CHINA EN LA GEOPOLÍTICA MUNDIAL
Enrique Posada Cano
Publicado en
www.utadeo.edu.co.
En 1949, con el artículo de Mao Zedong “Adiós Mister Stuart Mill” (1), por medio del cual el líder chino despidió al último embajador norteamericano, China rubricó lo que ya correspondía a una realidad: se abría la etapa del bloqueo occidental contra ella, que se sumaba al del mundo capitalista contra la Unión Soviética.
China sólo tendría que esperar dos años para verse inmersa en su primer conflicto de la segunda posguerra mundial con la potencia número 1: la guerra de Corea (1951- 1953). Vio las fuerzas aliadas, encabezadas por el comandante de las tropas de Naciones Unidas, el General Mc Arthur, adentrarse en la frontera chino-coreana y entendió que los estadounidenses no iban por Corea sino que intentaban invadirla a ella y estrangular en su cuna a la República Popular.
China había resuelto una tarea fundamental, el establecimiento de su soberanía en Tíbet (1950), pero quedaba el tema mayor de Taiwán, territorio en el cual Chiang.
Para citar
este artículo puede utilizar
el siguiente formato:
Posada Cano, E.:
"China en la
geopolítica mundial"
en Observatorio de la
Economía y la Sociedad de
China Nº 06, marzo
2008. Accesible a texto
completo en http://www.eumed.net/rev/china/
Kai-shek había instaurado una llamada República de China, de carácter anticomunista. La paciencia china podía lograr que Pekín esperara la entrega voluntaria de Hong Kong, en 1997, por parte de Inglaterra, así como la de Macao, en 1999, por parte de Portugal. Frente a la isla, el problema era, y lo sigue siendo hasta hoy, de tensión y confrontación permanentes.
La victoria en la guerra de Corea, que en gran parte fue una guerra chino- estadounidense en territorio coreano, tuvo para China un costo en vidas y en recursos materiales muy grande y retrasó por varios años el plan de instauración de un régimen socialista.
El primero y único viaje de Mao al exterior fue a Moscú en 1949, cuando aún estaban estacionadas en Dalian o Puerto Arturo las tropas soviéticas. Ya no tenían el pretexto, para permanecer en territorio chino, de expulsar a los invasores japoneses.
No fue fácil sacarlos. Mao tuvo que extender su estadía en Moscú, tratando de vencer la resistencia de Stalin a desocupar Dalian. Eran dos visiones adversas, dos miradas diferentes sobre el modelo económico, sobre la guerra, sobre cada aspecto de las agendas interna y externa, a pesar de lo cual suscribieron un plan completo de cooperación que le permitió a China echar a andar una serie de obras de ingeniería vial y fabril.
El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1957), donde su Secretario General Nikita Jrushchov denunció a Stalin por un rosario de crímenes, creó una distancia irreconciliable entre los dos partidos comunistas, el soviético y el chino. Esta brecha se ampliaría hasta llegar a una ruptura parcial en 1960, cuando se abrió la polémica ideológica en torno a temas como la transición pacífica del socialismo al capitalismo, de la cual los chinos acusaron a los soviéticos, mientras que éstos motejaban a los chinos de chovinistas y pequeño-burgueses.
El bloqueo que Estados Unidos, Europa Occidental y Japón le declararon a China, se tornó hermético y asfixiante con la ruptura de las relaciones comerciales y de cooperación decretada por los soviéticos a partir de 1960. Mao estaba por fuera del poder del Estado desde 1957, cuando hubo de renunciar a la presidencia de la República Popular como consecuencia del fracaso del ‘Gran Salto Adelante’, cuya responsabilidad asumió. Liu Shaoqi, un dirigente de perfil pro-soviético, formado en las luchas obreras y urbanas, ascendió en su reemplazo a la primera magistratura de la República. Mao, dueño de una aureola de semi-dios, no se resignó a permanecer en el ostracismo político y acudió a las masas para recuperar el poder con consignas como la de la oposición a la restauración del capitalismo. Estalló entonces la revolución cultural, que Mao calculó sería de breve duración, pero que, a pesar de sus cálculos, se prolongó durante diez años. Representó un decenio de caos, como lo han llamado las generaciones posteriores. En el frente externo, que es el que en este ensayo nos interesa, fue una época de delirio revolucionario, con China como vanguardia de una pretendida liberación de los explotados y oprimidos del mundo. Se exacerbaron los conflictos con la Unión Soviética y con Inglaterra, con la primera en torno a diferendos fronterizos e ideológicos, y con la segunda, por la ocupación de Hong Kong desde la primera guerra del opio. Aquellos partidos o países que se alinearon con Moscú eran declarados anti-chinos por parte de Pekín.
