Lianna Ramírez Enamorado
Universidad de La Habana
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Indagar en la historia más reciente del siglo XX japonés conduce necesariamente a la búsqueda de nuevos horizontes de interpretación. Al acoger dos procesos trascendentales de confluencia y conflicto -crisis y globalización- se hacen ostensibles una multiplicidad de enfoques que tributan a ampliar el diapasón de razonamientos a partir de estudios cada vez más diversos que, en definitiva, contribuyen a desarrollar una mentalidad más flexible a la hora de interpretar los acontecimientos.
En ese sentido, desde sus primeros síntomas la denominada “década perdida” ha sido un tema copiosamente debatido por la niponología en tanto coexistieron, en un mismo espacio, la crisis provocada por la explosión de la burbuja especulativa y las consecuencias socioeconómicas de la nueva oleada globalizadora que irrumpió en Japón desde la década del ochenta. Las vicisitudes y mutaciones experimentadas en este marco condujeron a que buena parte del discurso académico y los medios comunicacionales potenciaran una modificación en el sistema de valores presentes en la sociedad japonesa. Claro que este es un argumento un tanto endeble si no se asume que la mencionada “transformación” no es causa exclusiva de los dos sucesos señalados sino que estuvo, en principio, impulsada por el devenir histórico natural resultado del proceso modernizador que se inició a partir del período Meiji (1868-1912).
Resulta muy oportuno reflexionar sobre las consecuencias de los enunciados fenómenos sobre el sistema identitario japonés. A los efectos de ese propósito es conveniente auxiliarse específicamente en el grupo social Juventud puesto que los cambios de actitudes y comportamientos a los que se ha hecho referencia son, por lo general, mayormente visible en los jóvenes; por demás integrantes del grupo generacional más propenso a un cambio en tanto están menos atados a las formas de vida de antaño -tradicionales si se prefiere-.
De ahí que se establezca una estrecha relación entre Juventud, Identidad y Sistema de Valores en aras de defender cierta continuidad de la Identidad allende, o través, del cambio advertido en las actitudes y comportamientos de la Juventud. Aspecto crucial para bosquejar una valoración del impacto que tuvieron sobre la Identidad japonesa la adopción y exteriorización de “nuevos valores” en este grupo generacional.
Teniendo en cuenta lo anterior, es preciso comenzar por esbozar una idea lo más precisa posible sobre el proceso de concertación de lo identitario. Si asumimos la identidad como un mecanismo “inalterable”, portador de aquellos valores que rigen todo sistema social y que, por tanto, pasan de generación a generación sin atravesar cambios radicales; entonces la identidad nos “orienta” sobre cómo opera el devenir natural de toda sociedad.
Por otra parte, si convenimos en la activa participación de factores como el Estado (centro neurálgico de legitimación de poder) en la construcción social de la Identidad, entonces la Identidad se sale de los marcos de un proceso natural para caer “no accidentalmente” en una especie de representación de la sociedad que está condicionada por un poder (el Estado) que, obviamente, estipula su funcionamiento y carácter. Aunque en la práctica ambos puntos de vista se combinan, la coyuntura de los últimos años hace pensar que la realidad japonesa de los noventa se explica y se entiende mejor apegándose a la segunda interpretación.
Es un hecho que, al arribar a la última centuria del siglo pasado, las múltiples implicaciones de las adversidades y reajustes que sufrió Japón no fueron habitualmente perceptibles para la gente común -que permaneció en el letargo y devaneos del cambio- y sí más evidente en el discurso de los especialistas dedicados a examinar a la sociedad. Estos últimos consideraron que el curso de los acontecimientos aportó una tonalidad diferente, viable para que los cambios en los valores culturales tuvieran un impacto relevante para la identidad. Las causas que se usaron para justificar este criterio estuvieron relacionadas con la amenaza a dos principios fundamentales del orden social japonés: el irrespeto a la jerarquía de edades debido al desarrollo tecnológico contemporáneo (los jóvenes superaban a los mayores en cuanto a conocimiento y familiarización con la tecnología) y la falta de voluntad de las nuevas generaciones para entrar al sistema adulto.
