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La Empresa es su Resultado
El Beneficio editorial y la Contabilidad del Conocimiento.Francisco Luis Sastre Peláez
EL ENTORNO DE LA EMPRESA CULTURAL
CAPÍTULO 2: LAS DOS “MANOS VISIBLES” DEL MERCADO (I):
ECONOMÍA DE LA PRODUCCIÓN Y CULTURA DEL CONSUMO
Las dos fuerzas visibles del Mercado
Frente a la “mano invisible” de Adam Smith, esa fuerza misteriosa que hace converger los intereses privados en el bien público surge, en fechas recientes, el concepto de “mano visible” del empresario(1) .
El hombre de negocios, y por extensión su empresa, es ya desde Walras el factor causante de la inestabilidad de los mercados y, por tanto, un elemento imposible de integrar en el modelo de Equilibrio General(2) . Mas tarde, con Schumpeter, el desajuste introducido por medio de la innovación será, precisamente, la causa del beneficio y del desarrollo económico de las sociedades.
El mercado se configura en la corriente neoclásica como el único mecanismo de coordinación, por medio de su sistema de precios, de las actividades económicas de una Sociedad. Para los neoclásicos, además, la utilización de los servicios de intermediación y coordinación que el mercado ofrece es una prestación de naturaleza gratuita.
Es sólo a partir del descubrimiento de los costes de transacción por Coase(3) , cuando la Teoría Económica comienza a considerar “Mercado” y “Empresa” como dos soluciones alternativas de organización económica contraponiéndose, ya desde entonces, “la mano invisible” que gobierna al primero con la “mano visible” que dirige a la segunda.
El Mercado neoclásico “pone en contacto” a productores y consumidores, que acuerdan realizar determinadas transacciones a un precio de equilibrio denominado “precio de mercado”. Estos dos grupos de agentes son considerados como conjuntos de “puntos sin dimensión”, sólo susceptibles de análisis matemático a través de las curvas de oferta y demanda agregadas.
Así, la aparición de la Empresa como organización productiva “intermedia” implica para la lógica económica, por así decirlo, que las personas consumen como individuos, pero producen como empresas. No obstante, y a pesar de esta diferencia fundamental, no hay distinción matemática posible entre los puntos que integran la curva de la oferta y los que forman la curva de la demanda; bien sea que representen a un individuo o bien a una organización, unos y otros carecen de dimensiones.(4)
El objeto último para nuestra Ciencia sigue siendo el “homo oeconomicus” y sus actividades de producción, distribución y consumo. No obstante, los economistas empezamos a comprender también que las personas creamos mientras vivimos con los demás ciertas formas preferentes de relación, formas que llegan a alcanzar solidez bastante como para servirnos de referencia en nuestro comportamiento. La acción del individuo, entonces, ya no es siempre directa y espontánea, sino condicionada por estas estructuras relacionales que, al volverse permanentes, denominamos instituciones y cuya función aprendemos desde la infancia en un largo proceso de socialización. Son las instituciones de un grupo humano las que, al fin y al cabo, le estructuran en Sociedad.
Así, la aparición de la “Empresa” como organización alternativa o, mejor, coexistente con el “Mercado”, supone la consagración de ambos como las instituciones económicas fundamentales de nuestra época(5) . El Mercado tendría un carácter totalizador, pudiéndose distinguir en su seno, por un lado, las instituciones productivas o empresas y, por el otro, la multitud de los individuos consumidores.
Siendo este el estado general de la cuestión, debemos hacernos una pregunta de crucial importancia: Si la naturaleza y razón de ser del Mercado es la integración funcional de la producción y del consumo, y supuesto que la “mano visible” del empresario organiza a los individuos para producir, entonces ¿quien los organiza para consumir?.
La realidad es, pensamos, que el Mercado no tiene sólo una sino dos “manos”: la Empresa Productora y el Grupo Consumidor. Únicamente la segunda fuerza es “invisible”, pero sólo para el modelo actual de la Ciencia Económica.
El punto de unión entre producción y consumo es la persona misma. A un cierto nivel de generalización (por ejemplo, considerando la Familia como la unidad consumidora), es un único sujeto quien, en dos instantes diferentes del tiempo, produce y consume. Su esfuerzo productivo (trabajo o capital) es canalizado socialmente hacia la Empresa donde, como un rayo de luz blanca al atravesar una lente, será descompuesto y transformado en utilidad privada y social. Pero también su acción de consumo deberá ser coordinada socialmente.
