Franklin Michel Hernández Hernández
Centro de Investigaciones de Política Internacional de Cuba
Grupo de Asia y Oceanía, Especialista de Japón
franklin@cipi.cu
Resumen
El 1ro mayo de 2019, el actual Emperador de Japón Akihito abdicará, y su hijo, el Príncipe Naruhito, reinará como el nuevo monarca. Lo significativo de esta transición imperial no es su rareza, sino el contexto en que se realiza: el marco de otra transición más general y profunda iniciada a partir de 2012 por el gobierno del Primer Ministro Shinzo Abe. La estrategia de seguridad nacional de la actual administración ha buscado aumentar las capacidades militares de la nación asiática, a la vez que ha realizado cambios trascendentales en la sociedad japonesa.
El Emperador, y sus poderes, también han sido objeto de análisis para posibles modificaciones. Este proceso podría conllevar a la restauración parcial o total de ideologías de preguerra, como el Kokutai.
Palabras clave: Emperador-Kokutai-militarismo-nacionalismo-transición
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Franklin Michel Hernández Hernández (2019): “2019: nuevo emperador y nueva era para Japón”, Revista Observatorio Iberoamericano de la Economía y la Sociedad del Japón (enero 2019). En línea: https://www.eumed.net/rev/japon/34/nueva-era.html
El 1ro mayo de 2019, el actual Emperador Akihito será sucedido por su hijo, el Príncipe Naruhito. Este hecho, aunque poco frecuente, no es extraordinario en la historia de Japón, pues el Emperador ha dimitido en otras ocasiones.
Por ello, lo significativo de esta transición imperial no es su rareza, sino el contexto en que se realiza: el marco de otra transición más general y profunda iniciada a partir de 2012 por el gobierno del Primer Ministro Shinzo Abe. La estrategia de seguridad nacional de la actual administración 1 ha buscado aumentar las capacidades militares de la nación asiática, a la vez que ha realizado cambios trascendentales en la sociedad japonesa. El Emperador, y sus poderes, también han sido objeto de análisis para posibles modificaciones.
En este artículo, intentaremos explicar la intersección de ambas transiciones, así como el impacto que pudieran tener para Japón. Para ello, es necesario comenzar analizando el papel que ha desempeñado el Emperador en la historia reciente de la nación asiática.
1. El Emperador en la historia precapitalista de Japón
La institución imperial japonesa data del siglo IV-V de nuestra era, aunque la concepción del término “Emperador” era diferente en Japón 2. Por ejemplo, esta figura, a diferencia de los monarcas europeos, no ejercía ningún poder de gobierno oficial (al menos hasta la Era Meiji), aunque sí se involucraba en la política. En ese sentido, el Emperador se asimilaba más al Papa, en tanto se concebía como el mediador de la divinidad y la humanidad, o el representante de los dioses. Igualmente, el soberano japonés era percibido como el padre de la nación asiática, en tanto su familia era considerada como la fundadora primigenia.
En resumen, el Emperador tenía un doble carácter: de un lado, cabeza de familia de la nación japonesa, y por otro, líder del culto Shinto 3. Ello le permitió convertirse en una autoridad sin ataduras políticas o territoriales: el Emperador, a diferencia de los daimios o señores feudales, existía como institución independiente del gobernante de turno y en todo el territorio japonés.
Hasta fines del siglo XII, las mayores incursiones de los emperadores en la política eran relativas a conflictos de sucesión u otras disputas por el trono.
Sin embargo, a partir de 1192, con el establecimiento del Shogunato Kamakura, la realidad japonesa empezó a cambiar. En la palestra pública surgió un estamento que dejaría un gran impacto en la vida política y militar de la nación, al menos por otros siete siglos: el samurái. Estos guerreros profesionales se convirtieron en una casta poderosa, pues todos los señores feudales requerían sus servicios y protección. Las levas de campesinos, o ashigaru, aunque no desaparecieron, fueron sustituidas paulatinamente por ejércitos profesionales con estrechos vínculos con el poder económico y político.
