una total escéptica hacia unas siglas políticas a votarlas abiertamente en unas elecciones municipales- ¿ quién sabe si incluso en las nacionales?. De criticarlo sin piedad en cualquier tertulia en mis años de estudiante en la facultad, a defender su papel tanto al frente del ejecutivo, como en el ámbito internacional o en organismos internacionales. De pensar que esta investigación no tenía ni pies ni cabeza, a comprender que cualquier cosa se puede convertir en una tesis doctoral si se le pone corazón y sobre todo mucho tiempo y dedicación.
En este sentido, no puedo dejar de pensar en los momentos de escribir estas líneas, en la cara que iban poniendo aquellos a los que contaba qué estaba haciendo. El diálogo normal comenzaba como cualquiera de los que durante estos años he tenido con alguien relacionado con el ambiente universitario: Y tú ¿qué estás estudiando? O aquellos que iban más al grano y que intentabas eludir ¿Sobre qué haces la tesis?. En los primeros momentos recitaba como un papagayo el fantástico título de la investigación, pero tras numerosos intentos en los que buscaba borrar esa imagen de perplejidad de la cara de mi oyente y contarle como si a él mismo se lo estuviera contando qué intentaba hacer, decidí pasar al plan B y decir simplemente que mi tesis era sobre él. Pasado el primer momento de asombro de mi interlocutor, le iba narrando poco a poco cómo había llegado hasta aquí y qué quería alcanzar y entonces llegaban las otras dos preguntas del millón: ¿y eso da para una tesis? Y ¿hay información sobre lo mismo?.
Pero lo más duro, realmente lo que más trabajo me ha costado superar durante estos años, es darme cuenta que ante mi ignorancia supina sobre él, todos los demás mortales sabían muchísimo. No había persona a la que le comentara el tema que no me propusiera leer algo, hablar con alguien, escribir de una determinada manera o enfocar el estudio tal y como ellos pensaban. Era bastante descorañonador comprobar cómo aunque nadie opinaba sobre la elección en listas cerradas y bloqueadas en Mongolia o sobre la teoría de la dependencia en circunstancia adversa en el Polo Norte, todos podían darme y poner su granito de arena sobre él.
Al final, tras muchos intentos de abandonar y dejarlo abandonado a su suerte, terminé este proyecto. Él seguramente nunca sabrá de mi existencia, ni de lo profundo que lo llegué a interiorizar, pero para mí siempre tendrá un lugar especial en mis trabajos no por menos se dice que nunca se olvida a un primer amor. Y yo tuve con él esa especie de juego amor-odio a lo largo de todos estos años.
Quedando al final una simple relación de costumbre, en la cual mis ojos se volvían automáticamente cuando veía un titular con su nombre o ponía más atención a las noticias si él las encabezaba.
Mi objetivo se cumplió, al menos así lo pienso. No escribí una biografía sobre él, sino un intento serio y científico sobre una faceta de su vida y de su actividad política, al frente del sistema político español. Ello, buscando profundizar aunque fuera un poco más, desde una visión algo más que periodística en la persona que dirigió nuestros destinos durante toda mi infancia, y quién sabe..., con él nunca se puede decir que cerró página como se afana en recordárnoslo con demasiada frecuencia.
Vaya aquí pues el intento de conocer algo del Presidente del Gobierno español durante los años 1982-1996, D. Felipe González Márquez, en relación con los procesos democráticos y de paz en Nicaragua y en El Salvador. Si su lectura despierta aunque sólo sea un gramo de curiosidad en el lector y la necesidad de profundizar en todos aquellos temas que aún quedan oscuros, todos estos años habrán tenido su recompensa. En caso contrario, toda obra es mejorable.