Francisco Iván Sotomayor López *
Universidad de Valparaíso, Chile
franciscoivansotomayor@gmail.com.
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RESUMEN:
Chile se constituye como un caso de gran interés para analizar un proceso de modernización capitalista avanzada en Latinoamérica, tanto por su prolongación en el tiempo como por la vocación totalizadora en su diseño e implementación iniciado a finales de los años 70´. En una región en donde durante el siglo XX avanzó irregularmente hacia y desde las distintas teorías del desarrollo, Chile lleva prácticamente cuarenta años de políticas más o menos matizadas de libre mercado. En el último tiempo se ha sostenido un debate interesante respecto de la satisfacción de la población con el denominado “modelo” tanto en la esfera intelectual como política, que ha alcanzado altos niveles de densidad teórica. El presente artículo busca reflexionar en torno a lo que llamamos proceso de modernización capitalista chileno, profundizando en sus ambigüedades relacionadas con el consumo, la autonomía y la legitimidad, transversalmente cruzada con la percepción de malestar colectivo; y como estas pueden ser adecuadas categorías analíticas para comprender con algún nivel de precisión la realidad social, cultural y política actual.
PALABRAS CLAVES: Modernización - Capitalismo – Malestar- Chile.
ABSTRACT
Chile is a case of great interest to analyze a process of advanced capitalist modernization in Latin America, both for its prolongation in time and for the totalizing vocation in its design and implementation begun in the late 70's. In a region where, during the twentieth century, it progressed irregularly towards and from the different theories of development, Chile has practically forty years of more or less nuanced free-market policies. In recent times there has been an interesting debate regarding the satisfaction of the population with the so-called "model" in both the intellectual and political sphere, which has reached high levels of theoretical density. The present article seeks to reflect on what we call the process of Chilean capitalist modernization, deepening in its ambiguities related to consumption, autonomy and legitimacy, transversally crossed with the perception of collective discomfort; and how these may be suitable analytical categories to understand with some level of accuracy the current social, cultural and political reality.
KEY WORDS: Modernization - Capitalism - Unease- Chile.
Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:
Francisco Iván Sotomayor López (2018): "Consideraciones del proceso de modernización capitalista en Chile", Revista Observatorio de la Economía Latinoamericana, (marzo 2018). En línea:
https://www.eumed.net/rev/oel/2018/03/modernizacion-capitalista-chile.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/oel1803modernizacion-capitalista-chile
1. INTRODUCCIÓN:
La modernización capitalista pude considerarse como un fenómeno de transformación en las relaciones de dominación y de poder nunca visto en la historia de la humanidad. Comienza con el proceso de industrialización y la explotación a gran escala de los recursos naturales de los países así colonizadores y fruto de esto, el surgimiento de un proceso mundial de acumulación capitalista, es decir, el comercio internacional que traería como consecuencia el inicio del fin de las relaciones tradicionales mantenidas durante más de diez siglos y que en américa latina suponen una fuerte y veloz transformación en donde, tal como en otros tantos temas nuestra región se enfrenta a un cruce entre lo arcaico con lo moderno y suscita ya sea la arcaización de lo moderno o la modernización de lo arcaico.
Ibáñez (2001), plantea la tesis de que la modernización capitalista con ya varios siglos de profundización no responde a categorías territoriales, lo espacial ocupa hoy un lugar intrascendente, el espacio está supeditado al tiempo, parafraseando a este autor; el tiempo y el espacio son dos realidades separadas e independientes, no se pueden manipular las distancias espaciales, pero se puede dominar el tiempo (pág. 158)
No existe un territorio al cual disputar, el poder ya no se ancla en la geografía, ni se cristaliza en el territorio, sino que los nuevos poderes son extraterritoriales. Las élites dominantes en la actualidad se desplazan con mayor libertad, y rapidez, lo que implica fluidez de movimiento del capital sin barreras, fronteras, o regulaciones locales.
Un elemento central acá lo constituye el consumo, elemento absolutamente fundamental en este proceso de modernización, acción económica, social, psicológica, cultural y política a la vez, probablemente nunca haya quedado más en evidencia que todo lo sólido se desvanece en el aire, que en esta acción poseedora de un formidable poder emancipatorio y alienador al mismo tiempo. En el consumo, el tiempo de uso de los productos es cada vez menor, el deseo individual de satisfacción es cada vez más rápido. Nuevamente citemos a Ibáñez (2001):
La protección de tu “derecho a elegir libremente” constituye el meollo de nuestro ordenamiento político y jurídico: eres, literalmente, un “ser para la elección”, la capacidad de elegir te define, y tu “ideal del yo” se recorta sobre el modelo del consumidor…eres totalmente libre de satisfacer unos deseos de los cuales nosotros somos dueños (pág. 166).
