Revista: CE Contribuciones a la Economía
ISSN: 1696-8360


EL CAPITALISMO EMOCIONAL DEL POPULISMO

Autores e infomación del artículo

Fernando Jeannot *

Universidad Autónoma Metropolitana, México

fjean@correo.azc.uam.mx

Resumen.
El capitalismo es una forma de organización nacional procedente del Medio Evo artesanal y referida a las actividades humanas que producen, distribuyen y consumen bienes o servicios. Desde la alta Edad Media entonces, los mercados se diversificaron y se profundizaron con cada vez más ocupaciones de las personas. Los aportes recientes de la economía del conocimiento, de las neurociencias, de la bioeconomía y de la experimental, reconocieron la función básica de las emociones y los sentimientos en los comportamientos que causan la riqueza o la pobreza de las naciones. El capitalismo emocional es aquel donde se identifica sistemáticamente a la repercusión artefactual de las emociones y los sentimientos. El cambio institucional es una forma de evolución que surge de la secuencia histórica nacional y cuya pauta evolutiva es la innovación empresarial y social. Habiendo arribado al postindustrialismo, los factores de la producción capitalista dependen en forma creciente de los modelos mentales compartidos por la población nacional, los cuales propician mayor y mejor innovación empresarial y social o, por el contrario, menor y peor. De esta forma, hay países que logran una gran eficiencia adaptativa mientras que otros redundan en la ineficiencia del mismo género, siempre en función de la pauta evolutiva señalada.  Las emociones y los sentimientos internalizan en los individuos motivaciones o desalientos que se proyectan externamente en la dotación institucional del país mediante la acción social de las personas; por lo que el capitalismo emocional resulta de la acción social basada en las emociones y los sentimientos prevalecientes en aproximadamente doscientas naciones que hoy en día componen al planeta Tierra. Necesariamente, el capitalismo emocional de las naciones configura una variedad de capitalismos, pero no un modelo único.  
Abstract.
Capitalism is a form of national organization derived from the traditional Evo Medium and referred to human activities that produce, distribute and consume goods or services. Since the high Middle Ages then, markets have diversified and deepened with more and more people's occupations. The recent contributions of the knowledge economy, the neurosciences, the bioeconomy and the experimental one, recognized the basic function of emotions and feelings in the behaviors that cause the wealth or poverty of nations. Emotional capitalism is one in which the artifactual repercussion of emotions and feelings is systematically identified. Institutional change is a form of evolution that emerges from the national historical sequence and whose evolutionary pattern is business and social innovation. Having arrived at postindustrialism, the factors of capitalist production increasingly depend on the mental models shared by the national population, which favor greater and better business and social innovation or, on the contrary, smaller and worse. In this way, there are countries that achieve great adaptive efficiency while others result in the inefficiency of the same gender, always depending on the evolutionary pattern indicated. Emotions and feelings internalize in the individuals motivations or discouragements that are projected externally in the institutional endowment of the country through the social action of the people; so emotional capitalism results from social action based on the emotions and feelings prevailing in approximately two hundred nations that today make up the planet Earth. Necessarily, the emotional capitalism of nations shapes a variety of capitalisms, but not a single model.

Palabras clave – Key Words - JEL.
B 52 Evolución institucional - B 52 Evolutionary Institutionalism.
B 15 Historia Institucional – B 15 Institutional History.
E 02  Estructura artefactual –  E 02 Artifactuaal structure..
E66 Escenarios – E66 Scenes.
O47  Productividad factorial – O  47 Factorial productivity.
Competitividad – Competitiveness.
Dotación institucional - Institutional endowment.
Populismo – Populism.
Capitalismo – Capitalism.
Capitalismo emocional - Emotional capitalism.
Variedad de capitalismos - Variety of capitalisms.
Emociones y sentimientos - Emotions and feelings.
Modelo mental compartido - Mental model shared.
Nación – Nation.
Nacionalismo – Nationalism.


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Fernando Jeannot (2018): “El capitalismo emocional del populismo”, Revista Contribuciones a la Economía (julio-septiembre 2018). En línea:
//eumed.net/2/rev/ce/2018/3/capitalismo-emocional-populismo.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/ce183capitalismo-emocional-populismo


  • Introducción: la evolución institucional del capitalismo.