En este contexto, se estabilizó el bakufu o shogunato 4, un gobierno militar encabezado por el shogun, comandante supremo de las fuerzas militares de Japón. El shogunato se erigió como una institución paralela al Emperador, en tanto asumió las funciones de gobierno que no correspondían al soberano. El Emperador mantenía su autoridad simbólica mientras los diferentes clanes se disputaban el título de shogun y el dominio sobre los asuntos militares y de seguridad. Esta división de poderes pavimentó el camino para la coexistencia pacífica entre ambas figuras, y el sostenimiento de un orden interrumpido solamente por las guerras entre los señores feudales.
Sin embargo, todo ello comenzó a cambiar luego del Sengoku Jidai (Período de los Estados en Guerra), el conflicto más largo de la historia de Japón. En 1600, tras la Batalla de Sekigahara, el Shogunato Tokugawa se impuso abrumadoramente al resto de clanes. El nuevo gobierno comenzó una política de centralización política y militar alrededor de su capital Edo (actual Tokyo), complementada por programas de reformas económicas y un aislamiento casi total con respecto al exterior. El Shogunato Tokugawa alcanzó un poder extraordinario, y se convirtió en el gobernante de facto de Japón, rompiendo el pacto con el Emperador que había garantizado cierta estabilidad durante siete siglos. De hecho, los diplomáticos y otros representantes extranjeros negociaban con el shogun, desconociendo al propio Emperador, pues los decretos y leyes del bakufu tenían más autoridad que los designios imperiales.
El conflicto entre las fuerzas pro-shogunales y pro-imperiales estalló finalmente en 1868, marcando el inicio de la Era Meiji. A partir de ese momento, el papel del Emperador cambió radicalmente.
2. La Era Meiji y el Kokutai
La Era Meiji inició con el conflicto entre los partidarios del Emperador, asentados fundamentalmente en el oeste de Japón, y los del shogun, en la mitad oriental del archipiélago. Este enfrentamiento, conocido como la Guerra Boshin (1868-1869), dio al traste con el dominio del bakufu, y restauró la autoridad imperial.
Aunque, debido a las alianzas que se realizaron dentro de las fuerzas pro-imperiales, las cuales derivaron en la hegemonía de tres clanes (Satsuma, Tosa y Chosuu), en la práctica fueron estos quienes asumieron el control del gobierno a través del Genro 5.
A partir de este momento, Japón comenzó una transición acelerada hacia el capitalismo. En el país ya existía una burguesía en gestación, los chonin o mercaderes; sin embargo, la presión de los poderes coloniales europeos 6, fundamentalmente Reino Unido y Francia, creó un sentido de urgencia en el tránsito hacia un modo de producción superior. Por ello, se trazó una estrategia de desarrollo “desde arriba”, a través de la cual el gobierno centralizó toda la propiedad y la gestión macroecónomica, dispersas por las propias características del feudalismo, y luego la distribuyó en empresas privadas fundadas con capital estatal: los zaibatsu, piedra angular del capitalismo japonés.
No obstante, esta transición planificada tenía grandes costos. En primer lugar, se realizaba en una sociedad acostumbrada al inmovilismo debido al escaso desarrollo de las fuerzas productivas. Luego, la introducción de tecnología europea y estadounidense rompía los cánones de la tradición japonesa 7. Y, por último, la necesaria centralización contradecía la autonomía típica de los daimios.
En ese contexto, solo existía un elemento que pudiera garantizar la necesaria estabilidad y legitimidad en el proceso de tránsito al capitalismo: el Emperador. Por ello, durante la Era Meiji, el papel del soberano fue ascendido prácticamente al nivel de un “dios”.
Desde inicios del siglo XIX existía un debate dentro de la intelectualidad japonesa, fundamentalmente entre teólogos e historiadores, acerca de una supuesta "esencia nacional" o Kokutai. La conclusión más aceptada de esa discusión, que continuó durante la Era Meiji, fue aceptar que el Kokutai, un conjunto de instituciones, valores morales y religiosos, así como tradiciones, describían a la nación japonesa. Ningún japonés podía desconocerlos; y por supuesto en el centro del Kokutai, se encontraba el Emperador.
