Francisco Muñoz de Escalona
Desde hace algunos años se ha puesto de moda el uso de la palabra producto. Antes se hablaba de bienes o de mercancÃas pero ahora se prefiere producto. Tanto que incluso se habla del producto España, por ejemplo. Lo más curioso es que el producto o la producción, son dos sustantivos que derivan del verbo producir, uno de los verbos que más amplio significado tiene después de hacer, como reconoce MarÃa Moliner en su Diccionario de Uso del Español. Producir, dice la eximia lingüista procede del latÃn producere, que significa hacer salir, siendo un derivado de ducere, cuyo significado es conducir. El significado más lógico de producir, agrega Moliner, es hacer existir y en el uso sustituye a hacer, fabricar o realizar, otras veces a dar, crear o criar y otras a causar, pero a ninguno de esos verbos los sustituye en todos los casos en los puede ser empleado [producir].
Moliner sostiene que como no es posible definir el significado especÃfico de producir en el uso, de modo que sea posible cuando es aplicable y cuando no, no hay más remedio que, en cada caso, recurrir a ver en el diccionario correspondiente la palabra respecto de la cual hay duda sobre el verbo o verbos con los que se construye.
Resulta, pues, sintomático que los turisperitos se hayan aficionado tan extraordinariamente al empleo del derivado de un verbo que indica una acción tan mal definida. Les encanta referirse al producto turÃstico a pesar de que el añadido del adjetivo añade aun más ambigüedad al sustantivo. Pregúntenle a cualquier turisperito, a alguno de esos que va dando lecciones a diestro y siniestro sobre el turismo y su complejidad, ya verán como no dudan en darle no una sino numerosas respuestas. Inconscientemente ellos acostumbran a distinguir el producto turÃstico de los productos turÃsticos. Por producto turÃstico entienden la economÃa del turismo mientras que usan los productos turÃsticos para referirse a los hoteles, a sus servicios de alojamiento, los restaurantes, a sus servicios de restauración, a los atractivos “turÃsticos” de cualquier clase y asà una larga lista en la que pueden incluir el clima, las playas, los rÃos, las montañas, el sentido de la hospitalidad de la gente y no pare usted de contar porque la lista carece de tope.
El filósofo catalán José Ferrater Mora, autor entre otros de un libro titulado Hecho en Corona (Alianza, Madrid, 1986) escribe en clave irónica y algo socarrona la siguiente frase:
“Hecho en Â… (nombre de un paÃs)” y agrega que se trata de una “Locución usada en la República Democrática de Corona para indicar el origen de un producto. Asà Hecho en Dinamarca, Hecho en Venezuela, Hecho en Corona. Esta locución fue propuesta en 1916 por la C.C.C. (Cámara de Comercio de Corona) y fue pronto incorporada al vocabulario comercial de la isla a despecho de haber sido denunciada como un anglicismo (o un americanismo, v. gr. Made in USA) Hecho enÂ… ha venido a sustituir todas las expresiones empleadas con igual propósito: Fabricado enÂ…; Producido enÂ…; Producto deÂ… El acierto de la propuesta de la C.C. C. se ha revelado en el hecho de que a partir de mediados del siglo XX ha aumentado el número de productos originados en paÃses industrialmente avanzados que no son estrictamente hablando resultados de fabricación o manufacturas. Tal sucede con los sistemas de información y comunicación, los programas de ordenadores, etc.