El capitalismo es una forma de organización nacional procedente del Medio Evo artesanal y referida a las actividades humanas que producen, distribuyen y consumen bienes o servicios. Desde la alta Edad Media entonces, los mercados se diversificaron y se profundizaron con cada vez más ocupaciones de las personas en lo que primero fue el capitalismo comercial, luego industrial y ahora postindustrial. Los aportes recientes de la economía del conocimiento, de las neurociencias, de la bioeconomía y de la experimental, reconocieron la función básica de las emociones y los sentimientos en los comportamientos que causan la riqueza o la pobreza de las naciones. El capitalismo emocional es aquel donde se identifica sistemáticamente a la repercusión artefactual de las emociones y los sentimientos.
El cambio institucional es una forma de evolución que surge de la secuencia histórica nacional y cuya pauta evolutiva es la innovación empresarial y social. Habiendo arribado al postindustrialismo, los factores de la producción capitalista dependen en forma creciente de los modelos mentales compartidos por la población nacional, los cuales propician mayor y mejor innovación empresarial y social o, por el contrario, menor y peor. De esta forma, hay países que logran una gran eficiencia adaptativa mientras que otros redundan en la ineficiencia del mismo género, siempre en función de la pauta evolutiva señalada. Las emociones y los sentimientos internalizan en los individuos motivaciones o desalientos que se proyectan externamente en la dotación institucional del país mediante la acción social de las personas; por lo que el capitalismo emocional resulta de la acción social basada en las emociones y los sentimientos prevalecientes en aproximadamente doscientas naciones que hoy en día componen al planeta Tierra. Necesariamente, el capitalismo emocional de las naciones configura una variedad de capitalismos, pero no un modelo único.  
Este escrito consta de las siguientes partes. En la primera, nos referimos al hecho mundial registrado desde hace un tiempo y consistente en el resurgimiento de nacionalismos y populismos, los cuales intensificaron su difusión planetaria después de 2007. En la segunda, nos ocupamos de la derivación económica del populismo político. En la tercera, de la oleada populista que se ha derramado por todo el orbe. Y, en la cuarta, del populismo norteamericano que gobierna actualmente al centro del Mundo Occidental.

  • Nacionalismo excluyente y discurso populista.

