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Las disparidades económicas intrarregionales en Andalucía

Antonio Rafael Peña Sánchez
 

 

TEORÍAS EXPLICATIVAS DE LAS DISPARIDADES ECONÓMICAS ESPACIALES.

La perspectiva medioambiental.

La aparición de la idea del desarrollo sostenible en los años ochenta, concepto enunciado por primera vez en el denominado Informe Brundtland, elaborado por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas (Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo, 1988; Castells y Martínez, 1995; Camagni, 1999), alcanzó una aceptación muy superior al proponer no tanto el establecimiento de unos límites al crecimiento, como un crecimiento de los límites (Jiménez Herrero, 1996, pág. 47). El aparato conceptual de la economía neoclásica, como hemos analizado anteriormente, no contemplaba explícitamente ni el espacio, ni las instituciones. Hay que decir que tampoco era muy receptivo a las preocupaciones sobre la dimensión ambiental y la sostenibilidad del desarrollo, ni siquiera en el sentido negativo de los límites del crecimiento que ya eran preocupantes para Malthus, Ricardo y Mill (Dally, 1993, pág. 36).

La actividad humana, en sus diversas dimensiones de producción, consumo y distribución, provocan impactos en el medio ambiente. Este proceso se ha acelerado en los últimos años de tal modo que tanto por la intensiva utilización de recursos de todo tipo (energéticos, agua, minerales, suelo, etc.) como por la generación de residuos (dióxido de carbono, residuos industriales tóxicos y peligrosos, contaminación de las aguas, etc.) se habla del potencial colapso de los ecosistemas que dan soporte a aquella actividad y a la vida misma.

La biosfera o medio ambiente natural (concepto restrictivo) que consta de agua, suelos, atmósfera, flora y fauna y energía desempeña tres funciones principales en la actividad económica del ser humano: proporciona nuestros recursos, asimila nuestros residuos y nos brinda varios servicios medioambientales. En cuanto a los recursos conviene distinguir entre renovables, no renovables y continuos. Los recursos renovables son aquellos que, mediante procesos de regeneración natural, pueden continuar existiendo a pesar de ser usados por la humanidad (plantas, animales, etc., siempre que su consumo no sea superior a su capacidad de regeneración, es decir, siempre que no sean sobreexplotados). Los no renovables son aquellos que (en una escala de tiempo humano) no pueden regenerarse mediante procesos naturales (carbón, petróleo, etc.), y se agotan por consumo. Y los recursos continuos son inagotables, pues su oferta no se ve afectada por la actividad humana como es el caso de la energía solar y eólica.

El impacto ambiental lo constituyen todas aquellas actividades humanas que afectan al equilibrio natural y la consiguiente capacidad regenerativa de la biosfera, como: a) una extracción de recursos naturales, renovables o no renovables, utilizados como insumos en los procesos productivos; b) un cambio en el uso y aprovechamiento del suelo que puede derivar hacia formas de intensidad creciente con objeto de elevar su rentabilidad; c) residuos de sustancias y energía consecuencia de la propia actividad, que puede superar la capacidad de absorción y de dispersión que tiene la biosfera (tanto en el aire, tierra y agua). En definitiva, puede rebasar el umbral de capacidad de carga del propio medio; y d) unos riesgos tecnológicos, complemento de los naturales, que pueden incidir tanto sobre la población como en los restantes componentes del sistema biótico (de vida, plantas y fauna) en forma de incendios, fugas de sustancias peligrosas, incendios, etc.

Actualmente, la necesidad de incorporar la dimensión ambiental en las concepciones y en la práctica del desarrollo económico es indiscutible (Azqueta Oyarzun y Casado Raigón (Coords.), 2002). Se ha consensuado en multitud de foros, iniciativas, declaraciones y elaboraciones teóricas que la economía y la ecología deben complementarse para generar un nuevo paradigma de desarrollo que supere las concepciones antropocéntricas de un crecimiento ilimitado basado en una disponibilidad infinita de recursos naturales y tome debidamente en cuenta las complejas interrelaciones entre la actividad humana y su entorno ambiental (Bono Martínez, 1998, págs. 610-613; Campos Palacín y Casado Raigón (Dirs.), 2004, pág. 11).

El concepto de desarrollo sostenible que combina el mejoramiento cualitativo de los niveles de bienestar social en el largo plazo, con el manejo adecuado de los recursos biofísicos y geoquímicas del planeta, se está imponiendo tanto en el plano teórico como en el operativo. Este enfoque no es el resultado de una súbita revolución intelectual, sino la consecuencia, como ocurre normalmente en las ciencias sociales, de una evolución gradual en la que a las concepciones avanzadas del desarrollo económico fueron agregándose en forma sucesiva elementos relacionados con el medio ambiente y la ecología (Casado Raigón y Azqueta Oyarzun (Coords.), 1999; Colby, 1990).