La fina chanza de Ferrater es realmente oportuna y viene a coincidir con la referencia hecha antes a la jerga de los jurisperitos. Tengo la certeza de que el uso y abuso de producto, turÃstico o no, es una consecuencia de la proliferación del marketing provocada por la progresiva saturación de los mercados lo que ha llevado a los productores a recurrir a los expertos en mercadotecnia para que les digan qué tienen que hacer para vender más a costa de que vendan menos los competidores. Para los del marketing el producto es lo que ellos tienen que ayudar a vender, ya sea una nevera o el programa polÃtico de un partido, un libro o un paisaje, un carro o la estancia en un hotel. Por eso se habla de productos intangibles a los que siempre se llamó servicios hasta hace poco. Incluso ha habido quien ha tenido la tétrica ocurrencia de proponer llamar servuctos a los servicios (que son intangibles) para distinguirlos de los productos (que son tangibles). Gracias a los dioses los hablantes se han resistido a usar una palabra más que poco afortunada con encefalograma plano. De Francia vino la propuesta y aun hay en Francia algún espécimen que la usa.
Termino estas reflexiones con una larga cita de la obra de Alfred Marshall Principles of Economics. Se encuentra en el capÃtulo III de la obra citada, dedicado al estudio de la producción y el consumo:
El hombre no puede crear cosas materiales. En el mundo intelectual y moral puede producir, ciertamente, nuevas ideas, pero cuando se dice que produce cosas materiales en realidad solo produce cosas útiles , o, en otros términos, sus esfuerzos y sacrificios dan por resultado cambios en la forma o combinación de materiales para adaptarla mejor a la satisfacción de sus necesidades. Todo lo que puede hacerse en el mundo fÃsico es reajustar la materia para hacerla más útil, como cuando se ce convierte un trozo de madera en una mesa, o ponerla en condiciones de que la naturaleza la haga más útil, como cuando se colocan semillas en donde la fuerza de la naturaleza las haga brotar a la vida.
Se dice a veces que los comerciantes no producen, que mientras el ebanista produce muebles, el mueblista sólo vende lo que ya ha sido producido. Sin embargo, no existe fundamento cientÃfico alguno para esta definición. Ambos producen y ninguno de ellos puede hacer más: el mueblista mueve y da nuevo destino a la materia para hacerla más apta para prestar más servicios que antes, y el carpintero no hace más . El marino o el maquinista de ferrocarril que transporta carbón a su destino lo produce del mismo modo que el minero que lo arranca del fondo de la tierra ; el tratante en pescado ayuda a trasladar éste desde un lugar en el cual es relativamente poco útil a otro en el que tendrá una gran utilidad, y el pescador no hace mal . Es cierto que a menudo existen más comerciantes de los necesarios de los necesarios y que, cuando esto ocurre, se origina una pérdida; pero también ocurre esto si dos hombres manejan un arado que podÃa ser conducido por uno solo . Algunos autores han reanudado los ataques que se dirigieron al comercio en el Medioevo fundándose en que no es productivo, pero no han dado en el objetivo; deberÃan haber atacado la imperfecta organización del comercio, especialmente la del comercio al por menor . La producción en sentido limitado, modifica la forma y naturaleza de los productos. El comercio y los transportes cambian sus relaciones externas .
Marshall pasa a continuación a ocuparse del concepto de consumo, actividad que conceptualiza como la opuesta a la actividad de producción hasta el punto que, de una forma muy gráfica pero poco precisa considera como una producción negativa. Hoy dirÃamos que Marshall ha usado un oximoron, el empleo del cual no es recomendable en una obra cientÃfica. Se trata del mismo oxÃmoron que el que consiste en hablar de crecimiento negativo. Hoy gusta mucho por culpa de la nefasta influencia de la jerga de los periodistas, siempre superficiales, en la terminologÃa de los economistas sin que ellos hagan nada por evitarlo ya que lo que hacen es aceptarlas dándolas por buenas.