Sin embargo, esta capacidad de elección que de buenas a primeras parecería un elemento positivo, si se analiza con cuidado guarda en su interior las tensiones o ambigüedades propias de la modernidad, a esto se le suman las derivadas asociadas a la autonomía y la legitimidad del propio sistema capitalista. Es ahí donde busca introducirse este artículo, en aquellos elementos ambivalentes y confusos que operan de forma simultánea a nivel cultural, económico, pero también a nivel social y psicológico y que en un continente en donde los períodos con tan cortos y los regímenes de las ideas pasan de un lado al otro del péndulo en menos de una década es especialmente interesante observar un proceso de modernización capitalista avanzado como es el caso de Chile, no debemos olvidar que desde las reformas liberales de los años ochenta principalmente a la fecha, este país lleva prácticamente cuarenta años de políticas de libre mercado, es decir prácticamente dos generaciones de chilenos y chilenas se han apropiado de esta idea de sociedad, el cual desde el año 2011 vive un proceso de revisión crítica. La primera de las preguntas que deberemos responder es naturalmente que entendemos por lo moderno y como ha ido adquiriendo forma en nuestro país los últimos años.
2. PERSPECTIVAS DE LA MODERNIZACIÓN CAPITALISTA EN EL CHILE ACTUAL.
¿En qué consiste una sociedad moderna?, ¿cómo podría uno describir lo moderno?, si uno pudiera echar mano directamente a la literatura (de lo cual hay bibliotecas enteras, desde el SXVIII en adelante), buena parte de la reflexión occidental se ha dedicado a intentar resolver este problema ¿en qué consiste esta transformación tan absoluta en relación con el tipo de organización social que imperó tantos años? Desde que Maquiavelo o Rousseau se lo preguntaran, en adelante prácticamente todos los grandes autores se han hecho cargo de esta gran duda de los últimos tres siglos, como y porqué la sociedad medieval tradicional simplemente desapareció.
Comenzaremos a indagar en este tema tomando el trabajo de Ferdinand Tönnies, uno de los padres de la sociología contemporánea, quien en su famoso libro “Comunidad y Sociedad” de 1887, sostiene en términos generales que lo moderno consiste en un tránsito, un paso de lo que él llama comunidad a lo que denomina sociedad. Por comunidad o “Gemeinschaft” entiende un tipo de sociabilidad en la cual quienes forman parte de un grupo humano están fuertemente cohesionados porque comparten una misma conciencia moral, un mismo sentido del destino humano, poseen unas mismas ideas acerca de lo que es correcto, una espiritualidad y un destino espiritual compartido, podría decirse que acá cabe hablar de un nosotros. En cambio, una sociedad, una “Gesellschaft”, es una asociación de personas unidas simplemente por el contrato, es decir, un grupo humano que ya no comparten una misma conciencia moral, sino que están relacionados mediante fundamentalmente el intercambio, en términos contemporáneos podríamos hablar de interacciones de mercado, y en vez del nosotros aquí cabría hablar de “yo y tu”, dando énfasis a la individualidad.
De ahí diría Tönnies, que lo moderno está siempre atado a la disolución de la conciencia colectiva, la tradición se disuelve, se desgrana, los argumentos de autoridad pierden peso, las elites que reivindicaban históricamente para sí una cierta autoridad fundada en un pasado inmemorial a través de símbolos como el linaje o la sangre, empiezan a parecernos absurdas y sin mayor sustento dando paso a la secularización y laicización del poder, resuena el famoso discurso de Gettysburg, en donde Abraham Lincoln, consagra el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, en donde la palabra “pueblo” perfectamente podría ser reemplazada individuo o usando palabras de Descartes, del sujeto.
El paso en definitiva de un mundo cuya conciencia colectiva se hunde en un pasado anquilosado, mítico y difuso, localizado en leyendas, religiones o nacionalismos pasa de pronto a un mundo en donde los sujetos adquieren conciencia de sí mismos, y poseen una conciencia moral que se diferencia una respecto de la otra, en donde las relaciones pasan a estar mediadas por la voluntad y no por factores impuestos desde la cuna, la casta o la sangre, una sociedad en donde el concepto de libertad se expande rápida y consistentemente, abarcando progresivamente todas y cada una de las esferas de la vida de las personas, lo económico, lo social, lo religioso, llegando incluso - como hoy – a lo sexual. (Tönnies en Alvaro, 2010)
Este diagnóstico que hace Tönnies se debe considerar como una continuidad de una discusión que ya llevaba un tiempo de maduración importante, pero que otorga una notable claridad para dar cuenta de cambios que en su tiempo fueron formidables, tales como una religiosidad en crisis, un estado progresivamente más relevante en la vida de los sujetos y un capitalismo arrollador que – tal como describe Marx – es capaz de dinamizar las fuerzas sociales más colosales nunca antes vistas en la historia del hombre.
Este paso de la comunidad a la sociedad es posible apreciarla claramente en la experiencia chilena, basta con revisar el estado de las formas de asociación más cercanas a la comunidad para darse cuenta de su profundo debilitamiento; el barrio en donde la gente crecía, jugaba, se enamoraba, se casaba y volvía, ha desaparecido; el sindicato, la gran experiencia obrera de comunidad de mitad de siglo en Chile ha perdido presencia a tal punto que en los enclaves históricamente militantes y con conciencia de clases, como lo fue la ciudad minera de Lota, en las últimas elecciones presidenciales ganó el candidato de la derecha por amplio margen.