Así pues, de la simple inquietud respecto al impacto negativo de la actividad económica sobre el ecosistema, se ha pasado a una consideración explícita de los costos de los recursos biofísicos o capital natural, para llegar a una concepción compleja que plantea un modelo abierto de las relaciones termodinámicas entre la economía y los recursos biofísicos y el ecosistema (Boulding, 1966). Se trata, pues, de colocar en el centro de las preocupaciones el aumento de la calidad de vida de la población, y no sólo de la capacidad productiva o de consumo de los territorios, al tiempo que se incluyen algunos indicadores medioambientales en la identificación de las áreas desarrolladas, donde se incorporen los costes ecológicos ligados a los procesos económicos, de modo que el mecanismo de los precios actúe para que la actividad económica se adecue a la realidad de unos recursos naturales de interés social preferente, pero cada vez más escasos (Pulido San Román, 2003, pág. 204).

En tanto en cuanto una de las preocupaciones centrales es el uso y conservación de los recursos naturales y que estos están localizados territorialmente, el enfoque del desarrollo sostenible le agrega la dimensión ecológica al concepto de endogeneidad del desarrollo. La sostenibilidad de un territorio estaría dada, por un lado, por la garantía del suministro de recursos naturales y del flujo de servicios ambientales esenciales para la supervivencia de la comunidad, y por el otro, por el adecuado aprovechamiento económico de dichos recursos. Surge así el enfoque biorregional para planificar y administrar la protección y el aprovechamiento del capital natural y la biodiversidad. En este enfoque se pueden identificar seis elementos básicos, como son (Guimaraes, 2001, pág. 24): la escala y el alcance geográficos; las comunidades con intereses en cuestión; ciencia, tecnología e información; mecanismos institucionales y arreglos gubernamentales; incentivos y políticas facilitadoras; y administración adaptativa y evaluación.

Las biorregiones de mayor escala serían ecorregiones, en tanto en cuanto el concepto de región sustentable sería aplicable a cualquier región que practique un modelo y unas políticas de desarrollo sostenible (Boisier, 2001). La conveniencia de un enfoque de planificación biorregional se pone de relieve cuando se tiene en cuenta que el modelo de internacionalización ha conducido a la mayoría de los países a un proceso de reprimarización de las exportaciones, es decir, un patrón exportador más intensivo en recursos naturales, con el agravante de que la participación del grupo de “industrias sucias” también aumentó.

Por todo lo anterior, los problemas de contaminación y deterioro ambiental se han agudizado (por distintas vías y diferente intensidad) en todos los países (Sharper, 1999a y 1999b). Una manera de revertir el encadenamiento perverso apertura-exportación de recursos naturales-mayor vulnerabilidad ambiental, sería mediante el procesamiento e industrialización de dichos recursos, acompañados de la respectiva producción de insumos y equipos para ellos. Sería, por tanto, un desarrollo no tanto a base de la extracción de recursos naturales, como ahora, sino a partir de los recursos naturales y las actividades que naturalmente tienden a formarse y aglutinarse (los clusters) en torno a ellos (Ramos, 1998, pág. 105). Además, es necesario recordar que el crecimiento basado en la exportación de recursos naturales tienden a ser no sólo inestable sino más bajo en el largo plazo (Rodríguez y Sachs, 1999) .

La discusión se ha centrado en la distinción entre los conceptos de crecimiento sostenible y desarrollo sostenible, o, lo que es lo mismo, entre propuestas como la del propio Informe Brundtland, que señala la necesidad de hacer compatible un mayor respeto al medio ambiente con un aumento del PIB mundial en los próximos 50 años equivalente a 5-10 veces el actual (tasa media del 5 % anual), si se quiere eliminar la pobreza en una población que se duplicará en ese periodo, frente a quienes consideran incompatibles ambos objetivos, abogando por una moderación del crecimiento económico y un reforzamiento de las políticas redistributivas. El optimismo de los primeros basa su esperanza en que el progreso tecnológico haga compatibles crecimiento, equidad y sustentabilidad, al ampliar los límites físicos de la biosfera y reducir las externalidades negativas de la actividad económica, medidas que deberán complementarse con una moderación del consumo en el mundo desarrollado y del crecimiento demográfico en el subdesarrollado, lo que contribuirá a limitar la presión sobre los recursos. Esa opinión se enfrenta a una visión más crítica por parte de quienes consideran incompatible el desarrollo sostenible con el mantenimiento de una lógica capitalista que califican de depredadora y causa de desequilibrio permanente, manteniendo así un debate que se encuentra aún en sus primeras fases y que constituirá una importante línea de investigación en los próximos años (Méndez, 1997a, p. 360).


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