Francisco Muñoz de Escalona (CV)
Entrante
En el primer número de Homo Viator (30/11/2010) se publicó un artículo con este mismo título en cuya coda decía:
Dejo aquí mi exposición y prometo seguir desarrollándola en una nueva entre esperando que haya suscitado la inquietud de los lectores y con ella su disposición a percatarse de que la construcción del turismo ni se ha hecho desde la filosofía ni conviene que se haga desde ellas.
En fecha 28/05/2012 han aparecido los números 2 y 3 de la revista que dirige el Dr. Conde Gaxiola, una revista que cuenta con medios harto modestos pero que se propone alcanzar objetivos ambiciosos. La disparidad entre medios y fines parece, pues, que no empece su corta pero ya fructífera vida. Pues bien, el nº 2 publica un artículo del Dr. Manuel Figuerola (U. Antonio Nebrija, Madrid) bajo un título ciertamente inquietante, nada menos que Hacia una teoría formal del turismo (Homo Viator 2, 6-22). El primer apartado del artículo se titula precisamente Filosofía y turismo. Traigo a colación este referente porque, gracias a él, he retomado la promesa que hice en el nº 1 y por ello me propongo seguir con el argumentario del mismo con el sano propósito de concluirlo y, de paso, someter a crítica el trabajo citado del Dr. Figuerola. Así retomo una vez más los razonamientos de aquel mi primer trabajo publicado en noviembre de 1988 en la revista Información Comercial Española, La economía de la producción turística. Hacia un modelo alternativo (reeditado por la revista Estudios Turísticos, nº 101, 3-23) porque en él hice un pormenorizado análisis crítico de la obra del Dr. Figuerola Teoría económica del turismo (Alianza, Madrid, 1985) que de nuevo tengo la oportunidad de ejercer con sumo gusto.
Primero
Como se recordará, en mi aquella mi primera entrega sobre la cuestión decía que
La construcción del conocimiento del turismo se impone hacerla desde la epistemología popperiana basada en la falsación, la única que puede llevar a la formulación de un corpus de conocimiento que supere el existente evitando las graves anomalías en las que cae en perjuicio no solo del conocimiento científico sino, sobre todo, y esto es lo más grave, de la estrategia más eficiente para llevar a cabo las inversiones en esta actividad productiva
Popper sometió a una crítica devastadora el método inductivo profusamente usado en la tradición científica. Como se sabe, inducción es el modo de razonar que nos lleva de lo particular a lo general, de conocer una parte de algo a presumir que se conoce el todo el algo. Inducir es, pues, ir más allá de lo evidente, algo así como completar lo que no vemos del todo en base a la parte que hemos visto. Formular sólidas leyes universales en base a un manojo de hechos o datos parciales de lo que creemos que es la realidad. La generalización de los eventos es un proceso que sirve de estructura a todas las ciencias experimentales, ya que éstas—como la física, la química y la biología— se basan (en principio) en la observación de un fenómeno (un caso particular) y, posteriormente, a través de la inducción, se realizan investigaciones y experimentos que conducen a los científicos a la generalización de lo particular y parcial. Por deducción, pues, entendemos el razonamiento que nos lleva de lo general a lo particular, de lo complejo a lo simple. La ciencia no se basa en deducciones, sino en inducciones. Todo el mundo reconoce que el razonamiento deductivo es una maravillosa herramienta de conocimiento científico, pero la ciencia no habría avanzado como lo ha hecho si se hubiera atenido exclusivamente al razonamiento deductivo ya que nuestra experiencia como humanos es muy limitada por depender de los sentidos y de la memoria, son facultades obviamente limitadas.
El epistemólogo Kart R. Popper era consciente del enorme progreso en el conocimiento científico que se había experimendo en los siglos que le precedieron, en tanto que problemas como la existencia de Dios o el origen de la moral seguían estancados desde la Gracia clásica. Por ello, Popper se vio obligado a buscar un criterio de demarcación ligado a la pregunta de ¿qué ha hecho posible el avance en nuestro conocimiento de la realidad? Filósofos ha habido cuya respuesta se basa en las propiedades del inductivismo, según el cual cuando una ley física resulta repetidamente confirmada por nuestra experiencia podemos darla por cierta o, al menos, asignarle una alta probabilidad de que siempre se repetirá del mismo modo. El primero que cuestionó el inductivismo fue David Hume, para el cual es obvio que de un manojo de hechos observables no puede extraerse (inducirse) una ley de validez universal.