La canalización del gasto a realizar por los miles de personas distintas que forman una comunidad estable se produce, ya desde su misma base, a partir del ajuste particular de cada de ellas con la cultura social común. Cuando consumimos lo hacemos no tanto en cuanto individuos, sino como miembros de la misma Cultura.(6)
En resumen: La naturaleza del consumo, pensamos, es cultural, del mismo modo que la naturaleza de la producción es técnico-económica. Y, puesto que los principios éticos (altruismo, solidaridad, etc.) forman parte integrante de la cultura de nuestra sociedad, no es posible mantener por más tiempo un modelo económico basado en el principio de racionalidad egoísta, sino sustituirlo por otro de racionalidad basada en los objetivos (es decir, en los principios rectores de la conducta individual, sean estos egoístas o no).
Por otra parte, esta relativa unidad cultural “de principio” permite una aproximación inicial de la oferta y la demanda, de forma que el ajuste final entre ambas se produzca en un campo de variación “institucionalmente limitado”(7) y que se reduciría, en esencia, a la fijación pormenorizada de cantidades y precios.
De lo anteriormente expuesto extraemos una conclusión fundamental: El Mercado, tiene dos “manos” y ambas actúan, ya desde un principio, con cierto nivel de sincronía. No obstante, el componente sociocultural de la demanda hace “invisible” al método económico tradicional el funcionamiento de una de ellas. La introducción de los objetivos particulares en nuestro modelo, en sustitución del principio de egoísmo puro, nos devuelve cierta claridad de visión disminuyendo, en cambio, nuestras posibilidades de matematización o formalización del fenómeno.
El desarrollo de un marco o modelo semejante exigiría, en nuestra opinión, al menos dos cosas:
1. - el reconocimiento de que el homo oeconomicus y el homo sociologicus son conceptos teóricos referidos al mismo individuo real, no respondiendo hoy el primero más que a una simplificación excesiva de los hechos, producto de una visión científica reduccionista.(8)
Para realizar el necesario ensanchamiento de nuestro modelo es preciso afectar de algún modo al “núcleo duro” del paradigma neoclásico, especialmente en lo que se refiere a la elección racional y la estabilidad de las preferencias(9). Esta necesidad es evidente para muchos y, sin embargo, los retoques realizados recientemente en la Teoría Económica rara vez se han adentrado más allá de lo que constituye su “cinturón protector”.
Dentro de la “corriente crítica ortodoxa”, es decir, aquella que, si bien se fundamenta en el modelo neoclásico, lo somete al mismo tiempo a una fuerte revisión, destacamos la corriente neoinstitucionalista(10) . Ésta incorpora al modelo tradicional dos elementos que lo completan sin desfigurarlo: por un lado, la consideración de los costes de información y transacción, y por otro las restricciones de los derechos de propiedad.
La Economía Neoinstitucional ha reformado, hasta donde era posible sin destruirlo, el modelo neoclásico. Su marco teórico, aunque excesivamente limitativo aún, es el punto de referencia de numerosos autores que, no estando vinculados directamente a dicha Escuela, han colaborado con sus trabajos a su desarrollo.
A la actividad de dichos autores, entre los cuales destacaríamos a Gary Becker, aspiramos también nosotros a incorporar nuestro esfuerzo.
2. - la inclusión en el modelo clásico del concepto de complejidad, concepto que surge de la introducción del tiempo como dimensión o, mejor, de la aceptación de la existencia del cambio irreversible.(11)
Las principales consecuencias que derivan de la consideración de la dimensión temporal a la hora de definir el nuevo paradigma, el paradigma de la complejidad, son las siguientes:
a) Al introducir el tiempo surgen simultáneamente, como objetos de conocimiento, Individuo y Entorno (Empresa y Mercado) que, en nuestro modelo, parecen crearse mutuamente por contraposición.
Al desarrollar nuestro estudio en un arco temporal, histórico, el mundo ya no aparece como un manojo de estructuras inmóviles y separadas, sino como un conjunto innumerable de flujos en los que, aquí y allá, aparecen formas sólidas sólo durante un tiempo limitado. Entonces la empresa, como ente separado de los individuos que la forman, parece una burbuja, un pequeño grumo en la corriente social, esas “islas de poder consciente en este océano de cooperación inconsciente, como trozos de mantequilla coagulada en un cazo con leche cortada(12) ” a las que antes nos referíamos.
