TURyDES
Vol 6, Nº 14 (junio/junho 2013)

DISCUTIENDO CONCEPTOS: EL TERRORISMO Y EL TURISMO BAJO LA LUPA

Maximiliano E. Korstanje (CV) y Geoffrey Skoll

Introducción
¿Puede un ataque terrorista ser comparable a una huelga o la lucha sindical?. Esta es, exactamente, una de las cuestiones que muchos argentinos se preguntan luego de las huelgas sin aviso previo que dejaron en los veranos de 2008 y 2010 a miles de turistas varados en los principales aeropuertos del país o en las terminales de ómnibus de Retiro. La sonrisa que momentos antes había sido una útil herramienta de venta, ahora se transformaba en una indiferente mirada. En estas problemáticas circunstancias, si bien el estado ha llamado a la conciliación obligatoria, los sindicatos aeroportuarios rechazan la medida una y otra vez, hasta generar un estado insostenible de irritación colectiva. En perspectiva, una de sus reivindicaciones estaba fundamentada por el aumento salarial, pero otra cuestión más interna hacía referencia a una lucha política que situaba al turista, como portador del capital en posición de rehén.  Si en tiempos de estabilidad, los consumidores y viajeros son considerados parte esencial al sistema capitalista, como un ataque terrorista, la huelga invoca a otra realidad. El orden entre explotados y explotadores se subvierte, y quienes eran portadores del capital quedan ahora prisioneros de una situación de inestabilidad. Los sindicatos y las células terroristas tienen en común este tipo de políticas, comparten una misma idiosincrasia respecto a la forma de crear lo político. De hecho, tesis que sustentaremos en este ensayo, los grupos islámicos educados en las mejores universidades americanas y europeas han aprendido no solo como utilizar la tecnología occidental en su contra, sino sus propias formas políticas. Desde nuestra perspectiva, el terrorismo debe ser contemplado como una dialéctica entre intereses opuestos, en donde la violencia toma primacía para alcanzar ciertos objetivos.   Esta dialéctica no es ni exclusiva de un grupo (separatista), de un estado determinado (terrorismo de estado), sino de la forma en que ambos negocian sus objetivos. Elementos importantes mantiene al terrorismo cerca de la lucha sindical, como ser: a) la especulación, b) la violencia, c) el ataque a entidades o personas vulnerables que no están a la altura del conflicto, d) complicidad con ciertos medios de comunicación y e) el factor sorpresa.

Comprendiendo al Terrorismo
Como evento, el 11 de Septiembre irrumpió en el imaginario colectivo de muchos países, en ocasiones agudizando el control en sus fronteras. Muchos especialistas se han ocupado del terrorismo como un tema central en sus diagnósticos; el terrorismo dejó de ser un tema exclusivo de la política internacional, para poder ser abordado por otras disciplinas como la sociología y la antropología. Estados Unidos no inventó el terrorismo, pero por ser el 11/9 un ataque al centro simbólico del capitalismo, se generó una doble dinámica. Por un lado, todos los atentados anteriores se desdibujaron y segundo, el hecho movilizó una gran cantidad de recursos y un sentimiento nacional, hasta días atrás escondido (Barro, 1991; Pollins, 1989; Abadie & Gardeazabal, 2003; Phillips, 2008). Dice Barman (2008), la modernidad sólo reacciona por aquellas amenazas que ponen en juego pérdidas materiales, no humanas. Tal vez no hay ejemplo más fidedigno que la miopía estadounidense a los diversos ataques que ya habían blancos occidentales fuera de ese país. Entre los efectos inmediatos del 11/9 tenemos las alianzas internacionales, y las restricciones al movimiento de personas. Aquellos países que habían tenido que lidiar con este tipo de problemas, se alinearon inmediatamente a una coalición internacional, en contra del “mal” (Altheide, 2009; Bassi, 2010). El gobierno estadounidense hizo creer al mundo que su gran flagelo sería el terrorismo y sobre ello se movió toda su industria cultural y su aparato propagandístico.  Como una palabra que circula por la boca de las personas, sin una definición fija, el terrorismo se ha transformado en razón de preocupación para gobernantes, especialistas, trabajadores, etc. La dificultad de comprender que es el terrorismo viene asociada a la imposibilidad de los medios de comunicación de plantear un debate serio sobre el tema.

Robertson (2002) define al terrorismo como la primera amenaza del siglo XXI para occidente. Por su parte, Pedahzur et al (2003) ha encontrado en la literatura vigente casi 22 diferentes acepciones del término. A Schmid explica que desde 1983 hasta hoy, se formularon 109 definiciones sobre que es el terrorismo, en cuyo caso si bien no se ha llegado a consenso alguno, existen ideas fuerza que pueden dar una pista como ser: violencia, fuerza, política, amenaza, miedo, terror, efectos psicológicos, extorsión entre otras.   A la complejidad del fenómeno se le suman, otras cuestiones, como el rol de los Estados Unidos como potencia dominante. Algunos intelectuales sugieren que EEUU debe reservarse el poder de intervenir preventivamente en aquellas naciones que impliquen una amenaza inminente para sí o aliados Fukuyama, 1989; Huntington, 1993, 1997; Kristol and Kagan, 1996; Vargas-Llosa, 2002; Rashid, 2002; Kepel, 2002; Fritting and Kang, 2006; Keohane and Zeckhauser, 2003; Susstein, 2005; Pojman, 2006). Otros, por el contrario, argumentan que el 11 de Septiembre fue una oportunidad excepcional para regular la acción de ciertos grupos sindicales por parte de la elite dominante (Altheide, 2006; 2009; Sontag, 2002; Said, 2001; Holloway and Pelaez, 2002; Zizek, 2009; Bernstein, 2006; Baudrillard, 1995a; 1995b; 2006; Kellner, 2005; Gray, 2007; Smaw, 2008; Fluri, 2009; Corey, 2009; Wolin, 2010; Skoll & Korstanje, 2013); el temor sería, según estos analistas un arma de adoctrinamiento interno. Luke Howie describe la forma en que el entretenimiento y la propaganda redondean una imagen peyorativa no solo alrededor del Islam, sino creando prácticas discriminatorias que anulan el estado de derecho, incluso en democracia. Esto sugiere dos preguntas, por demás, particulares ¿es el terrorismo un resultado de las políticas populistas que lleva a las democracias a gestar regimenes autoritarios?, o ¿es simplemente una reacción al avance del capitalismo?.