Tal fue el caso de Vietnam, país con el cual China mantuvo constantes fricciones por sus intentos de dominio sobre Cambodia y Laos, con el apoyo de la URRSS,
hasta concluir en el desencadenamiento de una guerra en 1979. En África Negra, desde mediados de los años 60 del siglo pasado, fue también constante la disputa con los soviéticos, en Angola y Mozambique de manera particular, donde los unos y los otros hacían causa común con movimientos enfrentados entre sí dentro de la lucha por la liberación del dominio colonial portugués. En Asia Occidental, las fricciones tradicionales de China con la India sobrepasaban el tema fronterizo para ubicarse en el alineamiento de esa nación con la Unión Soviética, hecho que colocó siempre a China a favor de Pakistán en la disputa por la posesión de Cachemira. China vivió entonces un período de aislamiento como nunca antes había conocido.
Comienzo de la nueva era de reformas y apertura
Con la muerte de Mao en 1976 culmina la revolución cultural, y en 1980 se abre la nueva etapa de reformas y apertura al exterior liderada por Deng Xiaoping. China se convence de que para impulsar su nueva política se requiere un clima de orden interno y buenas relaciones con el resto del mundo. Empieza por mejorar sus vínculos con sus vecinos más próximos, la Unión Soviética en primer lugar, que se disuelve en1991. Resurgen acuerdos comerciales que dan paso a una gran era de prosperidad en los intercambios comerciales chino-rusos, a los cuales seguirán acuerdos estratégicos. Sin llegar a la revisión de fronteras con India, de todos modos procurará que en ese entorno fronterizo se viva un clima pacífico. La apertura, en todos los años de la década 80 del siglo pasado, llevará a un auge de la inversión extranjera en China. Todas las multinacionales importantes del mundo llegarán al territorio chino tras su fabuloso mercado. Merece relevarse aquí el efecto de
distensión que sobre el conflicto Pekín-Taipei en el Estrecho de Taiwán (desde 1949), ejercen los crecientes intereses financieros y económicos del empresariado norteamericano en China. Taiwán se coloca como el segundo inversionista en importancia en todos los sectores de la economía china. Al mismo tiempo que aumentan los vínculos de todo tipo entre el continente y la isla, el litigio que Taipei alimenta de manera continua por su independencia respecto de Pekín se mantiene vigente, pero se va alejando la posibilidad de que Estados Unidos se arriesgue en su defensa más allá de los límites que le trazan los mencionados intereses y la necesidad de mantener cierto equilibrio en una Asia donde cada vez cuenta más el poderío político-militar de Pekín.
De nuevo el aislamiento
Un año: 1989, y una fecha, 6 de Junio, fue un momento crítico para China a su interior y en su relación con el resto del mundo como consecuencia de la represión sangrienta de un movimiento rebelde de estudiantes y desempleados, que en número de decenas de miles decidieron, de abril a junio del referido año, protagonizar una huelga de sentados en la Plaza Tian Anmen. La situación se había hecho insostenible cuando se produjo la visita del Primer Ministro ruso Mijail Gorvachov a Pekín. Lo peor era que al interior del Buró Político las opiniones frente a ese evento estaban divididas, con el Secretario General del Partido Zhao Ziyang a favor de una solución pacífica del conflicto, y el Primer Ministro Li Peng propugnando la represión. Las causas aparentes del movimiento eran una escalada inflacionista de los precios que habían deteriorado el nivel de vida del pueblo, desempleo creciente y una ola de corrupción por parte de funcionarios gubernamentales y dirigentes del
Partido Comunista. Explicaciones posteriores dadas extra oficialmente por el Gobierno señalaban que tras la situación de caos, con asaltos a mano armada de insurgentes contra patrullas policiales dejando un saldo de heridos y muertos entre estos últimos, estaban las manos de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos y de las autoridades de Taiwán. Otras justificaciones hablaban de la inexperiencia de los cuerpos armados de Pekín en técnicas antimotines, que supuestamente los obligaron a utilizar armas de fuego contra las multitudes.
