Maximiliano E. Korstanje (CV)
Introducción
A lo largo de los años, las disciplinas parecen adaptar sus hipótesis, tesis y paradigmas al contexto histórico, y político sobre el cual se desenvuelven. Sin embargo, existen elementos que no sólo se transmiten generacionalmente sino que perpetúan y legitiman una disciplina, ciencia o estructura determinada. En relación al turismo, uno de los primeros y más agudos comentarios sobre el tema, pertenecen al célebre investigador y catedrático estadounidense Jafar Jafari, quien ha tratado en la evolución del turismo como disciplina en cuatro etapas a las que llama “plataformas”: apologética, precautoria, adaptativa y cientifico-céntrica.
La plataforma apologética, puede entenderse como un esfuerzo de ciertos individuos interesados exclusivamente en los efectos económicos del turismo y la balanza de pagos. Una gran parte de estos trabajos, tendía a resaltar los beneficios económicos que genera el turismo (como la multiplicación de la renta o la generación de empleos directos e indirectos). En segunda instancia la plataforma precautoria, cuestionaba los postulados iniciales de la anterior. Como bien explica Jafari “algunos miembros de la comunidad científica, especialmente algunas instituciones públicas y privadas preocupados con la protección de las culturas y la naturaleza, contribuyeron a la difusión de esta plataforma precautoria o premonitoria. Su mensaje no se ha limitado a la falta de beneficios económicos sino que se ha ampliado”. (Jafari, 2005:42)
Por el contrario, la adaptativa ha intentado situarse por medio de un desarrollo que abandona los postulados del turismo masivo y se perfila como una forma alternativa (segmentada) de sustentabilidad y desarrollo turístico. Por último, la plataforma cientifico-céntrica, apunta a la sistematización de un cuerpo teórico sobre el estudio del turismo. Desde su perspectiva, la teoría de los sistemas y de la auto-regulación se muestra como la metodología más objetiva e integradora. (Jafari, 2005:43)
Si bien, a nuestro entender, el profesor Jafari distingue y describe a la perfección las diferentes posturas y abordajes que han tomado los académicos e instituciones con respecto al estudio del turismo, en su desarrollo no explica cuales han sido los factores endo y exo ambientales que contribuyeron en la conformación de plataforma precautoria. En este sentido, nuestro aporte (por un lado) pretende cubrir ese espacio (semi-explorado) mientras por el otro, dialoga con dos conceptos que hasta ahora no han podido integrarse: capitalismo y preservación. Más específicamente, este artículo trata (entonces) de resaltar y explicar como las ideas que dieron origen a la antropología del siglo XIX con respecto a la supuesta “extinción cultural” perdura en aquellos trabajos destinados a estudiar el turismo cultural. Intentaremos, pues, probar que ciertos prejuicios positivistas (de la época) de construir la “otreidad” en base a criterios políticos específicos de su tiempo, se encuentran todavía presentes en parte de la literatura que puede leerse sobre etno-turismo o turismo cultural.
La Antropología europea del Siglo XIX y sus prejuicios
Si bien existen antecedentes previos, los comienzos de la antropología pueden remontarse al siglo XIX; para ser más exacto al proceso de colonización europea (expansión). Dentro de este contexto histórico, el encuentro con el “otro” generó, por parte del antropólogo, cierto interés en el estudio de las sociedades coloniales. En parte, por cuestiones de índole científica y en parte por la necesidad de estudiar, y mejorar las organizaciones administrativas coloniales (políticas).
Las diferencias en organización político institucional entre las así llamadas sociedades “primitivas” y las “civilizadas” fue uno de los principales obstáculos metodológicos que encontró la antropología. Esto no significa, que necesariamente el antropólogo haya sido objeto o instrumento de la colonización europea. El trabajo de campo en sociedades “primitivas” (a través del aporte de Malinowski) permitió incorporar toda una serie de elementos teóricos y conocimientos novedosos que demuestran como “las relaciones informales” son tan o más importantes que “las formales”. Estos conceptos van a ser utilizados para comprender la formación de las sociedades modernas. De esta forma e inserta en este contexto socio-histórico, la disciplina comienza a delinear su base teórico-metodológica.
En el pensamiento de la época dos ideas (prejuicios) fueron de capital importancia para el desarrollo de la disciplina: a) el miedo a la desaparición de ciertas culturas que por el avance del modernismo corrían peligro de desaparecer, y b) la tendencia a explicar las sociedades europeas, concebidas como complejas y conflictivas mediante una comparación a las sociedades primitivas, cuya composición se deriva simple y armónica. Estas dos nociones, pueden observarse en los escritos clásicos de Tylor, Boas, Durkheim, Mauss, Racdliffe-Brown, Malinowski y Evans-Pritchard entre muchos otros. (Racdliffe-Brown, 1975) (Pritchard, 1977) (Mauss, 1979) (Boas, 1982) (Malinowski, 1986) (Tylor, 1995) (Durkheim, 2003).