Popper superó la crítica de Hume abandonando por completo el inductivismo y sosteniendo que el avance de nuestro conocimiento científico se basa en la formulación de una teoría explicativa, a veces de base intuitiva, de los hechos observados, una teoría que no se debe descartar a la ligera por burda y elemental siempre que no tengamos otra mejor, pues sólo a la luz de ella deja el mundo de los hechos de ser un caos para asumir un perfil entendible y, sobre todo, operativo. Nunca las experiencias sensibles anteceden a la teoría y, es en base a ella como, a través de un proceso sin fin de falsaciones, podemos mejorar nuestro conocimiento de la realidad. La ciencia no es más, como creo haber dicho ya, que un conjunto de teorías explicativas siempre falsables pero que aun no han sido falsadas. Es decir, la ciencia es, por definición, un conjunto de explicaciones o teorías provisionales. Fue así como Popper logró superar la polémica entre empirismo y racionalismo, sosteniendo que las teorías anteceden a los hechos (los hechos lo son a la luz de la teoría), pero que las teorías necesitan de la experiencia, es decir, de las refutaciones o falsaciones para distinguir qué teorías son más aptas que otras para nuestro mejor manejo del mundo.
Quiere decirse que el conocimiento científico no avanza confirmando nuevas leyes sino descartando leyes que contradicen la experiencia. A este descarte Popper lo llama como ya he dicho falsación. De acuerdo con esta nueva interpretación, la labor del científico consiste principalmente en criticar (acto al que Popper siempre concedió la mayor importancia) leyes y principios de la naturaleza para reducir así el número de las teorías compatibles con las observaciones experimentales de las que se dispone. El criterio de demarcación es entonces la posibilidad que una proposición o teoría tiene de ser refutada o falsada. Sólo se admiten como proposiciones o teorías científicas aquellas son susceptibles de ser falsadas.
De este modo Popper combina la racionalidad con la extrema importancia que la crítica tiene en el desarrollo de nuestro conocimiento. Por eso su método se conoce como racionalismo crítico.
Dicho lo que antecede habrá que preguntarse si el conocimiento de lo que llamamos turismo se ha ido construyendo de acuerdo con la formulación de teorías explicativas seguida de su correspondiente falsación. Si sostengo que no ha sido así se levantarán voces indignadas que tratarán de reivindicar un siglo y medio dedicado a la construcción del conocimiento turístico por estudiosos de numerosos países. Ante este tumulto de voces airadas yo me atrevería a aconsejarles gritar menos y reflexionar más. Reflexionar críticamente, como enseña Popper. Porque no cabe duda de que la literatura del turismo con ínfulas de científica es muy abundante, yo diría más, es tan abundante que en algunos momentos ha sido caótica y hoy lo es todavía sin duda porque se ha ido formando de un modo aluvial, huyendo hacia delante, parcheando la precedente a fin de solventar las anomalías surgidas un día sí y otro también. Porque la noción conceptual sobre la que se ha ido construyendo esa literatura ha podido ofrecer múltiples variantes pero, a la postre, su formulación básica no ha variado a lo largo de tan dilatado periodo de tiempo. Esa formulación no es otra que la que consiste en afirmar que el turismo es una actividad humana que consiste en hacer viajes por gusto y en describir minuciosamente las etapas de ese viaje sin olvidar las variantes de su motivación. Hoy todo ello se abrevia diciendo que el turismo consiste en irse de vacaciones. Y, alrededor de una noción tan simplista, en línea con la que tienen los hablantes, se ha ido haciendo esa literatura disponible a la que he acusado y acuso de presentar tal número de anomalías que, de haberse dado en otras materias, habrían dado lugar hace tiempo a múltiples intentos encaminados a superarlas. En el turismo esos intentos de crítica racional, científica y constructiva brilla por su ausencia, lo que digo esperando que quien no comparta lo que digo me lo haga saber si está dispuesto a entablar un debate en profundidad.
Segundo
El profesor de la U. Antonio Nebrija de Madrid (España) Manuel Figuerola ha tenido a bien pronunciarse sobre la pregunta con la que titulo este artículo en su ya citada publicación Hacia una teoría formal del turismo. Y se pronuncia de un modo afirmativo. Por ello procede desmenuzar los argumentos que usa para llegar a esa conclusión.
