Mirada ecocrítica a Pedro Páramo, de Juan Rulfo
Yelenny Molina Jiménez
La ecocrítica surge en los Estados Unidos, en los años ochenta, y se encarga del estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente; además aboga por el surgimiento de una nueva conciencia ecológica a través de la literatura. En la actualidad, cuando la crisis ambiental gana cada vez más terreno, la ecocrítica expone una nueva visión de los textos estudiados y propone recuperar el respeto por el medio ambiente y restablecer el vínculo entre el hombre y el planeta. Por tanto, su discurso denuncia el dominio de una sociedad antropocéntrica en aras de fomentar una relación más estrecha con nuestra Madre Naturaleza.
Esta teoría literaria constituye una herramienta muy útil pues interpreta el sentido de la presencia de la naturaleza en el texto y la función que desempeña dentro del mismo. La obra que aquí proponemos para su estudio precisamente haya en el paisaje su eje central. Al decir de su propio autor, el pueblo (Comala) cumple una función protagónica: Se trata de una novela en que el personaje central es el pueblo. Hay que notar que algunos críticos toman como personaje central a Pedro Páramo. En realidad es el pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes están muertos, y aún quien narra está muerto1.
El espacio literario es uno de los elementos de la teoría literaria que ha recibido menor atención, sin embargo, en los últimos años los trabajos sobre la espacialidad han ido ganando terreno en casi todos los ámbitos, pero se anuncian especialmente interesantes en el caso de la literatura latinoamericana, donde en cierta ocasión, como se sabe, tuvo un papel protagónico.
Dentro de su proceso histórico, el paisaje fue uno de los elementos más persistentes, y entre los términos que han definido su historia literaria, el telurismo se erigió por momentos como su piedra angular. Recordemos por un instante grandes novelas latinoamericanas donde la naturaleza constituye mucho más que el simple espacio físico donde se enmarca la diégesis: Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, la gran novela de los gauchos; La vorágine de José Eustasio Rivera, impresionante descripción de las selvas colombianas, y Doña Bárbara del venezolano Rómulo Gallegos.
Pedro Páramo es la historia de un hijo (Juan Preciado) que va en busca de su padre (Pedro Páramo) cumpliendo la voluntad de su madre (Dolores Preciado) y solamente encuentra una región desolada donde vagan las almas en pena. Sin embargo, en su novela Rulfo consiguió simbolizar en Comala una atmósfera asfixiante. El lugar en sí es una síntesis de muchos pueblos mexicanos y sus características son comunes a todos ellos: el caciquismo, la desesperación, el calor sofocante, la despoblación.
Podríamos decir entonces que, por su afán de unir varias regiones en un solo espacio, es Rulfo lo que Fernando Aínsa llamaría “un buscador de utopías”2. Esta reinvención –y pido prestado el término a Aínsa- se debe en gran medida a una disconformidad con la realidad circundante. Así el escritor-constructor funda un nuevo entorno que se traduce en sueños y utopías generadoras de espacios alternativos o de simple evasión. Y se convierte en el responsable de su modelización. Múltiples son los ejemplos de los “creadores de mundos” en la narrativa latinoamericana contemporánea. En esta fundación inventiva de ciudades míticas vale mencionar la Santa María de la obra de Onetti, la Macondo de García Márquez y, por supuesto, la Comala de Juan Rulfo. Son espacios “concentrados”, en algún caso trágicos, que han sabido trascender la geografía imaginaria en mito.
En la novela el autor propone digamos que varias versiones del mismo pueblo, está, por ejemplo, la Comala que recordaba Dolores Preciado, la que añoraba y a la que suspiraba por volver, donde existían: “…Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con la lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel recién derramada…”.3
Se corresponde, además, con la Comala de los recuerdos de la infancia de Pedro Páramo, cuando todo era bello y despuntaba en él un sentimiento que lo acompañaría hasta su muerte: Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época de aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento…4
Y es también la Comala de Susana, que aún recuerda después de muerta: Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara… El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero… haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.5 Esta versión del espacio en que se desarrolla la historia pertenece al pasado, está presente sólo en el recuerdo y las remembranzas de estos tres personajes. Se refiere entonces a una Comala muy amena, un jardín de delicias colorido donde todo florece, donde el aire es fresco y la atmósfera está impregnada de agradables olores, donde, en fin, se respira vida.