Recordamos que todo nacionalismo es una ideología que otorga a la nación el carácter de único referente para la identidad colectiva, de acuerdo a los siguientes fundamentos: (a) la soberanía nacional, (b) el etnocentrismo, (c) la coincidencia de las fronteras con la nación. Por otra parte, el populismo es una ideología política caracterizada por tres elementos distintivos: (d) el  pueblo es una entidad homogénea, bien intencionada y virtuosa; (e) el mismo pueblo siente una marcada preferencia por los líderes autoritarios y carismáticos porque considera a estos perfiles de sus dirigentes como  reveladores de una eficacia política preferible a la de la democracia representativa; (f) es normal que pueblo y dirigentes alienten la xenofobia que rechaza al  multiculturalismo en nombre de la exaltación nacionalista y el cierre de fronteras. Por lo tanto, nacionalismos y populismos tienen varias facetas ideológicas en común.
Nacionalismos y populismos coinciden en tres convicciones: defensa de la soberanía nacional en contra de la mundialización; del pueblo en contra de las élites; rechazo del multiculturalismo y el cosmopolitismo; las cuales desfogan en modelos mentales compartidos que proveen  una interpretación del ambiente de negocios nacional y, al mismo tiempo, una prescripción sobre cómo debería ser estructurado.
Estamos en una época de emergencia del nacionalismo excluyente llamado identitario. Desde el punto de vista individual, la identidad es una creación de la propia personalidad a través del proceso de socialización aunque,  en el prisma de una colectividad nacional, es el conjunto de rasgos propios que la caracterizan frente a las demás nacionalidades. El nacionalismo identitario busca reformular el modelo mental compartido mediante un patrón cerebral patriótico apegado visceralmente al terruño y desplegado en tres dimensiones espaciales: (1) regional en tanto que patria entrañable; (2) nacional en tanto que patria histórica; y (3) multinacional en tanto que patria civilizacional.
Desde nuestro punto de vista contrario a cualquier nacionalismo excluyente, pensamos que el nacionalismo identitario hace una unión contra natura entre la patria y la nación, porque si el apego emocional al terruño forma parte de los sentimientos personales que experimenta un universo heterogéneo de individuos, cualquier nación es una comunidad imaginaria con respecto al mosaico de minorías poblacionales que la componen y, especialmente, con respecto a la diversidad de individuos residentes en la región o en la localidad (Anderson 2001), quienes forjan una identidad nacional cada vez más cosmopolita no solamente a causa de las migraciones, sino también con motivo del internet y los medios de comunicación masiva.
Cuando los identitarios reemplazan a la nación por la región, en nada se modifica el carácter de comunidad imaginaria personalizada tanto en patriotas nacidos en suelo interior, como en extranjeros nacionalizados por elección, todos estos personas que animan la convivencia cada vez más universal a causa de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (NTIC en adelante). En las antípodas del nacionalismo excluyente, está el nacionalismo cosmopolita, el cual es un resultado de la mundialización operada por las macroeconomías abiertas que conduce a una ciudadanía global en nuestro mundo de las naciones cada vez más interdependientes. El ciudadano cosmopolita puede no compartir categoría étnica, gustos, hábitos o cultura con sus connacionales, pero sí comparte la obediencia constitucional como faceta  mental indispensable para la convivencia nacional. Igualmente, es parte fundamental de la democracia dialogística materializada en la ampliación de los espacios de participación y la concurrencia basada en la confianza activa de que no hay derechos sin responsabilidades (Giddens 1998: 130 a 32).En palabras del mismo autor (Ibídem: 130): “la identidad nacional solo puede ser una influencia positiva si es tolerante con la multipertenencia o con la filiación plural. Los individuos que son al mismo tiempo galés, británico, europeo,  y que tienen algún sentido general de ciudadanía global pueden considerar a alguna de éstas como su identidad o filiación dominante, pero esto no ha de evitar necesariamente que acepten también las otras. El nacionalismo xenófobo es lo opuesto: la nación es una e indivisible. Es culturalmente proteccionista por pretender que la nación tiene un destino, el cual no solamente es diferente al de otras naciones, sino que, sobre todo, es superior. Pero resulta que las naciones no tienen destinos, sino que todas, sin excepción, son naciones híbridas. La nación no es algo dado por la naturaleza y por remotas que sean las conexiones que puedan tener con comunidades étnicas anteriores, las naciones son un producto relativamente reciente de la historia. Todas han sido construidas a partir de una diversidad de fragmentos culturales”, lo cual significa que solo mediante extrapolaciones fantasiosas se pueda imaginar un destino nacional de modelo único con consecuencias excluyentes.
El populismo es un fenómeno mundial, aunque no existe una internacional populista, pero si convergencias con los nacionalismos más o menos identitarios, las cuales conducen a inflar emociones y sentimientos como la exaltación de la soberanía nacional, el etnocentrismo, y la divinización del pueblo. La mentalidad populista internaliza intensas alteraciones del ánimo en forma coyuntural, pero moldea a los sentires plasmados en los patrones cerebrales a más largo plazo en lo que constituyen modelos mentales compartidos, obviamente de naturaleza social. La mentalidad populista agudiza la inclinación hacia la mitología popular y el afecto por sus líderes partidarios, muchas veces con una gran empatía la cual captura el afecto de la población apelando a estereotipos del mercadeo político progresivamente vinculado al artístico.