Y continúa diciendo Marshall: Asà como el hombre sólo puede producir cosas útiles , del mismo modo sólo eso puede consumir . Puede producir servicios y otros productos inmateriales y puede consumirlos , y puede consumirlos; pero, asà como su producción de objetos de objetos materiales no es más, en realidad, que un reajuste de la materia que da a ésta nuevas utilidades, su consumo no es sino un desarreglo de la misma que disminuye o destruye su utilidad . A menudo, cuando se dice que el hombre consume cosas, éste no hace, en realidad, más que tenerlas en su poder para su uso futuro, mientras que, como dice Senior, esas cosas “son destruidas por aquellos numerosos agentes graduales que colectivamente llamamos tiempo . Asà como el productor de trigo es aquel que coloca la semilla en el lugar donde la naturaleza la hará germinar, del mismo modo el consumidor de cuadros, de cortinas y hasta de una casa o yate hace poco para gastarlos pero los utiliza mientras el tiempo lo gasta .
Por su parte, Carl Menger, el fundador de la Escuela de Viena o Austriaca de EconomÃa, en su obra Volkswirtschaftslehere, publicada en 1876, capÃtulo I, párrafo 2 establece una distinción entre bienes de consumo, a los que también llama artÃculos de consumo o bienes de primer orden, los que son aptos para ser consumidos por los consumidores finales y por ende quedan destruidos, y bienes de producción, a los que también llama bienes instrumentales o intermedios, aquellos que son usados por los productores para transformarlos en otros bienes, los cuales pueden ser a su vez bienes de consumo o bienes de producción. Según esta clasificación, un mismo bien puede ser tanto bien de consumo o de primer orden como bien de producción, intermedio o de segundo, tercero o sucesivos órdenes. Todo depende de quien sea el consumidor. Si se trata de un consumidor final el bien en cuestión es de consumo o de primer orden. Si se trata de un productor el bien, el mismo bien, se considera bien de producción y de un orden primero, segundo o sucesivos según el lugar que en el proceso de producción hacia la producción de bienes de consumo, es decir, hacia el consumo final, en el que se ubique el productor que lo utiliza.
La clasificación de Menger no ha tenido éxito y hoy es sólo una curiosidad para los eruditos sin utilidad a efectos prácticos. Las clasificaciones de productos/actividades productivas que se han impuesto en la práctica se basan en la agrupación de las actividades productivas por sectores, subsectores y grupos aprovechando la exitosa propuesta que en los años treinta hicieron los economistas norteamericanos Clin Clark e Irving, cada uno por su lado. Ambos propusieron agrupar las actividades productivas en tres grandes sectores: el primario (actividades mineras, agrÃcolas, ganaderas, forestales y pesqueras), el sector secundario (actividades transformadoras de los bienes procedentes de las anteriores) y sector terciario (todas las no incluidas en los dos sectores anteriores).
Hoy nadie tiene en cuenta la confusa e inoperante clasificación de Menger. Sólo en el peculiar mundillo de los bizarros turisperitos se ha utilizado la clasificación mengeriana. Me refiero al economista valenciano Dr. ElÃes Furió Blasco, desde hace tiempo profesor en una Universidad del sur de Francia, quien, en 1995, tuvo a bien publicar en la revista Papers de Turisme una descalificante crÃtica de mi propuesta de estudio del turismo con enfoque de oferta. Se trata de su trabajo titulado “El turismo como producto turÃstico. Consideraciones crÃticas sobre la concepción del turismo como plan de desplazamiento. Después de mi respuesta (contenida en el trabajo titulado El análisis económico del turismo, publicado en Estudios TurÃsticos el año 1996), Furió envió a la citada revista el trabajo titulado Análisis económico del turismo. El turismo como bien mengeriano de primer orden En vista del vergonzante y anticientÃfico rechazo de su artÃculo por parte de Estudios TurÃsticos, rechazo que traté con denuedo de evitar, Furió envió su rechazado trabajo a la revista argentina Perspectivas en Turismo que sà lo publicó, el año 1997, es decir, que un año después de mi respuesta a sus descalificaciones su respuesta a mi reacción a su artÃculo de 1995 ya estaba en los medios y por tanto a disposición de los interesados entre los que, claro, me encontraba por razones obvias. Lo que no publicó la revista argentina fue mi respuesta alegando esas razones que se alegan cuando una revista no quiere publicar un trabajo incómodo, que no se atenÃa a las normas de estilo, que en realidad mi trabajo no era precisamente un artÃculo “por lo que como tal no puede ser considerado” y cosas de este jaez. Con lo cual tomé la decisión de publicarlo en la revista digital Cuestiones de EconomÃa (febrero de 2005) trabajo en el que se puede encontrar mi crÃtica a la crÃtica de la crÃtica de “primer orden” de Furió. Su tÃtulo es Producción y consumición de turismo: ¿DiacronÃa o sincronÃa). Continuación de un debate interrumpido. En este escalón acabó el debate ya que el bizarro turisperito Dr. Furió, que se habÃa decidido a descalificar tan gratuitamente, como en su dÃa quedó demostrado, las propuestas que vengo haciendo desde 1988, prefirió, incontinente, calar el chapeo, mirar al soslayo e irse por el foto, con lo cual no pudo haber nada, quiero decir, que quedó interrumpió el jugoso debate que él mismo habÃa iniciado.
