TURyDES
Vol 2, Nº 4 (enero / janeiro 2009)

De “APUNTES DE VIAJE”

Luis Alberto Salvarezza (CV)

 
 

Punta del Este, sus alrededores y el sol

Enero de 2007: “La lluvia tiene un vago secreto de ternura, /Algo de soñolencia resignada y amable. // Es un besar azul que recibe la tierra, el mito primitivo que vuelve a realizarse”. Y entre los versos de Federico y tanto labio siendo lirio, cardo o linar, siendo celeste, azul o violáceo, y después de recorrer 532 km., que suponen un punto de partida y otro de llegada, nos encontramos toda la familia, otra vez, en Punta del Este.

Ella, que dejó de llamarse Villa Ituzaingó para tener desde 1907, debido a una ley firmada por el presidente uruguayo Claudio Williman, el nombre que hoy la nombra y que este año abordará su centenario, nos recibió con los mismos colores, que como un beso – siendo celeste, azul o violáceo-, ahogaron y ahogan de pasiones y que utilizara para inmortalizarla, en 1949, el pintor uruguayo José Cúneo a través de la Serie “Paisajes de Punta del Este”.

Pero, por qué otra vez, más allá del conflicto generado por las papeleras, elegimos esta ciudad que es ciudad de antípodas, para pasar nuestras vacaciones; y digo de antípodas porque allí todo es como las aguas mansas y las aguas bravas que la bañan, pese a la escultura hidráulica de Gyula Kosice que intenta unirlas a través de “un beso”, todo es como el contraste entre esos barquitos pesqueros, óxido, sudor y redes, que se balancean como una “cáscara de nuez” frente a esos gigantescos, torpes y pretenciosos cruceros o simplemente la fotografía de nuestro particular anonimato y la fama sin fotografías de los muchos que la frecuentan, entre tantas otras antítesis… Lo decidimos porque ella siempre ofrece un sinnúmero de atractivos que la convierten en un escenario de multiplicidades, feria, galería o como vulgar pero acertadamente se dice ahora, en una vidriera que no dice de exhibicionismos sino “de lo que está ocurriendo – un acto de amor por el que no nos tapamos los ojos…” y su maravilla.

Porque no todos están en Punta del Este aunque la frecuenten, posean un departamento o la recorran. Punta del Este siempre elige y elige a muy pocos y son menos los que la conocen.

Desde el Hotel Conrad, donde asistimos a ver una exposición de autos antiguos, observamos el cometa y otro estelar encendimiento, uno similar al que emanaba como corona de esplendores de aquellos cofres repletos de aúricos brillos que, precisamente, la hicieron refugio de piratas; digo del encendimiento de la Isla Gorriti, también llamada Isla Verde o de Las Palmas. La que aprisiona para el placer, no como ayer aprisionó al Capitán don Francisco de Gorriti que le da su nombre, a centenares de turistas que llegan a Puerto Cañón y pueden en esas 21 hectáreas rehilvanar un circuito de perlas que nombra su historia o ese dejarse rodar o envolverse como un collar en Playa Honda o Puerto Jardín y florecer a la vez que disfrutar de un asado como lo hicimos nosotros junto a un grupo de amigos u observar sólo a 2 km., como se levanta, alada, esta península, digo ella, refinada ave de América, que como una mano separa al Río de La Plata del Océano Atlántico; esa que contrasta con la que realizara el chileno Mario Irrazabal y que pese a que dice de un surgir a la vida tiene otra muy fuerte connotación.

Y un aroma yodado, a pino, moviéndose como las algas, inundaba el aire.

Y a propósito, frente a este hotel y el Club de Pescadores, en la transitada Avenida Chiverta, paralelo 33º Sur, hace unos días, precisamente el 10 de enero, se emplazó la escultura “Los Paralelos del Mundo” del argentino Eduardo Pla que muestra un globo terráqueo que quiere decir del sentido universal que busca el arte: salvarnos de las pesadillas e instalarnos en el sueño que sueñan y soñaron los felices.

Y a propósito, como el soñador de Borges, esa mañana desperté sin poder saber o esclarecer si era yo el plateado amante o él que la soñaba.

Sin antes destacar las esculturas que constituyen el Paseo de las Américas, entre la Playa de El Emir y la Terminal de Ómnibus, realizadas por el colombiano Edgar Negret, el brasilero Salterio Caldas Jr., el paraguayo Hernán Jugiari, el argentino Enio Iomi y los antes citados (Kosice e Irrazabal), podemos definir a esta ciudad de escultural, porque así puede concebirse toda ella.