El entorno, las partes componentes y la “fuerza organizadora” que crea la unidad (y cuya manifestación es ese orden interior que, paulatinamente decrece a medida que nos alejamos del centro de las cosas para “resucitar” de pronto convertido en conducta) forman el trípode sobre el que se apoya cualquier definición.
b) Los individuos no son compactos sino, más bien, se definen en la frontera entre dos entornos, uno interior y otro exterior. Este límite alcanza hasta el punto donde la organización individual es capaz de garantizar el equilibrio interno, la zona de “homeostasis”.(13)
La introducción del tiempo permite la ciencia de lo vivo y, en general, de lo que cambia con un propósito(14) . Los seres vivos son estructuras disipativas, “talleres” en los que penetrara una corriente continua de energía y de alimento, para ser consumida en parte y en parte brotar convertida en fuerza transformadora del entorno. Cuando los vemos cambiar, y provocar el cambio a su alrededor, comprendemos que no existen a la manera de rocas densas, sino que encierran ámbitos interiores de profunda complejidad.
Lo característico de los seres es, entonces, su organización y la “huella” o límite que ésta imprime en el entorno; la manera en que son capaces de configurar una estructura física y adaptar el mundo inmediato a través de actos de apropiación y consumo, como el peso de un cuerpo modela en la arena húmeda, su forma característica.
c) La acción propia de los individuos es una actividad de extensión o desarrollo de sí mismos por apropiación y reconfiguración permanente del entorno próximo. Tiene dos vertientes: una física y otra cognitiva.
Siguiendo una forma que le es propia, cada ser se individualiza tanto a partir de los elementos que incorpora como de los que expulsa en un flujo ininterrumpido. Lo que asimila va formando una cierta estructura en evolución y lo que deshecha se integra en el entorno y deja también su huella característica.
Esta acción se desarrolla en dos niveles que surgen simultáneamente:
1. - Uno material y visible, cuyo resultado es la formación de un cuerpo físico y un entorno adaptado a la propia supervivencia, “humanizado”. En este sentido, la obra “maestra” del hombre es la Sociedad, es decir, el entorno organizado para favorecer la propia supervivencia.
2. - Otro nivel de naturaleza cognitiva, no visible: Simultáneamente al proceso de transformación material, se produce también un proceso de cognición o de conciencia, que se manifiesta en sus niveles inferiores como series simples de retroalimentación, y en sus niveles superiores como los flujos de información propios de los seres vivos y de las organizaciones(15) . La Sociedad, como el Individuo, se construye sobre una red de interacciones informativas (comunicación).(16)
Así, vida y conocimiento, acción y representación están indisolublemente unidas. Y por ello dirá Maturana: “Los sistemas vivos son sistemas cognitivos y el proceso de vivir es un proceso de cognición. Esta afirmación es válida para todos los organismos, tengan o no sistema nervioso”.(17)
En el caso humano, y además de la propia base biológica para la cognición, existen ciertos “receptáculos” auxiliares o soportes materiales, cuya función exclusiva es la de conservar y transmitir contenidos cognitivos a partir de un proceso gradual de formalización. El contenido cognitivo susceptible de ser transmitido se denomina “información” y el soporte que permite su transmisión codificada, “medio de comunicación”.
d) La permanencia del individuo exige la integración de su actividad en organizaciones supraindividuales.
El fin primordial de las organizaciones es favorecer la supervivencia y bienestar de los individuos que las componen. En la medida en que esto se consigue, la propia organización se mantiene y desarrolla. Así, en nuestras sociedades modernas, la salud del sistema es condición necesaria para la salud de los individuos.
La supervivencia del conjunto sólo se logra cuando los individuos se adaptan unos a otros en esa red de relaciones semiestables que constituyen las organizaciones. Éstas últimas, a su vez, crecen hasta ciertos límites más allá de los cuales son obligadas a escindirse(18) . No obstante, después de la ruptura, el “recuerdo de la organización” permanece en los componentes, ahora independientes, favoreciendo otras vinculaciones y dando lugar a agrupaciones más eficientes que aquella de la que proceden(19) . Cuando este proceso de reestructuración se reitera un número indefinido de veces, se da lugar a esa “sociedad red” que constituye nuestro común entorno de todos los días y que nosotros hemos denominado: Sociedad de Masa Crítica.