A primera vista, Goldblat y Hu (2005) definen el terrorismo como el uso ilegal de la fuerza contra propiedades o personas con el fin de lograr desestabilizar a los gobiernos, a la ciudadanía u otro segmento. Sin embargo, esta definición superficial trae consigo muchos problemas técnicos. En las democracias, ciertos grupos privilegiados ejercen pautas coactivas contra otros grupos en forma similar a las dictaduras. La violencia política parece no ser monopolio exclusivo del republicanismo. Además, dice Bernstein (2006), toda democracia debe ser considerada como algo más que un ritual que se lleva a cabo cada cuatro años, sino como un estilo de vida definido. Una forma conjunta de poder modificar el espacio público lo menos restrictivamente posible. Las políticas de preemción estadounidense en Irán e Irak no solo no son democráticas, sino que tienen efectos funestos a futuro.  S. Zizek (2009) admite que el fundamentalismo religioso no explica porque existen ataques en donde los perpetradores se inmolan. El fundamentalista, en primera instancia, desea vivir de espaldas al mundo no optando por el uso coactivo de la violencia.

El académico liberal M. Ignatieff sugiere que ante cualquier estado de emergencia, los estados democráticos suprimen sus garantías constitucionales. Uno de los principales peligros, es, precisamente, que esa anulación se hace permanente. Ante el dilema, sacrificar los derechos de las minorías en pos del bienestar de la mayoría, Ignatieff antepone la tesis del “mal menor”. Desde su visión, sólo la democracia, por ser auto-regulativa, puede subsanar los abusos de poder por parte del estado en momentos de incertidumbre. Es un hecho, que sólo a veces, los estados estarán tentados a cortar ciertas libertades. Si ninguna sociedad puede evitar los crímenes injustos, la regulación institucional es la única herramienta ética de la democracia para corregir los abusos.  Al igual que Rawls, antes que él, que reclama las naciones democráticas pueden reservarse el derecho a la guerra cuando sus intereses se vean amenazados, Ignatieff en la falacia de “preemción” o ataque preventivo. Lo que Ignatieff resalta, es que no es extraño que ante la decisión de intervenir sobre el próximo ataque terrorista, los estados (incluso los democráticos) recurran a la tortura. El resultado, sin embargo, puede tener consecuencias que a largo plazo son impredecibles. Puede lograr resentimiento por parte de las víctimas, o incluso las minorías que hasta ese momento cooperaban con el gobierno, pueden negarse a seguir haciéndolo. La tesis del mal menor provee en la discusión, un elemento moral nuevo que puede resolver la disputa entre puristas morales y realistas. Si el deber máximo de la democracia es garantizar la deliberación como forma de relación política, entonces, se asume que por un lado, tratan de construir instituciones libres que garantizan la libertad por la aplicación del miedo y la coacción; pero por el otro, pone ciertos reparos para reducir al mínimo los efectos de su adoctrinamiento sobre las personas libres. A la vez, dicho en otros términos, que da una libertad (sujeta al temor), pone en funcionamiento toda una serie de derechos que controlan, regulan, y reducen ese grado de coacción, a lo estrictamente necesario. Sin embargo, su argumento descansa sobre dos errores centrales.

El primero y más importante, parece ser la condición por la cual se declara la guerra, y por lo tanto sus efectos a largo plazo. G Friedman (2011), otro liberal, sugiere que el ius ad bellum requiere de un objeto cierto y claro sobre el cual se gestiona la declaración de guerra. No solo tener claras las causas de la movilización, sino los objetivos, los enemigos. Cuando la administración Bush declara la guerra contra el terror, no solo está desdibujando los objetivos sino también los medios para alcanzar dichos objetivos. Declararle la guerra al terror puede ser equiparable a intentar combatir a temas universales como el amor, la injusticia o la libertad. El terror, en este caso, adquiere una naturaleza difusa y abstracta. Curiosamente, Ignatieff acepta la guerra contra el terror como una realidad per se. Este hecho lo lleva a contradecir su propio discurso, sobre todo cuando sugiere que la emergencia necesita límites finos y temporales que definan de ante mano las atribuciones del ejecutivo para interpelar posibles sospechosos. Si el mismo objeto sobre el cual se declara la guerra no tiene fronteras, ni mucho menos forma específica, es difícil prever cuanto tiempo durará la guerra.

Segundo, la democracia no apela a un poder deliberativo exclusivamente. En la antigua Grecia, como veremos en este trabajo, la democracia era un recurso por el cual los hombres en igualdad de condiciones podían exigir a la asamblea que una ley sea derogada, si era considerada injusta. Este recurso de ninguna forma desafiaba ni la autoridad del rey, ni daba mayores libertades a los esclavos. Es el concepto anglosajón de democracia ha modificado de plano dos asuntos fundamentales sobre la forma de vivir la política. Uno de ellos es que restringe las voluntades de la ciudadanía al voto. Los ciudadanos se expresan sólo a través de sus representantes. La República que nace de la división de poderes nada tiene que ver con la forma de aplicación de las leyes. Una ley sancionada por el legislativo puede atentar contra el bien común en la democracia moderna, sin que ningún ciudadano pueda hacer nada para revertirla. Además, es por demás interesante que el poder judicial, como lo ha expresado Sunstein, sigue intereses corporativos específicos respecto a lo que es o no legal. Estos intereses promulgados por el ejecutivo, y a su vez validados por el legislativo, son cuidadosamente protegidos por el poder judicial. Por tanto, la democracia moderna es, como adhieren los post-marxistas, la dictadura de las corporaciones.

Lo que occidente llama terrorismo no sería otra cosa que una respuesta reaccionara a la frustración que causan las políticas globales del comercio internacional en el mundo. En el caso de Kabul, J Fluri (2009) sugiere que occidente impone como una forma disciplinadota de anexión sobre ciertas economías y no como una forma de expandir derechos universales. Las economías reguladas por los estados democráticos crean un círculo de exclusión entre la mano de obra local y el empresariado extranjero, por medio del cual se pueden llevar a cabo las inversiones. El turismo genera espacios de hedonismo y consumo masivo donde se juntan dos estilos de vida, los industriales anglosajones y las poblaciones locales. Los primeros proveen el capital necesario para llevar a cabo las obras de infraestructura para la extracción de recursos locales, mientras el segundo se circunscribe a una posición subordinada respecto de los inversores.