A metros de allí y como lo promocionan, pudimos disfrutar de una vista de 360º de Punta del Este a la vez que de esa “propuesta gastronómica única, a cargo del chef Rafael Carriquiry, y un ambiente giratorio sin igual estimulando al máximo nuestros sentidos”. Salvador Dalí dijo que el enredo de algas y el naranja de algunos crustáceos se convertían en casi un alimento de dioses. Hubo algo, más allá del pecado, en esa cena que pudo ser la última para muchos y para nosotros fue la primera.

Este año no visitamos esa blanquísima arquitectura o “escultura habitable” que fue construyéndose en torno a una casilla de lata denominada La Pionera y que según Carlos Páez Vilaró (1923) se hizo como el pájaro hace su nido y más precisamente el hornero, la que el poeta argentino Fernando Demaría llamó como la conocemos: Casapueblo. Y que como dijo su dueño es su homenaje osírico al sol y surrealista a la mujer. Pero estuvimos en la antigua Galería del Sur que se ha convertido ahora en el Norte o una muestra permanente de su obra y la de Ago Páez, su hija, la que también nos hizo girar desde sus mándalas. Y una lágrima que rodaba, cuadrada, como la de nuestra poeta Alejandra.

Por la noche, el viernes 19, iniciamos por Ruta 10, esquina Calle 5, frente a las Palmas de La Barra y hasta Manantiales, el circuito de 23 espacios de arte, entre galerías, atelier y casas de decoración, que nos proponía Gallery Nights.

A la tarde del sábado después de una jornada en la Playa Solanas, visitamos el taller de Ángel Tejera (1939), pintor nacido en Maldonado que según el catálogo y comentario del Dr. Miguel Carvajal a su reciente obra titulada “Frontalidades”, es “no sólo el que inventó la pintura local sino también el mercado” y un sinnúmero de imágenes femeninas de blancos atuendos con ricas ornamentaciones sobre sus capelinas colgaron de nuestra imaginación…
A la salida del taller y cruzando la ruta, pudimos detenernos en el mercado de pulgas o feria de antigüedades de La Barra. Y a propósito de un lugar poco frecuentado, que visitamos el domingo, allí adquirimos cuatro mayólicas de Pas de Calais. El lugar al que hacíamos referencia y que visitamos el domingo: es el Arboretum Lussich donde se aloja también el Museo del Azulejo.

El uruguayo Antonio Dionisio Lussich (1848-1928), naviero y escritor, autor, entre otros, de “Los tres gauchos orientales” y “El matrero Luciano Santos”, en Punta Ballena, visionariamente, instala su vivienda y en la ayer estéril duna, entre la laguna y la playa de Portezuelo, a 150 metros hacia arriba de la Ruta 10 por el camino contrario que va hacia la playa citada, inicia la reconocida forestación de la región. Es su esposa, Angela Portillo, quien para proteger la vivienda de los intensos vendavales, planta los primeros pinos. Después y hacia 1896 don Antonio concreta el cultivo de más de 360 especies exóticas y 40 árboles autóctonos, además de importar innumerables pájaros y una rica variedad de orquídeas; que convierten a esta reserva en la séptima mundialmente y la primera en Sudamérica. Sus hijas, Mika y Elena, hacia 1946, convocan al joven arquitecto catalán Antonio Bonet Castellana (1913-1989), amigo y socio de Le Corbusier (1887-1965) para que realice la urbanización y loteo posterior. Trazado lúdico, poblado de meandros que le hizo decir a Jules Supervielle (1884-1960): “Este bosque es la encrucijada de las antípodas”. Pues allí laberínticamente conviven especies de América, Asia, África, Europa y Oceanía: el árbol de la vida, palo de jabón, cedro del Himalaya, abeto de Douglas, bunya-bunya, alcornoque, boj, dammara, tiplo de Holanda, el primer alcanforero introducido en el Uruguay y la mayor colección de pinos del mundo.

Su amigo y uno de los ex alumnos que iluminan el pasado del histórico Colegio de la ciudad que provenimos, el ex presidente Gral. Julio Argentino Roca (1843-1914), expresó: “Mi amigo Lussich posee algo inusitado en América y quien sabe si en algún continente existe”. Hacía referencia a aquellas 106 hectáreas, hoy reducidas, donde los verdes y azules, los plata, ocres y rojos, amarillos y violáceos, crean esta cromática sinfonía que hace de este bosque o jardín botánico otro “paraíso”.