Todavía hoy, dieciocho años después de los trágicos acontecimientos, continúan en una especia de semi-penumbra las causas de la rebelión, los supuestos actores tras bambalinas de la misma, así como el número de muertos. Lo único cierto fue el repudio que en los países occidentales produjo la represión cruenta y el nuevo aislamiento en que cayó China en momentos en que más necesitaba de un entorno externo favorable para el impulso de sus reformas y su apertura.
Pekín hubo de esperar seis años para que se produjera la primera visita post Tian Anmen de un jefe de Estado de un país de la Unión Europea: fue la del Rey de España, y tras él, la de muchos otros que descongelaron las relaciones China- Europa Occidental. De ahí en adelante, no ha ocurrido ningún episodio que haya hecho tambalear los vínculos del gigante asiático con el resto de países del mundo, excepto cuando en plena guerra de Kosovo los bombarderos de la OTAN impactaron a la Embajada china en Belgrado (Mayo de 2003), dejando como saldo varios diplomáticos de ese país muertos.
El nuevo clima de cooperación que se registra desde entonces subraya la necesidad que tiene Pekín de un clima internacional pacífico que propicie cada vez más su
crecimiento económico y su desarrollo en todos los órdenes. Esto no implica, sin embargo, que China Popular silencie su opinión frente a intentos separatistas de políticos taiwaneses, los cuales suben de tono en medio de las campañas electorales, o frente a casos como la acogida que han dado algunos gobiernos tanto de Oriente como de Occidente al Dalai Lama en su peregrinaje por los cinco continentes clamando por la ‘independencia’ del Tíbet.
Japón una y otra vez
Un caso particular es el de Japón y las relaciones chino-japonesas. Éstas son contradictorias y ambivalentes, pues mientras, por un lado, Japón se ubica en el tercer lugar de las inversiones foráneas en China, y el intercambio comercial y la transferencia tecnológica se incrementan cada día que pasa, por el otro, las posiciones de ambos lados no ceden. De parte de Japón, sus dirigentes al más alto nivel no han escatimado oportunidad de rendir homenaje a los soldados caídos en la guerra de 1937 a 1945, a todas luces una guerra de agresión contra China, lo cual, del lado opuesto, es rechazado enérgicamente por China como una provocación.
Lleva muchos años el Gobierno chino exigiendo a Tokio que se disculpe públicamente y pida perdón por las acciones de guerra cometidas en el citado período, las cuales, según fuentes chinas, dejaron un saldo de decenas de miles de muertos. Breves y reiteradas fórmulas que se resumen en la escueta frase de “lo sentimos”, expresadas por los últimos primeros ministros japoneses, en visitas realizadas a Pekín, nunca han satisfecho a los chinos. Y, por lo que respecta a los japoneses, una petición de perdón no concuerda con su orgullo nacional. De otro lado, su pragmatismo les dice que tal confesión daría pie a una serie de demandas multimillonarias de parte de descendientes de militares japoneses que, en el período del enfrentamiento bélico, convirtieron en esclavas sexuales a mujeres chinas, coreanas y filipinas, entre otras de distintas naciones asiáticas invadidas por aquéllos.
El Japón de hoy, políticamente hablando, ya no es el mismo de la segunda posguerra mundial. Sigue siendo, a pesar de todas las crisis económicas internas, la segunda potencia económica. Es el mejor aliado de Estados Unidos en Asia, no obstante las divergencias por patentes y déficit comerciales. Frente a América Latina, Tokio no da un paso más allá del ritmo que le permite su adhesión a la política tradicional norteamericana de “América para los americanos”. Pero difícilmente podrá esta nación superar una serie de obstáculos para colocarse en los primeros rangos e incluso para mantenerse en el puesto que hoy ocupa, pues su status quo o al menos el freno a su declive dependen fundamentalmente de su crecimiento económico, que hoy se ve detenido por los “vacíos” de sus sectores económico y financiero, los cuales se refieren, en general, al extraordinario encarecimiento de sus servicios (bancarios, aéreos, de comunicaciones, de la propiedad raíz, etc) y a las impagables deudas del sector empresarial con la banca.