En este sentido, G. Skoll coincide en los argumento de Zizek en comparar al terrorismo con un virus. Como organismo vivo, el virus se traslada de huésped a huésped en forma indefinida, tomando de imprevistos a los recipientes o cuerpos a los cuales invade. Todo esfuerzo para contener el avance de este virus, solo hace lo necesario para su propagación. A Schmid, reconoce que la victimización de la cual todos los terroristas se nutren, se corresponde con la idea de un sacrificio donde el cuerpo se desintegra en post de dañar a otros (Schmid, 2004). L. Howie agrega que el 11 de Septiembre parece haber cambiado al mundo y a las formas de organizaciones económicas. Pero los terroristas, administran el temor con el fin de dirigir daños específicos hacia el estado, ellos no promulgan por una destrucción masiva, sino que necesitan de la publicidad y de que muchos testigos vean el ataque. Más que una táctica política, Howie (2012) sabe que el terrorismo apela a la disuasión pero sólo por medio de la especulación. Sólo cuando el ciudadano siente terror luego que los medios de comunicación distribuyen y hacen público cierto atentado, el terrorista tiene éxito.   Para profundizar en el debate, se torna necesario discernir entre el objetivo del grupo separatista y el target sobre donde recae el ataque. Este último es debidamente y cuidadosamente planificado con el fin de causar el mayor impacto psicológico posible en una sociedad. Examinando históricamente la evolución del Islam, B. Hoffman advierte, es erróneo pensar a los grupos terroristas como mentalmente inestables, o dementes cuyos objetivos son destruir a los Estados Unidos. El fenómeno adquiere diversas fases y es sumamente complejo. El sentido del martirio, tal y como fue acuñado hace 700 años atrás fue originalmente acuñado para simbolizar el sacrificio del musulmán frente a un invasor externo. Pero no existe, sacrificio sin que suceda una invasión previa (Hoffman, 2002).  D. Black (2003) acribe  a la teoría que indica el terrorismo es un acto moral, cuya influencia es primeramente social. La agresión subvierte el orden de la violencia por la cual se intenta reivindicar cierto evento pasado. D. Handelman advierte el terrorismo es una reacción a una violencia intra-sistémica mucho más profunda. Como lo dijo Ghandi, la pobreza es la peor de las violencias. Donde los filósofos liberales ven un acto monstruoso, otros ven un signo del sacrificio por otros. Para Handelman (2013), el terrorismo se encuentra determinado por la modernidad, y consiste en el simple hecho de ver civiles asesinando a otros civiles, cuando los estados que provocan la situación se mantienen al margen. Los viajeros y turistas se transforman en actores vulnerables debido a que no solo no están familiarizados con el terreno, sino que amulan los arquetipos culturales de sus respectivas sociedades. No es extraño que los “terroristas” usen la tecnología occidental en su contra, acudan a las mejores universidades, planeen sus ataques con la misma lógica que lo haría un Master en Management. Los terroristas han aprendido de occidente y pelean en sus mismos términos, coaccionando con las mismas tácticas de tortura de las que fueron víctimas en el pasado.

Por último pero no por eso menos importante, S. Parker trae a la discusión el tema de la tortura como una cuestión instrumentalista. El torturador tiene la esperanza de poder terminar con el terrorismo y poder conseguir información certera que evite el próximo ataque. Desde el momento, en que el “terrorista” es desprovisto de todo derecho y sentido de humanidad, entonces el estado considera que la misión del torturador es loable. Pero esta quimera instrumentalista se derrumba cuando el torturador falla en su misión. Primero porque en la mayoría de los casos, el torturado para frenar la agonía da información incorrecta, en otras porque puede optar por morir y no decir nada. Como es de esperar, el ataque se produce y el torturador cae en desgracia ya que es torturado por su propia culpa (Parker, 2010). El terrorismo y la guerra tienen la particularidad de tergiversar todas las relaciones sociales. Uno de los problemas centrales de los países industriales es que no saben cuando y como será el próximo ataque. El terrorismo, opera por medio del temor pero sobre escenarios siempre futuros o pseudo-eventos (Baudrillard, 2006). Este sentimiento de indeterminación conlleva a la creación de una dialéctica en donde el estado recurre a la violencia y represión para poder identificar a los “insurgentes” quienes a su vez son empujados por el sistema parlamentario a la clandestinidad (Piazza, 2006).

Interpretar el Mensaje
La globalización juega un rol poco claro respecto a la posición del otro en el mercado mundial. Cuando, por medio de la tecnología, anexa nuevas economías, el otro diferente no es aceptado como un igual, ni de un punto de vista económico como tampoco. A la vez que el turismo genera movilidad, prosperidad y miles de viajes al año, uno de las mayores economías del mundo planea construir un muro en su frontera para frenar la migración de países vecinos. ¿Es una paradoja o un resultado lineal de una forma de ver el mundo?.
Finn Laursen (2010) en la introducción de su libro Comparative Regional integration, llama la atención sobre tres temas centrales que hacen a la teoría de la integración en la actualidad. La primera es la tendencia a vincular el término integración, a la transacción económica. Para estos especialistas, los estados nacionales desarrollarían, dado el grado de madurez económica, una necesidad de hacer comercio con otros estados consolidando no solo una alianza, sino una región económico-financiera. Para que esto se lleve a cabo, es debido crear una superestructura que regule las condiciones legales de intercambio. Aquí suscita el primer problema. Siguiendo el ejemplo del NAFTA, cuando una de las naciones involucradas posee una mayor capacidad de acumulación, las asimetrías de poder se hacen evidentes. Ninguna potencia industrial quiere para si legal la autoridad de la región a un tercero. Segundo, luego del 9/11 han surgido una serie de reclamos cada vez mayores para forjar alianzas militares entre los estados. La idea de seguridad regional, a grandes rasgos, sugiere la posibilidad de crear dispositivos avanzados de control que cierren los flujos migratorios. Sin embargo, la idea de una globalización económico-financiera parece contrastar con el endurecimiento migratorio en los bordes del estado nacional. Laursen reconoce que ni el liderazgo, ni el institucionalismo son suficientes para reducir las discrepancias entre los estados firmantes de cualquier comunidad.  Por último, para llegar a una teoría integradora que provee elementos conceptuales claros, se debe dejar el euro-centrismo que impera en la literatura. Se debe dejar de ver a la EU como un ejemplo a seguir de integración y pluralidad. Alex Warleigh-lack (2010), en esta misma línea, confirma que los sindicatos sufren los impactos en sus respectos puestos de trabajos de las políticas de asociación macro-estructural. Para poner el tema sobre el tapete, es necesario tomar en cuenta cuatro indicadores claves:

  1. génesis o motivo de la unión entre los estados.
  2. Funcionalidad
  3. Socialización
  4. Impacto sobre las respectivas economías.