Existe otra Comala, que simboliza el reino del poder tiránico, tan común en los espacios rurales mexicanos. Es un lugar donde la violencia, la injusticia, la degradación, la alienación, la locura y la desesperanza son lo único a que están acostumbrados sus habitantes. El destino de esta Comala aparece ligado al de Pedro Páramo, y por ello, condenado a la soledad y la destrucción. Se identifica plenamente con el carácter del cacique, es por ello que resulta una tierra baldía, donde las semillas no germinan, donde todo se da con acidez, donde sólo crecen arrayanes y naranjos; naranjos agrios y arrayanes agrios,6 y a sus habitantes se les ha olvidado el sabor de las cosas dulces.
Por último, aparece una Comala que, en cierta manera, es un mundo mítico. Es un infierno, un desierto sobre el que se pasean las almas en pena de los difuntos, condenados a revivir un pasado horrible o torturados por el remordimiento. Difiere sobremanera de la Comala de los recuerdos de Dolores, es por ello que Juan Preciado al llegar tiene la sensación de estar en el lugar equivocado y piensa que su madre le dio la dirección mal. Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.7 Nada queda ya de la Comala paradisíaca o la de Pedro Páramo, estamos ahora frente a un espacio habitado solamente por ánimas que esperan la absolución de sus pecados.
Conjuntamente con el empleo de ciertas técnicas narrativas propias de la novela moderna, nuestro autor se vale de otros métodos para lograr un tono poético: la complicidad del medio ambiente. La atmósfera desolada del paisaje rulfiano significa el despoblamiento del campo jalisciense en el ambiente físico de su obra. Se palpa la infertilidad de las tierras, la pobreza absoluta de los personajes, un vagar constante hacia no se sabe dónde. El paisaje, marco escénico de la novela, dista de ser un simple encuadre geométrico. Su contextura está entramada de existencia humana configurándose al mismo tiempo, en una extensión reflexiva sobre la soledad, sufrimiento y desamparo del individuo.
Hombre y naturaleza están sumidos en una misma condición; de allí el vacío de vida, la ausencia de todo tipo de florecimiento, la opacidad y el resecamiento en ella impresa. Este entorno estéril, encharcado de muerte y silencio, está relacionado con los seres grises, marchitos y ensimismados que peregrinan por sus contornos. Frente al ambiente plomizo, cenizoso y fantasmal vagan las imágenes sombrías de sus habitantes, figuras silentes que sólo conocen la expresión oscurecida del murmullo.
En toda la obra los elementos naturales devienen en imágenes y símbolos, como ocurre en el monólogo del Padre Rentaría: “Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces…Hay esperanzas, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar” 8, donde éste asocia la presencia de aire, sol, nubes y un cielo azul a la esperanza.
Por otra parte, ha incluido ciertos motivos retóricos con el objetivo de facilitar el cambio de un mundo a otro, o sea, del mundo de Juan Preciado al de Pedro Páramo. Generalmente, el motivo del agua nos introduce al de Páramo: “Por la noche volvió a llover. Se estuvo oyendo el borbotear del agua durante largo rato; luego se ha de haber dormido, porque cuando despertó sólo se oía una llovizna callada”.9 Se refiere en este caso, a la niñez del cacique.
A partir de la muerte de su primogénito se produce un cambio importante, Juan puede oír la voz de Susana. Así se unifican ambos mundos y para presentarnos el de Susana se sigue recurriendo al motivo del agua como un elemento que está siempre por encima de los acontecimientos, cubriendo con su sonido todo lo que ocurre. El agua como golpe de la naturaleza, que alimenta la esperanza o la tragedia en Rulfo. También como petición, como esperanza.