Los problemas históricos de China frente a Japón son una cosa, y otra, muy distinta, la competencia entre los dos por el liderazgo en Asia. Recordemos, a este propósito, los papeles jugados por sendas naciones en la crisis asiática de 1997: fue China la que salió a revitalizar o salvar la bolsa de Hong Kong mediante una inyección financiera multimillonaria en cabeza de empresas del continente que enlistó en ese centro bursátil, mientras que Japón se hallaba incapacitado para dar una respuesta a la crisis debido a las propias dificultades en que se encontraba como consecuencia de la revaluación del yen y la estanflación. Este fue un campanazo para el Japón, a quien se le reveló de pronto una China nueva, pujante y retadora de su papel hegemónico en Asia.
La alianza Japón-Estados Unidos, configurada sobre las cenizas del imperio nipón a partir de su derrota en la segunda guerra mundial, como la cabeza de playa en el Pacífico contra la sombra de una alianza entre los dos colosos del comunismo en el Lejano Oriente: China y la Unión Soviética, ha sufrido los cambios inminentes de medio siglo y todas las circunstancias políticas por las que el mundo ha pasado en este tramo de historia. Se disolvió la Unión Soviética, desapareció el mundo comunista, y la correlación de fuerzas a nivel global cambió a favor de unos Estados Unidos fortalecidos como primera potencia sin rival en el mundo. Japón continuó durante todos estos años acogiéndose al paraguas atómico de Estados Unidos, fiel además al artículo noveno de su constitución que le prohíbe desarrollar armas ofensivas y enviar tropas fuera de sus fronteras. Sin embargo, las antiguas bases militares permanecen allí, y los principios consagrados en su constitución van cediendo frente a las circunstancias políticas y a los compromisos bélicos de su aliado mayor y patrocinador: los Estados Unidos. A raíz de la intervención en Irak, la realpolitik y el pragmatismo nipones llevaron a éste a pasar por encima de sus preceptos constitucionales para sumarse a las fuerzas armadas intervencionistas. Todo esto, a pesar de esa otra faceta de su realpolitik que lo obliga a ser cauto con el Islam y con el mundo árabe petrolero, que es la fuente insustituible de sus recursos energéticos.
La larga enfermedad japonesa, derivada de la revaluación del yen, fenómeno que se ha extendido a lo largo de casi tres décadas, llevó al Japón a un proceso ininterrumpido de relocalización de sus industrias, las cuales ha venido trasladando en parte al sudeste asiático, a Corea, Taiwán y China, buscando librarse de su pérdida de productividad y competitividad. Esto lo arrastra, a su vez, a una secuencia completa de transferencias tecnológicas que toman la forma de ‘vuelo de garzas’, según expresión de un reconocido japonólogo.
Son pocos los países que en el mundo se han favorecido tanto como Japón de la política de reformas y apertura al exterior de China. A su vez, esta última ha sacado grandes ventajas de su nueva relación con Japón. El primero se volcó hacia China con todo su potencial tecnológico y financiero, buscando un nuevo e inmenso mercado para sus patentes industriales y tecnológicas, incluso para sus productos de consumo, en tanto que China necesitaba de ese coloso fabril, tan cercano físicamente a ella. Japón llegó a la escena de la inversión en China con todas sus baterías, armado no sólo de know how sino también de capital financiero. Se conformó de este modo un matrimonio de conveniencia chino-nipón, que sobre los rescoldos de un pasado traumático, construye un presente de alianzas en lo económico, lo financiero y lo comercial. Fuerzas ultra-conservadoras y derechistas niponas continuarán de manera indefinida alimentando el rearme japonés y el chovinismo de gran potencia, pretensión que encontrará cada vez la vigorosa oposición de China. Japón continuará bregando por obtener un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, ambición que comparte con la otra gran derrotada de la segunda guerra mundial: Alemania. China se opone por todos los medios a esa pretensión.