 

Centrado en el análisis de las asimetrías producidas por el Nafta en economías de Canadá y México, el especialista sugiere que el Nafta ha norteamericanisado América del Norte, hasta el punto de redefinir las imágenes de los países entre sí. La industria de los viajes que se apoya sobre el avance tecnológico y la acumulación capitalista ha dispuesto las economías mundiales acorde a dos paradigmas clásicos, comercializar con Occidente, o quedar sujeto a una intervención militar. Sin embargo, la crisis del peso en México y el 11/9 en EUA generaron un factor cultural de tensión entre los socios anglo-sajones y México. Las fronteras reales pasaron a conformarse como espacios de inseguridad a ser regulados por la presencia de las autoridades migratorias mientras que el comercio seguía creando brechas financieras insalvables. ¿Cual fue el motivo por el cual México opta por entrar al NAFTA?. En primera instancias, no solo México sino Canadá tienen serios problemas estructurales producto de la globalización del comercio. Para mantener los volúmenes de capital, las diversas aristocracias en ambos países recurren a la idea de asociación con dos fines definidos, seguridad política respecto del gran coloso americano, y dependencia comercial que pueda frenar los reclamos sindicales, obligando a la producción nacional a competir con productos fabricados en el extranjero.

Los padres fundadores de la sociología se habían, ya en su época, dado cuenta que los grupos humanos ya no eran jerarquizados acorde a su pertenencia de linaje, sino a su acceso al capital y en consecuencia a las formas en las cuales ellos se pueden mover. Aunque, en ocasiones el terrorismo surge como resultado del resentimiento, o el conflicto social, no es condición univoca. Muchas democracias experimentan lo peor del terrorismo cuando pasan a la clandestinidad a uno o varias asociaciones políticas (Del Buffalo, 2002), a veces porque su reclamo es incómodo, pero muchas otras porque no representan la voz de la mayoría. Ese es precisamente, la paradoja de la democracia capitalista. El número, cuya función esencial es la división, determina que grupos y voces pueden ser escuchadas y cuales silenciadas. La democracia capitalista es instrumentalista en su propia naturaleza. Cuando estos grupos son relegados o reprimidos de la vida política, a virulencia de sus acciones y los daños que puedan ocasionar en el tejido social dependen de las herramientas constitucionales de expresión. Es importante señalar, que la ley facilita las condiciones para la aparición del terrorismo.  Quienes adquieren la mayoría parlamentaria pueden silenciar a ciertos colectivos, tildarlos de terrorismo, o encerrarlos simplemente haciendo uso de los recursos constitucionales. La imposibilidad de hablar en nombre de otros, puede llevar a ciertas personas a usar la fuerza física para imponer sus ideas (Connolly, 1993). Sus acciones encierran difíciles y complejos entramados, cuya naturaleza amerita ser descifrada.

A Schmid, admite que el mensaje del terrorismo no siempre es homogéneo. En algún punto, existen cinco indicadores que ayudan a comprender como funciona el terrorismo en la mentalidad actual: terrorismo/política, terrorismo/estado de guerra, terrorismo/comunicación, terrorismo/crimen, y terrorismo/fundamentalismo. Existen dos tipos de codificar al mal en la tradición legal romana: Mala prohibitum y Mala in se. Para el primer ejemplo, uno debe imaginarse cualquier crimen que desafíe al sistema legal. El concepto de Mala Prohibitum se aplica cuando existe una violación a la ley. Por el contrario, el terrorismo es irrespectivo de la ley de determinada nación, es tipificado comúnmente como un mal per-se. La reacción frente a lo que ciertas naciones llaman el mala in se, es la coalición militar (Schmid, 2004).

Lo cierto parece ser que la forma de vida occidental, el consumo y la ostentación parecen ser cuestiones que generan mayor hostilidad, por ejemplo cuando un grupo de insurgentes asesina a sangre fría a un contingente de turistas. P. Virilio argumenta convincentemente que la movilidad moderna y la tecnología que se posibilita a tal fin, genera discursos opresivos sobre el resto del mundo inmóvil. La información que facilita el funcionamiento de las sociedades industriales complejas, no solo es contraproducente en caso de un ataque, sino determinan el estado incesante de incertidumbre a la cual son sometidos los ciudadanos actualmente. La paradoja radica en que a la vez que el espectáculo mediático entretiene a las conciencias en los grandes centros urbanos, sienta las bases para su propia destrucción (Virilio, 2007). Los investigadores Glaeser y Shapiro (2001) han interpretado algunas de las contribuciones de Virilio, diciendo que las mega-ciudades son blancos claros y vulnerables al ataque terrorista, pero también se constituyen en espacios donde el miedo es canalizado para fagocitar ese mismo estilo de vida. Las víctimas se condicen con commodities, los cuales permiten que funcione la maquinaria consumista, pero que transmiten un mensaje al resto de la población (Schmid y Jongman, 1988; Johnston, 2008). En este contexto, el terrorismo a veces apela a un discurso que reivindica la diáspora a una tierra ejemplar, a cargo de ciertos líderes que son los elegidos por Dios, pero eso no lo hace un movimiento religioso, sino secular. Su mensaje atiende a explotar los siguientes puntos:

  1. Violencia
  2. Especulación
  3. Vulnerabilidad
  4. Complicidad con los medios de comunicación
  5. Factor sorpresa.

 

La especulación se corresponde con técnicas por medio de las cuales los insurgentes se adaptan al ambiente. Por ejemplo, cuando intentan levantar a la población en pos de determinado objetivo. Si pesa una proscripción o la causa es vedada por la ley, los grupos separatistas acudirán a la violencia como única herramienta. Los ataques cuidadosamente seleccionados sobre aquellos blancos que representen mayor vulnerabilidad, contienen dos elementos esenciales, primero son secretos. Nadie sabe del atentado hasta que éste toma forma, existe un factor sorpresa que es determinante. El segundo aspecto se refiere a la extorsión, entendida como la capacidad de apelar a la violencia en tanto instrumento coactivo para lograr mejores objetivos en la negociación.  Este acto (la extorsión) desafía no solo la posición del estado, sino también la visión de la ciudadanía respecto a sus propios gobernantes. El factor sorpresa y la complicidad de los medios para hacer público el ataque son dos de los aspectos que toman mayor peso en la discusión. El mensaje es simple a grandes rasgos, no importa que tan fuerte se crea el estado, cualquiera puede ser víctima de un atentado en cualquier lugar y momento. La semiótica de lo que se quiere decir mediante la extorsión, como veremos a continuación, no es propia del terrorismo, sino también de otros grupos como las organizaciones sindicales.