Vale la pena añadir que ante el declive del sistema de posguerra los jóvenes transformaron sus costumbres influenciados por la internacionalización económica y cultural mundial y la recesión post-burbuja. No obstante, eso no significa que hayan podido situarse por encima del orden social establecido y sobrepasar los límites del sistema jerárquico.
Desde luego es correcto afirmar que, por ejemplo, durante los años noventa crecieron en Japón las manifestaciones de individualidad -relativas sobre todo a las generaciones más jóvenes- pero, el ritmo lo siguieron marcando las típicas tendencias de una sociedad inmersa en el consenso y el colectivismo. Como causas inmediatas, la recesión económica y la nueva fase global provocaron fallas dentro del orden social por lo que la juventud japonesa perdió todo sentido de orientación, aspecto que ayudó a la manifestación de “nuevos valores” y actitudes perceptibles a raíz de los reajustes que tuvieron lugar en espacios como el sistema educativo, el mercado laboral o la familia.
Precisamente estos núcleos de la sociedad ilustraron a distintos niveles los modos en que la juventud soportó los efectos de la crisis finisecular, ajustó sus actitudes a las condiciones de la misma e interactuó entre sí y en los marcos de las relaciones grupales que integran su entorno social. Ya que estos fueron los espacios donde mayormente se desenvolvió esta generación, no es de extrañar que fueran también los “elegidos” por los especialistas para medir el alcance e influencia de los factores citados anteriormente.
En el sector educacional -responsable de la transmisión de valores y principios específicos que rigen cada sociedad- se produjo una ola de tendencias neoliberales reformadoras que formó parte de una política seguida por las autoridades para insertar a Japón dentro de la economía globalizada. Sumado a que la globalización iba incorporando nuevas conductas que no solo funcionaron como diferentes sino que para muchos japoneses resultaron lo inverso a lo tradicional, evidencia la gran significación e incidencia que tuvieron estas transformaciones a la hora de precisar su impacto en el sistema identitario.
Del mismo modo, la recesión experimentada en medio de la internacionalización propició que los estudiantes japoneses que regresaban del extranjero fueran una pieza crucial en la maquinaria empresarial aferrada a las nuevas premisas de creatividad e individualidad. A la par, el descenso en la tasa de natalidad iniciado en los ochenta varió los requisitos para acceder al nivel formativo e incitó el descontento entre los mayores ya que puso en descrédito al hasta entonces afamado sistema educativo. Las presiones que causaron los exámenes de ingreso propiciaron, al mismo tiempo, el aumento de la apatía por los estudios y del suicidio. Indistintamente, hubo también un incremento de la violencia juvenil.
Tales fenómenos, además, funcionaron como espejo de la desigualdad social pues se observó la tendencia, cada vez más pronunciada, por escoger el centro de estudios de acuerdo al nivel de ingreso familiar -muy desproporcionado al colapso de la burbuja- estableciendo una relación de diferencias económicas y oportunidades educativas que antes no era visible. La crisis que vivió la nación explica que esos sucesos dejaron de ser un problema restringido solo al ámbito educacional para convertirse en un inconveniente social y estructural.
Ahora bien, dentro del mercado laboral, producto de la necesidad de inserción de Japón en la nueva economía, también se hicieron recurrentes cambios que volvieron un tanto inerme al orden identitario. Las dificultades para encontrar empleo entre los jóvenes fueron consecuencia de un conjunto de alteraciones en el sistema de contratos laborales para graduados debido a la recesión. Se materializó una disminución de la oferta de empleos para universitarios y un aumento de las vacantes para graduados de secundaria superior, ambos motivados por un problema estructural mayor: la incoherencia entre las necesidades productivas y los saldos del proceso educacional.