Sin embargo, las culturas lejanas no parecían tan armónicas como se creía ni mucho menos de una composición tan simple. Tras el período de descolonización de mediados del siglo XX, los estudiosos comienzan a observar ciertas dinámicas que hasta ahora parecían irreconocibles, surge el conflicto social y la antropología política como una nueva forma de estudio. Esta crisis, indudablemente, se debe a la forma en que fue construida la disciplina en sus orígenes. Si partimos de la base que la antropología se ocupó del estudio de los pueblos “primitivos”, y con el transcurso de los años éstos se “civilizaban”, ¿cuál sería entonces la misión y el objeto de estudio de la misma?. ¿Esto supondría que la disciplina estaba condenada a desaparecer también?. (Aunque esto obviamente no ha sucedido).
Según los antropólogos anteriores al proceso de descolonización (sobre todo la escuela Social Británica) sostenían que si bien el conflicto existía en estas sociedades, imperaba un clima paz e intercambio. Además, una vez derrumbado el orden colonial se comienza a ver que estas sociedades no eran tan pacíficas como se creía. El mismo Malinowski admite su fracaso en no haber insistido en la influencia colonial sobre las relaciones de los tobriandeses. Resumiendo, el proceso de descolonización, como todo proceso político, produjo en el pensamiento antropológico una especie de “auto-conciencia”. Ya su preocupación no era el etnocentrismo ni la desaparición de “las culturas exóticas”, sino los procesos políticos y en el cambio social como estructuras que condicionan y a la vez son condicionadas por las relaciones sociales. En efecto, surge lo que podríamos llamar “una antropología política y del conflicto”, noción hasta entonces parecía semi-desconocida. (Jameson, 1989) (Said, 1996) (Gledhill, 2000). ¿Pero que relación tienen estos hechos con la forma de hacer antropología en la actualidad?, y sobre todo ¿con la manera en que los antropólogos abordan el turismo como objeto de estudio?
En las próximas secciones, nos ocuparemos de analizar el contenido de cuatro artículos escritos todos ellos entre 2003 y 2006 en relación al turismo cultural o el también llamado “etno-turismo”. En todos ellos, una idea se repite constantemente como una variable constante: El turismo cultural es una herramienta que se pre-supone imprescindible y por lo tanto útil a la preservación de ciertas culturas las cuales parecen estar en vías de extinción.
La pasión por lo exótico y la preocupación de lo diferente
Christian Vitry en su trabajo Fiesta nacional de la Pachamama, describe y analiza las costumbres, rituales y creencias religiosas de un grupo de pobladores de San Antonio de los Cobres. En su trabajo el autor sostiene que existe una unidad indisoluble con respecto a al cosmovisión de la Madre Tierra. “Ambos aspectos forman una unidad indisoluble, de manera tal que todas las actividades que sustentan la vida material de los campesinos están relacionadas con actividades sagradas…en este contexto surge una deidad telúrica: la Pachamama, la Madre Tierra, que en esencia es productiva y vela por sus hijos. Ellos no le rezan y ofrendan comida para apaciguar su espíritu, sino que la alimentan para darle poder y vitalidad … pero también se trata de una deidad que manifiesta la dicotomía entre dar y quitar, pues así como propicia y cuida, también castiga y reclama sacrificios” (Vitry, 2003:231)
Este interesante artículo relaciona al turismo y la cultura mediante la figura del “turismo cultural”, a cuyo cuidado se le encomienda la protección de ciertas culturas autóctonas en vías de extinción. Posibles y presentes crisis de sentido configurados por la lógica capitalista estarían atentando contra los valores auténticos de ciertos pueblos. En uno de sus párrafos finales, el autor advierte “el turismo cultural es una actividad que en los últimos años se vio potenciada, tal vez como consecuencia de la crisis de valores y la fuerte tendencia a la homogeneización de las culturas que impone explícita o implícitamente el capitalismo.” (Vitry, 2003:242)
La idea de que el turismo cultural, cuya definición se vislumbra como vaga y superficial, tiene el póstumo objetivo de salvaguardar la desaparición de la autenticidad cultural, ora por los procesos de migraciones masivos a las grandes urbes, ora por el avance de las estructuras capitalistas, o por la orquestación de ciertos mecanismos técnicos que coadyuvan a la aculturación como los medios masivos de comunicación.