Convergencia entre el terrorismo y el Turismo
Uno puede especular sobre la idea de que los turistas promuevan la paz y la cooperación es en parte inocente y absurda. Pero para quienes defienden esta teoría, iniciada por el idealismo kantiano, el terrorismo como cualquier forma de violencia se constituye como un factor muy negativo para la prosperidad de la industria, sobre todo para los puestos de trabajo que sostiene (aunque no se evalúa la calidad de esos puestos de trabajo). Varios estudios han ido en esta dirección, señalando que el terrorismo islámico es una de las mayores amenazas para los destinos turísticos internacionales (Somnez, 1998; Weber, 1998;  Domínguez, Burguette and Bernard, 2003; Aziz, 1995;  Floyd and Pennington-Gray, 2004; Gibson, Pennington-Gray and Thapa, 2003; Kuto and Groves, 2004;  Essner, 2003;  Araña & León, 2008; Bhattarai, Conway and Shrestha, 2005; Goldblatt and Hu, 2005 ; Tarlow, 2003; Prideaux, 2005; Yuan, 2005). Sin embargo, aún no se ha dado una discusión profunda sobre la posibilidad de que sea la misma industria, la que genera las asimetrías materiales que llevan al descontento, ¿cuales serían las soluciones no traumáticas para corregir las desigualdades del capitalismo moderno?.

Por lo cierto, claro está que el turismo parece verse afectado por los ataques terroristas, y en parte ese es el objetivo que persiguen estos grupos (Peattie, Clarke and Peattie, 2005); Debido a su falta de conocimiento sobre el territorio, los turistas son blanco de diversos crímenes con el mismo objetivo que ya hemos discutido en anteriores secciones, generar un sentimiento extendido de pánico en las sociedades desde donde los viajeros provienen, y minar las estructuras políticas con el germen de la incertidumbre. Como bien han observado, Lepp y Gibson (2008), el turismo adscribe a dos lógicas antagónicas. La necesidad de seguridad, sumada a la búsqueda de nuevas sensaciones. En términos psicológicos, la personalidad del turista juega un rol importante al momento de concebir ciertos riesgos e ignorar otros. B. West cubre un interesante estudio respecto a los ataques a los centros turísticos de Bali in 2003. La prensa australiana cubrió a la noticia como un ataque al pueblo australiano, ya que muchos turistas eran de esa nacionalidad. Pero también como una forma nacionalista y patriótica de sacrificio por su país. El turista, obviamente, no era un soldado pero dio la vida como australiano. Ello sugiere, admite West, que el consumo hedonista y el nacionalismo parecen inevitablemente unidos. Si asesinar a turistas indefensos puede ser vindicado como un acto patriota de libertad para unos, puede también ser clasificado como un acto de cobardía para otros. Quienes tengan acceso a los canales ideológicos de propaganda, tendrán mayores oportunidades de fijar su discurso de origen.

R. Bianchi (2007) advierte que el turismo engendra un discurso que es funciona a los países industriales, pero que actúa contrario a los intereses de los periféricos. Si el terrorismo, como promueve la bibliografía, crea espacios de inestabilidad, eso no se debe más que a la misma obsesión de quienes intentan erradicarlo. Paradójicamente, se abre un abismo entre los turistas (blancos) y los inmigrantes (de otros grupos étnicos) donde la figura del riesgo mina las bases de los propios planes de seguridad que se articulan para mitigar esos riesgos. ¿Hasta que punto el terrorismo afecta el turismo? Es una de las preguntas que se formula M Castaño, cuando examina las estadísticas de arribos desde 2000 a 2003. Centrado en cuestionar la hipótesis de trabajo que señala que el terrorismo afecta al turismo, Castaño explica que las ciudades que han sido blancos de estos ataques no solo han duplicado la cantidad de turistas anualmente, sino que han sobrepasado los niveles de ocupación hasta antes del atentado. El turismo, de esta forma, se perfila como una forma solapada de terrorismo. Aziz (1995) conjectura que eso es posible si se ve al turismo como un signo de declive moral, un acto de consumo egoísta que no todos aceptan.   En muchas culturas, los hoteles son vistos como epicentro de la perdición moral y del orden económico de un Imperio, como causa primera del sufrimiento extendido del pueblo. Esta forma de pensar al extranjero, disculpa a las elites que generalmente son responsables y cómplices de los intereses de grupos de inversores extranjeros.

En perspectiva, Grosspietsch (2005) en un ensayo por demás claro, escribe que en una industria global el turismo no solo genera resentimiento sino lo que es peor dependencia financiera, pues los países tercermundistas se ven obligados a pedir créditos que no pueden saldar. Obviamente, que el terrorismo florezca en este tipo de lugares es sólo una cuestión de tiempo, un tema de enclave bien estudiado por Britton, (1982); pero Grosspietsch redobla la apuesta cuando sugiere que el terrorismo no afecta al turismo, sino que es su condición segunda, el efecto inmediato del agotamiento del destino.

¿Cuáles son las similitudes entre el turismo y el terrorismo?. Partiendo de la base que las guerras despiertan sentimientos dormidos de sacralización (Young-Sook, 2006); donde se rememora de cierta manera los estilos de vida del lugar luego de un atentado, las vidas de las personas que habitaron ese espacio, y sus respectivas figuras alegóricas.  Por ejemplo, el ground-zero en Nueva York se corresponde con algo más que un recordatorio del atentado al día de hoy. Emula el estilo de vida neoyorquino y las historias de vida de aquellos que murieron en ese atentado. Crea un discurso, un texto que antes que nada es alegórico.

Este tipo de fenómenos han recibido el nombre de thana-turismo o turismo dark. Se puede agregar que el turismo dark, tan ampliamente estudiado, dilucida cierta relación entre lugares donde se han llevado a cabo masacres o desastres y el morbo, el cual se puede vender en forma de producto (Strange y Kempa, 2003; Miles, 2002; Stone y Sharpley, 2008; Smith, 2010). Pero hay una explicación sociológica mucho más profunda al problema. Los efectos disgregantes de la guerra quedan encriptados y contenidos, a menudo, en espacios que rememoran en forma parcial el evento. Los restos de un prócer o sus armas, todo descansa sacralizado tras las marquesinas de los museos. Detrás de todo este tipo de objetos, subyace no solo la violencia sino eventos cuya crueldad es inenarrable. De alguna forma, todo conflicto termina en un museo. El turismo (de la misma manera que el terrorismo) apela a formas de consumo sádicos, donde la muerte de los otros se cosifica en forma de producto. Mediante este ritual expiatorio, los consumidores expulsan de sí la idea de morir, o su inmediatez inminente (Stone,. 2005). Las razones por las cuales las personas concurren a estos sitios son variadas, van desde la reminiscencia de un viejo temor (Dann, 1998), hasta una nueva forma de domesticar la muerte (Stone, 2005), pasando por otras explicaciones como ser la convergencia entre inseguridad, superioridad y gratitud (Tarlow, 2005) o una forma de evitar la disgregación social (Rojeck, 1997). Nicolle Guidotti Hernández, en su libro Unspeakable Violence, apunta a la construcción de una memoria selectiva que toma ciertos hechos pero esconde otros. Este cuento, funcional al orden económico del status quo, se replica y se narra una y otra vez por diversos mecanismos que van desde la escuela hasta la televisión o las guías turísticas (Guidotti-Hernández, 2011)

