Mª Pilar Flores Asenjo y Mª Concepción Parra Meroño (CV)
1. Introducción.
El turismo puede contribuir notablemente al desarrollo económico, social y ecológico del lugar de destino. Sin embargo, un desarrollo turístico mal planificado puede generar acusados y negativos efectos sobre el medio, natural o social. Es por tanto ineludible la planificación del desarrollo turístico, teniendo como eje central la sostenibilidad, es decir buscando siempre el desarrollo turístico sostenible.
En este trabajo se destaca la importancia del turismo sostenible, como actividad clave en el desarrollo económico, social y ecológico de los lugares de destino. Bajo esta perspectiva, se desarrollan un conjunto de indicadores de capacidad de carga del turismo que pueden contribuir a una mejor planificación del desarrollo turístico.
2. Indicadores de turismo sostenible.
Hunter y Green (1995, p.69) definen el turismo sostenible como un modelo de desarrollo económico concebido para mejorar la calidad de vida de la comunidad receptora, facilitar al visitante una experiencia de alta calidad del medio ambiente del que tanto la comunidad anfitriona como los visitantes dependen. En otros términos, el turismo sostenible puede ser definido como aquel que contribuye al desarrollo sostenible; es decir, el que logra satisfacer las necesidades de los turistas actuales sin comprometer las necesidades de las generaciones venideras y de la sociedad en general. Esta visión implica necesariamente minimizar los impactos culturales y sociales negativos, optimizar los beneficios económicos, minimizando el impacto medioambiental, a través de una adecuada planificación y gestión de visitantes, en la que participe toda la comunidad receptora (Choi y Sirakaya, 2005). Por tanto, el desarrollo turístico ha de planificarse sobre la base del beneficio de la comunidad local, no sólo en términos económicos, sino también sociales, culturales y medioambientales.
Los indicadores de sostenibilidad son variables creadas para permitir medir y analizar la actividad humana mediante la utilización de determinados criterios, como la objetividad en el cálculo, la relación con los objetivos políticos, la utilidad pública, la claridad y aptitud divulgativa, la cobertura de fenómenos sistémicos y compatibles en el espacio y tiempo (Blázquez et al., 2001). Algunos investigadores sostienen que los indicadores de sosteniblidad difieren de los tradicionales de desarrollo turístico en la consideración de una red de interrelaciones e interdependencias complejas entre recursos y agentes del sistema turístico (Sirakaya et al. 2001, p. 418). Es más, el término sostenibilidad queda sin sentido sin estos indicadores (Butler 1999, p16).
Es conocido y aceptado el proyecto de la Organización Mundial del Turismo (OMT) que identifica 11 indicadores básicos que permiten comparar la sostenibilidad entre diferentes destinos turísticos (Manning et al. 1996), (Tabla 1).
Dichos indicadores, a su vez formarán índices compuestos de capacidad de carga, nivel de impacto y nivel de atracción turístico (OMT, 1997). Aún tratándose de indicadores aceptados, tienen que reflejar el contexto espacial y temporal de la localidad donde se vayan a aplicar, deben adecuarse a las condiciones específicas del área de aplicación (NRC, 1999; Potts y Harril, 1998; Stankey, 1999; Hunter, 1997), por lo que es necesario su adaptación. Así, se pueden desarrollar indicadores específicos para cada uno de los objetivos, ya sean medioambientales, económicos, sociales y culturales o de política turística.
a) Objetivos medioambientales: Suelo y recursos forestales (participación en programas de conservación y número de turistas en áreas protegidas), costa y recursos marinos (participación en programas de conservación y tipo de actividades marítimas y número de turistas implicados), residuos y polución (métodos adoptados para la gestión de residuos, número de hoteles con tratamiento de residuos y reciclaje), agua (calidad y volumen de utilización).
b) Objetivos económicos: Desarrollo rural (empleo y creación de actividades complementarias a las agrarias), desarrollo económico (creación de empresas turísticas y Producto Interior Bruto generado por el sector).
c) Sociedad y cultura: Educación y formación (programas formativos específicos y grado de especialización), participación en eventos culturales, ferias y patrimonio cultural (tipología y número de visitas).
d) Política turística: Instalaciones turísticas (nivel o calidad de las capacidades), nivel de planificación, políticas medioambientales aplicadas, proyectos llevados a cabo y evaluados.
3. Indicadores de capacidad de carga del turismo.
El desarrollo turístico sostenible va indisolublemente ligado al concepto de capacidad de carga o capacidad de acogida. Dicha capacidad se refiere al uso máximo que puede hacerse de un lugar sin dañar sus recursos, disminuir los niveles de satisfacción de los turistas o generar impactos negativos sobre la sociedad, la economía o la cultura local (Díaz Gispert, 2005). Janssen et al. (1995, p.65) identifican el desarrollo turístico como aquel cuyo volumen y orientación del desarrollo evoluciona de manera que la presión sobre el medio natural permanece por debajo del umbral de capacidad de carga tanto para la generación presente como la futura y Butler (1997) afirma que sin límites a la capacidad de carga de los destinos no existen garantías de turismo sostenible.