En la inmensa tarea de hacer prosperar o aclimatar las especies más disímiles, debemos citar a don Isidro Rivera, antes de volver a desandar por el camino de la Cachimba o de la Laguna, o los senderos de las Fragancias, de la Señora y de la Glorieta; sin antes detenernos en las piletas de las lavanderas, los miradores o simplemente desde el cerro Aconcagua (la elevación más alta del Arboretum, 140 metros sobre el nivel del mar), y dar otro vistazo a esta región que perfuma o verdece el alma.

En la entrada está la hermosa casona de los Lussich, que desde el 7 de febrero de 1997, alberga el Museo del Azulejo, donación de parte de la colección del arquitecto Alejandro Artucio Urioste a la intendencia de Maldonado; gesto que se llevó también a cabo en Montevideo donde se erigió el nuevo Museo de la calle Caiva al 3080 (*).

Conformado por más de 550 piezas estanníferas procedentes preferentemente de las manufacturas francesas de Desvres, Pas de Calais, Oise y Haute Garonne, estas austeras y modestas placas de cerámica mayoritariamente de 10,8 x 11,2 cm., cuyos colores predominantes son el azul cobalto y morado de manganeso que se esfuma encantadoramente en los contornos y se funde en el blanco lechoso (óxido de estaño) del fondo, ejecutadas generalmente por plantillas caladas y cuyos motivos más abundantes son los geométricos con uno o dos ejes de simetría, si bien encontramos muchos con diseños vegetales, animales, heráldicos, arquitectónicos y humanos, que se usaron en la arquitectura del Río de La Plata especialmente de la segunda mitad del siglo XIX, en las cúpulas de muchas iglesias, zócalos de patios, zaguanes y frentes, revestimientos de brocales y antepechos de ventanas, cocinas y baños. Aquí enriquecidos por instructivos y precisa bibliografía y agrupados por diseño y lugar de procedencia, sorprenden como nos sorprendió que a pesar del tiempo, el mar en las cercanías de José Ignacio y el balneario Solís, devuelve a la costa restos de algunas que eran transportadas en naves que allí naufragaron.

Saliendo del Museo y cruzando la calle que lleva su nombre, se encuentra entre las aladas ramazones del Arboretum el sepulcro de Lussich. Allí el rumor, la canción o murmullo de las hojas, le inventó otro verde, otro silencio, a la tarde. Allí mis hijos como despidiéndose dejaron unas flores.

El 24 de enero por Ruta 10 llegamos después de andar cerca de 40 Km., a José Ignacio, donde “sólo corre el viento” y allí, exactamente como nos lo habían informado, pudimos adquirir otras tres mayólicas. José Ignacio recibe esa denominación en 1763 del Virrey Cevallos al establecer allí una estancia; lo que nadie supo decirnos con certeza es si hacía referencia a un faenador o tropero indio de las Misiones Jesuíticas o a un antiguo pescador que habitaba en esa zona donde crustáceos, pequeños caracoles y vegetales excitan al que busca entre sus rocas algo de las profundidades del mar como esa mañana que devolvió el cuerpo de una niña del que una placa la recuerda al borde del faro inaugurado en 1877.

Disfrutamos de su balneario y al mediodía saboreamos (festejando) los reconocidos “omelette de algas” en uno de sus pequeños, bellos, cálidos y carísimos restaurantes. Allí, mirando la arquitectura, se descubre un contraste entre huecos y llenos, luces y sombras, opacidades y transparencias, planos y masa. Allí se descubre que muchas veces menos es más.

Al otro día ofrecimos en Maldonado una oración de gracias en la Catedral de San Fernando, de estilo neoclásico cuyo altar mayor, obra de Antonio Veiga, esta coronado por la imagen de la Virgen del Carmen que perteneció al Vapor Ciudad de Santander que naufragó en 1829 en las cercanías de la Isla de Lobos y que su dueño el marqués de Comillas donara y en cuya base el pintor uruguayo Carlos de Santiago reprodujo una imagen de la nave siniestrada. A la izquierda la imagen de un cristo agonizante policromado que embalado en un cajón de madera arrojó el mar y que nadie nos pudo decir quién lo hizo, ni para quién era, ni para dónde iba ni de dónde venía..

El 26 de enero y cuando allá el sol comienza a enterrarse en el mar; ese que nombra Rafael Alberti en Poemas de Punta del Este (1961), “con esa voz de siempre/ y esos ojos azules renovados/ que ven hundirse, insomnes, las edades” (en Tal vez, oh mar) y después de haber realizado otra vez los 532 km., llegamos a nuestro hogar con un bronceado en la piel y el alma. Porque ese pedazo del Uruguay ilumina, enciende.