Otra idea que surgió de este debate era la referida a la inmutabilidad del Kokutai. Desde su surgimiento, afirmaban los ideólogos, la nación japonesa había sido una, indivisible, con el Emperador a la cabeza y con valores y tradiciones inmóviles. De esta forma, los cambios que se habían producido en la historia nipona eran solo en el seitai, o forma de gobierno, en tanto el Kokutai se mantenía incólume. Este discurso político creó una fórmula de acomodo muy conveniente que permitió la aceptación de la tecnología europea y estadounidense. De esta forma, la figura del Emperador fue empleada por el poder político para legitimar el abrupto proceso de cambios que caracterizó a la Era Meiji.
El Kokutai, como ideología,fue posteriormente convertido en ley a partir de la publicación de la primera carta magna de Japón en 1889: la Constitución Meiji. En ella, se le otorgó un capítulo entero (el primero, que comprende los artículos 1-17) al Emperador, su carácter y poderes. Algunos de ellos fueron: el soberano era el único con potestad para declarar la guerra y firmar tratados; así como era el comandante supremo de la Marina y el Ejército, y podía crear leyes. No obstante, lo más significativo de la Constitución Meiji no es la lista de facultades del Emperador, sino la declaración de su carácter “sagrado e inviolable” (Artículo 3). Esto sentaría las bases para la posterior radicalización del Kokutai.
3. El Kokutai como instrumento del militarismo
A medida que el capitalismo japonés se desarrollaba, la nación asiática fue sometida a cambios cada vez más bruscos, tanto en su estructura interna como en su proyección exterior.
En poco tiempo tras el inicio de la Era Meiji, Japón se había capitalizado en gran parte. Bajo mandato imperial, las tierras de los daimios habían sido expropiadas y redistribuidas entre los zaibatsus, la moneda unificada y una gran masa de campesinos arruinados comenzaba a emigrar hacia las ciudades en busca de empleo, o sea, a convertirse en proletarios.
De la antigua sociedad agrícola dispersa, iban surgiendo a pasos agigantados grandes urbes con un significativo desarrollo industrial. Los zaibatsus dejaban de ser empresas medianas para fusionarse en auténticos monopolios a través de un proceso de concentración de capitales también acelerado.
Asimismo, a medida que se concentraban los capitales, también lo hacía el poder político en una casta de burócratas fuertemente relacionados con el culto Shinto, y el poder militar, en manos de pocos generales y almirantes. Ante las potencias extranjeras, y los “tratados desiguales” 8 que impusieron a Japón, el nacionalismo nipón se multiplicaba, por supuesto, auspiciado por el gobierno
Este paso al capitalismo, único en la historia de la humanidad, provocó una escasez de materias primas cada vez más alarmante9 . La economía japonesa abandonaba sus bases textiles y alimenticias para centrarse en la industria pesada. Ello derivó consecuentemente en el surgimiento de ambiciones expansionistas. De esta forma, el capitalismo nipón, en menos de treinta años desde su aparición, se transformó en imperialismo 10.
Por supuesto, una posición más agresiva en política exterior debía ser sostenida por mayores dosis de nacionalismo y represión en la población. La propaganda chovinista comenzaba a ser más frecuente, y las élites políticas japonesas renunciaron al discurso universalista típico de la Era Meiji (reconocer las “bondades” del extranjero e incorporarlas a Japón) por uno etnocéntrico y ultranacionalista.
Consecuentemente, la sucesión de hechos derivados de esta relación dialéctica entre contexto interno y externo, conllevaron al punto más álgido del capitalismo japonés surgido en la Era Meiji: el militarismo11 .
El militarismo japonés no puede ser entendido en el sentido estrecho y burdo de gobierno de y para los militares12 . Tampoco puede ser visto como una plutocracia, o dictadura de los zaibatsus. En su seno se combinaban tres grupos dominantes: los monopolios, la casta militar y la burocracia; todos con estrechas relaciones entre ellos. Se trataba pues, de la natural evolución del capitalismo japonés; del resultado de la expansión de las relaciones de producción capitalistas sobre las bases particulares de la nación japonesa.