El hombre de esta región ve las nubes, lee en sus formas y en sus siluetas más o menos cómo va a Ilover y de eso depende que aumente o disminuya su preocupación. Como Fulgor Sedano, que sintió el olor de la tierra y se asomó a ver cómo la lluvia desfloraba los surcos. (…) “¡Vaya! –dijo-. Otro buen año que se nos echa encima.” Y añadió: “Ven agüita, ven. ¡Déjate caer hasta que te canses!”.10 O el cacique, que al mirar el cielo lleno de nubes profirió tales palabras: “Tendremos agua para un buen rato”.11 Los componentes de la naturaleza, en este caso, devienen en premonición de una abundante cosecha.
De igual forma, según se incline la historia hacia la muerte o hacia la vida, los elementos naturales se transforman. De cara a la muerte se desnaturalizan: el aire y el cielo se hacen pesados y negros. La atmósfera se torna agresiva, como ocurre previo al deceso de Juan. Por el contrario, de cara a la vida el aire sopla suavemente, las nubes son espumosas, la naturaleza es pródiga en frutos, tal como la describe Dolores Preciado en su discurso: “Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro”.12
Este mismo fragmento sirve para demostrar la dislocación que sufre el paisaje, entre el antes idealizado de la madre, que coincide con los recuerdos de Pedro y Susana, y el ahora degradado del regreso del hijo: “Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno”.13 La naturaleza evocada por Rulfo, como paraíso perdido, como vergel oculto, como época que ya pasó, como tiempo que se quedó en la nostalgia, las referencias a los solaces, al huerto, al patio, a los árboles frutales donde siempre había qué comer, constituyen un recuerdo nada más. Los nombres de las plantas revelan una caprichosa elección. El autor no busca claveles ni margaritas; en su huerto crecen saponarias, azáleas, arrayanes, hojas de rudas, capitanas, flores de Castilla, acentuando el matiz desértico de la región.
El tiempo, por su parte, se marca por la analogía con la naturaleza: “Por la puerta se veía el amanecer en el cielo. No había estrellas. Sólo un cielo plomizo, gris, aun no aclarado por la luminosidad del sol. Una luz parda, como si no fuera a comenzar el día, sino como si apenas estuviera llegando el principio de la noche”.14 Mediante esta equivalencia sabemos que la noticia de la muerte de su padre es recibida por Pedro Páramo en horas tempranas de la mañana. De igual forma conocemos que el asesinato del cacique tiene lugar al amanecer pues el sol le llegaba por la espalda. Ese sol recién salido, casi frío, desfigurado por el polvo de la tierra.15
Existen en Pedro Páramo, además, una serie de paralelismos en la relación que hay entre los animales y la situación espacio temporal en que se presentan, de ahí que devengan en símbolos, al igual que los elementos telúricos. Estos son presentados de una forma que causan la impresión de un silencio absoluto entre los dos personajes que vienen caminando por el sendero que llega a Comala. Después de un breve diálogo entre ellos, en el que Juan Preciado dice que va a ver a su padre, los interlocutores se callan y sólo se oye el "trote rebotado de los burros". A través del fragmento se da la impresión de un silencio absoluto en el ambiente, que solamente es roto por los animales. Además, los burros, por sus características físicas y su significado metafórico, ayudan a acentuar esa atmósfera lenta, propia de esta Comala. Igualmente los bueyes, que con su tardo andar refuerzan esta idea de inmovilidad que caracteriza al pueblo.
Los animales representativos de la vida se encuentran ausentes (se escuchan los aullidos de los perros pero no se ven en ningún momento); predominan los colores como el negro y los tonos oscuros. Esta imagen de Comala es contrapuesta a la de Sayula, por donde pasó el personaje en su recorrido hacia este lugar.
