ROLAND BARTHES Y ORIENTE : DEL “IMPERIO DE LOS SIGNOS” A “CUADERNOS DE VIAJE”
Mercedes S. Giuffré
Universidad Nacional de Mar del Plata,
Argentina
mgiuffre@mdp.edu.ar
Roland Barthes (1915-1980) parte hacia China en 1974, del 11 de abril al 4 mayo,
junto con otros miembros del grupo “Tel Quel “, la flor y nata de la
intelectualidad francesa de los 70’s. Integraba la delegación, François Wahl y
Philippe Sollers, Julia Kristeva y Marcelin Pleynet. En un viaje pagado por
ellos mismos, todo el itinerario estaba acordado previamente con las autoridades
chinas , preestablecido, perfectamente regulado. Es lo que Barthes llamó :
“Turismo de reyes”. Pero resultó un viaje donde muchas veces no se logró
atravesar la doble valla de obstáculos : El idioma y la pantalla de propaganda
maoísta china, en su afán de mostrar los logros obtenidos por la “Revolución
Cultural, cuya terrible realidad solo fue conocida casi 20 años después.
Tel quel fue concebido en 1960; originalmente fue una pequeña publicación que
promovía la estética en la literatura y la cultura, fue el aparato teórico de
una élite intelectual naciente, y en la cual nadie en ese momento, imaginaba su
decisivo rol intelectual. Philippe Sollers, Jean-Edern Hallier, Jean-René
Huguenin, Renaud Matignon, Jacques Coudol, y Xavier de Boisrouvray. Pocos años
después, solo quedaba Sollers del grupo original. El y Marcelin Pleynet, fueron
la dupla energética que guiaba el Journal. El propósito inicial de Tel Quel, fue
separar la literatura de las ideologías reinantes de la posguerra, apoyando la
estética del Nouveau Roman, como una alternativa posible al compromiso Sartreano.
El grupo Tel Quel, desde los 60’s tenía fuertes lazos con el Partido comunista
Francés al cual adherían. Como relata J. Kristeva en “Los Samurais”, el grupo no
estaba particularmente dedicado al activismo político. En 1967 Tel Quel se veía
a sí mismo como proa iniciadora de un profundo cambio en la literatura y en la
sociedad, como el lógico sucesor del surrealismo y a su vez, como quien debía
remediar sus errores políticos y filosóficos.
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el siguiente formato:
Giuffré, M.S::
"Roiland Barthes y Oriente: del “imperio de los signos” a “cuadernos de viaje”"
en Observatorio de la
Economía y la Sociedad de
China Nº 11, junio
2009. Accesible a texto
completo en http://www.eumed.net/rev/china/
En 1968, inmediatamente después del Mayo Francés, Tel Quel publica los 7 puntos
de su Manifiesto, donde reafirma su vocación por el Marxismo, la “única teoría
revolucionaria de nuestra época” y constituye un grupo de estudios teóricos para
la integración crítica, de filosofía, lingüística, semiótica, sicoanálisis,
literatura, historia de la ciencia; que se reuniría semanalmente en el 44 de la
Rue de Rennes de París….
Compañero de caminos del PC francés de 1967 a 1971, el Journal entonces pasó a
ser Maoísta, dedicando varios artículos a China hasta 1974, año del Grand Voyage.
Desde 1975 aproximadamente a 1982, abandonaron el Marxismo, se acercaron a los
Nuevos filósofos y a la teologías y declararon muerta la Avant-garde. A pesar de
que pareciera tener una trayectoria política errática, Tel Quel (luego L'Infini
en Gallimard) tuvo éxito en mantener una coherencia estética. Con su defensa
incondicional a la literatura de 1960 a 1982, representa en muchos aspectos, un
intento para resucitar la Nueva Revista Francesa (Nouvelle Revue Française,
(1909)) mientras se velaba a Los Tiempos Modernos (Les Temps Modernes).