Un caso paradigmático es la Iglesia, la institución que amalgamaba a los mayores sectores de la población nacional en ciertos principios de convivencia cristiana y que llegó a dominar políticamente desde su doctrina desde los orígenes de la colonia, república y siglo XX, hoy vive la mayor crisis en su historia, la reciente visita del Papa al país mientras se discutía la ley de identidad de género y recientemente se aprobaba la ley de aborto bajo tres causales - con la resistencia absoluta de la iglesia católica - demuestra la decreciente influencia real en la agenda nacional, y como ha perdido el lugar predominante en aquella experiencia comunitaria pre-reflexiva. Actualmente las iglesias se escogen, tal como lo plantea Ibáñez (2001), la experiencia mística en todas sus dimensiones hoy pasa a ser una extensión de las libertades individuales, no una imposición. Es decir, todos estos grandes grupos, cuya pertenencia tradicionalmente se heredaba a la cual las personas adscribían irreflexivamente se ha ido disolviendo.
Las pistas que descubre hábilmente Tönnies, pueden seguirse en otros autores de la época. aparece en la literatura inglesa el historiador y jurista Henrry Maine, (1906) quien describe lo que él denomina el paso del estatus al contrato , el estatus es una posición social anclada en factores involuntarios, como el linaje o el origen; mientras que el contrato en cambio es una posición social que se establece mediante el intercambio de forma que lo moderno es una paso entre lo involuntario a lo voluntario, las personas se ubicarán dentro de la escala social progresivamente más por sus capacidades y méritos individuales que los derivados de la pertenencia a ciertos grupos.
En el mundo actual, uno de los rasgos característicos de la izquierda contemporánea es su afán para volver de alguna manera y con distintos énfasis al status, es decir a la concepción de una persona como un componente de un sujeto colectivo no individual, utilizando tradicionalmente la categoría usada por el filósofo Thomas Marshal de ciudadanía, o sea, que hay que independizar ciertos bienes (sociales), de la voluntad y atarlas a la pertenencia a una comunidad, en contradicción con ciertos movimientos liberales radicales, libertarios o anarquistas liberales, que irán siempre intentando asociar las condiciones de vida de los sujetos a sus propias elecciones y al ejercicio de sus libertades, impidiendo cualquier tipo de injerencia de autoridad estatal.
Como se aprecia, Maine y Tönnies, utilizan categorías conceptuales similares al momento de abordar este tránsito hacia la sociedad moderna. Lo mismo ocurre en Francia, en lo que va a ser la sociología clásica francesa, basta citar a Durkheim, (2014), uno de los creadores de la sociología y de los nombres más importantes en la teoría sociológica de todos los tiempos, quien describe este proceso en su texto “La división Social del Trabajo”, como la transición entre una solidaridad mecánica a una solidaridad orgánica. Por solidaridad entiende Durkheim los vínculos sociales, por un lado, están los vínculos pre-reflexivos, donde una persona forma parte de una totalidad que lo excede y lo supera completamente y que se evidencia en la ausencia de divisiones sociales relacionadas con el trabajo, a esto lo denomina a la solidaridad mecánica (bastante parecido a la noción de comunidad de Tönnies); y por otro lado están las relaciones sobre la base de la división del trabajo y el intercambio, esto fue denominado solidaridad orgánica (similar a la noción de sociedad de Tönnies), en donde se produce una alta especialización de las funciones sociales y el trabajo se divide en innumerables roles, puestos y actividades, dependientes, pero al mismo tiempo autónomas las unas de las otras.
Por último, Alexis de Tocqueville, quien en su monumental obra La democracia en América, redactada en 1835, es decir, la primera mitad del siglo XIX, como consecuencia de una visita de nueve meses que hace a los nacientes Estados Unidos de América, logra avistar lo que van a ser los rasgos de la sociedad moderna de una manera sorprendente. En el famoso capítulo quinto del tercer libro de La democracia en América, Tocqueville reflexiona sobre la manera en que la sociedad americana está “poseída por la pasión por el consumo”, una sociedad en donde no hay aristocracia sino mercado y comercio, en donde la relación entre el señor y el siervo se han transformado radicalmente, no porque las clases sociales hayan desaparecido, dado que tal como en la antigua Francia esta sigue existiendo de forma evidente, pero hay una diferencia fundamental, mientras en la sociedad francesa ser siervo y ser señor compromete la totalidad de la vida, de manera que ser siervo era comprometer todo el destino a la voluntad del señor y de su familia; en la sociedad americana en cambio, de pronto como todo está mediado por el dinero, ser siervo es comprometer solo una pequeña parte de la subjetividad dejando todo el resto de ella a salvo. Dicho de otra forma, el americano se compromete con su empleador a cambio de un salario acordado libremente una parte del día, pero no compromete - ni le es exigida - ninguna lealtad de su trayectoria vital hacia él, le presta un servicio, diríamos en términos modernos.