La gastronomía y la identidad
El segundo artículo a tratar, se titula La gastronomía típica de la isla de Santa Catarina, Brasil, escrito por Roselys Correia Dos Santos y Bianca Oliveira Antonini, ambas excelentes docentes de la Universidad del Valle de Itajaí. El objetivo del trabajo pretende demostrar un prolongado proceso de aculturación sobre la gastronomía azoriana, identificando cuales fueron las etnias principales que construyeron esa identidad. Así, el autor sostiene “si bien no se desmerece la terminología gastronomía azoriana para referirse a la cocina de la isla Santa Catarina, Brasil, este artículo intenta demostrar que antes de la colonización ya existía una gastronomía autóctona basada en los productos de la isla”. (Dos Santos y Antonini, 2004:89)
Para los autores, la gastronomía es utilizada como mecanismo elemento diferenciador para desarrollar el turismo cultural en la región. Una especie de elemento de marketing orientado a resaltar ciertos aspectos culturales de la comunidad mezclando historia, identidad y gastronomía. La metodología utilizada (en el abordaje) se vincula a una perspectiva etno-histórica acorde a los objetivos planteados en la introducción. La historia oral se constituye así (y las entrevistas semi-estructuradas, para ser más exactos catorce) como la principal herramienta para el relevo de la información requerida. Consecuentemente, la muestra se compone por individuos de más de 40 años de edad consultados entre marzo y diciembre de 2002.
En sus consideraciones finales, los autores sostienen que “innegablemente, la isla de Santa Catarina presenta un fuerte legado cultural de base acoriana, visible en la conformación histórica. Pero el legado cultural de la cocina no puede ser considerado en base acoriana, pues en la isla ya existía la cocina indígena. Las herencias son mezclas culturales que los habitantes adaptaron a sus hábitos alimenticios durante el proceso de colonización … la valoración de la gastronomía típica de un lugar como producto turístico debe ser destacada por los guías como una herencia cultural resultante del desarrollo histórico, social y de la creatividad del cocinero para crear nuevos sabores”. (ibid: 107)
Se presenta al proceso de “colonización” como una forma de conquista militar y cultural, que si bien de hecho lo fue, parece aún tener vigencia en Brasil. Nuevamente, puede observarse (en este trabajo) el miedo a la desaparición de lo “autóctono” y la necesidad instrumental de buscar ciertos elementos que preserven y protejan las costumbres sociales (herencia). Análogos resultados y conclusiones, parecen ser a los que arriba Luiza Silva Santos en el Quibe en la mesa bahiana, trabajo en el cual el autor se predispone a analizar la influencia árabe, proveniente de aquellos descendientes de inmigrantes y su relación a la gastronomía local del lugar. En este sentido, el autor no duda en afirmar “la influencia árabe en la región se afirmó con la participación de los descendientes de inmigrantes en la cultura regional y en la actualidad se transformó en un atractivo del turismo cultural. Las características híbridas que enriquecen la región mediante la mezcla de costumbres variadas y opuestas, generan la curiosidad tanto de los residentes como de los turistas.” (Santos, 2003:267)
Su desarrollo, es coherente con el objetivo planteado y el autor busca una y otra vez, explicar el vínculo de lo nacional con lo cultural. Santos asume, acertadamente, que las culturas tienden a mezclarse (transculturisarse) por medio de procesos que desembocan en un estado híbrido. Generalmente, en el turismo entran en juego tensiones entre lo local y lo importado, que no son otra cosa más que visiones. Así, “el turismo –más precisamente el turismo cultural- puede resultar un elemento importante en la vida social de la región”. (ibid: 269)
Empero ¿porque?. Santos continúa y afirma “estimula, demanda, moviliza y ejecuta las aspiraciones de las personas que desean conocer nuevos lugares, descansar en lugares diferentes y asimilar nuevas pautas culturales conociendo la historia y los fenómenos de entrecruzamiento culturales producidos en espacios definidos” (ibid: 269). En este sentido, los inmigrantes (árabes) y sus costumbres (reflejadas en sus platos y comidas más características) se vinculan discursivamente con una región, una historia y un pueblo diferentes. Estas tradiciones (por algún motivo) muestran una tendencia a la desaparición (ya sea por imposición o por aculturación voluntaria), el turismo cultural se presenta –entonces- como una forma de revitalización y protección de la cultura (como en los otros dos artículos analizados).