Ante todo debemos preguntarnos por el significado de la expresión teoría formal. Admitamos de entrada que suena muy bien y que cabe la posibilidad de que el prof. Figuerola esté aludiendo a la teoría formal de la racionalidad. Al respecto declara la web de la Universidad de Barcelona (España) sobre los objetivos de una disciplina así llamada, la cual
pretende familiarizar a los alumnos con la teoría matemática de la racionalidad. Se trata de un curso técnico, pero pensado para alumnos interesados en los problemas filosóficos que plantea la acción humana intencional y a los que no se presupone conocimientos matemáticos especiales. Su contenido es el siguiente:
1. La estructura formal de la teoría
2. Teoría de la decisión (racionalidad paramétrica) y teoría de juegos (racionalidad estratégica
3. La interpretación estándar (o "causal") de la teoría
4. Problemas de la interpretación estándar como descripción de la acción humana intencional: comparación con la teoría filosófica de la acción (y con la psicología moral) de Aristóteles
5. Racionalidad y normatividad: usos y abusos de la teoría en el campo de la teoría económica, la ética y la filosofía política
5.1 Las limitaciones de la teoría de la racionalidad como teoría empírica. En particular: las consecuencias del uso de las loterías de Von Neumann como métrica de las preferencias de los agentes
5.2 Las limitaciones de la teoría estándar de la racionalidad como teoría normativa de la acción humana
5.3 La teoría de la racionalidad y la “racionalidad colectiva”
6. La teoría de la racionalidad y las ciencias cognitivas
¿Es en este contexto en el que se busca una teoría formal del turismo? Y si no es en este sentido de la racionalidad, ¿en que contexto de busca? ¿En el de una formalización precisa de sus postulados, razonamientos y propuestas? En cualquier caso no parece que haya que situarse en el excelso marco de la filosofía para buscar esa pretendida teoría formal del turismo.
El citado turisperito dice así en los comienzos de su trabajo:
Si se acepta que la filosofía se identifica con la Ciencia (sic) que trata de la esencia, las propiedades, causas y efectos de las cosas naturales, (el énfasis es del autor),
Me pregunto de donde habrá tomado el autor esta definición de filosofía. Por más que busco no encuentro su fuente. Conviene en estos casos especificar con pulcritud qué autoridad tuvo a bien dar una definición tan pintoresca de la filosofía. La definición, propia del autor, o ajena en su caso, se presenta en clave condicional de cara a las pretensiones del autor: “si se acepta….”. Pero, ¿y si no se acepta? Porque si no se acepta queda desautorizado el resto del razonamiento. El condicionante, además, funciona en el párrafo trascrito como una premisa en el marco de un silogismo seguido en la segunda. Y eso haciendo caso omiso de que La filosofía “trata de las esencias, propiedades de causas de las cosas naturales”, un enunciado que requiere admitir que el turismo es una cosa “natural”, no social. A renglón seguido el autor formula una conclusión presentada como indiscutida e indiscutible en la medida en que viene apoyada en las premisas citadas. Dicha conclusión es, nada menos que esta:
cuando se plantea la relación entre filosofía y turismo se habrá de interpretar dicha especialización filosófica como el conocimiento de la esencia y las propiedades que identifican al turismo
¿De qué especialización filosófica se habla? ¿De la especialización filosófica del turismo? ¿Y en qué consiste esa mostrenca y de momento desconocida especialización? ¿En la existencia de turisperitos que creen que estudian el turismo desde la filosofía? ¿El hecho de que haya quien lo hace así no es suficiente para admitir algo cuya procedencia debería ser puesta, cuando menos, en sana discusión? ¿Quién ha demostrado racionalmente que exista una relación entre filosofía y turismo? Si hay quien lo ha hecho, cítense. ¿En base a qué se da por admitida la relación entre filosofía y turismo? Que haya turisperitos que la establezcan no conduce necesariamente a que su existencia sea, por una parte, evidente y, por otra, a que si existiera no tiene ningún sentido teórico/práctico su cultivo científico. Ese planteamiento se hace en el contexto de un enaltecimiento desmedido del turismo como posible objeto de conocimiento, enaltecimiento que más que a una explicación razonable y operativa del fenómeno viene llevando a situar su estudio en un terreno tan excelso que obstaculiza innecesariamente el trabajo del investigador. El párrafo trascrito cae en este escollo al enumerar tres elementos creados ad hoc: la especialización filosófica (en el turismo), el conocimiento de la esencia (del turismo) y el conocimiento de sus propiedades (del turismo).