Y recordé a una de las muchas gitanas que en la transitada Gorlero intentó adivinarnos la suerte y ante nuestra negativa dijo: volverán…. Quisiera que no sea a encontrarnos con ella sino con la otra: esa jovencísima y bella ciudad de cien años.


COLONIA DEL SACRAMENTO

12.04: Después de un combinado y ajetreado viaje llegamos, iluminados por el sol, a Colonia, esta hermosa ciudad uruguaya que se recuesta al Río de la Plata, el “Mar Dulce” de Solís, y brilla como una “Piedra Preciosa” o se eleva silenciosa y apacible como “una antorcha, un candil o un cirio del pasado”, circunstancia que permitió que el 6 de diciembre de 1995 las autoridades de la UNESCO la declaren Patrimonio de la Humanidad, engarzándola como París o Venecia y otros hermosos y únicos sitios del mundo a ese collar del tiempo: la memoria. Que por la ensoñación de su Barrio Histórico, Eduardo Lancelotti denomina “Joya para Anticuarios”, Walter Andrada “Refugio del Pasado” y Luis Olivieri “Museo Vivo, Abierto...”.

Y ese barrio que hoy como otro fogonazo reenciende para la admiración, pero sin vencedores ni vencidos, la prolongada controversia entre portugueses y españoles, nos hizo recordar Montmartre (París) y San Telmo (Buenos Aires); tres barrios muy diferentes y sin embargo generadores de una misma luz o recogimiento. La misma que emanaba de sus encendidos palos borrachos en flor.

Por eso, más allá del bullicio de los turistas que lo recorren y el sonido de los tamboriles que al atardecer se escuchan reiterativos y entusiastas, este barrio de silencios, desenvuelve como un pergamino el imperceptible latido de su historia para convertirse en una postal que fragmenta o aglutina siglos.

Una típica casa portuguesa (Siglo XVIII) ubicada en la intersección de las calles “Misiones de los Tapes” y “Paseo de San Gabriel”, alberga el “Museo del Azulejo”, inaugurado en el año 1988. Allí se exhiben piezas que decoraron la Arquitectura Rioplatense en los siglos XVIII y XIX, de origen catalán, napolitano, francés (Pas de Calais) y los primeros azulejos Uruguayos (Maldonado, circa 1840).

Magnífico es el mural de 87 azulejos, ubicado en un muro del patio, que reproduce un antiguo plano de Colonia del Sacramento, fechado en 1762.

Otro mural, entre los innumerables que en distintos sitios de la ciudad podemos encontrar, es el ubicado sobre la Avenida General Flores (en la pared del patio del Consulado Argentino), que reproduce un Mapa de origen francés publicado en la “Historia General de Viajes” de M. Bellier en 1740. Realizado por el artista local Ariel Chape en cerámica vitrificada e inaugurado el 27 de Diciembre de 1996 por los Presidentes de Uruguay y Argentina.

El que homenajea al Gobernador Antonio Pedro de Vasconcellos, en la calle del mismo nombre, expresa:
“ Antonio P. de Vasconcellos: Tomó pose del Gobierno de Colonia del Sacramento y con probidad y tenacidad en larga y fecunda administración que duró veintisiete años hizo de ella una gran ciudad y baluarte invicto. En la Plaza de la Colonia era de tanta importancia que no lo cambiaría por el más ventajoso equivalente” - Homenaje en el Cuarto de Milenio –.

Otros murales que podemos citar son los que se encuentran en el “Museo Portugués” frente a la “Plaza Mayor” en la “Sala de los Reyes de Portugal” que reinaron sobre Colonia del Sacramento entre 1680 –1777, Don Pedro II, Don José I, Don Joäo y Doña María I, entre otros y el que se encuentra en el jardín, al que se accede por Calle San Pedro.

En la Calle “Del Comercio” y a apenas treinta metros del “Museo Indígena” encontramos el que reproduce el Colegio al que anteriormente hicimos referencia.