Los sistemas y regímenes capitalistas, sean ellos de carácter privado o estatal, se caracterizan por: (a) la propiedad de los principales medios de producción no es de los obreros y empleados, (b) la enorme mayoría de la producción se destina a los mercados; (c) el excedente organizacional de las empresas innovadoras es el objetivo esencial de la producción basada en el desarrollo tecnológico; (d) la mayoría de la población es asalariada; (e) por oposición a lo anterior, una parte minoritaria de la población obtiene diversas formas de remuneración en función del control de los medios de producción: retribuciones a los empresarios privados, intereses, dividendos, emolumentos  y prestaciones de los altos funcionarios del gobierno, rentas. Hasta el presente, ha tenido tres grandes etapas históricas: el capitalismo comercial, el industrial y el postindustrial basado en los factores de producción intangibles que conducen a la economía numérica. Según quien controle el proceso de ahorro e inversión, hay capitalismo de Estado o estatista  cuando el gobierno lo hace, y capitalismo privado o de mercado cuando las empresas del mismo género lo administran. La característica esencial del capitalismo no es la propiedad privada de los medios de producción, sino el  control de los mismos en su versión material o inmaterial, el cual habilita a la minoría poblacional llamada capitalista a obtener remuneraciones que no corresponden al trabajo asalariado.
Acabamos de anotar una definición extensa del capitalismo, porque es muy común caer en sesgos interpretativos derivados de su conceptualización incorrecta. Identificar al  capitalismo con la propiedad privada representa un error muy habitual que deriva de una concepción patrimonialista del capitalismo propia del siglo XIX cuando la producción económica se basaba en la dotación natural de factores y todavía la forma clásica de la propiedad era ampliamente mayoritaria. Dicha propiedad establecía una relación de dominio entre las personas y las cosas como la tierra o los bienes de capital físicos. Con el transcurso del tiempo, surgió una forma de propiedad novedosa y vinculante con lo intangible, la cual fue la propiedad intelectual. En paralelo y dentro de la misma secuencia histórica, si anteriormente la producción se basaba en la dotación de recursos naturales apropiados mediante la forma clásica, durante el siglo XX la misma se basó cada vez más en los factores intangibles, tal como es, por ejemplo, la propiedad intelectual. También a inicios del siglo XIX la propiedad de las empresas y su administración coincidían en la misma entidad habitualmente unipersonal, pero más tarde y en las grandes empresas la propiedad detentada por los accionistas difirió de la administración realizada por los managers haciendo evidente la diferencia entre el derecho de propiedad mobiliaria y el proceso de apropiación que forma la misma mediante la operatoria de los ejecutivos. En todo caso y desde la micro hasta la macro economía se establecieron diversas relaciones entre mandantes y mandatarios; en el ámbito del sector privado, entre accionistas y managers, y en el área del sector público entre la colectividad nacional y los funcionarios de gobierno. Siendo el proceso de apropiación decisivo en la formación de la propiedad privada o pública, toda versión del capitalismo  vista como  basada en la propiedad nominal de los bienes de producción, pecó de patrimonialismo.
Por otra parte pero siempre en relación a los fundamentos institucionales del capitalismo, cuando a partir de la Alta Edad Media el artesanado fue siendo reemplazado por las unidades fabriles, se puso a caminar la segunda pierna del capitalismo, es decir, el trabajo asalariado. Abocados a seleccionar los fundamentos del capitalismo, corresponde identificarlos tanto con el proceso de apropiación como con el mercado de trabajo, ambos resultantes de la acción social de los agentes económicos.
El enfoque neoclásico de la economía postula que los derechos de propiedad surgen de la nada porque creen que su dotación inicial forma parte de un estado de naturaleza compuesto por variables exógenas. Diferentemente, la perspectiva institucional considera que los derechos de propiedad se procesan mediante una secuencia histórica llamada apropiación sin ninguna intención peyorativa, sino aludiendo al proceso real de formación de la propiedad en cualquiera de sus manifestaciones. Es comprensible que durante el siglo XIX cuando se mundializó el capitalismo de mercado o privado, se pensara que el capitalismo se refería a una sola forma de propiedad tal cual es la privada, pero este pensamiento decimonónico fue superado por la expansión planetaria del capitalismo de Estado durante el siglo XX donde la organización macroeconómica de las naciones ya no se basó en la propiedad privada sino en la pública. Los nuevos capitalistas fueron entonces la élite bolchevique que gobernó al capitalismo de Estado en la URSS, Europa central y oriental o China, quien usufructuó el proceso de apropiación por medio de la gestión estatal. Insistimos, el proceso de apropiación se localiza en una secuencia histórica que forma propiedad; los capitalistas pueden ser los administradores de la propiedad privada o de la pública.
Capitalismo y mercado no son lo mismo, porque el capitalismo es una forma de organización macroeconómica de las naciones surgida en la Alta Edad Media y mundializada en el siglo XIX, mientras que el mercado es el espacio de los intercambios económicos que existe desde la época de las cavernas. Siendo la organización macro de la nación, resulta de la acción social de los agentes económicos, la cual imprime un perfil particular al capitalismo nacional. El capitalismo emocional  tiene lugar cuando la dotación institucional de la nación se configura mediante la acción social afectiva y sentimental de los agentes económicos.
En la perspectiva del capitalismo de mercado (más adelante nos referimos al capitalismo estatista), Max Weber (2002: 20 y 21; pero edición original de 1922) como representante de la Escuela Histórica Alemana progenitora intelectual del institucionalismo, dedicó buena parte de la obra citada al estudio de las emociones básicas en el comportamiento de los agentes económicos y sociales. Distinguió cuatro variables de la acción social.
(1) Racional, en el sentido de “determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como condiciones o medios para el logro de fines propios racionalmente sopesados y perseguidos” (Ibídem). “Actúa racionalmente con arreglo a fines quien oriente su acción por el fin, medios y consecuencias implicadas en ella y para lo cual sopesa racionalmente los medios con los fines, los fines con las consecuencias implicadas y los diferentes fines posibles entre sí; en todo caso, pues, quien no actúe ni afectivamente (emotivamente, en particular) ni con arreglo a la tradición” ni en función de las creencias (Ibídem) (subrayado y negritas nuestros).