Porque, como ya he dicho, hay que preguntarse con esmero sobre la existencia de una supuesta especialización de la filosofía en el estudio del turismo. Darla por habida así supone afirmar que la filosofía es una disciplina adecuada para estudiarlo, una proposición que bien merece ser demostrada y que, mientras no lo sea, exige ser sometida a la duda metódica y a su posterior asunción o negación. Pero es que, en base a la definición de filosofía que el autor admite, se sostiene que esa problemática especialización de la filosofía en el estudio del turismo se expresa nada menos que
en el conocimiento de la esencia y las propiedades que identifican al turismo
Por ello es obligado preguntarse por la esencia y por las propiedades del turismo. Como es sabido, el esencialismo es un término bastante vago que engloba las doctrinas que se ocupan del estudio de la esencia —lo que hace que un ser sea lo que es— por oposición a las contingencias —lo que es accidental, cuya ausencia no cuestiona la naturaleza de ese ser. ¿Pero es que el turismo tiene esencia? Y si la tiene, ¿en qué consiste? Olvida el Dr. Figuerola que el turismo, como repetidamente se afirma por todos los tratadistas incluido él, se convceptúa como un fenómeno y que, como fenómeno, solo se puede conocer a través de sus apariencias, justo lo opuesto a su eventual esencia, la cual no es posible conocerla? El fenómeno del turismo se estudia por sus apariencias, por sus posibles causas en el sentido de post ergo propter hoc, las que, de existir, dan lugar a las apariencias o efectos. Proponer la búsqueda de las eventuales esencias del turismo está a años luz de la literatura convencional del turismo, la cual solo se ocupa de su existencia y de sus efectos, nunca de esa entelequia llamada esencia. La demostración de lo que digo se encuentra en el mismo trabajo de Figuerola. En él no se especifica cual sea la esencia del turismo y sí sus efectos. Y es que el esencialismo propugna que la esencia precede a la existencia por lo que su búsqueda resulta improcedente dado que del turismo solo podemos afirmar que existe como un hecho sin que nadie lo cuestione ni tenga que acudir a la esencia para estudiarlo debidamente. Resulta esclarecedor que el Dr. Figuerola se explaye sobre las propiedades, las causas y los efectos del turismo y, sin embargo, no desarrolle su esencia. Ya volveremos sobre este espinoso asunto más adelante.
Postre
No se puede (o no se debe) confundir filosofía y ciencia. Sin entra en profundidades, la filosofía es un repertorio de preguntas sobre el ser y la nada mientras que la ciencia es un manojo de respuestas provisionales sobre el mundo tangible. Las dos se basan en la razón y formulan sus proposiciones a través de la lógica sin que quepa confundirla ni con la filosofía ni con la ciencia. La lógica es un método de construcción de conocimiento sea este filosófico o científico. Por eso sostener que la filosofía es la Ciencia (así, con C grande) que trata de la esencia, las propiedades, causas y efectos de las cosas naturales es una definición no solo errada sino confusa en extremo. La filosofía se encuentra siempre en su origen pero la ciencia está en continuo avance. ¿Hicieron filosofía del turismo los grandes filósofos? Podemos remitirnos a lo que dijeron para adornar nuestras veleidades pseudocientíficas sobre el fenómeno del turismo pero a eso no le podemos (debemos) llamar filosofía del turismo sin envilecer el primer término de la expresión y sin elevar a la excelsitud inoperante al segundo. Una cosa es expresarse en el impreciso lenguaje coloquial y otra hacerlo en el lenguaje culto, científico o filosófico, que debe atenerse a la claridad conceptual. Debemos de convencernos de que no hay, ni puede haber, una filosofía del turismo; el turismo es, o debe ser, un objeto de estudio tratado con estricta sujeción al racionalismo crítico, ni más ni menos que cualquier otra parcela de la realidad, natural o social. Insisto: natural o social. Mi insistencia se debe a que la definición de filosofía citada hace referencia a las cosas naturales, con lo que, según quienes la adoptan, el turismo, que todos tenemos por una cosa social, queda en sí mismo y en virtud de la definición criticada, fuera del campo de la filosofía de modo implícito.