La confrontación en el Tercer Mundo
Otro escenario de la confrontación es el tercer mundo. Una ley física según la cual todo vacío en el agua es llenado de manera instantánea por una masa líquida de reemplazo, tiene su réplica en lo político. De la verdad de este aserto da cuenta la forma como China viene copando los espacios que ni Estados Unidos ni la Unión Europea son capaces de llenar en el momento presente en África y América Latina. Veamos el caso de África. Dueña como ninguna otra potencia de un apetito voraz de hidrocarburos, minerales y productos agrícolas, China aumenta su presencia en África, donde estuvo presente desde los tiempos de la revolución maoísta, cuando los chinos incursionaron con programas de cooperación en diversos países del continente negro, particularmente en obras de infraestructura vial y en importantes campos de desarrollo tecnológico.
Dos cosas se le reprochan a Pekín en estas nuevas incursiones suyas en los vastos y subdesarrollados escenarios de Africa y Latinoamérica: una, que ha convertido a estos territorios en proveedores de ‘commodities’ con poco valor agregado; y dos, que su realpolitik la conduce a cerrar los ojos frente a violaciones de los derechos humanos tan espantosas como las perpetradas por regímenes como el islamista de Sudán contra minorías cristianas y multiétnicas (léase Darfur).
En cuanto al temido ‘saqueo’ de materias primas, energéticos y alimentos por parte de China en los países en desarrollo, la respuesta es contundente: si estos últimos países son incapaces de agregar valor a sus ‘commodities’ transformándolos en
productos industriales, la alternativa que afrontan es quedarse con ellos en sus subsuelos y desaprovechar la oportunidad que China les brinda de mejorar sus balanzas comerciales. Más bien, el mundo en desarrollo debería prepararse, siguiendo el ejemplo de Brasil con la soya, para enfrentar el desafío de una demanda multimillonaria de alimentos como la que suponen 1.315 millones de chinos con un estándar de vida en ascenso. Los déficit alimentarios de China en los próximos diez y veinte años, que seguirán el mismo compás de sus déficit energéticos, serán enormes, realidad a la cual tienen que despertar no solamente las potencias dueñas de una agricultura altamente comercial, sino también las naciones en desarrollo. ¿Se están preparando para ello? En vez de quejarse, deberían los latinoamericanos, dentro de sus planes decenales de desarrollo, contemplar capítulos aparte donde enfrenten, con respuestas adecuadas, los desafíos en alimentos, energéticos, etc. que ya les están planteando una serie de naciones emergentes del Asia Oriental. Tratar de que esta venta de ‘commodities’ no sea una reproducción facsimilar del saqueo histórico del que fueron víctimas por parte de Inglaterra y Estados Unidos, es una tarea a realizar por los países latinoamericanos donde deben jugar un rol importante las inversiones directas de China, Japón, Corea, India, Rusia y el Sudeste asiático.
Debe responder, además, a una política que genere transferencia de tecnologías avanzadas y empleo para los nacionales.
En cuanto al tema de China frente a los derechos humanos en otros países, venimos presenciando cómo aquello de principios llamados inamovibles tales como la no injerencia de un Estado en los asuntos de los demás Estados tiende a dejar de ser inmodificable y se va adaptando, de acuerdo con las circunstancias cambiantes, a los rumbos de la política mundial.
El Partido Comunista de China tampoco es, como podría suponerse, una fuerza por completo homogénea y monolítica. Existen tendencias a su interior, y las mismas alas o facciones que bregan dentro de sus filas por una democratización interna propenden también por una política exterior más ajustada a los vientos pro derechos humanos que soplan a nivel internacional.
No esperemos de China un alineamiento con los Estados Unidos de América en un frente como el de la guerra contra el terrorismo en los términos impuestos por la gran potencia. Es evidente que China se opone, al igual que el resto de los países civilizados del mundo, al terrorismo. No sólo porque es una nación con un esplendoroso pasado cultural, sino también porque en sus mismas guerras internas supo hacer honor al buen trato a los prisioneros de guerra, por ejemplo. China no apoya, como ocurrió en el pasado, a movimientos llamados maoístas, y sus relaciones políticas son con todos los partidos de aquellas naciones con las que mantienen relaciones diplomáticas, independientemente de su identidad ideológica o política.