No obstante, ello no significó que el apoyo popular al militarismo fuera unánime y que no existieran determinadas resistencias dentro de los sectores políticos más liberales.
Además, la consolidación del capitalismo, y la consecuente proletarización de la sociedad japonesa, unido a la influencia de la Revolución Socialista Rusa de 1917, concedieron gran poder al Partido Comunista Japonés, fundado en 1922. En ese sentido, el partido aumentó su membresía, dentro de la que destacaban miles de jóvenes universitarios.
De esta forma, el régimen militarista debía atender dos cuestiones fundamentales: la unidad nacional y el avance alarmante de la ideología socialista. Por supuesto, el Emperador y su carácter simbólico jugaron un rol importante a partir de la reforma del Kokutai.
En 1937, los intelectuales japoneses más eminentes, bajo presión del gobierno redactaron el Kokutai no Hongi (“Principios de la Esencia Nacional”), libro en el cual definieron los postulados básicos de la ideología militarista. En primer lugar, el individualismo (y sus derivaciones como el liberalismo, el socialismo, el anarquismo, etc.) era contrario a la autopercepción de la nación japonesa como un todo único. Por lo tanto, cada ciudadano nipón debía abolir sus intereses como individuo en función de un “bien mayor” (sea la familia, el Emperador o el Estado). Las ideologías de concepciones distintas a esta no tenían cabida en la sociedad japonesa. Luego, la lucha de clases, o cualquier otro método que implicara la ruptura de la “armonía nacional” o pusiera en peligro al Emperador, era inaceptable. Este, junto a otras medidas, como la declaración del Shinto13 como la religión oficial del país, constituyeron ejemplos fehacientes de la manipulación de la figura del Emperador en función de los intereses de las élites dominantes de Japón.
El Kokutai no Hongi fue el instrumento de propaganda por excelencia del régimen militarista. A solo pocas semanas de su terminación, se convirtió en el libro más vendido de Japón, en material de estudio obligatorio en todos los niveles de enseñanza y en manual para todas las organizaciones nacionalistas.
Hasta el momento, es posible realizar dos observaciones: en los albores de la Segunda Guerra Mundial, el soberano japonés ya no poseía únicamente un carácter simbólico o religioso, pues desde la promulgación de la Constitución Meiji había adquirido ciertas atribuciones de gobierno (que además se tradujeron en su participación en varias decisiones militares en el conflicto). En conclusión, los años que abarcan desde 1889 hasta 1945, constituyeron el período de la historia de Japón de mayor esplendor del poder del Emperador.
También, fue este el período (sobre todo a partir de los años 30) en que la figura del Emperador fue usada con mayor ahínco para fines políticos y militares. Aunque las bases para la manipulación de la simbología imperial existían en la propia historia japonesa, no es hasta la legalización del soberano en la Constitución Meiji, y el auge de la propaganda ultranacionalista y militarista previa a la Segunda Guerra Mundial, cuando el culto al Emperador alcanzó su auge. Ello explica fenómenos extremos que ocurrieron en el conflicto, como el kamikaze14 , o la voluntad de una nación entera a inmolarse por el bien del Emperador. De hecho, la adoración al monarca constituyó la principal herramienta destinada a la movilización de la población japonesa para la conflagración bélica.
4. El Emperador en la posguerra
A inicios de 1945, la derrota de Japón era evidente: la Armada Imperial había sido destruido casi en su totalidad, varias ciudades estaban siendo intensamente bombardeadas, Japón perdía terreno en el continente debido a los avances de los movimientos de resistencia y en el plano interno, la pobreza, el hambre y la miseria se generalizaban a ritmos acelerados. Luego, en agosto, la Unión Soviética entró en guerra con Japón, asestando un golpe mortal a las tropas niponas estacionadas en Manchuria y Corea. Por si fuera poco, el 6 y 9 de ese mes, Hiroshima y Nagasaki fueron bombardeadas respectivamente con armas nucleares.