En el fondo, lo que dice Tocqueville es que cuando se generaliza el dinero como medio de intercambio - y el mercado es la forma más básica de interacción entre los seres humanos - la subjetividad de las personas se logra resguardar, lo que el sujeto es y será no está en juego. Basta con pensar en cualquier acto de intercambio como ir a un supermercado por ejemplo, la transacción entre dinero y bien o servicio no se constituye en un acto de compromiso ni lealtad ni de transgresión de la autodefinición tanto del vendedor como del comprador, dado que está supeditado previa y macro-socialmente (diríamos en términos ecológicos) a ciertas estructuras jurídicas que posibilitan el contrato, siendo el acto del mercadeo un acto mudo entre dos anónimos que comparten medios pero no fines. No deja de ser curioso el dejo de desprecio que Tocqueville traspasa en estas ideas, no debemos olvidar que este era un aristócrata y veía con preocupación esta rápida transformación.
Si nos detenemos a pensar en el viejo inquilinaje en Chile antes de la reforma agraria, o el largo período de la hacienda como modelo arquetípico de la sociedad colonial latinoamericana, y comparamos lo que produjo la modernización en el campo, podemos observar justamente lo que Tocqueville detectó muy tempraidnte a mediados del siglo XIX en Estados Unidos.
La sociología nos enseña que todas las sociedades a la fecha conformadas por seres humanos han terminado con algún tipo de régimen de estratificación legitimada por algún sistema de creencias y relaciones de poder. La diferencia entre las modernas y las tradicionales, no es la ausencia de estratificación o desigualdad, sino que las diferencias es que están establecidas en función del uso del dinero y el mercado, y por tanto las interacciones independientemente de la jerarquización social se mantienen circunscritas a lo que Rousseau y Hobbes denominaron: el contrato social, una relación de “igual a igual” entre sujeto y estado, en donde ambas partes tienen derechos y obligaciones.
Ahora bien, cabe preguntarse entonces que efectos tiene esta aparente salvaguardia de la subjetividad en la sociedad moderna, según otro filósofo y sociólogo; Georg Simmel quien escribió a comienzos del siglo XX, en un famoso libro llamado “Filosofía del Dinero”, que el mercado, la economía monetaria, este fenómeno tan contemporáneo y tan transformador , es la base de las condiciones de posibilidad de la libertad tal como la conocemos hoy en día, no porque cuando uno compra o vende ejercite la libertad al elegir cierto tipo de producto o servicio. Sino porque el dinero al simplificar los códigos (los bienes puede ser convertido en dinero) bajo los que se producen los tipo de uso y cambio, permite que al no comprometer nuestros fines, solo los medios, podamos tener lo que en psicología se denomina vida interior, comúnmente llamada intimidad, vida privada, un yo que solo la propia persona puede dominar y definir y que no está obligada a entregar a nadie, y ese yo (la intimidad bajo estos preceptos sería un producto moderno), es la base de la libertad humana, que en su expresión cotidiana se relaciona con administrar a discreción la autonomía, la afectividad, la sexualidad, la amistad. etc. En palabras de Simmel, la monetarización permitió la consolidación de un espacio interior insobornable. (Simmel en Romani, 2013)
Evidentemente ninguno de estos tipos ideales se presenta en la realidad tal y como se definen en la teoría, sin embargo - y tal como fue dicho anteriormente- lo importante es que tipo de interacciones son predominantes, y en vista y considerando la evolución de la sociedad latinoamericana durante los últimos 30 años, no cabe duda de que esta transición hacia la modernidad en la región es un proceso en marcha (me atrevería a decir que acelerando). En particular en el caso de Chile es aún más claro considerando lo anticipado y acentuado del proceso - según el propio Milton Friedman Chile fue el país en donde realmente se adelantó la restauración liberal que vendría a masificarse diez años más tarde en el Estados Unidos de Reagan o el Reino Unido de Thatcher y de ahí al resto del mundo.
Efectivamente, durante los 17 años de dictadura militar, sumado a 27 los distintos gobiernos concertacionistas y de la Alianza por Chile (actual Chile Vamos), el país pasó de una economía con vocación estatista centralizada, hacia una mantención casi irrestricta a los principios del consenso de Washington. Este tránsito que en Europa había durado tres siglos y en Estados Unidos un siglo y medio, en Chile demoró un par de décadas, teniendo como consecuencia que en una generación se apreciaran las trasformaciones brutales de dos modelos antagonistas.
Lo interesante de este proceso es que si se revisan las propias premisas de autores como Friedrich Hayek y otros provenientes de la escuela austriaca, un elemento central de su doctrina es que el progreso, en función que depende de múltiples e infinitos actores y acciones y por lo tanto de información descentralizada, no puede ser planificada desde una “mente maestra” (Gorostiza, 2001), este argumento evidentemente ha sido uno de los más importantes a la hora de ubicarse en la posición contraria a las formas de economía centralizada proveniente de regímenes totalitarios tanto fascistas como comunistas. Sin embargo, en el caso de Chile resulta contradictorio que haya sido implementada justamente por un gobierno dictatorial y autoritario proveniente de una estructura castrense caracterizada por la centralidad en la toma de decisión, esto puede explicar en parte las denominadas grietas de la transición chilena, en donde aparecen constantemente elementos contradictorios en las nociones filosóficas detrás de la implementación del modelo.
