EL OCTUBRE CHINO
Xulio Ríos
Director del Observatorio de la Política China
El número 60 se considera en China un número “redondo”, que completa un ciclo o
cierra un círculo, y como señalaba Hu Jintao en una sesión de estudio del Buró
Político del PCCh celebrada a primeros de septiembre, marca un “nuevo comienzo”.
El signo de ese nuevo comienzo es doble. De una parte, equivale a profundizar en
el proceso de modernización impulsado por las autoridades chinas desde hace tres
décadas. De otra, sin dejar ni mucho menos de lado la economía, el epicentro del
proceso se traslada paulatinamente al orden político, donde el debate puede
arreciar en los próximos años, a la sombra del proceso sucesorio cuyo tramo
final se inicia ahora.
Para citar
este artículo puede utilizar
el siguiente formato:
Ríos, X.::
"El Octubre Chino"
en Observatorio de la
Economía y la Sociedad de
China Nº 12, septiembre
2009. Accesible a texto
completo en
http://www.eumed.net/rev/china/
La homogeneidad en el discurso económico parece garantizada en la cúpula china,
más allá de velocidades o matices en unas u otras áreas. La apuesta por un nuevo
modelo de desarrollo centrado en los valores tecnológicos, en la dinamización
del consumo interno, el ahorro energético, la ampliación de los derechos
sociales o la sensibilidad ambiental, constituye un punto de encuentro que nadie
cuestiona, al igual que el papel preponderante del sector público, fuerte y
directamente controlado por el PCCh, en la economía nacional.
El balance general que puede ofrecer el PCCh a la ciudadanía es globalmente
positivo, incluso en un contexto de crisis como el presente, cuando todos
reconocen su claro y sorprendente dinamismo, a la espera de éxitos clamorosos
pese a la persistencia de los desequilibrios internos, en fase de corrección.
Pero el balance político del PCCh es mucho más pobre y discutible. El aumento de
las tensiones territoriales y sociales preocupa cada vez más. En el primer caso,
centradas en Xinjiang y Tibet, afectan a la integridad del Estado y no muestran
signos de apaciguamiento. En el segundo, en la infinita mayoría de los supuestos
no se exige un cambio de régimen político, aunque si más moralidad en el
desempeño público y privado. El recurso al nacionalismo y la exaltación
permanente de lo logrado, que ha sido mucho, puede servir de antídoto temporal
para priorizar lo “sustancial”, pero difícilmente puede despejar el horizonte en
un tiempo donde el propio futuro del PCCh y su identidad aparecen en entredicho
.
Consciente de ello, y con una contradictoria capacidad creativa y de adaptación
en ámbitos como los medios de comunicación o la justicia que no deja de causar
asombro, el PCCh se dispone, una y otra vez, a aflojar y cerrar la mano para no
perder del todo el control de la situación.
Hoy por hoy, el PCCh no tiene más rival que a sí mismo. No tanto por la notoria
ausencia de oposición organizada, como por la preocupación inmediata que suscita
la arrogancia, la corrupción y la necesidad de definir los nuevos contornos de
su comportamiento político en una China en la que proliferan los signos de
cambio social y que, probablemente, harán a sus ciudadanos cada día más
exigentes. Por otra parte, el PCCh debe encontrar ese mecanismo milagroso que,
preservando su monopolio político, conceda mayor voz a los ciudadanos y facilite
el anhelado proceso de ósmosis con la población, sin fisuras que puedan alentar
movimientos alternativos. Ya no basta con que las autoridades se preocupen de
mimar al pueblo y este se lo agradezca sin cuestionar su poder, sino que su
liderazgo debe incorporar la capacidad social de intervención política asumida
como ejercicio natural y no como una corrección de su liderazgo.
A pesar de las importantes transformaciones que China ha experimentado en estos
60 años, le queda aún un importante trecho por delante para convertirse en un
país moderno y desarrollado. El PCCh, después de tres décadas de maoísmo y otras
tres de reforma, afronta un tercer tiempo pletórico de complejidad. La quinta
generación de dirigentes, que tomará el relevo en 2012, tendrá en sus manos la
probable definición del rumbo final de la gaige y la kaifang, con el reto de la
concreción del perfil de la reforma política tantas veces anunciada. Ello es
razón suficiente para que en los próximos tres años asistamos al repunte del
debate interno y de las tensiones clánicas, inevitables acompañantes de un
proceso cuyo primer límite es la tradicional opacidad.