(2) Creyente, en el sentido de “determinada por la creencia consciente en el valor ético, estético, religioso o de cualquiera otra forma como se le interprete, propio y absoluto de determinada conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente en méritos de ese valor” (Ibídem). Actúa “con arreglo a valores quien, sin consideración a las consecuencias previsibles, obra en el sentido de sus convicciones sobre lo que el deber, la dignidad, la belleza, la sapiencia religiosa, la piedad o la trascendencia de una causa, cualquiera que sea su género, parecen ordenarle” (Ibídem).
(3) Afectiva, en el sentido de “especialmente emotiva, determinada por afectos y estados sentimentales” (Ibídem). “La conducta estrictamente afectiva está no sólo en la frontera, sino más allá de lo que es la acción consciente; puede ser una reacción sin trabas a un estímulo extraordinario, fuera de lo cotidiano. Implica una sublimación cuando la acción emotivamente condicionada aparece como descarga consciente de un estado sentimental; en este caso se encuentra las más de las veces (no siempre) en el camino hacia la racionalización axiológica” (ibídem) de las creencias. “El sentido de la acción afectiva no se pone en el resultado, en lo que está ya fuera de ella, sino en la acción misma en su peculiaridad. Actúa afectivamente quien satisface su necesidad actual de venganza, de goce o de entrega, de beatitud contemplativa o de dar rienda suelta a sus pasiones del momento (sean toscas o sublimes en su género)” (Ibídem).
(4) Tradicional, en el sentido de “determinada por una costumbre arraigada. La acción estrictamente tradicional -en igual forma que la imitación- está por completo en la frontera, y más allá, de lo que puede llamarse una acción con sentido; pues a menudo no es más que una oscura reacción a estímulos habituales, que se desliza en la dirección de una actitud vernácula. La masa de todas las acciones cotidianas, habituales, se aproxima a este tipo, el cual se incluye en la sistemática no sólo en cuanto caso límite sino porque la vinculación a lo acostumbrado puede mantenerse consciente en diversos grados y sentidos; en cuyo caso se aproxima este tipo al” (Ibídem)  creyente.
Actualmente, la síntesis entre institucionalismo neoclásico y no neoclásico, sostiene que los modelos mentales que presiden a la acción social son representaciones internas que los sistemas cognitivos individuales internalizan mediante la socialización procesada por las cuatro variables weberianas. Sin embargo y como somos seres humanos influenciables de muy distintas maneras, pero no neutrones libres como postulan los neoclásicos, nuestros modelos mentales son andamios (término inglés: scaffolding; francés: échafaudage), pero no edificios suficientemente cimentados y mejor construidos (North 2005: 8).
En el pasado, cuando Weber habló de la acción social racional lo hizo de acuerdo a las posibilidades intelectuales de su época; sin embargo y actualmente contamos con las enseñanzas de Herbert Simon quien nos hizo ver que nuestra racionalidad solamente nos habilita para tomar decisiones con racionalidad limitada porque carecemos de una inteligencia artificial en el cerebro, lo cual refuerza la adjetivación de andamio para el modelo mental. Actuamos nuestro comportamiento social como partículas de la relación social intangible llamada Estado, pero no como Robinson Crusoe. El Estado es un fenómeno esencialmente político porque representa a las instituciones del poder nacional basadas en una relación colectiva de dominación subordinación históricamente determinada. Dado que no somos un náufrago perdido en el océano, sino identidades configuradas por el proceso de socialización del Estado operado por las cuatro variables weberianas, poseemos un modelo mental compartido con nuestros congéneres y referido a la nación, la cual es el referente poblacional del Estado.
Toda acción social es una externalización del modelo mental, muy raras veces exclusivamente orientada por uno u otra de las cuatro variables detalladas por Weber (op. cit), pero sí jugada mediante una estrategia alternativa principal, eventualmente complementada por alguna o algunas de las otras tres. “Tampoco estas formas de orientación pueden considerarse en modo alguno como una clasificación exhaustiva, sino como puros tipos conceptuales, construidos para fines de la investigación sociológica, respecto a los cuales la acción real se aproxima más o menos o, lo que es más frecuente, de cuya mezcla se compone” (Ibídem), por lo que hoy en día atribuimos una racionalidad limitada a la acción social de los jugadores económicos racionales, los cuales no actúan ni se comportan  en función de  una dominante irracional, ni creyente, ni afectiva, ni tradicional.
La acción social de la mentalidad populista privilegia la variable (3) afectiva (en adelante, citaremos a las cuatro variables weberianas con la notación W1R; W2C; W3A; y W4T) en la exteriorización de sus patrones cerebrales, los cuales consisten en las vinculaciones neuronales que habitualmente designamos como asociaciones de ideas. A su vez, la acción social del nacionalismo identitario privilegia la variable W4T centrada en la tradición, pero la complementa con la  W2C referida a las creencias. En todos estos casos de preferencia por las variables W2C, W3A y W4T, estamos en campos del juego nacional siempre desparejos, donde los jugadores asumen la acción social de manera diferente a la que resultaría del comportamiento racional de la variable W1R. Cuando los agentes populistas parecen jugar en función de W1R, se trata de una sublimación con respecto a las otras tres, particularmente la W3A. Así sucede cuando los líderes populistas propalan la mitología popular (W2C) para ganar votos, o cuando hacen lo propio ensalzando a los dirigentes carismáticos (W3A). Cabe reseñar, entonces, que también Weber (2002: 123) nos instruyó sobre el poder carismático de la acción afectiva (W3A) que tanto prefieren los populistas de hoy en día. De nuestra parte y preocupados por el análisis del capital institucional de las naciones, pensamos que cuando hablamos de capitalismo emocional debemos comenzar por releer a Weber en tanto que pionero de la transdisciplina entre la economía y la sociología.