Cito pormenorizadamente este affaire con el voluntarioso aunque huidizo Dr. Furió, affaire que puede consultarse en http//www.eumed.net/ce/2005/fme, porque pone de manifiesto de un modo tremendamente elocuente la enorme confusión que reina entre algunos intelectuales metidos a economistas, entre economistas bizarros metidos a crÃticos y, sobre todo, entre turisperitos al uso, economistas o no, sobre un concepto tan relevante como el de producción para llevar a cabo un análisis fructÃfero en el seno de la economÃa en general y de la economÃa del turismo en particular. A tratar de eliminar tales confusiones va encaminado, precisamente, este trabajo.
Concluyo con un pensamiento de Menger tomado de su obra antes citada ya que con ella abundo en mi crÃtica a la crÃtica de Furió a la par que añado nuevas consideraciones a la clarificación del concepto de producción:
Según Menger “el pan es un bien de consumo o de primer orden, apto para el consumo, mientras que la harina que sirve para producirlo es un bien de segundo orden, utilizado para producir pan, y el molino harinero es un bien de tercer orden que sirve para producir harina, y asà sucesivamente. Según esto, si un tren de ferrocarril transporta pasajeros en un viaje de placer, latas de bizcocho, harina, un molino harinero y máquinas para producir molinos harineros, dicho tren serÃa a un tiempo un bien de primero, de segundo, de tercero, de cuarto y de quinto orden”.
La frase de Menger es la prueba manifiesta de la tremenda confusión que introducirÃa en el análisis económico el uso de su clasificación de los bienes. Como ya mencioné más arriba, un mismo bien puede ser de diferentes órdenes, algo que no deja de ser de proclive a introducir una complejidad en el trabajo del economista que conviene evitar. Justo la razón de que esta clasificación los bienes, que me atrevo a enjuiciar como una clasificación subjetiva porque está basada en la naturaleza del sujeto que emplea el bien, haya caÃdo en desuso y nadie salvo el Dr. Furió ha tenido la humorada de utilizarla en sus investigaciones, en su caso en el campo del turismo, decisión con la que reforzó innecesariamente el enfoque de demanda con el que los turisperitos como él acostumbran a estudiarlo.
Lo que sorprendentemente no aclaran ni Menger ni Marshall es que el tren que transporta pasajeros en viajes de placer pudo haber sido contratado por una empresa turoperadora, es la productora del plan de viaje, de visita o de estancia pasajera, en mi concepción con enfoque de oferta, la única a la que cabe calificar como turÃstica. Por esta razón el tren de pasajeros es un bien de segundo orden, no de primer orden como lo calificarÃan Furió y otros peritos, habida cuenta de que el tren serÃa un bien intermedio o de producción, no un bien de consumo. El tren sólo es un bien de consumo para quienes son sus consumidores finales cuando sus servicios de transporte son demandados por el mismo viajero.
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