Si alguna duda, sobre ello queda, véase las últimas líneas del trabajo donde, el autor señala “Midlej, Abitar, Abijaude, Hage, Daneu, son algunos ejemplos de familias regionales que ponen en práctica el arte de la cocina árabe, como actividad económica o con el fin de conservar las tradiciones. Cuando se tienen en cuenta las características tradicionales y económicas de la gastronomía de un lugar hay que destacar al turismo cultural como un elemento importante para impulsar la economía e incentivar la sustentabilidad” (ibid: 272). El punto a saber, en este caso, es ¿que se entiende por turismo cultural?. Si todo pueblo, como pensó Tylor (1995) posee su cultura, ¿puede pensarse un turismo no cultural?.
Al hablar por un lado de turismo y por el otro de cultura, inexorablemente, se están utilizando dos elementos analíticos al mismo nivel de operalización cuando en realidad, el turismo está ubicado dentro de la cultura; en consecuencia toda forma de turismo en primera instancia es un fenómeno cultural. Excepto que hablemos de un turismo instrumentalmente cultural, lo cual no es otra cosa que la afirmación de nuestra hipótesis; a saber que ciertas ideas y nociones fundadoras en la antropología como disciplina no sólo persisten en la forma de hacer antropología moderna, sino que además modifican y condicionan los resultados (conclusiones) a las que se arriban. Misma observación se aplica para aquellos que prescinden de este término y prefieren hablar de etno-turismo.
El Turismo cultural y la globalización
El último de los trabajos nos lleva al titulado “Algunas reflexiones sobre el turismo cultural”, escrito y publicado por Claudia Toselli en 2006. Según el autor, el artículo intenta un análisis sobre el turismo cultural y el vínculo que éste parece tener con la globalización; para luego en una segunda etapa, abordar a esta actividad (nuevamente el turismo cultural) como forma de desarrollo local. Lo expuesto hasta el momento, no parece diferir demasiado del resto de los autores expuestos hasta el momento. No obstante, Toselli redobla la apuesta y se dirige hacia las organizaciones internacionales como agentes participantes en el desarrollo cultural de una región. Ya en la introducción del artículo (propiamente dicho), el autor comienza con una afirmación categórica que luego intenta justificar por medio de la introducción de bibliografía en el tema. “La globalización ha traído consigo una internalización o mundialización en las modas, la cultura de masas y el consumo de algunos de sus patrones” (Toselli, 2006:176). Consecuentemente, establece una definición coherente con la forma en que se predispone a estudiar a la globalización. En este punto el turismo se ubica como una actividad o fenómeno que consolida el proceso de homogeneización. Una preocupación, que si recordamos también se encontraba en Vitry (a quien ya hemos tratado); y como no podía ser de otra manera las consecuencias que éste trae consigo parecen no ser muy positivas.
Toselli, toma como referencia la Declaración de Barcelona de la Conferencia Euromediterranea de 1995 y del Foro Cívico Euromed en donde una de las conclusiones parecían a apuntar al desarrollo del patrimonio cultural como forma de identidad de los pueblos frente a un proceso de enajenación u homogeneización como es la “globalización” (Toselli, 2006). En este sentido, el autor advierte “se puede confirmar entonces, que frente a la tendencia del fenómeno de la globalización se genera, por el lado de las culturas receptoras, la necesidad de redescubrir y fortalecer la identidad cultural, como así también, resignificar el patrimonio como factor de unidad. Y por el lado de los grupos visitantes se evidencia la sensibilidad por el cuidado del medio ambiente y el interés por la diversidad cultural. De esta manera, el turismo cultural puede cumplir un papel estimulador para revalorizar, afirmar y recuperar los elementos culturales que caracterizan e identifican a cada comunidad ante un mundo globalizado”. (ibid: 176)
Pero, ¿por qué un pueblo perdería su identidad frente a un mundo globalizado?. Si bien, Toselli no parece responder a esta pregunta, su segunda sección, se titula directamente El turismo cultural como instrumento de desarrollo local y regional. Esta prácticamente se resume a la siguiente hipótesis: “el turismo cultural puede ser un positivo instrumento de desarrollo local y regional”, por medio de la redistribución de la riqueza, la actualización de las estructuras educativas y la creación de empleo directo para los miembros del grupo receptor(ibid: 177). También cabe resaltar que la identidad no es un concepto unívoco y unidimensional sino que por el contrario, existen y coexisten en un sujeto gran cantidad de identidades y apegos manifiestos a diferentes grupos; y esa pertenencia se transforma constantemente a lo largo de toda la vida biológica del “ego”. (Winnicott, 1996)
En este contexto de complejidad, las organizaciones internacionales adquieren un rol muy importante: cuidar y proteger el patrimonio limitando los efectos negativos del turismo. En última instancia, Toselli sostiene “como reflexión final, se puede afirmar que los organismos y agencias de cooperación internacional se enfrentan a los problemas que plantean dos paradigmas no coincidentes: la globalización y la sustentabilidad. Esta es la gran disyuntiva para los países en desarrollo, ya que las necesidades son mayores que las posibilidades de lograr un crecimiento equilibrado. En este contexto, los organismos internacionales del patrimonio, la cultura y el turismo, se enfrentan a un gran desafío, y su rol para el acuerdo y cooperación entre países tendrá vital importancia en las decisiones futuras del planeta” (ibid: 181)
Estructuralmente y discursivamente, este párrafo puede estudiarse por unidades (aún cuando su sentido es más que claro). La globalización como proceso económico social parece enfrentando (de alguna manera) a la sustentabilidad; éste último como un instrumento de integración cultural. Esto da lugar la primera tensión en la tesis de Toselli, si la globalización tiende a unir ¿porque sugerir un mecanismo que impida la disgregación?. Esta pregunta, no va a poder ser respondida de ninguna forma, a menos que se comprenda a la sustentabilidad y a la globalización como dos aspectos inherentes a la lógica burocrática (legal y racional), diferentes en su aspecto pero unidos en su esencia y función.