En perspectiva, hoy, los medios de comunicación difunden noticias terribles con énfasis en sus efectos, pero no en sus causas morales. El cuerpo humano ha sido objetivado en la convergencia entre el observador y lo observado (Wallace, 2007). De esta forma, la sociedad puede articular ciertos límites tolerables de violencia que de otra forma podrían implicar serias consecuencias. Siguiendo este razonamiento, Korstanje & Clayton (2012) enumeran algunas similitudes y diferencias entre el terrorismo y el turismo que son necesarias examinar:

  1. La insensibilidad frente al sufrimiento del otro.
  2. La curiosidad no vinculante por los sitios de destrucción masiva.
  3. El uso de los medios móviles de tecnología para planificar los ataques.

 

Lo que en algún sentido, ha quedado abierto en este problema, es el vínculo entre el sindicato y los grupos terroristas. Sostenemos no solo que los terroristas han sido educados en las mejores universidades occidentales, sino que sus técnicas han sido eficientemente aprendidas de Occidente. El Dr. Walid Amin Ruwayha (1990) recolecta suficiente evidencia para confirmar que la táctica que implica tomar extranjeros como rehenes con el fin de forzar una negociación, no es culturalmente propia de Medio Oriente, sino que fue aplicada, introducida y expandida por el Imperio Británico. Como forma disuasiva para adoctrinar a los rebeldes, Gran Bretaña tomaba prisioneros y rehenes durante su ocupación en Medio Oriente. Ruwayha reconoce que el mundo árabe ha copiado de Occidente, lo que hoy éste último demoniza.

Sindicatos y Terroristas
Cuando el gobierno argentino adoptó la ley antiterrorista, la laxitud de sus puntos levantó las sospechas de que podría ser utilizada en contra de la lucha sindical. Entre los puntos esenciales de esta ley se discutían los siguientes (documentados por Korstanje, 2012):

  1. La posibilidad que el Estado embargue bienes y encásele personas que atentan contra el orden social.
  2. Que se de una condena previa al acto terrorista, es decir, que el terrorismo como construcción social, esconda una política preventiva que desafíe todo el andamiaje legal vigente.
  3. Que la aplicación caiga sobre ciertos grupos gremialistas o sindicalistas. 

 

Una lectura profunda de la historia demuestra que cuando uno revisa la influencia de los primeros anarquistas y socialistas, a la lucha de los trabajadores se da cuenta que la relación entre el estado capitalista y el obrero fue conflictiva desde sus orígenes. Muchos líderes han sido tildados de terroristas, expulsados y encarcelados en los Estados Unidos de América, una nación que se jacta de su respeto a la democracia. Se puede apreciar en la misma lectura, que la historia de los sindicatos parece estar plagada de sangre y violencia, de la misma manera que lo está la historia de la organización del trabajo. Algunos grupos vinculados ideológicamente a la izquierda europea, se sirvieron de los avances tecnológicos de los Estados Unidos, anteponiendo sus respectivas doctrinas organizacionales. Desde su fundación en 1886, la Federación Americana del Trabajo priorizó como forma de negociación, la posición de los trabajadores respecto de quien ostenta el capital. Los consumidores de origen anglosajón no solo era el grupo más cuidado por las organizaciones del trabajo, sino que además, constituían un verdadero grupo de presión electoral frente al gobierno. James Joll explica que los primeros líderes sindicales eran anarquistas, y pensadores de izquierda que provenientes de la vieja Europa, habían importado a los Estados Unidos, algunas de ideas marxistas del momento. Ante el aumento de nuevas demandas laborales, los estados nación iniciaron una lucha contra ciertos colectivos de inmigrantes cuyas ideologías eran “peligrosas para el orden ya estatuido. En ciertas ocasiones, algunos personajes llegaron a ser tildados de terroristas (Joll, 1979). Para el final de la segunda gran Guerra, la clase aristocrática que dominaba los destinos de la nación americana, había logrado una doble capitulación. En lo exterior había doblegado al sistema nazi y a los comunistas por medio de los préstamos financieros a una Europa económicamente devastada por la guerra. Pero desde el interior de la República, Roosevelt y luego Truman, habían podido frenar el avance de la ideología roja en las conciencias de los trabajadores y ciudadanos de clase baja (Ganser 2005; Kurkul 1997). Más allá de los simulacros de evacuación, lo que la clase trabajadora estaba aprendiendo de los comunistas y de la guerra era la diferencia entre consciencia de sí y consciencia para sí. Los trabajadores comenzaban a ver en los empresarios a los verdaderos responsables de sus problemas; y lo que es peor, habían aprendido que no podrían solucionar esos problemas sin una organización que los contuviera y protegiera. El trabajador no sabe, no tiene las herramientas para encabezar una revolución, pero deposita toda su confianza en el líder sindical que frente al estado lo representa en todas las instancias. Por último, desde una perspectiva legal, el acta Taft-Hartley de 1947 restringía, bajo amenaza de sanciones penales, los únicos instrumentos de los cuales disponían los obreros, la huelga y la movilización.  Para el capitalismo, el comunismo secular no solo representaba valores disruptivos respecto al trabajo, sino que afectaba directamente la lealtad del trabajador para con el dueño, y en consecuencia para con el Estado (Robin, 2009; Skoll y Korstanje, 2013). En este punto nace una duda, ¿puede vincularse al estado con el capitalismo?