1.La expresión “mano visible del empresario” es de Chandler. Chandler (1981). En realidad, lo que se dirime en esta pugna es la supuesta eficacia coordinadora de una “mano invisible” que, de hecho, no lo es tanto (se trata de una manifestación del puro egoismo individual) y de una “mano visible” más difícil de normalizar de lo que se desearía reconocer (el objetivo básico del empresario).
2.Es, precisamente, la búsqueda del beneficio lo que convierte al empresario en un agente desequilibrador. Esta característica ha sido analizada, desde un punto de vista crítico, por numerosos autores. De entre ellos, tal vez el más virulento sea Thorstein Veblen que, sobre todo en su obra The Theory of the Business Enterprise, define al hombre de negocios no como el motor, sino como el “saboteador” del sistema. La función del empresario, dice Veblen, no es ayudar a la elaboración de mercancías, sino producir colapsos en el flujo regular de la producción a fin de que, de esa manera, fluctúen los valores y él pueda sacar provecho. Encontraremos de nuevo a este autor en la tercera parte de este trabajo, cuando hablemos de las diferentes teorías sobre empresa y empresario. Sobre Vebler y el Institucionalismo, véase: Seckler(1977). Un resumen agradable de la vida y obra de Veblen puede hallarse en Heilbroner (1984) 2º vol: 65-105.
3.Es decir, en una primera aproximación, los costes de funcionamiento de los mercados. Este concepto es expuesto por primera vez por Coase en su artículo de 1937, ya citado, “La naturaleza de la empresa”.
4.Surge así, en esa curva de la oferta que la lente macroeconómica no es capaz de magnificar, un terreno inmenso de investigación que es preciso llenar con una Teoría de la Empresa o, mejor, de la Organización Productiva.
5.A condición, como ya hemos dicho, de definirlos en niveles de integración distintos siendo, el del Mercado, superior al de la Empresa. Ello implica el establecimiento de un criterio de diferenciación estructural entre niveles.
6.Un elemento esencial en este ajuste, como veremos más adelante, es la Publicidad, cuya función es alterar (“educar”) el concepto social de valor, facilitando el consumo de ciertos productos y desalentando el de otros.
7.La producción en masa y las ventajas en coste que ésta genera (economías de escala, “curva de aprendizaje”, etc.) exigen demandas capaces de ejercitar compras masivas (es decir, no tanto comprar muchos productos cuanto comprar muchas unidades del mismo producto). Para evitar un colapso económico general la Sociedad debe conseguir, imperativamente, desarrollar y mantener los mercados de masas. Esto implica el mantenimiento de una Cultura de Consumo, Cultura que si hoy día se canaliza hacia el despilfarro (crecimiento económico intensivo) en breve plazo, creemos, deberá reorientarse hacia el desarrollo e internacionalización de mercados (llegando a zonas masivas de población con menores ingresos gracias a la disminución progresiva de costes).
8.El concepto de homo oeconomicus, si bien dotado de una cierta raigambre clásica, fue usado especialmente por varios autores de fines del s. XIX con el objeto de dotar a sus exposiciones de las necesarias formalidades lógicas. De entre éstos destacaremos a Pareto, brillante continuador de Walras en su cátedra de Lausana, hombre en cuyo pensamiento, inicialmente orientado hacia la ingeniería, se entrecruzaron luego la sociología, la economía y las matemáticas.
Como bien se encarga de recordarnos Schumpeter (1994): 969, nada incorrecto había en aquella utilización aunque sus críticos, malinterpretándola, crearon una caricatura de lo que constituía, en realidad, el ser humano para los economistas.
Sea como fuere, cási olvidados ya tanto Pareto como sus críticos, sobrevive aún la noción de “hombre económico”, un hombre corriente contemplado en los actos normales de la vida, como objeto prioritario de estudio para el economista (Marshall, 1936). A este prototipo del ser humano el pensamiento neoclásico le definirá con apenas dos frases: “comportamiento racional” y “maximización de las utilidades”. Muy pronto, el “hombre común en los actos corrientes de la vida” se habrá ido convirtiendo en un especulador “profesional”, en una “máquina de calcular beneficios”. El principio de racionalidad se definía, exclusivamente, por el egoísmo material del agente.
9.Lakatos divide un programa de investigación en dos componentes: el núcleo duro, invariable, y su cinturón protector variable. La modificación del cinturón protector supone sólo un reajuste en el programa, pero la modificación del núcleo significaría un cambio de paradigma. En este caso, el abandono del paradigma neoclásico.