Por otra parte, China tiene que cuidarse de sus fronteras hacia adentro, pues allí mismo, en la provincia de Xinjiang, habitan unos diez millones de musulmanes, pertenecientes a la etnia wigur, cuyos nexos con los islamistas afganos son fuertes, como lo son también sus pretensiones de constituirse en un Estado independiente.
China requiere, para su desarrollo, como pocos países, un clima de paz, y de ahí su compromiso de apoyo a la lucha anti-terrorista. Sin embargo, estas coincidencias con los gobiernos de Estados Unidos y de Occidente en general no la convierten en una aliada estratégica para la cual se borren posturas divergentes frente a temas como la guerra de Irak o la aplicación de sanciones a Irán y Corea del Norte por sus políticas de enriquecimiento del uranio. China tiene una visión diferente de la de Estados Unidos al respecto, porque su misma política frente a la energía nuclear y su uso pacífico difiere de la de aquéllos. Ella suscribió, junto a un importante número de países, el tratado de no proliferación de armas nucleares, pero se reserva el derecho de su uso para fines no ofensivos. Siempre ha sostenido una política anti- monopolista de la posesión de armas convencionales y no convencionales, nunca ha entendido por qué unas naciones se arrogan el derecho de tener toda clase de armas y a otras se les veda tal derecho. Nunca podrá esperarse de China que apruebe en la ONU o en otros organismos internacionales sanciones contra determinado país por sostener como un derecho el desarrollo de la energía nuclear, pero en circunstancias de crisis que han tenido al borde del conflicto bélico a Estados Unidos con Irán y Corea del Norte, su posición es tratar de mantenerlo dentro de la órbita del arreglo pacífico, recurriendo al diálogo.
Con Deng Xiaoping e incluso con Jiang Zemin, China manejó un bajo perfil en sus relaciones con el exterior. Pero, a partir del ascenso al poder de Hu Jintao, gracias a los éxitos cada vez más relevantes en lo económico, muchos sectores de la política y la academia empezaron a reclamar un papel más activo de China en los asuntos internacionales. Problemas tan candentes como el del conflicto de Estados Unidos y Japón con Corea del Norte reclamaban de China un rol cada vez más activo. A su vez, Washington siempre entendió que una solución a su enfrentamiento con Pyongyang pasaba por Pekín. Se configuró entonces la llamada ‘diplomacia a seis bandas’ con China como eje de la misma. El gigante asiático ha retornado a su papel protagónico en la arena internacional.
Las otrora tensas relaciones de China con la Unión Soviética debido a problemas fronterizos e ideológicos, se han tornado constructivas y fructíferas. La una necesita de la otra; son vecinos fronterizos. Rusia fue, antes de su desmembramiento, la segunda potencia mundial en muchos aspectos, en tanto que China se presenta como la más probable candidata a sustituirla en ese predominante lugar. De unos años para acá, gracias a sus poderosas reservas petroleras, a la inversión extranjera y a la corrección de algunos derroteros erróneos en su camino de adaptación a la economía de libre mercado, Rusia ha vuelto a colocarse en un sitio preeminente, hasta el punto de que los más recientes discursos de Putin recuerdan los tiempos de la guerra fría.
A Moscú le ha irritado la implantación de un escudo anti-mísiles en Polonia por parte de la OTAN, el cual, a pesar de todos los pretextos de Bush, siente que va dirigido contra el resurgimiento de su poderío. Mientras Washington trata de alinear en torno a sus políticas a importantes antiguos satélites de la Unión Soviética en Europa Oriental como Polonia, la República Checa y Ucrania, Moscú conquista cada vez como fieles aliados a antiguos territorios de su jurisdicción: Kazajstán, Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán. Esta es la misma área petrolífera que a China la interesa. Por eso, en el pasado mes de agosto los 6 miembros de la OCS (Organización de Cooperación de Shanghai) tuvieron la osadía de realizar maniobras militares conjuntas, evento en el cual los Estados Unidos quisieron pero no pudieron estar presentes como observadores porque aquélla les negó el acceso. A Estados Unidos y a Europa en general les inquieta este nuevo club centro-asiático cuya población total se acerca a los 3.000 millones de habitantes y cuyos PIB sumados representan unos 3, 7 billones de dólares. (2)
Por encima de todas las coincidencias entre Pekín y Moscú, que los ha conducido a firmar estrechos acuerdos de defensa conjunta, hay una que sobresale: su oposición al poder hegemónico de los Estados Unidos.