No obstante, aunque la derrota estaba asegurada, no existía un consenso dentro de las élites niponas acerca de la rendición. En primer lugar, aunque Japón había perdido sus posesiones de ultramar, el archipiélago se mantenía como un reducto difícil de tomar: de hecho, los expertos estadounidenses calculaban que se necesitarían otros dos años para invadir Japón y obtener una capitulación total del régimen militarista. Sin embargo, tampoco era deseable una prolongación del conflicto, pues ello conllevaría indirectamente a un aumento de la crisis socio-económica que pudiera desembocar en una revolución en gran escala liderada por el Partido Comunista.
A ello se debe añadir que los movimientos de liberación nacional en Asia, sobre todo aquellos de orientación socialista, habían obtenido grandes éxitos militares en sus respectivos países. La liberación de China, Corea e Indochina era una realidad cada vez más palpable. En los albores de la Guerra Fría, esta situación era altamente preocupante para EE.UU., pues no solo iba perdiendo influencia en la región, sino que esta iba siendo ganada por el movimiento comunista y la URSS.
En ese contexto, EE.UU. no podía permitir que Japón también cayera bajo la influencia soviética. Por ello, ofreció una propuesta de rendición15 por separado a la nación asiática. El archipiélago sería ocupado 16 por EE.UU., todos los cuerpos armados serían desmantelados y en lo sucesivo, Japón serviría como la principal base de apoyo17 para los operaciones estadounidenses en la región. No obstante, la institución imperial sería preservada y Japón no sería desmembrado, a diferencia de Alemania.
Los decisores políticos estadounidenses comprendían el peligro que representaba abolir la monarquía, o dañar la imagen del soberano, para la estabilidad de Japón. Consecuentemente, el Emperador no fue juzgado en los Tribunales de Tokyo18 por su participación en el conflicto, a pesar de la existencia de evidencia acerca de su implicación en las operaciones del régimen militarista.
Las élites niponas aceptaron la propuesta pues entendieron que, sin importar las condiciones que se le impusieran a Japón, mientras la institución imperial, parte fundamental del Kokutai, siguiera existiendo, la nación nipona se conservaría igualmente. Finalmente, el 15 de agosto de 1945 19, tras seis años de conflicto, el Emperador anunció por vía radiofónica la rendición de Japón.
Tras el fin de la guerra, EE.UU. inició un proceso de desarme y desmilitarización de Japón, conjuntamente con la construcción de los cimientos para la alianza entre ambos países. Para ello, debieron ser abolidos los elementos consustanciales del militarismo, entre ellos el Kokutai. La medida más significativa al respecto fue la redacción (e imposición) de una nueva constitución para la nación asiática en 1947.
La Carta Magna de 1947, vigente sin cambios hasta la actualidad, modificó radicalmente las bases del poder del Emperador. El artículo 1 expresa que el monarca “es el símbolo del Estado y de la unidad de la nación”, y no se reconoce en él la soberanía, sino en el pueblo. Asimismo, se le despojaron de todas las funciones de gobierno que poseía anteriormente. Consecuentemente, el Emperador, que hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial había alcanzado el clímax histórico de su poderío, retornó a sus funciones meramente simbólicas y protocolares. Aunque no perdió el carácter de líder del culto Shinto, la separación de las instituciones religiosas del aparato estatal (artículo 20), minimizó igualmente su papel en ese sentido. La reducción del papel del Emperador significó, lógicamente, la extinción de la base de sustento del Kokutai.
De esta forma, el rol del Emperador durante el fin de la Segunda Guerra Mundial, la “inmunidad” que le concedió EE.UU. y la limitación de sus poderes y funciones mediante la Constitución de posguerra, constituyeron otros ejemplos de la manipulación de la simbología imperial a fin de alcanzar determinados objetivos políticos. Sin embargo, esta vez la figura del Emperador no fue solo usada por las élites niponas, sino también para satisfacer los intereses de EE.UU. En ese sentido, el carácter limitado del poder imperial era a la vez condición y consecuencia del Japón desmilitarizado y aliado de EE.UU.
A pesar de la reducción del papel del Emperador, este siguió ejerciendo una importante función simbólica, tanto en la vida interna de Japón, como en la política exterior de la nación asiática. Las acciones del actual Emperador Akihito han sido ilustrativas al respecto. Desde su investidura en 1989, marcando el inicio de la Era Heisei, el monarca ha realizado visitas a las 47 prefecturas de Japón, en las cuales ha sostenido conversaciones con las poblaciones locales. Asimismo, su ideología pacifista ha influido significativamente en la población japonesa.