Este punto, fue ya mencionado por primera vez por Max Weber, el cual fue desarrollado y/o adaptado por nosotros en otros ensayos, para el estudio de la evolución del término Patrimonio desde la antigüedad hasta nuestros días. (Weber, 1985) (Korstanje, 2007). El segundo especto a tener en mente, es precisamente, que la solidaridad no necesariamente implica sustentabilidad. Esta idea, parece más vinculada, a un miedo durkheimiano por la pérdida de los lazos sociales frente al avance del industrialismo, que a una realidad demostrable. Más todavía, conflicto y solidaridad cumplen análoga función dentro de la estructura social: regulación de la disgregación (drama) (Coser, 1961) (Turner, 1999). Como sea el caso, la pregunta que queda latente para las conclusiones tiene que ver con la influencia de ciertos “paradigmas” en los inicios de una disciplina, que de alguna u otra manera, se perpetúan a través del tiempo.
Reflexiones Finales
Ante que todo, aclaramos, que la crítica efectuada en este artículo o ensayo no implica o cuestiona de ninguna manera la honorabilidad o la trayectoria cientifico-académica de ninguno de los autores (asunto a veces mal-interpretado por las críticas poco sustentadas o por quienes critican a cualquier costo). Por el contrario, nuestro abordaje intenta re-evaluar por medio de la historiografía los postulados principales de los cuales se nutren aquellos que tocan o analizan al turismo cultural. Ya en sí, su término o definición encierra una evidente tautología; y mas aún sus presupuestos parecen no poder desprenderse de las ideas positivistas que dieron nacimiento a la antropología como disciplina.
Obviamente, la elección de los artículos no refleja de ninguna forma la cantidad de autores que tratan de esta manera el tema, sino solamente la relación cualitativa que existe entre dos variables inter e intra-temporales (en un sentido puramente diacrónico). Una parte de la forma en que se trata el problema implica que existe una fuerza (negativa) que tiende a la homogeneización de las identidades y por ende de las culturas de varios de los pueblos del planeta. Esta modernización o capitalización cultural, por otro lado, puede ser neutralizada (o por lo menos) disminuidos sus efectos nefastos, si se utiliza al turismo cultural como un instrumento de desarrollo, sustentabilidad o crecimiento sustentable.
Esta hipótesis ha estado presente (una y otra vez) en todos los artículos analizados y seguramente seguirá latente por un tiempo más. Desde nuestra humilde perspectiva, podemos afirmar que hemos presentado elementos teóricos sustentables que prueban la presencia de las doctrinas positivistas y evolucionistas de la antropología del sigo XIX, en un sector de los académicos que se dedican a investigar temas relacionados al turismo cultural o a la antropología del turismo.
En parte, esto despierta una idea (hipótesis) mucho más ambiciosa todavía: el miedo a lo diferente despierta tanto rechazo y repulsión (del cual la historia ya es testigo) como también idealización y anhelo de protección. Simplemente, habrá que entender que diferente o diversidad son sólo palabras cuyo sentido (positivo o negativo) atraviesa las entrañas de la época y el orden político-social.
Referencias Bibliográficas.
Recibido: 19/4/2013
Aeptado: 6/5/2013
Publicado: Junio 2013
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