Visitamos el “Archivo Regional”, en la Calle “Misiones de los Tapes”, entre las calles “Real” y “Del Comercio”, inaugurado en 1971 y ubicado en una casa de origen portugués de 1750 que perteneciera a la familia Palacios. Haciendo cruz, en la esquina de la calle “Del Comercio” y “Misiones de los Tapes”, se encuentran las ruinas (muros, jambas, arcos de piedra y rejas...), de la “Casa del Virrey” e innumerables “supuestos” porque en Colonia nunca nadie poseyó ese cargo. Lindero se encuentra el “Museo Municipal”, inaugurado en 1951, que ocupa una casa portuguesa del siglo XVIII a la que en el año 1801 se le construyó planta alta, conocida insólitamente como la casa del Almirante G. Brown, aunque su posesión nunca se concretó. Al lado se encuentra la “Casa Nacarello” o “Casa Rosada”, de origen portugués (Siglo XVIII), con techo entramado de madera, de tejas y a dos aguas, recuperada a través del invalorable apoyo de la Fundación Calouste Gulbenkian e inaugurada en 1994. Enfrente y hacia el río encontramos las ruinas del “Convento de San Francisco Javier” que existió entre 1683 y 1704 y que deja al descubierto y hacia la Plaza el lugar donde se levantaba la Capilla de la Concepción, frente al árbol que se reconoce como el más antiguo del barrio: un ciprés ñoño. Detrás de las ruinas se levanta en el año 1857 el Faro que por su altura es uno de los más importantes sobre el Río de la Plata. A media cuadra se encuentra el “Museo Portugués” inaugurado en 1977 y ubicado en una casa que data de 1720.

A la noche y envueltos por la dorada penumbra que caracteriza al Barrio, escuchamos en sus callecitas una de las Lonjas del Sacramento hacer sonar sus tamboriles al ritmo del candombe. Y asistimos al buen recital que ofreció el artista local Wilson Vega frente a la plaza. Mientras saboreamos en uno de los cálidos restaurantes del barrio sus platos típicos: generalmente realizados con frutos del mar.

13.04: – Por la mañana y a través de un colectivo urbano llegamos a la zona denominada “Real de San Carlos” creada en 1761 por Don Pedro de Cevallos, después Gobernador y luego Virrey; denominación en homenaje al Rey de España Don Carlos III. Hoy centro turístico, ayer centro de apoyo logístico para la construcción del Campo del Rey o Línea de Bloqueo contra la ciudadela lusitana. Llegamos a la “Plaza de Toros” por la calle que recuerda a la última charrúa: “Guyunusa”.

La “Plaza de Toros”, cuya arquitectura es de líneas predominantemente moriscas, ofrece su primera corrida el 9 de Enero de 1910 frente a diez mil enardecidos espectadores, entre argentinos y uruguayos. En el “Museo Municipal” se encuentran afiches y periódicos que informan de estas escasas “fiestas bravas” o “veladas taurinas” que en el ruedo inauguraron los hermanos españoles Ricardo y Rafael Torres (alias “Bombita” y “Bombita Chico”), y que por Decreto del Gobierno después de otras ocho corridas oficiales y otras clandestinas se suspenden en 1912.

A trescientos cincuenta metros se encuentra el “Museo Municipal del Real de San Carlos” Otros lugares para visitar son el “Hipódromo” inaugurado en 1942, el frontón de pelota que lleva el nombre de “Euskaro”, inaugurado el 27 de Nov. de 1910 y el ayer lujoso “Anexo Hotel Provisorio” donde funcionó un casino hasta 1917. Estos sitios integran el Complejo Turístico “Nicolás Mihanovich” (quien fuera el donante del dinero para su construcción), sumando la “Plaza de Toros”, el muelle de madera del que quedan vestigios en la zona de camping y una usina que por mucho tiempo suministró energía a toda la ciudad de Colonia. Luego visitamos la Capilla en advocación al Santo Negro San Benito de Palermo y rezamos frente a su imagen en el ricamente ornado altar. Nos asombraron a los laterales del mismo dos paneles de terciopelo rojo del que colgaban cientos de dijes de plata en forma de ojos, brazos, pulmones, corazones, piernas, etc. (ofrendas de enfermos que piden les restablezca la salud de ese miembro u órgano).

Luego recorrimos la zona balnearia: Playa “El Álamo”, “Oreja de Negro” y “Balneario Municipal”.

Cuando la ciudad era como la ve el poeta Emerson Klappenbach (1926- 1987), “Colonia de viento viento, / Colonia de duro río,/ Colonia la atardecida”, y otra vez en el Barrio Histórico, visitamos en la esquina de Avenida “Gral. Flores” y Calle “Del Comercio” el “Museo Indígena”, inaugurado en 1988. Nos atendió quien donara su selecta colección al Municipio, el Señor Roberto Banchero. Del otro lado, en el “Campus Municipal”, visitamos la “Feria de la Ciudad” a la que integran más de setenta artesanos; entre ellas predominan las artesanías hechas con las siguientes materias primas: lana, calabaza, arcilla y piedra.

