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Las disparidades económicas intrarregionales en Andalucía
Antonio Rafael Peña Sánchez
TEORÍAS EXPLICATIVAS DE LAS DISPARIDADES ECONÓMICAS ESPACIALES.
TEORÍAS DEL CRECIMIENTO ENDÓGENO.
La crisis de la concepción funcional del espacio (patente desde principios de los 80 por su inadecuación para explicar las cada vez más complejas estructuras productivas en el territorio) como consecuencia del fracaso en los esquemas de política interregional, la reestructuración del sistema económico (como los cambios sectoriales, la cada vez más débil movilidad de la mano de obra y del capital -elementos claves en los que se basaba los enfoques tradicionales-, la relativa inmovilidad de otros factores de producción como la capacitación técnica, los conocimientos organizativos y la información, y la mayor importancia dada al lado de la oferta) provocado por la crisis de los años 70, la modificación de las jerarquías espaciales con la emergencia de nuevas regiones industriales y la nueva noción del desarrollo como un proceso de transformación social, ha dado paso a una nueva aproximación al desarrollo regional conocido como “enfoque endógeno” . Ahora bien, el desarrollo endógeno surge, no tanto como una teoría del desarrollo o del crecimiento, sino como un nuevo paradigma del desarrollo o una aproximación territorial al desarrollo (Aydalot, 1985, págs. 144-145; Furió Blasco, 1996a, pág. 103; Caramés, 1990; Bal y Nijkamp, 1998).
Esta nueva concepción del desarrollo tuvo su mayor auge en aquellos países en los que las pequeñas empresas, sobre todo, parecían ser las protagonistas del buen comportamiento regional. Argumentan sobre la superioridad estratégica de las pequeñas empresas en los procesos de desarrollo, siendo determinante para el crecimiento económico no la dimensión, sino la formación de sistemas de empresas, de redes de empresas, que permitan obtener economías de escala y de alcance y reducir los costes de transacción . Entre los factores que se consideraron relevantes en el éxito de ciertas economías locales fueron: el talento empresarial, un sistema productivo flexible, las economías generadas en los distritos industriales, y la existencia de algún “agente individual o colectivo” capaz de actuar como catalizador para movilizar el “potencial” autóctono como un banco local, los mayoristas, las asociaciones industriales de carácter local, etc. (Cuadrado Roura, 1992, pág. 543).
Las teorías del crecimiento endógeno, ya que como hemos dicho anteriormente no existe un cuerpo doctrinal unificado sobre este fenómeno, parten de supuestos como la existencia de un fuerte contraste entre la creciente movilidad de los bienes y la estabilidad de los entornos regionales, caracterizados por factores tales como la cualificación de la mano de obra, las técnicas de producción y de organización, así como las estructuras sociales e institucionales. En este caso, es preferible que la política regional actúe no tanto sobre la movilidad de los factores productivos (tal como proponían los enfoques neoclásicos y keynesianos) sino sobre la plena utilización y la productividad de los recursos propios de cada región. En este modelo, el desarrollo regional viene interpretado, no como el resultado de la decisión óptima de localización industrial por parte de las grandes empresas interregionales, sino como la actuación de las empresas locales eligiendo producciones más apropiadas. Desde este punto de vista, la especialización sectorial de una región vendrá determinada por un proceso de selección natural: las empresas que se adapten al medio ambiente local sobrevivirán y prosperarán, mientras que las que no lo consigan, se debilitarán y morirán.
En resumen, la teoría del crecimiento endógeno, al reconocer la existencia de rendimientos crecientes de los factores acumulables y las inversiones en capital físico, capital humano, investigación y desarrollo y de economías externas (consecuencia de la difusión del conocimiento tecnológico en el sistema productivo), permite identificar una senda de crecimiento autosostenido, de carácter endógeno, en la economía local o regional (Button, 1998; De Groot et. al., 2001). Las diferencias entre los niveles de inversión privada y los niveles óptimos, del sistema productivo, justificarían la intervención del planificador social (Vázquez Barquero, 1999a, pág. 89).
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