 T. Negri y Michael Hardt argumentan que el estado es el diseño capitalista por excelencia, ya que predispone del control racial de las causas y los efectos. En la era del imperio, no obstante, las concisiones de la bio-política han cambiado las formas de hacer la guerra. El enemigo, que décadas atrás formaba parte de un otro nacional, hoy se ha transformado en parte de la misma sociedad. Las formas clásicas que llevaban ejércitos enteros al campo de batalla y cuyas organizaciones estaban delineadas en forma precisa y vertical, han cambiado a redes en donde la figura del enemigo y del amigo se ha desdibujado. Los límites éticos y morales que llevan al estado  a convivir con su propio enemigo, son hoy objeto de debate. Con la aparición de Guantánamo en Cuba, y la violación a los derechos humanos luego de las invasiones de Irak y Afganistán, los Estados Unidos vieron que el terrorismo se combate por medio de la imposición de redes militares. En este contexto, la aplicación de los derechos (juicios) sólo se sujeta a quien ostenta el poder por medio de la violencia. La imposibilidad del derecho local de cualquier país en enjuiciar a aquellos quienes bajo criterio de excepcionalidad (que da toda guerra) perpetren crímenes que atenten contra la dignidad humana, lleva a apelar a organismos internacionales. Por ese motivo, los derechos humanos son siempre aplicables por las elites imperiales quienes a su vez no son juzgados o se deslindan de su responsabilidad en fomentar ciertos gobiernos anti-democráticos (Hardt & Negri, 2004).

Sin las fronteras nacionales, el estado parece haber delegado al mercado ciertas facultades, entre ellas la regulación simbólica de la confianza, reservándose el uso de la fuerza en el caso de que las obligaciones financieras no se cumplan acorde a los mandatos (planes) de los países centrales. Las naciones centrales apelan a la democracia y a los derechos humanos al momento que sus intereses financieros están juego, pero hacen caso omiso cuando deben emitir el crédito. Por su parte, G. Skoll (2013) sugiere que la función de todo estado, en tanto estructura puramente capitalista, confiere el uso legítimo de la fuerza sobre la población. Particularmente, el estado se reserva su legitimidad en épocas cuando el conflicto es bajo, en el mercado. Pero cuando el conflicto se hace más pronunciado, la violencia redirige las lealtades para evitar la fragmentación social. El mercado media entre los seres humanos imponiendo estados de gratificación constante e inmediata en lugar de fijar restricciones. Pero cuando ese control falla, o empieza a mermarse, la violencia reestablece las fronteras preexistentes con el fin de apoyar el orden económico fijado por el grupo dominante (Skoll, 2007).

Los Estados Unidos, históricamente, han desarrollado un miedo manifiesto al avance comunista (red-scare), no solo por los valores anti-capitalistas que ostenta, sino por los efectos sobre la burguesía y su control sobre la masa obrera. Las peligrosas lecciones de Marx son domesticadas siguiendo dos lógicas bien distintas, a) creando un sentimiento extendido de temor y b) reorganizando la disciplina de los trabajadores según las disposiciones legales vigentes (Skoll & Korstanje, 2013). No es extraño observar, como el estado encarcelaba a los primeros representantes sindicales, o los deportaba según su condición de natural ciudadano o inmigrante. ¿Hasta que punto una huelga puede ser equiparable a un atentado terrorista?.

Si la huelga es considerada un mecanismo legal para reconducir ciertas demandas por canales específicos, el terrorismo parece adquirir una dinámica inversa. Las leyes que penalizan el terrorismo son las más severas, las condiciones de encarcelamiento son las más estrictas. Una mirada más de cerca, revela que existen similitudes tanto en una huelga como en un atentado, que algunos especialistas no han tomado en cuenta. Siguiendo la metáfora Foucaultiana sobre el virus (Foucault, 2001), podemos comprender a la “reivindicación sindical” como un aspecto mitigado, de un mal mayor que representa el ataque terrorista. Los sindicalistas al igual que los terroristas, utilizan en su favor a los portadores del capital (en este caso consumidores) y los toman como rehenes. La relación, en las sociedades capitalistas, entre la masa laboral y los propietarios de las empresas ha sido siempre conflictiva. En su lucha contra los trabajadores, los empresarios disponen de la huelga como un arma de disuasión eficiente; no obstante, el factor sorpresa de la misma hace que las demandas de los más “débiles” sean escuchadas con mayor atención, o reprimidas. Cuando un grupo de pasajeros o turistas llega a un aeropuerto y se encuentra con una huelga no programada, o sorpresiva, no son se transforman en presas inmóviles del los trabajadores, sino que redirigen su hostilidad hacia los empresarios. La necesidad del turista es, en el mejor de los términos, explotada por una falsa urgencia que facilita la lucha en desigualdad de condiciones. El horizonte de tiempo en el cual ambos agentes negocian, trabajadores y estado, es un factor importante a tener en cuenta en el análisis de la situación. El sentido de la inminencia respecto de una fecha que es importante, para los prestadores de servicios turísticos, revela el grado de vulnerabilidad del estado respecto al grupo que lo presiona. Para evitar que el estado sea presa de pedidos arbitrarios, éste se reserva la posibilidad de llamar a conciliación entre los sindicatos y el grupo privado. Como hemos mencionado, en ocasiones la autoridad del estado de desafiada cuando los sindicatos se rehúsan a aceptar la conciliación obligatoria sancionada por el Ministerio de trabajo de la nación. En un mundo, donde la gratificación hedonista y el consumo pecuniario prevalecen sobre otros valores políticos, las sociedades solo ponderan aquellas causas que derivan de una pérdida económica. La lógica productiva de la sociedad se invierte pues quienes ocupaban la mayor posición en la pirámide del consumo, ahora ocupan la parte más vulnerable. Sin miedo al error podemos decir, que el terrorismo invierte las jerarquías sociales distribuyendo nuevas lógicas de poder. El estado, bajo ciertas circunstancias domésticas, conduce sus negociaciones y establece pautas de conciliación entre la masa laboral y los empresarios, pero puede también el problema salirse de las manos. Sobre todo cuando los trabajadores perciben que hay una complicidad o pasividad del estado frente a sus reclamos. El capitalismo crea las condiciones de producción, apelando a la construcción política del miedo solo cuando sus medidas son rechazadas por la población. El miedo permite no solo reciclar espacios, como los que las grandes constructoras disponen luego de un desastre natural, sino que adoctrina voluntades a nivel interno (Klein, 2007)

El poder de daño que adquiere un sindicato cuando miles de turistas quedan varados, algunos de ellos sin recursos, en el extranjero,  sienta las bases para una nueva forma de lucha que mina la propia autoridad del estado nacional. Claro que, los turistas pueden ser reconducidos a sus respectivos hoteles o en micros (buses). Discursivamente, la empresa toma un atajo: acusa a los trabajadores de la situación que ella también ayudó a crear. Queda en aclarar que cuando el conflicto se hace legal los niveles de violencia física quedan regulados por el estado a fin de no causar mayores problemas. Los empresarios y los gobernantes conforman un mismo grupo social cuyos intereses quedan protegidos por medio de la justicia y las disposiciones legales. El siguiente cuadro comparativo nos ayudará a comprender las similitudes y diferencias entre los reclamos sindicales y los terroristas.

