CHINA, DIFÍCIL SUCESIÓN A LOS SESENTA
Asiared
Primera economía del mundo en una década, hoy ya principal potencia exportadora,
primer país receptor de inversión extranjera, tercer consumidor mundial de
petróleo, fábrica global… una larga lista de superlativos que puede exhibir en
su 60 aniversario, aquella República Popular proclamada por Mao el 1 de octubre
de 1949 y transformada por Deng a partir de 1978. Las libertades ciudadanas y
políticas son su gran desafío de futuro.
En la hora de las grandes celebraciones, China presenta al mundo su imagen de
potencia emergente, serena pero firme. Así fue con los Juegos Olímpicos de
Pekín, en 2008, y es hoy en los fastos del 60 aniversario.
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este artículo puede utilizar
el siguiente formato:
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"China, difícil sucesión a los sesenta"
en Observatorio de la
Economía y la Sociedad de
China Nº 12, septiembre
2009. Accesible a texto
completo en
http://www.eumed.net/rev/china/
Fuegos artificiales, demostraciones masivas de las artes y la cultura china,
desfile militar… una combinación de símbolos que la comunidad internacional
leerá atentamente.
Serán la evidencia del ascenso suave de China al liderazgo mundial, precisamente
cuando el mundo intenta salir de su primera gran crisis global.
Algunos analistas afirman que China sale antes de la crisis que Europa y Estados
Unidos. La afirmación puede inducir a error: no ha habido recesión en China, tan
sólo una momentánea desaceleración de un crecimiento que en los últimos años
rondaba el 10% del PIB.
¿Por qué China busca no asustar al mundo? ¿por qué huye de la prepotencia ante
unas economías desarrolladas en crisis y se comporta con toda moderación en la
escena internacional como un socio responsable ante amenazas como Corea del
Norte o Irán?
China ha ganado la batalla de los números, pero ahora necesita convencer a la
comunidad internacional de que su nuevo estatus de superpotencia no debe
representar un motivo de inquietud.
Y las amenazas a su estabilidad, la clave del bienestar de una quinta parte de
la humanidad, no son escasas, en gran medida derivadas de la resistencia de los
dirigentes comunistas de afrontar la gran asignatura pendiente de la nueva
China, la reforma política.
El dispositivo de seguridad montado por el gobierno con motivo del 60
aniversario es tan estricto como fastuosos serán los grandes actos oficiales.
Pekín no deja nada al azar.
En este sentido, el Comité Central del Partido Comunista chino, que ha cerrado
recientemente su sesión anual en Pekín, no ha anunciado la promoción del
supuesto sucesor del presidente Hu a la vicepresidencia de la Comisión Militar
Central, una prueba más de la cautela con que Pekín afronta la delicada
estabilidad en el sesenta aniversario de la proclamación de la República
Popular.
El 1 de octubre de 1949, Mao Tse-Tung proclamaba desde Tiananmen la República
Popular, instante triunfal entre los años pasados de la cruenta guerra civil
contra los nacionalistas del Kuomintang y las décadas de tribulaciones
comunistas que estaban por venir.
Sesenta años después, China --sus dirigentes todavía oficialmente comunistas--
puede exhibir el gran logro de haber convertido un país del Tercer Mundo en el
dinámico mercado al que mira con envidia una economía mundial lastrada por la
recesión.
Aquella República Popular, que nacía prácticamente aislada del mundo, es sesenta
años después, tras haber vivido tres décadas de avatares maoístas y treinta años
más de “denguismo”, la tercera mayor economía del mundo, cerca ya de la segunda,
su rival regional histórico y presente, Japón.
China debería superar en volumen a Estados Unidos como primera economía mundial
en 2020. Dispone de la mayor cantidad de reservas en divisa extranjera, fabrica
y exporta la gran mayoría de productos manufacturados, desde la ropa barata y
los juguetes hasta gran parte de electrodomésticos y ordenadores.
Una vez se ha ralentizado la expansión del sector exportador, sus dirigentes se
han reorientado su política económica hacia la construcción de un mercado
interior capaz de sostener el dinamismo de las últimas décadas.
Y, sin embargo, la dirección comunista china no está tranquila.
Esa sería la principal conclusión a extraer del “no anuncio” de la promoción de
Xi Jinping a la vicepresidencia de la Comisión Militar Central, considerada la
confirmación de su ascenso en el seno del régimen comunista chino.
Porque la ausencia de anuncio no significa que no se haya tomado la decisión de
promover a Xi. Algunos analistas consideran que puede anunciarse tras las
celebraciones del 1 de octubre, fecha sensible en la que Pekín quiere evitar
cualquier perturbación política.
Podría anunciarse también a lo largo del próximo año para popularizar su figura
política entre la población gracias al gran aparato de comunicación del estado
–la agencia de noticias Xinhua y las decenas de canales de la televisión
oficial— y la capacidad de censura por parte del régimen de cualquier opinión
crítica.
¿La intranquilidad de Pekín deriva de la falta de acuerdo entre las facciones
sobre la figura de Xi?
En principio no debería ser así. Se le considera un dirigente “joven” cercano a
la denominada “banda de Shanghai”, el entorno del ex presidente Jiang Zemin,
antecesor de Hu Jintao.
Pero al mismo tiempo habría sido aceptado como hombre de consenso por el bando
del propio presidente Hu. Su protegido, Li Keqiang, aspiraría al cargo de primer
ministro como sucesor de Wen Jiabao.