Al calor de los nuevos tiempos, los empresarios estaban más interesados por jóvenes con una formación “a medias” para así moldearlos a gusto de la empresa. Ante tales circunstancias, la juventud apostó por un cambio constante de corporaciones, acontecimiento impulsado por la insatisfacción que causó la dificultad para desarrollar potenciales al pertenecer a una sociedad jerárquica. El motivo para tales actitudes estuvo en el declive financiero de las compañías y/o en la continuidad del sistema de empleo vitalicio.
El tercer y último espacio escogido para graficar la trascendencia a nivel identitario e influjo de la crisis sobre los jóvenes y las variaciones en las actitudes y conductas de este grupo generacional, se refiere al ámbito social y familiar. Este será ejemplificado a través de las tipologías sociales más sobresalientes que caracterizaron esta etapa y que se usaron para identificar las distintas manifestaciones y maneras en que se comportó la juventud. Importante es señalar que esas maneras de comportamiento juveniles son traídas a colación precisamente porque ejemplifican muy bien la erosión de algunos de los principios sociales que tipificaron el progreso de la sociedad moderna e industrial japonesa.
Por ejemplo, el aumento creciente de “solteros parásitos” -jóvenes entre 20 y 34 años que no se casan y viven con sus padres después de graduados y pasados los treinta años- se convirtió a lo largo de los noventa en un irrefutable problema social. Su impacto en el mercado laboral significó un cambio en el comportamiento de los jóvenes - el trabajo de por vida en una misma empresa fue cediendo espacio a la tendencia cada vez más marcada del cambio interempresarial entre ellos- relacionado con las pocas oportunidades de obtención de trabajo y el recrudecimiento del desempleo en este grupo poblacional. Esa condición, en buena medida, los obligó a continuar viviendo con sus padres y a ser mantenidos por ellos dejando de lado la posibilidad de construcción de una familia propia.
Por su parte, otra categoría que sirvió para definir actitudes y comportamientos de los jóvenes fue el término “freeters” o “furitaa” -desempleados entre 15 y 34 años de edad que buscan empleo, trabajadores a tiempo parcial, con contrato laboral y empleados subcontratados. Para algún que otro especialistas, ellos darían al traste con el futuro de Japón en la medida en que no pertenecían a ninguna compañía específica -no eran asalariados regulares- y tampoco integraban familia alguna -eran profesionales independientes-.
Antes de continuar habría que reiterar que, a pesar de que el conjunto de clasificaciones estuvieron sustentadas por las mismas causas de índole económica, política y social, no todos los grupos encasillados arbitrariamente en terminologías conductuales tuvieron fuertes implicaciones sociales, pues algunos, aunque alteraron los patrones existentes, fueron fenómenos que surgieron justamente en este contexto y no tuvieron aún un peso cuantitativo. Tal es el caso de los “neets”, shinjinrui” y los “otaku”.
Por ende, después de haber hecho este recorrido sintético puede afirmarse que, al calor de todas estas actitudes se propició un cambio en la orientación de valores motivado por la emergencia de nuevas percepciones sociales. En la misma dirección, se fue resquebrajando el ideal de homogeneidad puesto que aumentó, a raíz de la globalización, el intercambio cultural con el “otro”, fomentando así un carácter “híbrido” que socavó la uniformidad sostenida por el discurso público a lo largo del tiempo.
La juventud japonesa, inmersa en las presiones y desafíos de la recesión económica y las tensiones resultantes del envejecimiento poblacional, estimuló y promovió el desarrollo de valores sociales entre los que se destacaron: el individualismo; una mayor autonomía para las mujeres; el énfasis en la calidad de vida y el disfrute del ocio. Por otro lado, el consenso característico de épocas pasadas se quebró por momentos y lo mismo sucedió con antiguos valores como la perseverancia, la responsabilidad y la jerarquía.
Definitivamente, las circunstancias y enfoques señalados modificaron aspectos fundamentales de la escala de valores sociales, esto es: las relaciones que se establecieron entre las condiciones materiales y el bien moral, entre el progreso y la tradición y entre los individuos y la sociedad. Mutaciones todas que tambalearon los cimientos de la identidad construida y recreada a expensas del éxito de la posguerra y que imponen una pregunta: ¿influyeron tanto como para anular las bases tradicionales consideradas hasta entonces como representativas de la cultura nacional?