De 1960 a 1982, año final, Tel Quel contó con la participación de diversa
manera, fuera como autores o colaboradores esporádicos; de maravillosos
personajes tales como : Philippe Sollers, Jean-Edern Hallier, Jean-René
Huguenin, Jean Ricardou, Jean Thibaudeau, Michel Deguy, Marcelin Pleynet, Denis
Roche, Jean-Louis Baudry, Jean-Pierre Faye, Jacqueline Risset, François Wahl,
Julia Kristeva, Roland Barthes, Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Jean Cayrol,
Jean-Pierre Faye, Julia Kristeva, Bernard-Henri Lévy, Marcelin Pleynet, Philippe
Sollers, Tzvetan Todorov, Francis Ponge, Umberto Eco, Gérard Genette, Pierre
Boulez, Pierre Guyotat, Severo Sarduy, y Shoshana Felman.
Desde su muerte en 1980, Roland Barthes ha continuado creciendo en su estatura
como escritor. Naturalmente siempre fue reconocido como pensador, después de
todo fue el fundador de la Semiología, el estudio de los signos, del cual el
lingüista Ferdinand de Saussure, quien por primera vez propuso dicho estudio,
definió como “una ciencia que estudia la vida de los signos dentro de la
sociedad''.
La coherencia es lo que caracteriza el temperamento de Barthes, su estilo y su
visión. La Semiótica Barthesiana tanto en su origen como en su principio activo,
es la de un hombre fascinado por el signo, fascinación que sin duda envuelve,
como lo hace en Flaubert o Baudelaire, un elemento de repulsión que a su vez
posee el carácter esencialmente ambiguo de una pasión. En el Imperio de los
Signos, y en Mitologías, se frota las manos con el placer de los significados
ocultos latentes, que se encuentran en cualquier objeto de la cultura pop
Occidental. Pero en el Imperio de los Signos, (al cual podría mejor llamarse el
Imperio de los Signos vacíos), resultante de su viaje a Japón en 1966, Barthes
escribe con admiración de ese lugar que es la utopía del esteta, donde nada
acecha detrás de la superficie seductora. Barthes dijo muchas veces “Un
significado nombrado, es un significado muerto”; y una de sus imágenes
favoritas, era la de Orfeo, (el significante) condenando a Eurídice (la
significada) a la muerte eterna, al darse vuelta y mirarla.
Barthes advierte desde el principio : Este no es un libro sobre Japón.
Desconfia, no se deja engañar. « Algún día debería escribirse la historia de
nuestra propia oscuridad, manifestar la compactez de nuestro narcisismo, volver
a contar a lo largo de los siglos, los llamados a comprender las diferencias que
tal vez pudimos comprender, las recuperaciones ideológicas que han seguido
inevitablemente, y que consisten siempre en sopesar nuestro desconocimiento de
Asia por medio de lenguajes conocidos. (l’Orient de Voltaire, de la Revue
Asiatique, de Loti o de L’Air France). «
Pero si Japón no hubiera existido, Barthes debía haberlo inventado. De todas
formas no es Japón, es “su” Japón. En su Japón de ficción, no hay una profunda
interioridad, ni alma, ni destino, ni ego, ni grandiosidad, ni metafísica, y
finalmente, no hay significado. En “su” Japón, el Zen es absolutamente
relevante, especialmente por ese momento de pérdida del significado, que el Zen
llama Satori. El Estudio de los Signos es el estudio de una sociedad hipotética
donde las cosas poseen una inocencia. Por ejemplo Barthes declara que en Japón
“la sexualidad está en el sexo, no en otra parte, pero en los EEUU es a la
inversa, el sexo está en todas partes, excepto en la sexualidad. “'
Asimismo, los arreglos de Ikebana, son un arte que no concierne al simbolismo,
sino al gesto; y un regalo no es su contenido, sino el exquisito envoltorio que
lo contiene. Quienes conocemos a Japón, damos fe de esto. Y la marioneta del
teatro Bunraku, es maravillosa por su reserva, por evitar la histeria del teatro
Occidental, por su delegación de emociones. Barthes contrasta las actitudes del
teatro occidental con las del japonés : “La voz, apuesta real de nuestra
modernidad, sustancia especial del lenguaje, que deseamos hacer triunfar en
todas partes. Por el contrario, en el Bunraku, tiene una noción limitada de su
uso, no se la suprime, pero se le asigna una clara, definida y esencialmente
trivial función. “
Estos trazos, que Barthes toma de los hechos más banales, más cotidianos, como
el idioma, la comida, la urbanización de la ciudad (Tokio), el grafismo, el
teatro, los hábitos, la sexualidad, la expresión de los rostros. De todo esto él
extrae un sentido rico y concentrado. Por eso, de la cocina japonesa, destaca la
estética, el refinamiento, la vitalidad, y poco su sabor. Barthes era un amante
de las ciudades, a las cuales veía en su dimensión erótica, como “sitio de
encuentro con el otro”, lugar intercambios de infinitas variedades.