La noción de equilibrio entre los objetivos sociales, económicos y ambientales está también presente en el modelo conceptual de turismo sostenible de Hall (2000), pero se ha de tener también presente los elementos esenciales recogidos por la English Tourist Board (ETB, 1991): dónde tiene lugar la actividad, la comunidad local receptora y los propios visitantes, y la forma de aplicar el propio concepto:
El desarrollo sostenible no niega el crecimiento de la actividad, sino la calidad del mismo.
La aplicación del concepto es más urgente en los espacios turísticos consolidados, con mayor presión ambiental y estructura socioeconómica muy dependiente de la actividad turística (Vera e Ivars, 2003).
Existen tres tipos de capacidad de carga medioambiental aplicados al turismo (OMT, 1999): Ecológica, paisajística y perceptual. La carga ecológica (o física) se refiere a la cuantificación de la intensidad de uso y la paisajística alude a la capacidad de absorción de presencia de visitantes por un paisaje sin que suponga la pérdida de su recreativo. Por otra parte, la carga perceptual, se conceptúa como el límite de tolerancia psicológica a la presencia de visitantes, tanto por parte de los residentes en el lugar (o carga social) como por el de los visitantes (o psicológica).
La presión sobre los recursos naturales y el medio ambiente queda recogida en la generalización del uso del concepto de sostenibilidad del turismo y la capacidad de carga, o número máximo de personas que pueden visitar un destino turístico al mismo tiempo sin poner en peligro el medio físico, económico o sociocultural y causar la disminución en el nivel de satisfacción de los visitantes (OMT, 1999). Es decir, el número máximo de personas que pueden utilizar un emplazamiento sin provocar una alteración inaceptable del entorno y el declive en la calidad de la experiencia de los visitantes (Mathieson y Wall, 1992).
Otras acepciones del concepto capacidad de carga aplicadas al turismo (Vera et al, 1997) son la capacidad de carga económica, o límite hasta el cual se puede integrar la actividad turística sin que se vean desplazadas el resto de las actividades, y la capacidad de carga institucional, o posibilidad de las instituciones y administraciones de regular y planificar el crecimiento turístico (Butler, 1997).
Paradójicamente, no existe un método aceptado y consensuado para establecer esta capacidad de carga (Vera Rebollo et al. 2000). Sin embargo, sí existen indicadores o magnitudes que aportan información sobre la presión ejercida sobre el medio ambiente y la efectividad de las respuestas proporcionadas. A modo de ejemplo, se pueden citar entre otros, los Sistemas de Información Geográfica, puesto que permiten localizar los diferentes recursos y los distintos grados de sensibilidad geográficamente (Mora et al, 2001).
A la hora de establecer la capacidad de carga actual y futura de una determinada área turística se pueden realizar estimaciones sobre la carga de las infraestructuras (alojamientos, recursos hídricos y saneamiento, carreteras e infraestructuras de comunicación ) y sobre la carga social percibida (saturación o masificación percibida por el turista), a través de indicadores de presión, estado y respuesta basados en el modelo PSR (pressure-state-response) propuesto por la OCDE (1993, p.5) y utilizado por la Agencia Europea de Medio Ambiente en su modelo DPSIR (driving-forces-pressure-state-impact-response) de 1998. Los indicadores de presión describen presiones directas e indirectas sobre el medio ambiente. Los de estado se refieren a la cantidad y a la calidad de los recursos en un momento dado. Finalmente, los de respuesta aluden al grado de esfuerzo en inversiones para atenuar las presiones y su eficiencia.
De acuerdo con Bosch et al. (1998, p. 14): No basta la calidad del producto o servicio turístico en sentido estricto; hay que añadir la calidad medioambiental para conseguir la satisfacción del cliente y su fidelización, siendo ésta una de las primeras variables consideradas por los turistas para elegir y valorar un destino turístico. Además, hay que añadir la receptividad de los residentes, tanto a los visitantes como al propio desarrollo turístico, como factores claves de la atracción y la satisfacción de los turistas juega un importante papel en la atracción y satisfacción de los turistas (Davis et al, 1988; Cooke, 1982); la cual, asimismo supone la viabilidad económica a largo plazo del turismo local (Swarbrooke, 1999). Por tanto, nuestra propuesta de indicadores pone especial énfasis en las cargas de infraestructuras (Tabla 2), especialmente las relacionadas con temas del agua (por su gran incidencia en la costa este y sur española), y la carga social percibida (Tabla 3), pues esta última puede resultar de gran valor a la hora de establecer relaciones entre el marketing turístico y el turismo sostenible.