Ahora bien, detrás de todo proceso de modernización capitalista, según el propio Simmel, se tienden a producir ciertas nostalgias de lo que sería la comunidad según Tönnies – o solidaridad orgánica, en palabras de Durkheim - esto es apreciable en las encuestas, un dato repetitivo durante los últimos años es la idea que existe una alta valoración por la vida íntima, versus la insatisfacción a nivel societal. La idea que hay una falta de cohesión social, que hemos perdido la solidaridad y que las relaciones son más frías, esto es propio de las sociedades modernas, de hecho, el propio Rousseau en el siglo XVII, hacía reflexiones que parecería críticas totalmente contemporáneas a nuestro tiempo, por ejemplo, escribe en Cartas desde la Montaña una feroz crítica a la falta de virtud de los franceses, y que ahora todos son comerciantes que abandonaron su preocupación por el amor o la solidaridad y que lo único importante parece ser el lucro y el dinero. Es interesante como se aprecia prontamente esta ambivalencia entre el avance en libertades individuales, versus la necesidad de recuperar el vínculo con esta comunidad abrigada, consoladora que permitía mitigar la incertidumbre del presente, con la promesa de la pertenencia a algo mayor que se encuentra por sobre el sujeto, esta conciencia colectiva o entidad mayor confortable y protectora, toda esa ilusión es propia de esa estela de pérdida que acompaña el proceso de individualización.
Muchas veces hemos visto en Chile y en todo el mundo distintos movimientos políticos que buscan en el estado la manera de desenterrar esta conciencia colectiva perdida y la organización y protección del colectivo, bajo lo que - entre otros – Marshal define como derechos sociales, posteriores a los civiles y políticos.
Institucionalmente es posible ubicar tres componentes centrales e ineludibles de este proceso de modernización, en este caso y en primer lugar un sistema de mercado capitalista; en segundo lugar, un estado nación, es decir una agencia que monopoliza el poder y la fuerza sobre un determinado territorio; y tercero, una cultura mediatizada, que no es cara a cara sino que está mediatizada mediante instrumentos de comunicación masivas que permiten que las personas puedan comunicarse sin la co-presencia.
3. DIMENSIONES DE LA AMBIVALENCIA DE LA MODERNIDAD EN CHILE.
Probablemente la sensibilidad más propia de lo moderno es la ambigüedad o la ambivalencia experimentada, en palabras de Foucault por un sujeto que no está más sujetado y que sorpresivamente se ve posibilitado y condenado al mismo tiempo a ser su propio dueño y constructor de su propia subjetividad.
Un primer fenómeno generador de esta ambivalencia es el consumo. Un rasgo propio de lo moderno es la capacidad de consumir de manera masiva, productos que históricamente había sido negados para las grandes mayorías. Es un dato de la causa que no hay ninguna sociedad que haya incorporado a su cotidianidad la abundancia, como la sociedad actual. Todo lo que hoy se denomina bienes de consumo, que en su origen se componía por elementos como la azúcar, la fruta, las flores, el café y otros productos. La ambigüedad del consumo es que conforme aumenta el bienestar aumenta al mismo tiempo la insatisfacción.
El mejor ejemplo de esto es lo que sucede en Chile - y en general en Latinoamérica- con la educación, nunca en la historia había existido una generación más escolarizada y mejor formada que la de hoy, esta situación era inimaginable a mediados del siglo XX en donde acceder a la universidad se constituía en una utopía para grandes sectores excluidos socialmente. Actualmente las posibilidades de acceso a la educación superior en Chile son propios de países desarrollados, llegando a cerca del 60% (OCDE, 2016) de modo tal que, al revisar la literatura comparada Chile es un caso de universalización de la educación terciaria. A pesar de estos resultados aparentemente espectaculares, nunca al mismo tiempo había habido más malestar y mayor frustración con la educación, ¿cómo se explica esto?
Desde la literatura clásica económica se puede mencionar la “paradoja de Hirsch”. Para Fred Hirsch, el capitalismo que había nacido como consecuencia de la revolución mercantil e industrial presentaba una combinación de tres características contrarias entre sí: a) El impulso económico del capitalismo de mercado; b) la legitimación política del universalismo y la participación democrática; y c) la limitación de la distribución igualitaria de la renta. La consecuencia era un trilema característico de las sociedades avanzadas en el proceso modernizador, “cualquier de estas características puede darse de dos en dos pero jamás pueden dar de forma simultánea las tres” (pág. 300), a esto fue llamado los límites sociales del crecimiento económico. En el estudio de la legitimidad del capitalismo tardío, Hirsh así como otros pensadores como Habermas o Bell se enfocaba en el debilitamiento moral que producía el sistema, pero a diferencia de estos últimos que apuntaban a los efectos nocivos en códigos como el valor del trabajo o el ahorro – típicamente asociadas al origen del capitalismo protestante- este se detiene en la desacumulación de las virtudes sociales y resalta una por sobre otras; la confianza.