14.04.2001 – A la mañana visitamos el “Museo Español”, esquina “San José” y “España”, el “Bastión del Carmen”, el “Teatro y Centro Cultural”, donde funcionó una jabonería, ahora se exponía una amplia muestra itinerante de afiches y videos titulada “Bauhaus-80 años”. “El Puerto de Yates” y los otros Bastiones: “Santa Rita, San Pedro, San Miguel, San Juan y De la Bandera”.

Por la tarde caminamos por sus callecitas de piedra: “De Solís”, “De San Miguel”, “De San Francisco” y otras..., y la famosa y reproducida “De los Suspiros”, antes “Ansina”, de apenas una cuadra de extensión, donde los soldados y marinos encontraban la dulce compañía de la mujer, además se dice que un poeta fue asesinado allí una noche de luna llena, circunstancia por la que esas noches los encantos de las mujeres permanecían en soledad; de ahí que el poeta Gregorio Rivero Iturralde exprese: “Jardín de piedra, / añeja residencia del suspiro. // Aquí la piedra vive su recuerdo, / sus arterias de guerra y delirio,/ sus memorias de bronce y armaduras, / sus confines de suelo discutido”.

A las 21,00 horas asistimos a misa en la “Iglesia Matriz del Sacramento”, blanca como una alabanza y la más antigua del Uruguay, ubicada en la calle “De Portugal”
15.02.2001 – Pascuas..., el regreso y un enorme deseo de volver... Atrás la magia, lo que descubrimos y lo que nunca nadie descubrirá pero sabe que desde algún lugar o enterrado corazón invade a todo visitante interesado por este bello lugar del mundo. Y como ocurrió con París, Amsterdam, Rouen, este lugar, esta historia de viaje, se hizo poema. La última estrofa dice así: “Y porque la perla contiene a la ostra y la ostra al mar,/ Colonia dice de esa profundidad que es el pasado, /las humaredas y un aroma disuelto en la calma del aire.

Sorpresiva, inesperada, memoriosa,/ hoy es esa luz que nace entre las piedras y las gasta./ Es farol, mayólica, adoquín, tamboril, reja y sinuosidades./ Es tiempo detenido del progreso,/ escenografía de desamores, jardín, suspiro y besos./ Una enredadera en flor hacia el cielo, / un tesoro que es de nadie y es de todos”.









FRANCIA

Verdadero peregrinar fue el nuestro por Francia. Narrarlo fue el único proyecto que anticipamos desde París, escribir sobre “Las Cien y Una Iglesias” recorridas; algo así como “Las Mil y Una Noches”.

“Viajar -expresó André Malraux- es confraternizar”. Y agregó “que el extranjero que se emocionara siete veces en su país no lo sería tanto”. Cómo explicar esos ciento un instantes o los siete que eligimos para iniciar este “Apunte de Viaje”… Que supimos de las rosas-rosas de Provins y su aroma, las mismas que inspiraron a Ronsard, Milton y Borges y nosotros depositamos sobre una lápida que nos nombra genealógicamente en la iglesia de Saint Ayoul; que en Reims la sonrisa de “El Ángel de la Anunciación” supo de nuestras lágrimas y de no sé que luminosa embriaguez; que azul fue el asombro en ese asombroso “evangelio azul” que es Chartres; que en Rouen nos arrodillamos en el espacio que fuera condenada y quemada la Doncella de Orleáns; que entre fascinación y tristeza recorrimos Père-Lachaise; que en el Valle de la Loire como Diana de Poitiers, desnudos y ardientes nos bañamos en el Cher y en el Museo de Saint Germain en Laye enmudecimos frente a una de las Venus esteatopigias y después nos besamos. Las palabras no eran necesarias. ¿Dónde estará Josefina?
10 de Enero – El Sena arrastraba por París su cuerpo de vieja serpiente. Lo seguirá arrastrando?... En Saint Etienne-du-Mont tres nombres son el nombre de la eternidad: Santa Genoveva, Racine y Pascal (todos enterrados allí). Simone de Beauvoir no asiste a la cremación de los restos de Jean Paul Sartre. Hoy sabemos que en el Cementerio de Montparnasse se lee sobre su lápida “Ayer no era lo que tú eres hoy, mañana tú serás lo que ahora soy yo”. Y era la “nada” y tantísima contradicción. A unos pasos la escultura de J. de Charmoy nos señalaba el sepulcro de Charles Baudelaire. Y no había ninguna flor sobre el sepulcro del autor de “Las Flores del Mal”. Y esa mañana que tratamos de reconstruir desde las frases, versos e impresiones de ese diario que nos acompañó durante un año, finalizó en Père-Lachaize: el más romántico, el más histórico, el más vasto, el más religioso de los camposantos parisinos. Y la mañana fue epitafios, encuentros y desencuentros. Esta carta de amor:
“No sé si es poco romántico o lo es en exceso. Te escribo desde el cementerio de Père-Lachaise. Visité el sepulcro de Isadora Duncan (y pensé que hay algo de lo nuestro que danza y también se enreda y asfixia). …el de Chopin (y supe que hay algo de lo nuestro que es musical, también nocturno y fúnebre). …el de Apollinaire (y las aes de tu nombre fueron más redondas y abiertas y hubo algo que cayó y sin embargo fue silencioso). Me detuve frente a los sepulcros de Balzac, Sarah Bernhard y de Marcel Proust (y no puedo negar que hay mucho de comedia, de actuación y de tiempo perdido en lo nuestro).