Uno de los apartados del trabajo del Dr. Figuerola se titula Lógica de las relaciones del sistema turístico. En él, sorprendentemente, el autor deja de hablar de teoría formal del turismo y de filosofía del turismo, se refiere a la Teoría General del Turismo (así, con iniciales grandes). Una disciplina que, ahora nos enteramos, es ni más ni menos que el objeto que se desarrolla en este trabajo. Como digo, lo sabemos a estas alturas, no al principio del trabajo. Pues bien, el autor declara que,
en un marco de abstracción previo al establecimiento de Una Teoría General del Turismo, es necesario que se analice la influencia (sic) de la Lógica (así, con L grande) en las relaciones más importantes que se producen en los comportamientos turísticos, tanto en aquellos identificados con la producción, como otros enmarcados en la teoría del consumo.
De lo que se desprende, literalmente, que la Lógica influye en las principales relaciones del turismo, no en las demás. Sabemos, pues, ahora que las relaciones más importantes son las que tienen que ver con la producción y con el consumo, pero se nos oculta cuales son los no importantes, en el caso de que haya relaciones al margen de la producción y el consumo.
Digamos que con la declaración hecha en la cita anterior entendemos mejor que el autor reclame solemnemente la existencia de lo que llama filosofía del turismo. En realidad, lo que sostiene es algo más meridiano, que el turismo debe estudiarse con sujeción a la lógica porque el Dr. Figuerola identifica la Lógica como parte sustancial de la filosofía. Ante esta afirmación cabe citar a Bertrand Russell, para quien, como es sabido, “la lógica no forma parte de la filosofía. La filosofía propiamente dicha, dice el filósofo citado, trata de los asuntos de interés para el público culto y perdería su interés si solo interesara a los profesionales” (ver Human Knowledge. Its Scope and Limits).
No es la lógica parte de la filosofía, pero si lo hubiera dicho así habría quedado más claro y entendible desde el principio que se oriente hacia la construcción de una teoría formal de turismo. Lo que pasa es que hacer una declaración de este tipo es una obviedad porque no hay corpus de conocimiento respetable que no se atenga a las reglas de la Lógica. Solo si lo hace podemos decir que es un corpus científico, no revelado, caprichoso o burdamente especulativo. Para Figuerola hay, curiosamente, una lógica turística, pero como la lógica es aplicable a cualquier rama del saber no es preciso asignarle un campo específico. Para él, por lo que se ve, hay una filosofía turística y una lógica turística. Lo que no sabemos es si son dos cosas iguales o diferentes. Eso queda en la parte no emergida de su iceberg teórico, presentado
como una especie de principio preliminar (sic) antes de plantear diferentes proposiciones que conduzcan a la articulación de la ciencia turística (sic), que el desarrollo teórico se apoyará en la lógica matemática [el autor remarca] manejando especialmente el modelo y la función.
Queda, pues, aclarado el enigma de la teoría formal que busca Figuerola. Para él la ciencia del turismo ha de ser una ciencia formal en la medida en que se atiene a la lógica, a la lógica turística, una lógica, además, que ha de ser matemática.
En este apartado queda muy elegante citar a Aristóteles y a Santo Tomás de Aquino, el Aristóteles medieval. Como según el santo, la lógica es el arte que dirige la razón, de esa afirmación deduce el Dr. Figuerola que
se podría determinar que [la lógica] es la ciencia (sic) que trata la estructuración de la ciencia.
Y, sentada esta premisa, concluye que importa buscar, aunque sea brevemente (sic) la interrelación entre lógica y turismo.
Parece que hemos consiguido entrar en el santa santorum, en el meollo o esencia, del trabajo de Figuerola. En efecto, a continuación, el autor declara con toda seriedad:
El conocimiento científico, que mediante la lógica queremos llegar en la ciencia [repárese en la innecesaria alusión a la ciencia porque se da por sabido] consta de dos aspectos fundamentales: sistematización y verdad
¿Pero es necesario acudir en ayuda de la filosofía para conseguir que la ciencia se construya con sistematización y verdad? ¿No es suficiente con atenerse a las reglas universales de la lógica? Tal vez consciente de ello, el autor deja de hablar ya de filosofía y se limita a la lógica, aunque, como decimos, al parecer para él son una y la misma cosa. Porque continúa con esta frase:
Sin duda la lógica se ha ocupado siempre por llegar a la verdad. La lógica se ocupa de las condiciones para aceptar la validez de los razonamientos, cuya diferencia respecto a la verdad puede establecerse mediante la aplicación de ciertos (sic) razonamientos silogísticos.