Además, su proyección exterior ha sido igualmente icónica. Akihito ha sido el Emperador japonés que ha realizado más visitas al extranjero. Los países asiáticos víctimas del militarismo han sido escenarios de las disculpas del monarca nipón como parte de una campaña internacional de mejora de la imagen pública del Estado de Japón tras la Segunda Guerra Mundial.
5. La estrategia de seguridad nacional del Gobierno de Shinzo Abe
En noviembre de 2012 un nuevo gobierno del Partido Liberal Democrático (PLD) 20, encabezado por el Primer Ministro Shinzo Abe, asumió el poder. La recién electa administración enfrentaba una severa crisis de seguridad nacional. Ello se debía a varios factores como las limitaciones a las capacidades militares de Japón, la disminución relativa del poder de EE.UU. en Asia-Pacífico y los errores en la proyección regional nipona, que conllevaron a la ausencia de un sistema de alianzas propio. Además, este fenómeno creó sinergias con otras crisis de carácter económico (recesión y/o estancamiento desde 1990), político (inestabilidad en el sistema político) y social (aumento de las tasas de suicidios y divorcios, disminución de la cantidad de matrimonios y de la natalidad, etc.).
De esta forma, se evidenciaba una crisis general de la nación japonesa, y con ella, el fracaso del “experimento de posguerra” 21. Ante tal situación, el gobierno de Abe tuvo, y ha tenido, como tarea fundamental la creación de una nueva estrategia de seguridad nacional para Japón. Esto ha marcado el inicio de una transición del Japón desmilitarizado de posguerra hacia otras formas de organización estatal aun no definidas.
La estrategia del gobierno de Abe ha tenido tres campos fundamentales de aplicación: la sociedad japonesa, la alianza con EE.UU. y la proyección regional de Japón. Debido al objeto de estudio de este artículo solo nos referiremos al primero de ellos.
Las medidas de la actual administración nipona abarcan tanto aspectos superficiales como esenciales. En primer lugar, se ha producido un aumento del poder militar japonés a partir de la expansión cualitativa y cuantitativa de las Fuerzas de Autodefensa (Japan Self Defense Forces, JSDF por sus siglas en inglés), la reforma del Ministerio de Defensa y la tecnificación de las JSDF. Además, se ha reanimado el complejo militar-industrial a través de determinados incentivos dirigidos a aumentar la producción y diversificar los mercados (anteriormente concentrados exclusivamente en EE.UU.). Luego, se han reducido varias libertades sociales, sobre todo aquellas relacionadas con la libre expresión a través de la Ley de Secretos Especialmente Designados. Por último, se ha reinterpretado la Constitución de forma tal que ahora Japón pueda ejercer el derecho a la defensa individual sobre sus nacionales en ultramar, pueda defender a un aliado, e incluso atacar “preventivamente”22 .
No obstante, la transformación más radical que el gobierno de Abe ha propuesto es el plan de reforma de la Constitución. De hecho, ha sido el único gobierno que ha ideado enmiendas para la carta magna. Estas incluyen menciones al carácter “único” de la nación japonesa, supresión de la mayoría de derechos individuales, aumento de los poderes del Gabinete, entre otros.
Por supuesto, los poderes del Emperador también han sido objeto de análisis para posibles modificaciones
6. El nuevo Emperador y su papel en la transición
Hasta este momento, hemos apreciado una regularidad en la historia de Japón: el uso de la figura imperial para la legitimación y promoción de los intereses de las élites niponas. Consecuentemente y de acuerdo a esta tendencia, en el proceso de cambios en la sociedad japonesa que ha propiciado el Gobierno de Abe, el Emperador también debe jugar un papel significativo.