La relación entre lo que es bueno para el visitante y para la población local no es automática. En esta relación interviene la percepción que los residentes tienen de su participación en los beneficios que reporta la actividad turística. Sobre esta base se desarrollan los modelos de interpretación del desarrollo turístico como el modelo de Doxey (1975), que explica el ánimo de la población local derivada de la presencia del turismo en volúmenes crecientes pasando por cuatro actitudes anímicas (euforia, apatía, irritación y antagonismo), el modelo de Bjorklund y Philbricks (1972), que clasifica el turismo de un área según su comportamiento y actitud activa o pasiva hacia el turismo, y el de Ap y Crompton (1993), que proponen un modelo de actitud de la población local que sigue cuatro etapas de evolución (aceptación, tolerancia, ajuste y repliegues). Todos ellos se apoyan en la existencia de oportunidades y riesgos para la población local del desarrollo del turismo. Como oportunidades se identifican la creación de puestos de trabajo, redistribución de la renta, mejora de ciertos aspectos del nivel de vida, incremento de las infraestructuras, estímulo para la mejora y conservación del medio ambiente, etc. y como riesgos, la contaminación y congestión del tráfico, la dificultad al acceso de la población local al propio patrimonio, la pérdida de poder adquisitivo por la inflación de precios, la estacionalidad y la dependencia de la actividad, etc.
4. Saturación de la costa española
Los estudios realizados en la costa este y sur española revelan la posible existencia de saturación en la capacidad de carga, sobre todo en ciudades de la costa alicantina, y parece que uno de los puntos débiles de competitividad es precisamente la deficiencia en los recursos hídricos. Un ejemplo de esta situación lo encontramos en Benidorm, que pierde capacidad de competir con otros lugares de ocio debido al efecto producido por la congestión que se registra en este destino, derivada del turismo de masas en el que se ha especializado, y de la falta de diversificación del producto hacia actividades complementarias (...) a lo que se une la singularidad de una mala calidad de las aguas potables que es denunciada por los turistas, que se erige en cuello de botella para un modelo turístico en expansión dentro de este destino, que prevé un crecimiento sustancial de su demanda (Monfort, V., 1999; p. 224). La suma de una gran concentración demográfica y turística hace que las infraestructuras actuales sean insuficientes para hacer frente a la creciente demanda de recursos.
Según un estudio realizado por Deloitte en colaboración con el Área de Estudios e Investigaciones de Exceltur, los primeros resultados del proyecto europeo Corine Land Cover reflejan que ya en el año 2000, el 34,2% del primer kilómetro de suelo de la costa mediterránea peninsular estaba completamente urbanizado, llegándose a situaciones en algunas provincias donde este porcentaje alcanzaba el 50%, como en la costa de Málaga, Barcelona y Alicante. Si a los datos del año 2000 se le agregaran las nuevas viviendas construidas en estos últimos cuatro años, estaríamos hablando de un territorio con niveles de ocupación más próximos al 40% y con algunas provincias con su franja de costa superando claramente el 50% de ocupación.
Los mayores niveles de masificación se alcanzan en algunas zonas con gran presencia de actividades turísticas, tales como las costa del Maresme en la provincia de Barcelona, la costa de la provincia de Valencia, la costa Blanca en Alicante, la costa Cálida en la provincia de Murcia, la costa del Sol en la provincia de Málaga, así como en algunos municipios turísticos de la costa de la Luz de Huelva y de las provincias de Tenerife, Gran Canaria y Baleares (Gráfico 1).
A este problema de masificación se une la tipología del turismo de la costa, caracterizado por la utilización de primera y segunda residencia y un grave desequilibrio territorial (Gráfico 2), que es gran consumidor de recursos y agrava la presión sobre la demanda y la carga sobre las infraestructuras.
En el caso concreto del consumo de agua, las viviendas de potencial utilización turística y las residenciales tienen un nivel muy superior al realizado por el alojamiento reglado (Gráfico 3), por tanto, un turismo de segunda y primera residencia supone una mayor presión de demanda sobre el recurso.
Fuente: Elaboración por Deloitte y Exceltur a partir de datos de IECCAA, INE y MFOM.
VPUT = Viviendas de potencial utilización turística.
5. Conclusiones.
El sector turístico necesita de todas las herramientas del desarrollo sostenible: nuevas tecnologías, cambios en el comportamiento social, nuevas leyes ambientales, herramientas corporativas de gestión ambiental, mejor planificación y procedimientos de control de desarrollo (Machín Hernández 2006). Además también es necesario el desarrollo de instrumentos de medida de capacidad de carga del turismo, que se adapten a la localidad de destino, si realmente queremos conseguir un desarrollo turístico sostenible compatible con las necesidades de los turistas y con las de las generaciones venideras y la comunidad receptora.
Asimismo, es fundamental la implicación del consumidor turístico, puesto que su satisfacción está condicionada con la calidad del medioambiente, siendo también el turista responsable de su conservación.
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