Efectivamente, para Hirsh los procesos de capitalización avanzada en sociedad modernizadas tienden a perder un elemento propio de las comunidades; la confianza, un recurso vital en la economía por ser un bien público fundamental, y que el capitalismo había pasado a una fase de expansión tal, que había ido erosionando ese capital original del cual dependía moralmente. El capitalismo destruye más capital social que el que puede producir y esto queda en evidencia en la correlación demostrada entre desigualdad relativa, confianza y crecimiento: cuanto más desigual es una sociedad, menor es la confianza interpersonal.
Nuevamente el caso de Chile es paradigmático, las tasas de confianza a nivel social, institucional e incluso familias, según varios estudios han ido decreciendo rápidamente. Según el VIII Estudio Nacional de Transparencia del año 2016, refiere que solo 18% de los encuestados, considera que las entidades públicas son transparentes y que un 17% piensa lo mismo de los funcionarios que allí trabajan, y el 85% piensa que actos de corrupción quedan impunes.
Otra forma de comprender el malestar es desde la transición de las necesidades básicas, o también llamado, “trampa del ingreso medio”. En sociedades que alcanzan mayores niveles de riqueza el consumo se traslada, a lo algunos teóricos llaman bienes posicionales, o sea, bienes que se buscan porque permiten la distinción del resto del entramado social. Un bien posicional clásico son los certificados universitarios. Un ejemplo de esto es que en Chile significaba hace algunos años tener un certificado universitario, resultaba un verdadero sucedáneo de título de nobleza y era una cuestión considerada prestigiosa. Era recurrente la expresión en los padres, frente a la pregunta de que deseaban para sus hijos: “que sea un profesional”, como una forma de asegurar un bienestar material – pero también simbólico - futuro. Basta revisar las consignas de las movilizaciones del 2011, las que demandaban educación, gratuita y de calidad, no es coincidencia que justamente lo que se exija sea este bien posicional por excelencia.
Las grandes mayorías siempre han buscado poseer estos bienes posicionales, sin embargo, cuando se logra masificar, ya dejan de proporcionar la diferenciación de antes. De tal forma, cuando los amplios sectores medios finalmente alcanzan estos productos y bienes, lo experiencian con frustración dado que ya no otorgan esa condición de primacía que permitían antaño. Esto puede explicar la frustración que se manifiesta en Chile y en otros países de la región, respecto del sistema educativo, criticándolo como una suerte de estafa, consecuencia de vivir una experiencia universitaria masificada que no cumple con lo que supuestamente prometía; la distinción. Es decir, conforme las sociedades y el bienestar se expanden, las fuentes de frustración también se incrementan, dado que el consumo deja de tener relación con las necesidades naturales y comienza a adquirir características diferenciadoras. En palabras de Baudelaire, utilizando el ejemplo de la moda; “la moda no tiene por objeto la belleza, si alguna vez existiera un objeto realmente bello, la moda acabaría” (Habermas, 2008:223).
En un sentido más profundo, se podría decir que las sociedades que avanzan en su proceso de modernización capitalista se encuentran atrapadas en una ambigüedad sin fin, prometiendo satisfacer lo que la población quiere y anhela, solo para que esta descubra cuando lo adquiere, que el deseo queda nuevamente insatisfecho, en una suerte de eterno distanciamiento. Un ejemplo de esto es el consumo de Coca Cola, un producto hecho para supuestamente satisfacer la sed, pero que, al cabo de unos minutos de beberla, el comprador descubre que tiene aún más, y, por ende, debe volver a comprar otra y así infinitamente. Ya lo diría Marx, refiriéndose a la sociedad capitalista; es la única capaz de crear la abundancia al mismo tiempo que la miseria.
Para el psicoanálisis esta incapacidad de satisfacción del deseo último es una condición humana, la que se intenta compensar con la adscripción a ciertos dogmas, ideologías o religiones. Este diría Freud, es uno los aciertos del capitalismo, utilizar este componente de insatisfacción permanente en favor del crecimiento económico. Hirsch – y en esto estaría de acuerdo con Lenin – plantea que el consumo vendría siendo un reemplazo de las utopías. Escenario es muy distinto al que se apreciaba a principios y mediados de siglo XX, en donde la pobreza y la miseria empujaba vigorosamente el carro de las revoluciones.
Acá es interesante volver a Tocqueville, quien observó lo contradictorio del hecho que en Francia se haya desatado la revolución en el año 1789, período en que ya habían pasado los peores días del régimen de Luis XVI social y económicamente hablando. Esto nuevamente puede ser explicado desde la paradoja del bienestar relativo. Otro sociólogo que aborda este aspecto de la modernidad es Pierre Bourdieu, quien denomina este fenómeno como el efecto de histéresis, (en griego significa “llegar atrasado”), vale decir, las masas históricamente marginadas llegan siempre tarde a la adquisición de este tipo de bienes, generando un enorme malestar al darse cuenta de que ahora carecen del capital simbólico que alguna vez tuvieron.