En ese sentido, se han propuesto los siguientes cambios al rol del Emperador:
Como se puede apreciar, los cambios propuestos por el PLD intentan restaurar varios de los pilares de la ideología del Kokutai: los poderes del Emperador, su carácter divino, su superioridad con respecto al gobierno y la tenencia de la soberanía. Aunque este escenario se acercara al nivel de poder del soberano en la preguerra; estos cambios por sí solos no implican el renacimiento del Kokutai: necesitan ser complementados por otras condiciones.
(I) La primera de ellas es la alianza entre monopolios, burocracia y casta militar, condición sine qua non del régimen militarista, y por lo tanto del Kokutai. En el Japón actual, debido a las limitaciones constitucionales y autoimpuestas, el papel de los militares se encuentra mermado en comparación con las otras dos contrapartes. Sin embargo, el gobierno de Abe ha buscado una mayor participación de estos en la vida política del país. Por ejemplo, anteriormente el Ministerio de Defensa estaba dirigido únicamente por civiles. En la actualidad, se ha observado un aumento en los cuadros de dirección militares, al igual que sucede en otros órganos gubernamentales como el Consejo de Seguridad Nacional y la Secretaría de Seguridad Nacional. Asimismo, se pretende modificar el artículo 66 de la constitución que prohíbe a los militares ocupar cargos en el gobierno.
II) El Kokutai, como ideología, necesita mecanismos de reproducción que le hagan ganar espacios dentro de la sociedad japonesa. Desde su surgimiento en la Era Meiji, el gobierno nipón y las organizaciones nacionalistas, a través de varios tipos de propaganda, coerción política, trabajos de influencia, etc. lograron expandir dicha ideología (como fue explicado en el caso del Kokutai no Hongi). Sin embargo, durante la posguerra, las organizaciones nacionalistas mermaron, así como las intenciones del gobierno para infundir nacionalismo en su población, más allá de la retórica de algunas administraciones como las de Yasuhiro Nakasone y Jun´ichiro Koizumi.
No obstante, el gobierno de Abe ha intentado desmontar el pacifismo resultante de 70 años de “paz interna y externa” 23. Para ello, han destinado grandes sumas de dinero, mil millones de yenes para el año fiscal 2018 (Japan Ministry of Defense, 2017), a los programas de reclutamiento de las Fuerzas de Autodefensa. Asimismo, han aumentado las referencias en los medios masivos de comunicación a las amenazas que representan para Japón la expansión naval de China, el programa nuclear y balístico de la República Popular Democrática de Corea y el terrorismo. Todo ello ha sido complementado con una reforma de los planes de estudio en 2016, a fin de educar a la juventud sobre cuestiones como las disputas territoriales, el rol de las Fuerzas de Autodefensa, etc.
Como se puede apreciar, existe una tendencia al aumento del nacionalismo en la sociedad japonesa, que pudiera ser la antesala del renacimiento del Kokutai.
III) Aunque el Kokutai realza los valores tradicionales de la sociedad japonesa, es innegable el papel central que tiene dentro de esta ideología el culto al Emperador. Por ello, la personalidad del monarca se convierte en un factor influyente24 : antes y durante la Segunda Guerra Mundial, el culto al Emperador alcanzó su máximo esplendor debido, en buena medida, a que Hirohito consintió y participó en las acciones del régimen militarista. Lo contrario sucedió con Akihito, un monarca pacifista y portador de una retórica de reconciliación con los países afectados por el militarismo. De hecho, durante la Era Heisei, el papel simbólico del Emperador Akihito ha coadyuvado a la expansión del pacifismo, en detrimento del nacionalismo, y por supuesto, del Kokutai. El actual monarca se ha manifestado en contra del revisionismo histórico, del ultranacionalismo y de la xenofobia, y en determinadas ocasiones, ha realizado críticas al gobierno de Abe.
Tomando esto en consideración, es posible concluir que cada Emperador, a partir de sus acciones e ideología, le otorga una impronta diferente al Kokutai. De forma tal que bajo el auspicio de un monarca de concepciones etno-nacionalistas, el Kokutai gana espacios en la sociedad japonesa; mientras que bajo un Emperador “universalista”, como Akihito, esta ideología tiende a la extinción. Esta tesis conviene no absolutizarla, pues se trata de una generalización a partir de las experiencias históricas acumuladas de Japón. Es posible que, por determinadas causas, ocurra una excepción que la contradiga. Por esa razón, queda establecida como la última de una serie de condiciones mencionadas anteriormente.