Más adelante el autor se enfrasca en una exposición de aspecto epistemológico por medio de la cual trata de proponer criterios para comprobar la falsedad o veracidad de una proposición. No me resisto a volver a ofrecer al lector una nueva cita, según la cual
A menudo en el ámbito de la lógica cuesta trabajo creer que se pueda formular un razonamiento absolutamente correcto donde, sin embargo, tanto las premisas como la conclusión sean falsas. Esto se debe a que en las interpretaciones no se llega a ver la diferencia entre validez (lo que equivale a estructura) y verdad (que se limita al contenido)
No creo necesario, después de esta rocambolesca afirmación, que deba seguir analizando este sin duda pintoresco (por decirlo del modo menos hiriente posible) trabajo del Dr. Figuerola, del que, como ya es costumbre, no puedo esperar la debida contrarréplica si es que nos movemos en el marco del racionalismo crítico. Solo añadir que, al final de este apartado, se deja caer con que el desarrollo teórico (de la ciencia turística) se apoyará en la lógica matemática, una proposición sorprendente para la que no se nos había preparado.
Cortesía de la casa
El estudio del turismo se hace, como vengo diciendo, desde el consumo, la demanda o el turista. Al hacerlo así se construye como un estudio conductual (behaviorismo) del actor al que llamamos turista. El turista es un hombre o una mujer y su conducta al desplazarse (por gusto o por obligación) se atiene a ciertas pautas, entre ellas la toma de la decisión de desplazarse en función de una necesidad (la motivación), la constatación de que está en condiciones de tiempo disponible, sociales y financieras, el o los desplazamientos por el territorio, los modos de transporte empleados y los servicios de hospitalidad ofrecidos a través del itinerario, etc.
Obviamente, este sencillo planteamiento lleva a una sociología o si se quiere a una psicosociología del turista que se ha ido enriqueciendo a lo largo del tiempo, un proceso en el que se han presentado incongruencias conceptuales para cuya eliminación se ha preferido añadir explicaciones ad hoc en vez de plantearse la posibilidad de que las incongruencias lógicas se debieran a la misma noción básica de partida. Por no hacerlo, el turismo se ha consolidado como un corpus presuntamente científico extremadamente complejo y por ello no susceptible de ser estudiado desde una única disciplina, sea esta la que sea, y, en consecuencia, se tuvo que admitir que hay que investigarlo de un modo multicientífico, intercientífico o incluso transcientífico. Por ello no es sorprendente que se haya llegado a admitir que el turismo es una materia susceptible de ser estudiado como quiera el investigador de turno ya que se cree que, como resultado de esta libertad, se cree que algún día se llegará a conocer en toda su complejidad tan mostrenco fenómeno.
Esta actitud se ha generalizado de tal modo que hoy se da por sano y bueno la proliferación de estudios del turismo con ayuda de todas las disciplinas, hasta por medio de lo que algunos llaman transdisciplinas, unas disciplinas si es que lo son que no logro identificar.
Con lo sencillo que sería plantearse la cuestión del turismo como el surgimiento de una necesidad de desplazarse de un lugar (residencia permanente) a otro lugar (residencia pasajera). ¿Qué por qué surge esa necesidad? Ha habido estudiosos que se han hecho esta pregunta pero no han logrado darle una respuesta definitiva. ¿Y qué importa eso? Lo cierto es que el ser humano en sociedades sedentarias (urbanas) sienten la necesidad de ir (y volver) a lugares en los que esperan encontrar lo que buscan y no encuentran donde viven. Y a partir de este postulado, aplicando las estrictas leyes de la lógica, es como se podrá construir una teoría del turismo que, por medio de la falsación permanente, logre ponerse al mismo nivel de excelencia de las demás teorías disponibles. ¿Se ha hecho, se está haciendo así? No, padre. ¿Se hará en el futuro? Para responder hay que mirar la bola de cristal, una bola que no es otra que la formulación razonada y secuenciada de teorías falsables que logren el respeto de aquella parte minoritaria de la comunidad científica más preparada. Será después de ella cuando el resto la haga suya.
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