Otro aspecto de la ambivalencia de la modernidad es el ideal autónomo, vale decir, la convicción que el sujeto es capaz y tiene el derecho de ser protagonista de su vida y en consecuencia puede modelar su destino. Si tuviéramos que describir el ideal de autonomía, es esta convicción de que la vida humana es un quehacer entregado ante todo al discernimiento de quien la vive, y que puede utilizar su capacidad para ajustar lo que anhela a sus acciones y determinaciones. Esto parte de la premisa liberal que el hombre es un sujeto racional y esclarecido, dueño de una voluntad que le permite conducir mediante el timón de su inteligencia. Este ideal ha sido descrito en la literatura de forma profusa, pero podemos destacar a René Descartes, quien con su famosa frase “pienso, luego existo”, sentó las bases intelectuales de la modernidad. A tal punto es la importancia de su trabajo, que este hombre nuevo pasará a llamarse sujeto cartesiano, es decir alguien que es capaz que sobre el piso de la pura razón puede elegir su destino (Descartes, 2004).
Sin embargo, este ideal también posee ambigüedades - y esta vez son monumentales - dado que autores contemporáneos junto con subrayar el valor y la transformación paradigmática que genera la autonomía, se empeñarán en demostrar que (aunque suene contradictorio), no es posible conseguirla totalmente por ningún ser humano.
Buena parte del desasosiego cultural de la sociedad contemporánea tendrá que ver con ello, es decir, el ideal de autonomía se defiende, pero al mismo tiempo se le erosiona intelectualmente. Para observarlo más claro debemos obligadamente referirnos a las tres heridas narcisistas del cogito cartesiano, escritas por Sigmund Freud en 1917, en donde, expone que ha logrado comprender las tres heridas del hombre moderno, y con ello - siguiendo a Nietzsche - superar definitivamente la concepción Ilustrada del progreso racional humano. Refiere en primer lugar que tal como descubrió Nicolás Copérnico, la Tierra no es el centro del universo, relegándonos a un lugar periférico en el cosmos. Posteriormente Charles Darwin, da una nueva estocada al amor propio humano, al concluir que el hombre es un animal más y que no posee un lugar privilegiado otorgado por Dios o un ser superior. Finalmente – y dando cuenta del propio narcisismo de Freud – se ubica a el mismo como el tercer y último ofensor de la autonomía, al mostrar que una persona no es ni siquiera dueño de su propia casa, es decir su mente: nace el inconsciente.
Lo anterior podría calificarse como terrible, dado que el ser humano moderno es invitado, por un lado, a ser autónomo y racional, pero al mismo tiempo se le niega la posibilidad de su centralidad al asegurarle que es un ser incapaz de autorregularse, periférico y sin mayor relevancia en el universo, esta es la ambivalencia actual. Este aparente relativismo es identificado por Kant, quien explica en su Crítica a la razón Pura (1781) que el sujeto es incognoscente, es decir, que es solo un supuesto, que se no puede afirmar a si mismo desde la sola razón, refutando la tesis defendida por Descartes. En otras palabras, Kant dice que ni siquiera el propio sujeto se conoce a sí mismo, dado que - como todo - está basado en su propia e inexacta experiencia.
Otro que sigue esta misma línea, centrándose en la dimensión comunicacional, es Michel Foucault, quien, en Las palabras y las cosas (1968), examina las Meninas de Velázquez, donde el pintor intenta retratarse a sí mismo pintando. En el análisis de esa obra, lo que sugiere Foucault, es que este es un gesto típicamente moderno, el esfuerzo por afirmarse uno mismo como el sujeto. Sin embargo, al revisarlo críticamente el observador no logrará saber si lo que se aprecia es el pintor o el reflejo de este, en definitiva – dice Foucault – la empresa de representar fielmente al sujeto creador como el centro de todo, es un esfuerzo totalmente imposible, porque el sujeto tiene un punto ciego respecto de sí mismo.
Todas estas contradicciones se pueden apreciar en el Chile contemporáneo. Durante el 2017 se produjeron importantes movilizaciones en contra del sistema de pensiones, bajo la consigna “No más AFP 1”, se criticó fuertemente la fórmula de capitalización individual administrada por entidades privadas. Lo interesante es que la demanda era poder recuperar su dinero, es decir, la exigencia no proviene desde una eventual búsqueda de extender la noción de solidaridad intergeneracional, sino más bien de no gozar la suficiente autonomía en la administración de sus ahorros. Sin embargo, al plantear las alternativas al sistema de capitalización individual, estas van por el camino de nacionalizar bajo una entidad estatal que está lejos de la idea de la recuperaciónpara el propio cotizante los recursos. Este tipo de contradicciones propias de la modernidad también se aprecian en temas como la exigencia de mayores libertades individuales pero que conviven con la elección con amplia mayoría de una coalición política conservadora. Autonomía versus control, libertades versus protección, el dilema modernizador se presenta con intensidad en la sociedad chilena actual.