Pero “Cuadernos de Viaje” es otra historia. A lo largo de la lectura de los
mismos, publicados recién en Febrero de 2009, se comprende la razón por la cual
P. Sollers se refiere al viaje como al “Suplicio Chino” de Barthes. Un primer
escrito sobre China fue publicado en Le Monde, el 24 de Mayo de 1974, recién
llegados: “Ahora la China ?, y allí anticipa lo que había desarrollado Barthes
en los Cuadernos. Como decíamos al comienzo, el grupo viajó a China para
expresar su solidaridad con la Revolución Cultural. La misma se encontraba en su
fase tardía con pleno repudio a Confucio y a Lin Piao (+1971). Un tiempo antes,
un grupo dentro de Tel Quel había formado un ala llamada “El Movimiento del 21
de Junio”, de tendencia Maoísta más volcada hacia prácticas violentas, a punto
tal que renunciaron un par de editores. El Manifesto de este grupo fue publicado
dentro de un número especial de Tel Quel, dedicado a Barthes. Y esto no fue una
coincidencia. La situación era complicada, plena de negaciones y negaciones de
negaciones. Barthes no era Maoísta. Pero tampoco era anti Maoísta. Viajó a
China, no siendo un firme creyente en la Revolución Cultural, como sus amigos.
Al regreso, manifesto su desilusión. El compromiso revolucionario habría de dar
lugar a exploraciones de lo sagrado, lo femenino, y el inconsciente. Barthes
solía decir que él y sus amigos habían viajado a China a “sacudir el árbol del
conocimiento, esperando que LA respuesta habría de caer a la tierra, y ellos
volverían con su nutrición intelectual: un secreto descifrado.” No hubo tal
suerte. En China, el significante no estaba en el exceso estático de lo
significado, después de todo.
Llegados al Imperio del Centro, los visitantes recibieron la visión de China que
el gobierno quiso ofrecerles. La comunicación a través de intérpretes
gubernamentales le ocasionaba a Barthes disgusto y aburrimiento. Aburrimiento
sería la palabra clave del viaje para Barthes. P. Solliers insistió en que
hiciera el viaje, Barthes no quería hacerlo y no estaba muy decidido. A lo largo
de tres cuadernos de colores diferentes, azul, rojo y negro, fue tomando notas
de viaje en unas 300 páginas a lo largo de un itinerario preestablecido;
fábricas, aldeas modelo, espectáculos, monumentos, largos discursos; pero
alejados del pueblo. Dice Barthes en Ahora la China? Y lo reafirma en los
Cuadernos: “Dejamos atrás la turbulencia de los símbolos, abordamos un país muy
vasto, muy antiguo y muy nuevo, donde lo significante es escaso, casi hasta la
rareza. Desde ese momento un campo nuevo se descubre : aquel de la delicadeza ,
o aún mejor (arriesgo con la palabra, la dejo para retomarla más tarde : lo
insulso. A pesar de los antiguos palacios, los afiches, los niños y el Premier
Mao, la China no es colorida. La campiña es plana, ……bueyes grises, un tractor,
campos regulares pero asimétricos, un grupo de trabajadores vestidos de azul, es
todo. El resto hasta el infinito, es beige con tintes rosas, o verde claro, el
trigo, el arroz, ….. el pálido te verde, servido en toda ocasión, renovado en
sus tazas con tapa, diríamos que solo existe para puntualizar un ritual de las
reuniones, las discusiones, los viajes….. hasta la palabra toma así algo de
silencioso, de pacificación.”