En Sayula, por ejemplo, los animales simbolizan el movimiento y la vida de un pueblo. Se evocan bellas imágenes de las palomas; es un lugar lleno de luz y de vitalidad. Los animales rompen el aire quieto y se desprenden, es decir, surgen del día; lo que hace que sean las representaciones de la luminosidad y todo lo que ella connota: Y había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer.16 Además de los animales, los niños y los colores dan la impresión de un lugar completamente vivo.
Los animales actúan algunas veces como los receptores de la proyección del estado de ánimo de los personajes que se encuentran alrededor de ellos. Sobre éstos se vuelca el coraje y la frustración; son los objetos que sirven como marca de los sentimientos: el recuerdo de Pedro Páramo induce al arriero a golpear innecesariamente a los burros, proyectando el malestar que le provoca la evocación del padre; lo que también da un antecedente del carácter de este personaje.
Existen otros animales que funcionan también como el indicio (o la premonición) de la personalidad del personaje. El cuervo, por ejemplo, es la representación del augur que anuncia acontecimientos desagradables en el futuro de Juan Preciado. Los toros son empleados como símbolos de la virilidad, en este caso asociado a la figura de Pedro Páramo.
En fin, los animales en Pedro Páramo adquieren diversos significados. En sus múltiples funciones, unas veces se identifican con un personaje, otras, con el medio para denotar un estado de ánimo o crear una atmósfera propicia para la ejecución de futuras acciones.
Por su parte, el paisaje nos da claves de suma importancia sobre los personajes y sus actuaciones; crea atmósferas ligadas estrechamente con las circunstancias que van surgiendo en la novela hasta hacerse un elemento fundamental en la creación de la contextura de la realidad. De ahí que subraye que el espacio desolador y estéril de esta obra forma parte del cuerpo viviente de las acciones; se poetiza y se entrelaza con el transcurrir de las escenas. Además, detrás de ese marco escénico se patentiza la situación del hombre ante su herencia cultural y por tanto, una visión o concepción del mundo.
Por ende, el tópico medioambiental se engrandece con la connotación que adquieren los elementos naturales presentes en la diégesis. Se recrea, entonces, una ecología humana desde una perspectiva ficcional, matizada por un ambiente fabuloso donde la vida y la muerte no tienen fronteras. Finalmente, me atrevería a decir que la presencia de la naturaleza en esta, la única novela escrita por su autor, supone el medio a través del cual se alcanzan las imágenes más bellas del texto.
Notas
1- Joseph Sommers: "Los muertos no tienen tiempo ni espacio", en http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/juanrulfo/entrevista.htm
2- Fernando Aínsa: Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética, p. 167.
3- Juan Rulfo: Pedro Páramo, p.137.
4- Ibídem, p.133.
5- Ibídem, p.176.
6- Ibídem, p.173.
7- Ibídem, p.130.
8- Ibídem, p.141.
9- Ibídem, p.135.
10- Ibídem, p.166.
11- Ibídem., p.168.
12- Ibídem, p.128.
13- Ibídem, p.129.
14- Ibídem, p.141.
15- Ibídem, p.206.
16- Ibídem, p.130.
Bibliografía
Aínsa, Fernando. 2002. Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 228 p.
Arenas, Anita. 1997. Juan Rulfo, el Eterno. Caminos para una interpretación. Ediciones Astro Data S.A., Maracaibo.
Bajtín, Mijail. 1989. Teoría y Estética de la novela. Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., Madrid, t. 2.
Jiménez de Báez, Yvett. 1990. Juan Rulfo; del páramo a la esperanza. Fondo de Cultura Económica, México.
Rulfo, Juan. 1970. El llano en llamas. Pedro Páramo. Editorial Pueblo y Educación, La Habana.
Sommers, Joseph. 2005. Los muertos no tienen tiempo ni espacio. Disponible en: http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/juanrulfo/entrevista.htm