Javier Memba (CV)
ASI LO CREIAN los japoneses que perdieron la vida estrellando sus aviones contra
barcos americanos. Hubo batallas en las que los kamizakes cayeron sobre el
enemigo durante diez horas seguidas. Existen parecidos con el 11-S
A las 7.20 de la mañana del 25 de octubre de 1944, con el sol naciente -la bandera de combate del arma aérea nipona-, el teniente Yukio Seki, de 23 años, despegó de su base de Malacat (Manila).Antes de comandar su escuadrilla por última vez, guardó un mechón de su pelo en un relicario para su joven esposa -era recién casado-, a la que también escribió unas líneas, casi versos, plenas de ese lirismo japonés. En ellas le anunciaba que pronto iba a «esparcirse».Las otras dos misivas del militar fueron para sus padres. Seki sabía que su misión era suicida. Ésas fueron las órdenes, que aceptó con estoicismo.
A las 10.45, la escuadrilla divisó su objetivo: una flota de la armada estadounidense destacada a 30 millas náuticas de la costa de Samar (Filipinas). Tras ordenar a sus hombres que le siguieran, Seki descendió en picado a bordo de su Zero, el caza con el que, tras dejar una dramática estela de humo en el cielo, se estrelló deliberadamente contra la cubierta del portaaviones St Lo. Aquélla fue la primera nave aliada en sufrir un ataque kamikaze: horas después, acababa en el fondo del océano.
Según escriben Albert Axell y Hideaki Kase «en el combate del día 25, los pilotos se estrellaron contra dos de los portaaviones del almirante Clifton Sprague y hundieron uno de ellos, el St Lo, dañando seriamente al otro». Seki y sus hombres buscaban la autoinmolación por la supervivencia del imperio japonés. Su determinación era tanta que llevaban detrás del enemigo desde el día 21. Al no encontrarlo, regresaban a la base dispuestos a morir al día siguiente sin expresar el más mínimo signo de debilidad ante su destino.
Reciente aún el primer centenario de la aviación, los kamikazes cuentan entre los pilotos más singulares de dicha centuria. Olvidados cuando el belicismo dejó de interesar a los países desarrollados, las similitudes que los atentados del 11 de septiembre guardan con sus acciones han vuelto a ponerlos de actualidad. «Hay un cierto paralelismo entre los pilotos kamikaze japoneses y los activistas de Al-Qaeda en su voluntad de autosacrificio», apuntan Kase y Axell. «Ambos grupos murieron voluntariamente en aras de sus sagradas creencias; compartieron un gran nivel de autoexigencia y la necesidad de castigo divino para los enemigos. Su preparación para la misión que habían de llevar a cabo conllevaba recursos espirituales y su fortaleza residía en el entusiasmo con que buscaban la muerte».
La palabra kamikaze (viento divino), tiene su origen en el siglo XIII. Los temporales en cuestión fueron aquellos que hundieron las flotas de Kublai Khan en las dos ocasiones que el caudillo mongol intentó invadir Japón (1274 y 1281). El Cuerpo de Ataque Especial de la armada y la aviación niponas -verdadero nombre de los kamikazes- tiene su origen en octubre de 1944. Aquel otoño, el efímero imperio del Sol Naciente comenzaba a resquebrajarse en las Filipinas, ante el imparable avance de las fuerzas anglonorteamericanas en el este del archipiélago. Toda la oficialidad del ejército nipón era consciente de que les sería imposible obtener la victoria mediante las tácticas convencionales. La idea de crear bombas humanas partió de un capitán que respondía al nombre de Rikihei Inoguchi, pero fue el almirante al mando del destacamento donde servía este oficial, Takijiro Onishi, quien creó las primeras escuadrillas del Cuerpo de Ataque Especial de la armada nipona.Nadie opuso la más mínima objeción a su iniciativa. Lo que para la cultura occidental es una terrible aberración -«Morir voluntariamente en la flor de la vida es antinatural», apuntan los autores en una nota preliminar-, es una expresión del honor en la cultura japonesa. Todavía es ahora, en el Japón occidentalizado de nuestros días, donde se registran 30.000 suicidios anuales.
Partiendo de la base de que la principal diferencia entre la filosofía occidental y la japonesa es que aquélla enseña a vivir, en tanto que ésta trata sobre cómo morir, no es de extrañar que la palabra suicidio no tenga la «misma connotación moral en japonés que en nuestras lenguas occidentales. En japonés existen varias palabras para el suicidio con sutiles diferencias entre ellas», señalan Axell y Kase. «Por ejemplo jijatsu (matarse a uno mismo), tiene un sentido negativo, incluso pecaminoso, como el suicidio en muchas culturas occidentales. Pero jiketsu (literalmente «autodeterminación»), sugiere un acto honorable o elogiable, realizado en interés público; por ejemplo, un acto llevado a cabo para proteger el honor del que comete el suicidio. A diferencia de la moral judeocristiana, el sintoísmo japonés no tiene tabúes religiosos ni éticos con respecto al suicidio».