Tres principios caracterizan el “núcleo duro”: la estabilidad de las preferencias, la elección racional y las estructuras de equilibrio de las interacciones. Ver Eggertsson (1995): 17 y ss.
10.La Escuela Neoinstitucional consiste en una agrupación no formal ni claramente delimitada de autores dispares, cuyas características comunes serían las siguientes:
1. - Intentan modelizar explícitamente las restricciones incorporadas por las reglas y contratos que rigen tanto la estructura como el intercambio de los derechos de propiedad.
2. - En sus modelos relajan las hipótesis neoclásicas de información completa e intercambio sin coste.
3. - Se flexibiliza la hipótesis de que los bienes valiosos poseen sólo dos dimensiones (cantidad y precio) y se analizan las implicaciones que las variaciones cualitativas de los bienes tienen para la actividad económica y sus resultados.
En cuanto a los autores, que agrupamos en dos bloques según su grado de disidencia con el modelo tradicional, distinguimos en el grupo más ortodoxo a Alchian, Demsetz, Jensen, Meckling y Klein. En un grupo de mayor “disidencia”destacan Coase, Simon y Williamson. Esta enumeración es, lógicamente, meramente ejemplificadora. Véanse: Eggertsson (1995): 17 y ss. y Putterman (1994): 33 y ss.
11.La sustitución del paradigma mecanicista en ciencia por otro en el que se de cabida al tiempo, a la variación y a la complejidad, hace ya varios años que ha comenzado. Este nuevo paradigma se denomina de diversas formas, según su utilización por las distintas ciencias y autores: teoría de la complejidad, matemáticas del caos o no lineales, ecología profunda, etc. Para una visión panorámica de este tema consúltese a Capra (1996). Véase también a Prigogine y Stengers (1983). En lo que respecta a la ciencia económica véase Hodgson (1993).
12.Robertson. Control of Industry. Citado por Coase (1994): 35
13.El límite, en sí mismo, como entidad distinta del Elemento y el Entorno, tiene un carácter artificial y subjetivo. El límite sólo se establece por un acto de voluntad lógica y, si nos referimos a la vida social, de poder jurídico. Definir una cosa es proceder a su “delimitación”, cercenándola conceptualmente del entorno con el que, en realidad, estará permanentemente vinculada y del que forma parte. Por este motivo, la identificación de las cosas es convencional.
14.No es el momento de entrar aquí en la polémica de la definición de la vida. A los efectos de este estudio consideramos individuo a todo ser vivo separado, siquiera conceptualmente, de su entorno. Ser vivo es todo aquel ente organizado que nace, crece, se desarrolla y muere, es decir, que cambia de manera no errática. Como dicen Maturana y Varela, “lo que es peculiar en ellos es que su organización es tal que su único producto son ellos mismos... esto constituye su modo específico de organización”. Maturana y Varela (1996): 41. Para un análisis mas detallado de las características de la organización de lo vivo ver: Capra (1996)
15.Capra (1996): 70 y ss.
16.En la segunda parte de nuestro trabajo tendremos ocasión de detenernos en este importante asunto.
17.El importante concepto de “autopoiesis”, desarrollado por la Escuela de Santiago (principalmente Humberto Maturana y Francisco Varela) y aplicado a la sociología por Niklas Luhmann se fundamenta en esta idea, así como en la circularidad de las organizaciones vivas (no sólo en el sentido de ser cerradas, sino en el de ser creadores unos elementos del sistema de los otros). Maturana, Humberto y Varela, Francisco. Autopoiesis and cognition. D.Reidel, Dordrecht, 1980.
18.Sobrepasado el tamaño óptimo en una organización, se demuestra que las organizaciones de rango inferior, componentes de la anterior, satisfacen más eficientemente a sus miembros, al existir un control menos difuso. A partir de cierto punto, la escisión es frecuente. Olson (1986).
19.La “memoria organizativa” radica en la acción rutinaria, y no sólo en soportes físicos o en la memoria de los individuos participantes. La actuación rutinaria implica una “adaptación mutua” de los integrantes de la organización con el entorno. El individuo participa de la “memoria organizativa” al tener que realizar las cosas “de cierta manera” para preservar la rutina, es decir, el comportamiento eficiente. Este conocimiento, más que puramente racional o técnico, es una “pericia”, una forma eficiente de relacionarse para hacer las cosas. Ver Nelson y Winter, “De una teoría evolutiva del cambio económico” en Putterman (1994): 225 y Douglas (1996).
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