Un último elemento propio de la ambivalencia moderna es la legitimidad, ¿cuál es la fuente de la legitimidad del sistema político y económico? la respuesta que las sociedades modernas han encontrado es fundar su legitimidad en lo procedimental, en la forma y capacidad de responder a la multiplicidad de subjetividades reconociendo en cada una de estas un valor. Es decir, se fundamenta en el modo en que produce las decisiones, pero no en el contenido. Esto es posible apreciarlo en la - elevada a categoría de dogma- democracia moderna, que hoy constituye una categoría irrenunciable para cualquier tipo de experiencia política. Nadie en su sano juicio pretendería fundar hoy un movimiento político declarándose abiertamente antidemocrático, esto sería el equivalente a haberse declararse anticristiano durante la edad media en Europa, absolutamente imposible. La clave fue transformar la democracia desde un sistema político a un valor en si mismo, una base moral desde la cual lo que provenga de ahí debe ser validado como legítimo en cuanto fue votado por la mayoría.
Esto es equivalente a lo que sucede con el mercado, en donde a diferencia de la escolástica del siglo XVI, San Agustín, por ejemplo insistirá en la dimensión moral de la economía bajo la premisa de la existencia de un precio justo, defendido por la iglesia, y que en Chile hemos visto bajo la demanda de un salario ético por ejemplo, hoy lo que vemos es que el precio es lo que resulte de una interacción de procedimiento; la ley de oferta y demanda, y el resultando está escindido de una dimensión moral en sí misma. La única restricción provendría de la presencia de práctica monopólicas, colusiones o uso indebido de información que corrompería la libre competencia.
Sin embargo, la legitimidad basada en el procedimiento tiene un costo, y es que al final del día el contenido no pueda ser esgrimido como argumento de fondo, sino que debe ser cautelado en la esfera personal, esa es la condición. Esta es una profunda fuente de insatisfacción, especialmente para los sectores religiosos, dado que por un lado la sociedad moderna permite y alienta la presencia de ideas morales, pero impide que están se impongan como fuente de legitimidad en la esfera pública.
Este es probablemente una de las dimensiones que aún permanece relativamente en disputa al interior de la sociedad chilena, apreciable en la discusión respecto de la ley de aborto en tres causales o de la ley de identidad de género, vinculado más bien a que la hegemonía conservadora sigue siendo de una elite profundamente religiosa que se resiste (cada vez con menos éxito), a ubicar sus definiciones morales dentro de la esfera estrictamente personal.
4. REFLEXIONES FINALES.
Para cerrar, lo que se aprecia es que la sociedad Chile a la luz de su proceso de modernización capitalista, es una agudización de sus ambivalencias naturales, que lejos de ser un proceso único y especial, se constituye en un fenómeno que otros países y regiones han tenido ya que vivenciar y gestionar. ¿Qué es lo que queda? probablemente la articulación de fases dialécticas de progreso y desilusión, surgiendo nuevas -pero predecibles - discusiones, tales como el fenómeno migratorio, la robotización del trabajo, la crisis demográfica con su faceta más cruda en el envejecimiento de la población, entre otros. Asumir esa dialéctica y guiarla deberá es el desafío de la política, no tan solo mediante la elaboración e implementación de buenas políticas públicas, sino que deberán ser capaces de capturar las sensibilidades y saber conducirlas razonablemente, este es el desafío de las nuevas agrupaciones que aparecen representando elementos explicables desde este análisis.
Por ejemplo, la emergencia de un Frente Amplio, que representa en ocasiones la nostalgia a la noción de comunidad de Tönnies, bajo la categoría de ciudadanía, que, sin embargo, aún no logra fraguar un proyecto de desarrollo económico que no sea el retorno a recetas cepalinas. Pero que también contiene en su interior una enorme fuerza modernizadora en temas llamados “valóricos” como las demandas de las agrupaciones LGBT, la legalización de la marihuana, el aborto libre, etc. O al otro lado del espectro político; Evópoli, que viene a reivindicar el libre mercado y el consumo como parte de este ejercicio emancipatorio y liberador, y que tímidamente da cuenta de sintonizar con la noción de autonomía y legitimidad procedimental.
En este sentido, la política, en la medida que sea capaz de dialogar con estas ambigüedades propias de la modernidad y brindar un reconocimiento a estos grupos medios frustrados por haber llegado tarde a estos bienes estatutarios, que hoy lo que buscan es, por un lado, nuevos bienes simbólicos provenientes del mérito y de la movilidad no asegurada pero posibilitada; y por otro, remedios a los temores asociados al retorno a ese estado de miseria anterior que era la sociedad chilena de mediados del siglo XX y que la actual generación guarda en sus recuerdos como recordatorio del lugar de procedencia, generando esta realidad que las encuestas reflejan; orgullo por la movilidad social adquirida y preocupación a nivel macrosocial.
La gran pregunta a la luz de estas reflexiones es si Chile – y en extenso Latinoamérica - logrará conducir sensatamente este proceso de modernización, con la representación republicana de una población más educada, diversa, autónoma, respetuosas de la libertad, que circunscriben su moral para la esfera privada, responsablemente escéptica de los grandes líderes o caudillos. O volverá a aquellas fases en donde se ejercía la política en base a promesas de utopías escatológica, y que empujaban por la construir este “hombre nuevo” que sería capaz de construir una sociedad distinta con un horizonte histórico pleno como fue en los años 60 y 70.
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