Cuadro N 1 – Similitudes entre el Terrorismo y el Sindicalismo


Concepto

Grupos Terroristas

Corporaciones

Especulación

Tomar ventaja de la desorientación del Estado

Toma Fortaleza de la pasividad del Estado

Violencia

Explicita

Implicita

Vulnerabilidad

Tourista como blanco

Consumidor como blanco

Publicidad de los Media

Alta cobertura perdiodistica

Huelga necesita una cobertura periodística media

Efecto Sorpresa

Crear el mayor daño psicológico que se pueda.

Crear la mayor desorientación psicológica que se pueda

Los sindicatos, como organizaciones anclados en el sistema legal, se encuentran circunscriptos a la ley, mientras los grupos terroristas actúan en el anonimato o desde la proscripción política. Éstos últimos, son considerados verdaderos entes demoníacos, pero más interesante es discutir hasta que punto la ley sólo es aplicada para ciertos grupos marginales, mientras se ignoran los delitos de las grandes corporaciones (Sorkin, 2013). Como los terroristas, las grandes corporaciones especulan y cuando sus intereses se encuentran vulnerados llaman al estado para que corrija el problema, cuando decimos corregir hablamos del uso coactivo de la fuerza. Un grupo organizado de controladores aéreos, ante la pasividad de la empresa a sus demandas puede optar por poner en peligro a todo el sistema turístico, organizando una huelga sorpresa en plena temporada alta. Como los terroristas, sus objetivos sopesan la sensibilidad o la empatía que puedan sentir por sus víctimas, en este caso por los miles de viajeros que no podrán disfrutar de sus vacaciones. Las fronteras entre el mundo de los negocios, junto a las asimetrías que generan, y la intimidación fijada para imponer ciertas ideas, operan bajo la lógica de una memoria que impone un sentido (McMartin, 2011). Cuando llamamos a ciertos grupos terroristas y los empujamos a los márgenes de la ley, estamos haciendo terrorismo. Cuando articulamos las mayorías disponibles en los poderes legislativos o las conexiones judiciales para influir en las sentencias, estamos creando las condiciones para el terrorismo. Los sistemas judiciales, adhiere R. Dworkin y Cass Sunstein,  basan su fortaleza en el poder de la interpretación constitucional. Los jueces y grupo de peritos judiciales, crean un sentido permanente sobre temas actuales según la forma en que se lee la carta magna. Pero ese texto fundador, escrito mucho antes de la aparición del problema en sí, debe ser re-apropiado según el sentido del juez. Cuando fallan sobre determinado punto moral, lo que subyace, es la opinión de un grupo aristocrático que comprende a varios subgrupos (Dworkin, 1986; Sunstein, 1993). Por su parte, Guy Debord (1967) ha advertido que debemos prestar atención al turismo como industria de servicios que se encuentra asociada al espectáculo, el cual hace que ciertos eventos sean vendibles como comodities. Obviamente, las tácticas a disponer por los diferentes grupos sindicales difieren de cultura en cultura y nación en nación. Lo importante en este debate, en lo cual el presente trabajo intenta ser un aporte, es el efecto que tiene la huelga sobre el sistema económico y social. La forma en que la imposición de un discurso hegemónico, baja desde el gobierno para imponer sentidos específicos cuyos límites morales sean lo bueno y lo malo. La mayoría de los terroristas islámicos que hoy desvelan a Occidente fueron educados en las mejores universidades.  Lo que ellos han aprendido, nosotros se lo hemos enseñado, pues es lo que hacemos a diario en nuestras propias sociedades. El terrorismo representa a la lógica instrumental y racional del capitalismo, fuera de los límites simbólicos del estado. Cuando al terrorismo se lo puede inocular o domesticar, privarlo de sus efectos más nocivos, se lo llama organización sindical.

Conclusión
Tanto G. W Bush como Tony Blair han tenido problemas de enormes proporciones para negociar ciertas demandas con los sindicatos de sus respectivos países. Lo que se discute en los medios de comunicación, no es hasta que punto los sistemas capitalistas están amenazados por el terrorismo, sino la forma en que el temor se extiende como mecanismo de adoctrinamiento que duerme las consciencias de miles de trabajadores, los cuales son sometidos a condiciones de trabajo deterioradas, o mal pagas. Si como consumidores, los trabajadores también son funcionales a la circulación del capital, es por demás importante no perder el foco de la relación existente entre capital, dinero, comodity para la creación de un nuevo capital (la cosificación o capital social que no es otra cosa que el hombre hecho capital). Los posibles estados de ruptura deben (huelgas) son regulados por el estado por medio de la ley y la fuerza. El avance imperial a naciones que pueden proveer materias primas para sustentar el orden capitalista, puede ser problemático porque llama a la resistencia. Los turistas en Medio oriente, sin ir más lejos, son tomados como rehenes o blancos vivientes por quienes no solo no tienen ninguna empatía por ellos, sino que los consideran portadores de los valores de aquellos estados a los cuales, también, acusan de invasores. Las lealtades y complicidades de las aristocracias árabes que posibilitaron el arribo Estadounidense, Francés y Británico quedan fuera de toda discusión; uno especula, de la misma forma, que un turista arremete contra un trabajador que fue forzado a una huelga sorpresa, porque su empresa lo explota. Estas asimetrías, las cuales son simbólicamente manipuladas, se corresponden con la lógica misma del sistema capitalista (Churchill 2003).

El turismo puede ser, en tanto industria cultural, cómplice de la maquinaria de consumo del orden capitalista,  pero las cosas no son tan simples. El explotado también acepta refugiarse en el estado de seguridad que le da la estructura, aun cuando más no sea de forma temporal. El terrorismo es ante todo, una relación dialéctica, movida por el odio, que vincula a un estado incapaz de garantizar el orden y un grupo de insurgentes. La ley, es parte de los instrumentos que facilitan el control social. Cuando las demandas de los insurgentes no pueden, o no son canalizadas por vías legales, el agente (eso sugiere la persona socializada dentro del mismo sistema) adquiere el estatus de terrorista. 

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Recibido: 29/3/2013
Aeptado: 6/5/2013
Publicado: Junio 2013



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