Por eso les dejé rosas aunque creo debí depositar pensamientos.

Visité las tumbas de La Fontaine y Eugenio Delacroix (porque lo nuestro reconstruye fábulas y más allá de todo es guiado por la libertad). Recuerdas, cuando me dijiste: ‘el amor tiene algo de pueblo’… Visite el monumental sepulcro de Oscar Wilde, el muy estilizado de Modigliani y el no tan precioso ni ridículo de Moliere. Y finalmente la negra tumba de Edith Piaf. Quisiera aclararte el porque de esta introducción, sólo te digo que hay algo, algo en el amor o en este roernos, hurgarnos, lamernos, ahogarnos, adentrarnos, dolernos, el uno en el otro, aquí, sí aquí, entre la muerte”.

A las 14 de ese 10 de enero inolvidable y después de observar en el Château de Châteaudun la urna que conserva el corazón hecho cenizas del Conde de Dunois (¿qué será del corazón de Josefina?) nos aguardaba la Catedral de Chartres: uno de los edificios más armoniosos y conmovedores de la Cristiandad y que según la tradición, poseía la túnica que cubría a la virgen el día de la Anunciación. Chartres resume desde la piedra el pensamiento mismo de la Edad Media. Es una larga historia de fe y arte. Recuerdo que nevaba sobre Chartres. Nevaba sobre “la acrópolis de Francia” como la llama Rodin. Y a propósito, Chartres se parece a esas dos manos entrecruzadas que en su aspiración de cielo, rezan. Esas dos manos que él llama “catedral”. A la noche, en la 5 Rue Lait, precisamente en el restaurante “La Vielle Maison” de Chartres, nos sirvieron coquilles Saint Jacques con champiñones trozados, jugo de limón y manteca que nos la prepararon en la misma coquille. Les asombró que las acompañáramos con un bordeaux y no un vino blanco como nos aconsejaron. Ah!, nos encantó la placa mural que se encuentra a la entrada y dice “Si por azar una sed ardiente y un hambre de lobo lo invade, buenos grillados y buenos crudos aquí encontrará”.

Después de un crêpes Suzettes con mermelada de naranja y curacao, cuando nos presentaron una mesa de fromages (quesos) donde había pequeñas porciones de brie de Meaux, camembert, crottins de Chavignol y otros…, recordamos que debíamos tomar sólo dos o tres trocitos y de ninguna manera como lo hicimos en la primera cena, a la que nos invitaron los Desecures, donde probamos un pedazo de cada queso. Pues a través de ellos los anfitriones o dueños de casa comprueban si sus invitados han quedado satisfechos.

Y desde Chartres quisiera decirles lo que es París.