La respuesta es No. De hecho, si se traen a colación los mismos espacios seleccionados para mostrar el cambio en la orientación de valores, se obtiene que ellos, al tiempo que reflejaron una transformación, también pueden ser utilizados para mostrar continuidad; una cuestión que muchas veces algunos observadores de la realidad japonesa pierden de vista.
En ese sentido, las reformas iniciadas en el sistema educativo respondieron fundamentalmente a las transformaciones en el modo de gestión empresarial y a la falta de motivación escolar. Se crearon justamente para contrarrestar esos males pero no se tuvo como objetivo eliminar los discursos que reforzaban el sentimiento de nacionalidad a partir de los valores que han acompañado a la sociedad. Se realizó para que los jóvenes fueran más eficaces y creativos, no para que dejaran de pensar y actuar de acuerdo a los códigos de comportamiento japoneses. Eso, en definitiva, permite hablar de continuidad histórica.
Con respecto al mercado laboral -aunque resulte más difícil hablar de continuidades en este espacio en tanto fue en el sector económico donde mejor se establecieron los cambios impuestos por el estallido de la burbuja y la nueva fase globalizadora- podría tratarse el tema de la continuidad a partir de que, pese a las reestructuraciones afrontadas, la población adulta en edad laboral permaneció siendo mayoritaria. Por tanto, fueron muy pocas las empresas que accedieron a retirar a este personal, pese a los intentos del gobierno, por lo que continuó prevaleciendo el criterio de acuerdo al orden jerárquico.
En cuanto a las nuevas actitudes y comportamientos manifestados por los sectores jóvenes, habría que señalar que poco significaron cuando se analiza a la sociedad en su conjunto y el peso real que tuvieron dentro de esta. El orden jerárquico, el consenso y el colectivismo presentes en el sistema de posguerra continuaron prevaleciendo, sobre todo, gracias al conservadurismo tradicional y a la alta tasa de longevidad -en el año 2000, el promedio de vida fue de 85 años para las mujeres y 78 para los hombres- .
El ciudadano común japonés sintió los efectos de la crisis interna en tanto fue su víctima inmediata pero no tomó en cuenta una posible transformación de su identidad -habría que preguntarse en qué medida las “mentalidades colectivas” pueden plantearse esto-. En cambio, para el sistema estatal no resultó demasiado difícil reacomodar las tradiciones y reutilizarlas de acuerdo a sus intereses. Para ejemplificar esta afirmación puede señalarse la reactivación del nacionalismo que se emprendió en los años noventa. Desde un plano cultural ello pudo significar una “rectificación” por parte de algunos políticos de la tendencia a repudiar el pasado militarista. Consiguientemente, sirvió para rehabilitar cimientos de pertenencia que se debilitaron durante la posguerra y, de paso, enalteció el “ego” japonés a fin de sostener una continuidad, por demás, inexistente para muchos.
En relación con el tema de los valores, estrechamente conectados con el discurso identitario, no puede olvidarse que a cada tiempo y a cada momento histórico corresponde un sistema de valores debidamente conformado. Cuando en este artículo se ha hablado de “nuevos valores” se ha hecho teniendo en cuenta el tiempo y el momento histórico que corresponde al período de posguerra extendido desde 1945 hasta 1999, así como los patrones conductuales y premisas sociales que prevalecieron y caracterizaron esa etapa. En ese sentido, no puede descuidarse que se fue produciendo un progresivo cambio en la orientación primordial de los valores paralelamente a que el país alcanzaba éxito, se desarrollaba económicamente y se insertaba en el sistema de relaciones internacionales.
Los valores y cánones de la posguerra se mezclaron con cambios lentos y continuos que no respondieron exclusivamente a la realidad de los últimos diez años del finalizado siglo XX. En realidad, desde los años setenta en adelante se apreciaron transformaciones en este orden, por lo que la década del noventa funcionó como telón de fondo para que estos “nuevos valores” se manifestaran en un contexto crítico que fue el que condicionó su alarmante despunte ya que en condiciones de esplendor económico tales mutaciones no hicieron notar con demasiada fuerza sus implicaciones negativas.