Según comenta Sollers, cuya apasionada visión sobre China es totalmente
diferente, como así lo fue la de Julia Kristeva; B. se comportó estoicamente,
tomando interminables notas a fin de contener el aburrimiento. Prefería a veces,
permanecer en el vehículo, a descender para ver monumentos. Leía “Bouvard y
Pecuchet”, y Solliers, los clásicos Taoistas. En ningún momento mostró demasiado
interés, excepto por la bella caligrafía. Encuentra al pueblo “adorable”, pero
ausente; deseaba hacer contacto, pero no solo el idioma lo impedía, sino lo
sorprendía su propio: “exotismo de los narices largas“, que provocaba que en
Shanghai, los siguiera un grupo de no menos de 800 personas!!!! – Comenta la
“intensidad de la mirada del pueblo chino. Intensidad y curiosidad en la mirada,
pero que no se dirige ni a uno, ni a la persona, ni tampoco al cuerpo en tanto
eros, sino abstracta y esencialmente a la especie : soy desposeido de mi cuerpo
en aras de mi germen « Cuadernos 25 de Abril.
Esta transparencia de mentes y cuerpos no es otra cosa para Bartes, que el otro
nombre de la ausencia de la libertad para los contactos, para discutir política,
para el sexo. El viaje se hace sobre la carencia, sobre la ausencia: de cafe, de
ensalada, de flirt, de erotismo, de vida de los sentidos. 23 y 29 de Abril : «
No sabemos nada, yo no sabré jamás nada : ¿Quien es el joven a mi lado ? Que
hace durante el día ? Como es su habitación ? Que piensa ? Cual es su vida
sexual ? ». Lo que comprende Barthes en China, es su lazo fundamental con la
libertad. La necesidad de la sorpresa. De lo fuera de programa. El diálogo de lo
no planificado. En China reafirma su resistencia a lo fijo, a los estereotipos,
a los « ladrillos » ideológicos.
Por eso los « Cuadernos », no pueden más que ser fragmentarios, notas « de la
nausea anti-estereotipo » . 15 de Abril. La única forma para Barthes, de
conservar una ausencia de construcción era permaneciendo en lo fugaz, lo efímero
: una sonrisa, un cigarrillo, flores en un parque. Como opuesto a lo permanente.
Es lo que sus Cuadernos reflejan. Pequeñas pinceladas de instantes inasibles.
Recuerdo el libro de María Rosa Oliver, escritora argentina, « Lo que sabemos
hablamos (1955) », cuando con un grupo de artistas e intelectuales de todo el
mundo, miembros del Consejo por la Paz, y entre los que se encontraba el pintor
Juan C. Castagnino, visitaron China en 1953. Su fascinación por los logros de la
joven República eran laudatorios y comprometidos. Todo era motivo de admiración.
Sin duda, esa China estaba surgiendo con crecimiento, de las agresiones de las
potencias europeas, de la corrupción administrativa y de las luchas de los
señores de la guerra y de la sumisión feudal.
Para Barthes, 20 años más tarde, esto no era suficiente. Buscaba encontrar en
China algo que trascendiera la imagen arquetípica. No lo logró.
Para finalizar, en El Imperio…….con su lucidez, Barthes sintetiza su pensamiento
sobre Oriente, en sus primeras páginas: “Oriente y Occidente no pueden ser
considerados aquí como “realidades”, con las cuales uno hace ensayos de
aproximar y de oponer, histórica, filosófica, cultural y políticamente. Yo no
miro con pasión una esencia oriental, el Oriente me es indiferente, Solamente me
provee de un cúmulo de rasgos cuya configuración, el juego inventado, me permite
atisbar la idea de un sistema simbólico inaudito, enteramente ajeno al nuestro"
Lo que puede tratarse, considerando al Oriente, no son otros símbolos, otras
metafísicas, otro conocimiento; sino es la posibilidad de una diferencia, una
mutación, una revolución en la propiedad del sistema simbólico.”