París es una manera de crecer hacia adentro, luminosa y cierta. Es el precio de la libertad, del hallazgo. Es encantamiento y Fábulas. Es la unión de los opuestos: guerra-paz, hartura-hambre, sed y río. Es esa búsqueda del escándalo por el escándalo mismo. Es la locura de Artaud. Los abismos de Baudelaire y “los que” de Jacques Prevert. Es un encantamiento insospechado, un desborde, un hábito de ascensos y descensos. Es el Barrio Latino, el gótico temblor de los vitreaux, el jorobado de Notre Dame y la Tour de Montparnasse. Es una niña extraviada en el esplendor del miedo. La flor de lis, la alquimia y los magos. Es un temblor entre dos pausas, infinito, junto al Sena. Es Edith Piaf, la libertad de Eluard, los hallazgos. Es esa encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven. Es la blanca y negra, negra y blanca imaginería de un pierrot. Es irradiación, marea, caricia, itinerario y reino. Es perfume, gobelino, pluma, seda y broderie. Es la rue Mouffetard, camembert, castañas calientes, baguette, croissant y couscous. Es el Sena y sus puentes. Montmartre, Utrillo, los impresionistas y las prostitutas de Toulouse. Es la Torre, el Louvre, la enciclopedia y El Libro de las Horas. Es una miniatura medieval. Una postal art nouveau. Una tela naïf. Un poema surrealista. Un collage dadá. Es Pigalle y los sexo-show. Es tejados, puentes, cielo gris. Es un tapiz y un unicornio. Es ese instante que elegimos para no olvidar. Es mil jardines para una sola flor. Es otro jardín de las delicias. Es un beso en cada mejilla. Es la Marsellesa de Rude. La Danza de Carpeaux. Boulevares, surtidores y farol. Es el deseo entrando a un cabaret. Alcohol, taberna y café. París es eso que sucede por primera vez y no sabemos si se repetirá. París es también la imaginación de los que nunca vieron París. París es ese “pequeño segundo de eternidad en que me besaste y te besé”. París es, fue y será. Porque París siempre es siempre París.
12 de enero: en la ciudad de los cien campanarios, hiperbólica pero bellísima denominación que da a Rouen el escritor Víctor Hugo, en la ciudad que Juana de Arco fuera arrojada al fuego, donde la hoguera y la humareda la nombran, una cruz de cemento de varios metros recuerda a aquella de palo que Fray Isambart alcanzara a ésta el 30 de mayo de 1431; fecha en que se cumplió la indigna decisión del obispo de Beauvais, Pedro Cauchón. Y vuelvo a enero. No sólo Miguel Ángel pudo autorretratarse a la vez que ubicarse en el infierno. La noche parisina de anoche nos ubicó allí. Por eso la mañana del 24 después de recordar los cafés sobre los que hice unos apuntes, me encontró frente a la Iglesia Saint-Germain-des-Près o en la intersección del boulevard homónimo y la rue Bonaparte; en el café Aux Deux Magots. El que recibe ese nombre por dos esculturas de madera, herencia de una sedería que había allí, donde uno puede optar por un cafecito único, dicen ellos debido a una mezcla de granos árabes y un secreto o un chocolate a base de gruesas tabletas de procedencia suiza y otro secreto. Consumí dos cafés y recordé que en ese lugar un grupo de escritores en 1933, que rechazaba las decisiones de la Academia Goncourt decidió entregar el Premio Deux Magots, recibiéndolo por primera vez Raymond Queneau.

El mozo me vio escribiendo y me preguntó: ¿escritor, señor? Y enseguida me recordó que Guillaume Apollinaire, Andre Breton y Antonin Artaud escribían allí y que escritores de todo el mundo tal vez buscando sus musas, venían, venían, venían…, permanentemente. Y a propósito, el infierno de anoche me dejó muy cerca de la Tour Eiffel y a la manera de Apollinaire y quizás muy cerca de donde se sentaba, escribí el poema que me sirvió de postal para enviar a muchos de mis amigos. Lo hice sin pensar en William Morris, uno de los grandes detractores de la obra de Eiffel, que estando en París escribía en el restaurante de la misma y expresaba: “Vengo a pasar el tiempo aquí, justamente porque es el único lugar de la ciudad desde donde no se la ve”, sino tratando de captar la esencia de ese símbolo parisino que se ha convertido en uno de los monumentos más populares del mundo. E insisto, a la manera de Apollinaire escribí:




Para finalizar y no perder el vuelo de Aerolíneas Argentinas que pronto me regresará a mi país digo a través de este relato, mitad apunte – mitad diario, quise decir de algunos de los instantes de uno de los años más hermosos de mi vida.

A la vez que no encontré donde estaba enterrada Josefina.

Y escribí: Llegué a París muchos años después. Josefina: nadie sabe que yo te sabía (…), después de un año de búsqueda digo que te encontré en ninguna parte, muy cerca del corazón. Por eso, Josefina: que queden para la historia, si tardo, tus memorias. Ya todos saben que yo te sabía, digo acá, muy cerca del corazón.

NOTA

* Museo que describimos en el Apunte sobre “Esta Semana Santa en Montevideo” (2006).



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