Así se explica, en los años noventa, el auge y no el surgimiento dentro de la cultura nipona de valores asumidos como no tradicionales. Este apogeo se debió también al alto grado de compromiso con el pasado, toda vez que la realidad histórica y cultural evidenció que ya existían transformaciones sociales resultantes del esplendor económico pasado que se fusionaron con las experiencias derivadas de la era global y la recesión del período Heisei. Las sólidas bases tradicionales que mantuvo Japón lograron que el país sobreviviera a los embates de dos siglos de occidentalización y modernización y, a largo plazo, constituyeron un fuerte argumento para que dentro del marco de los noventa se contrarrestara el auge de las actitudes y los valores alternativos asumidos por los jóvenes.
Dentro de ese campo transicional se dio una lucha entre viejos y “nuevos valores” donde los primeros predominaron aún por ser los que compartía y ejercía la mayoría de la población. Hubo reajustes en los cuales se reflejaron cambios en los valores pero la identidad no quedó anulada porque, en última instancia, son muchas de las formas y modos que asume la tradición los que se encargan de reforzarla continuamente. Funcionó en realidad de una manera dialéctica en la que se combinaron lo cotidiano -que impidió que los japoneses vieran una total transformación identitaria- con políticas de estado favorables a que ello no ocurriera. El resultado fue claro: se mantuvo una continuidad a través del cambio.
Igualmente sería oportuno señalar que no todo cambio implica una transformación básica. En Japón, fueron los jóvenes los que mejor reflejaron los vaivenes sociales de la década del noventa, de ahí que sean representados como el grupo social que marcó la discontinuidad con el sistema de posguerra. Teniendo en cuenta las características demográficas del país y el que fuera este un grupo generacional minoritario, es permisible afirmar que no se materializó una transformación sustancial del orden existente. Ello no significa que no haya habido cambios en los modos de procedimiento y en la manera de asumir las responsabilidades entre la Juventud pero esta circunstancia, más que mostrar rupturas drásticas y conscientes con el orden existente, fue reflejo de la etapa transicional que se experimentó.
Aún así, cuando los jóvenes se apropian de perspectivas diferentes a las que componen la visión del mundo que tienen los mayores, se crean condiciones favorables a un cambio radical a mediano o a largo plazo. Por lo general, los puntos de vista que se adquieren durante la Juventud nos acompañan por siempre y, una vez que parte de las nuevas generaciones japonesas han optado por negar el modo de vida de sus padres, han comenzado a apartarse del orden social adulto fomentado desde la posguerra. Claro está, este abandono no es un proceso generalizado porque no atañe a todo el conjunto de la población joven de Japón.
De igual forma, durante los noventa, los moldes sociales existentes no fueron totalmente destruidos sino más bien reestructurados, pues desde el punto de vista estructural, la sociedad siempre que sea posible, consigue erradicar las diferencias que puedan provocar graves conflictos. El progreso de la modernización influido, además, por la nueva era global, no anuló completamente la identidad de posguerra y -en los marcos de la crisis finisecular- esta pudo sobrevivir y readaptarse porque formó parte de un mismo proceso: la (re)construcción de la tradición y del pasado que ella sostiene.
BIBLIOGRAFÍA
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Ramírez Enamorado, L.: “ENTRE LAS REDES DE LA GLOBALIZACIÓN Y LA CRISIS: JUVENTUD JAPONESA, IDENTIDAD Y SISTEMA DE VALORES " en Observatorio de la Economía y la Sociedad del Japón, enero 2012. Texto completo en http://www.eumed.net/rev/japon/
El Observatorio Iberoamericano de la Economía y la Sociedad del Japón es una revista académica, editada y mantenida por el Grupo eumed●net de la Universidad de Málaga. Tiene el Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas ISSN 1988-5229 y está indexada internacionalmente en RepEc.
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