El teniente general Kyoji Tominaga, comandante en jefe de la Cuarta Flota Aérea nipona en Filipinas a finales de 1944, fue a la aviación lo que Onishi a la armada. Ordenó 62 ataques especiales en los que se estrellaron 400 de sus aviones. En total perdieron la vida 700 de sus pilotos suicidas, frente a los 500 que se autoinmolaron obedeciendo órdenes de Onishi. Hubo batallas en las que los kamikazes estuvieron cayendo sobre los barcos estadounidenses durante diez horas seguidas. Al final de la campaña de Filipinas, los suicidas habían hundido 40 buques aliados. Además de las pérdidas materiales que causaban en las fuerzas aliadas, los kamikazes minaron como ningún otro enemigo la moral de los combatientes aliados.
EL HIJO DEL GENERAL
«Se me rompía el corazón cuando recibía a un nuevo grupo de aviadores de Ataque Especial (...) y luego les despedía en el aeródromo. Me resultaba casi imposible darles el último adiós a los que estaban casados y tenían hijos», recordó Tominaga en su exoneración.
Si hubo una ocasión en que Tominaga se mostró especialmente imperturbable ante el destino de los pilotos suicidas, fue cuando tuvo noticia de que su propio hijo había caído en una de aquellas misiones sin regreso. «A principios de 1945, el teniente general Kyoji Tominaga ( ) fue informado telefónicamente de que su hijo Yasushi había perdido la vida en una misión suicida ( ) tan sólo preguntó: "¿Es seguro?" ( ). Luego, volviéndose hacia su mujer le dijo: "Yasushi se ha ido". Ella le tomó la mano, pero ninguno de los dos mostró emoción alguna».
Según recordaría otro de sus hermanos, quien estuvo junto a él en sus horas postreras, antes de que el piloto partiera a convertirse en un dios -destino que aguardaba tras la muerte los kamikazes- Yasushi permaneció animoso en todo momento. En sus aún recientes días de universitario, el suicida dedicó su tiempo libre al boxeo y a las mariposas. Sus compañeros de entonces le recordaban como un tipo inteligente, alegre y rebelde. Su amor por la lengua inglesa resulta chocante y más aún su gran afición al cine estadounidense.Sentía una debilidad especial por los westerns de John Ford -combatiente en la armada norteamericana, dicho sea de paso-, pero fue en una cinta de piratas donde encontró inspiración para pintar la cola de su avión, el Hayabusa. La ilustración no podía ser otra que las dos tibias cruzadas bajo una calavera de los filibusteros.
«Kamikazes» (La Esfera de los Libros), de Albert Axell y Hideaki Kase, sale a la venta el próximo martes
LAS CLAVES
MISTICISMO
El ideario. Al igual que los samurais -cuyos sables formaban parte del armamento de los pilotos del Cuerpo de Ataque Especial- leían El Bushido, los kamikazes también estudiaban un draconiano código en el que se les decía que tras la muerte se convertirían en dioses.
LA BATALLA
Okinawa. Los pilotos suicidas fueron los principales protagonistas de la batalla más cruenta de la guerra del Pacífico. Librada entre el 4 de abril y el 23 de junio de 1945, arroja un balance de 1.900 bajas kamikazes y de 35 navíos enemigos hundidos.
VOLUNTARIOS
Ardor guerrero. El número de voluntarios para el Cuerpo de Ataque Especial triplicaba al de aviones disponibles. Habida cuenta de que no hacía falta saber aterrizar, se prefería a los aviadores inexpertos, reservando a los pilotos veteranos para los combates tradicionales.
DISIDENTES
La duda. Aunque ninguno de ellos llegó a expresarlo a sus superiores, entre las cartas que dejaron los kamikazes hay algunas en las que se trasluce cierta duda. El teniente Seki estaba convencido de poder prestar un mayor servicio vivo y combatiendo que inmolándose.
EL AVION
El prototipo. El Mitsubishi A6M Zero-Sen fue el más común de los aparatos de los kamikazes. Se trataba de un caza monoplaza capaz de desarrollar una velocidad 580 km/h. Estaba dotado con dos cañones de 20 mm. en las alas y dos ametralladoras de 7 mm. sobre el fuselaje.
LOS PIONEROS
Kamikazes de Stalin. Tres años antes de que los japoneses pusieran en marcha su estrategia suicida, los rusos, en un intento de que los alemanes no bombardeasen sus objetivos vitales, ordenaron a sus pilotos que estrellaran sus aparatos contra los de la Luftwaffe.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Memba, J.: “Los kamikazes eran el viento divino" en Observatorio de la Economía y la Sociedad del Japón, mayo 2009. Texto completo en http://www.eumed.net/rev/japon/
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