En este punto, y tomando en consideración el papel de la personalidad del Emperador, conviene analizar la postura política del Príncipe Naruhito. En un discurso pronunciado en 2015, su más significativa intervención en la política nacional, el heredero afirmó:
“Yo no experimenté la guerra (…) pero creo que es importante en la actualidad, cuando el recuerdo de la guerra se está desdibujando, mirar humildemente al pasado y pasar correctamente la trágica historia que sufrió Japón de la generación que experimentó la guerra a los que no han tenido conocimiento directo” (Kingston, 2015).
Aunque con una lectura rápida se puede apreciar que Naruhito continua con la tradición pacifista del actual monarca, su enfoque es más pragmático. A diferencia de Akihito, quien en su discurso ponderó generalmente los crímenes que había cometido el militarismo por encima de los que habían sido cometidos contra la población japonesa, y se caracterizó por un sentimiento de culpa; el príncipe intenta crear un equilibrio entre ambos: si bien Japón realizó varias atrocidades, también fue víctima de actos inhumanos como el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki, los bombardeos de Tokyo, los abusos de los ocupantes, etc.
Este enfoque, correcto o no, es mucho más funcional a las políticas del gobierno de Abe que el pacifismo absoluto del actual monarca. De hecho, bajo el argumento de “la trágica historia que sufrió Japón”, la actual administración ha manipulado la interpretación de la Segunda Guerra Mundial, a fin de minimizar la responsabilidad de Japón para con los países agredidos.
7. Apuntes finales
En mayo de 2019, Japón tendrá un nuevo Emperador. Considerando el papel que ha tenido el monarca en la historia de la nación asiática, no se trata de un mero cambio formal. Este, además, se realiza en un contexto trascendental de la historia de posguerra de Japón.
La actual administración de Shinzo Abe ha realizado modificaciones profundas en la sociedad japonesa. Estos cambios, los que aun se pretenden realizar a la Constitución y los que pudieran surgir (pues Abe debe mantenerse en el poder hasta 2021), son la manifestación de una tendencia transformadora de la estructura económica, política, social y militar de la nación japonesa. Aunque el gobierno de Abe termine y sea sustituido por otro de cualquier signo político, resulta poco probable, al menos para este autor, que los cambios sean revertidos; pues se trata de un proceso inexorable en la búsqueda de un modelo económico, político y social que se adapte mejor a las actuales condiciones de Japón y de su ambiente regional, debido al agotamiento de la capacidad de autoreproducción del “experimento de posguerra”.
La gran interrogante reside en hacia dónde se dirige esa tendencia. Como toda transición, existen en ellas rasgos de la sociedad que intenta superar (el modelo de posguerra) y rasgos de la sociedad en gestación. Por ello, se aprecia en la actualidad japonesa fuertes contradicciones entre la ideología pacifista y el nacionalismo, el liberalismo y la intervención del Estado en la economía, los valores “universalistas” y los tradicionales, la política de reconciliación regional y el activismo militar y diplomático nipón; todas ellas son expresiones respectivas de los dos modelos de sociedad japonesa en disputa.
El futuro, al menos el escenario más probable, se describe como la participación cada vez mayor de los militares y el culto Shinto en la vida política del país, la supresión de varios derechos humanos, el aumento de los poderes del gobierno y la generalización del nacionalismo. Todo ello podría desembocar en un Estado altamente autoritario y centralizado donde el (nuevo) Emperador ejercería una influencia decisiva en la población japonesa, debido a su importante papel simbólico y las funciones políticas que posiblemente le serán otorgadas.
En este contexto, las condiciones (I y II) estarían creadas para el resurgimiento del Kokutai. Aunque aun sería necesario determinar qué posición política asumiría Naruhito una vez convertido en Emperador, incluso su actual retórica objetiva, sería funcional para la transición hacia un nuevo modelo de sociedad japonesa donde el Kokutai alcanzara un nuevo auge.
Bibliografía
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