China busca la configuración de un mundo multipolar, y para ello alienta el fortalecimiento de todas aquellas esferas de influencia que puedan hacerle contrapeso a Estados Unidos, en particular la Unión Europea, y en segundo lugar, el nuevo grupo de naciones que emergen como potencias de segundo orden, a saber, Rusia, India, Brasil. El MERCOSUR es un bloque de una importancia económica y geopolítica nada despreciable para China, pero siempre considerando a Brasil como eje y motor del mismo. Venezuela, por su inmensa riqueza petrolera y su distanciamiento respecto del gobierno norteamericano, representa para China un socio de cierta relevancia, aunque no comparte el tono estridente de su oposición a Estados Unidos.
China se seguirá moviendo en el panorama mundial valida de su tradicional estilo diplomático de no ocasionar fricciones innecesarias ni meterse en líos ajenos que no le competen, pero ejercerá su influencia y su poder de veto en organismos como el Consejo de Seguridad de la ONU cuando determinadas intenciones o determinaciones de este ente amenacen con afectar sus intereses nacionales. Estará siempre atenta a las pretensiones de los gobiernos de turno de Taiwán de regresar a ocupar un asiento en Naciones Unidas y vigilará las acciones de Taipei por recuperar el espacio perdido de las relaciones diplomáticas con más de 160 países que en la actualidad mantiene Pekín (a Taipei sólo le quedan nexos diplomáticos con una veintena de países en el mundo). Taiwán y su reintegración a la soberanía china es una política de Estado fundamental para el gobierno de Pekín, que buscará esa reintegración de manera pacífica, siendo esto lo que más le conviene a él y al clima de armonía de que goza con el resto de naciones del mundo, y sin embargo, una reintegración no pacífica también está contemplada en su agenda. Que en el futuro se de una u otra vía para la solución de dicho conflicto dependerá de varios factores: uno, la forma como se desarrolle dentro del propio Taiwán, por parte de las distintas facciones partidistas, la relación con el continente, en la medida en que crezcan las fuerzas favorables al retorno de la Isla a la bandera de cinco estrellas. O que, por el contrario, crezca la opinión favorable a una declaratoria definitiva de independencia de Taiwán, y dos, la forma como se comporten los futuros gobiernos de Estados Unidos frente al referido tema, alentando o desalentando las ansias independentistas de las fuerzas políticas taiwanesas pro-independencia de la isla.
Los años y décadas venideros se desarrollarán de modo fluctuante para China, para las relaciones chino-estadounidenses y para las del gigante asiático con el resto del mundo. No podrá haber rupturas tajantes ni definitivas en un mundo globalizado e interdependiente como el que vivimos, donde una medida económica que se tome en Estados Unidos repercute de manera inmediata en China, en Europa, América Latina y el Sudeste asiático. A su vez, estornuda la bolsa de valores de Shanghai y se produce de inmediato una réplica en Wall Street y, como una bola de nieve, en la de Sao Paulo y otras más. Las presiones de Washington y de éste a través del Fondo
Monetario Internacional para que Pekín revalúe su moneda frente al dólar, es algo que va creando una atmósfera enrarecida en el contexto de sus relaciones con el gobierno chino. Washington no puede olvidar un sólo momento que el total de los bonos del tesoro de Estados Unidos en manos de China representa cerca de 900.000 millones de dólares. (3)
Una administración estadounidense en manos del Partido Demócrata, como la que se vislumbra en el horizonte, supondrá un camino más zigzagueante en las relaciones con China. Ésta siempre se ha entendido mejor con los republicanos de Estados Unidos, y esto quedara corroborado por un futuro gobierno demócrata, en cuyo talante priman rasgos nada favorables a esa relación como es el proteccionismo, derivado de sus nexos con las poderosas fuerzas sindicales norteamericanas. Sin embargo, la tensión no podrá llegar a límites conflictivos que pongan en riesgo la estabilidad de la economía mundial. Y junto con ésta, la estabilidad de la política a nivel global. La una y la otra hablan al unísono.