El nerviosismo de Pekín tampoco parece tener que ver con la economía. Sus planes
de estímulo han conseguido evitar que el crecimiento caiga por debajo del 7%, el
umbral considerado crítico para el estallido de revueltas sociales que pongan en
cuestión el liderazgo comunista, basado hoy en el éxito económico y no en la
ideología.
Los dirigentes comunistas chinos, el binomio formado por el presidente Hu Jintao
y el primer ministro Wen Jiabao, han desarrollado la habilidad de anticiparse o,
en cualquier caso de no quedarse rezagados, en la toma de decisiones clave para
la vida de los ciudadanos chinos así como frente a la comunidad internacional.
La lucha contra el cambio climático es un buen ejemplo. Que los ríos y el aire
de China están contaminados por décadas de industrialización salvaje es cosa
sabida.
Hasta hoy, Pekín había retrasado el desmantelamiento de su contaminante
industria térmica frente a unos exigentes Estados Unidos que no ratificaban
Kyoto.
Hasta hoy. Ante una Administración Obama dispuesta a actuar, el presidente
chino, Hu Jintao, comparece ante las Naciones Unidas para afirmar su apuesta por
las energías renovables. Tras un Obama inconcreto en cuestión de cifras, Hu
Jintao precisaba en la Asamblea General el propósito de extender las energías
renovables hasta un 15% en 2020.
Con todo, a esta economía de salud envidiable, la acompañan algunos males
generados por su propio dinamismo. La corrupción, que ha lubricado los
mecanismos de la nueva economía de mercado para lucro de altos funcionarios y
empresarios avispados con buena “quanxi” –relaciones--, compromete ahora los
derechos ciudadanos que la clase media emergente empieza a exigir.
Esta exigencia se manifiesta sobre todo a través de la red, a pesar de no poder
sobrepasar la férrea muralla cibernética levantada por Pekín, un brazo tan largo
como invisible que puede llevar a los poco entusiastas de las bondades del
régimen a la cárcel.
A pesar de la censura y el aplastamiento de la disidencia, más acusado
coincidiendo con fechas sensibles como el 60 aniversario, los chinos y chinas no
habían disfrutado jamás de niveles de libertad individual como los actuales. En
parte son debidos al dinero, pero también al reconocimiento tácito de que la
supervivencia del régimen no puede ya basarse meramente en la represión, sino
que los dirigentes deben ganarse su legitimidad atendiendo a los derechos de los
ciudadanos.
El efecto Tiananmen
No fue así en Tiananmen. Pekín optó por la fuerza. Quizás por última vez, dado
que la reacción inmediata de los brazos ejecutores de la política de Deng
Xiaoping fue acelerar las reformas para garantizar que el desarrollo y conseguir
que el rápido enriquecimiento empezara a llegar de manera escalonada a todas las
capas de la sociedad.
Este año 2009 también era el de un aniversario sensible en la Plaza de
Tiananmen, los veinte años transcurridos desde la matanza.
El gobierno chino no se atreve a dar el paso de revisar el llamado veredicto de
Tiananmen, la versión oficial que califica la Primavera de Pekín de acto
subversivo.
Y este es el gran riesgo para la legitimidad de un régimen que, sin una justicia
independiente, tiene ante sí como gran asignatura pendiente, en su sesenta
aniversario, el desarrollo de fundamentos democráticos, un nuevo orden político
capaz de absorber el desacuerdo, la disidencia, el sentido crítico y la
alternancia en el poder.
Pekín, hoy por hoy no puede garantizar el orden más que con el control político
y policial, eso sí, recurriendo a un uso limitado de la fuerza, en comparación
con la crudeza de la intervención militar en Tiananmen veinte años atrás.
Además, la política de “colonización” han del Tibet y la región de mayoría
musulmana de Xinjiang, en el oeste del país, conlleva una permanente
desestabilización de estos territorios, donde las poblaciones originarias no
pueden aceptar su asimilación al mundo chino, o su conversión en minoría étnica
en su propio territorio.
Al tiempo que reforzaba en el Tíbet y en Xinjiang el dispositivo de seguridad
con motivo del 60 aniversario, Pekín lanzaba una campaña para fomentar la
convivencia armoniosa entre todas las comunidades étnicas del país.
También con el objetivo de garantizar un “desarrollo armónico” de la sociedad,
las consignas oficiales surgidas del reciente plenario comunista reiteran la
necesidad de combatir de manera efectiva la corrupción dentro del Partido y del
Estado así como promover la democracia a nivel de base.
La cuestión clave es cómo pasará el liderazgo chino de las palabras a los
hechos. En el caso de la corrupción rampante, a base de sentencias ejemplares,
algunas de ellas a muerte.
En el caso de la democratización, se desconoce, más allá de tímidos intentos de
permitir, a nivel local, el combate electoral entre candidatos del Partido
Comunista e independientes.
Como en cualquier otro terreno, China sostiene que tiene su propia versión de la
democracia, diferente a la del resto del mundo, como con el socialismo en su
momento o el capitalismo en las tres últimas décadas.
Un sentido de la particularidad que solamente deriva de la visión imperial de
los dirigentes chinos, la que les hace grandes, pero también más temibles a ojos
de un mundo que asiste expectante a la emergencia de China como superpotencia.
Habrá que ver; dentro de diez años, la República Popular cumplirá,
previsiblemente, 70 años, y será la primera economía mundial. Entretanto, la
libertad adquirida día a día por los ciudadanos chinos gracias al desarrollo
económico pondrá a prueba la capacidad del régimen comunista para resistirse a
compartir el poder y aceptar la voluntad democrática de 1.400 millones de
personas