El populismo es un estilo político que radica en partidos y movimientos partidarios del capitalismo de Estado o del de mercado naturalmente matizados por las circunstancias nacionales. Los cuatro ejes graficados anteriormente dibujan las vinculaciones horizontales o verticales del populismo. Su piso es el pluralismo político basado en el desarrollo de la ventaja competitiva nacional  (competitive edge)  la cual permite alcanzar y desarrollar ventajas comparativas del sector público y del privado en función de la productividad; o sea, la de una organización pública y privada idónea para arribar, mejorar, o mantener la ventaja comparativa nacional. En el mundo de intenso cambio tecnológico y organizativo en el cual vivimos, no se logra mejorar la ventaja competitiva nacional si no se instrumenta de manera duradera a la innovación social que otorga eficiencia adaptativa al mercado de trabajo. Al mismo tiempo y registrada en condiciones favorables en cuanto a precio y/o  calidad de los productos, se desempeña innovación empresarial como resultado de la idoneidad correspondiente. Las dos innovaciones constituyen el módulo del desarrollo competitivo de la nación como resultado del comportamiento colectivo de racionalidad limitada W1R porque el capitalismo camina con dos piernas (empresarios y trabajadores), pero no solamente con una como postulan los neoclásicos o los marxistas.
El pluralismo político que desarrolla racionalmente  la ventaja competitiva nacional realiza tal encomienda porque la realidad económica del presente, pero no las teorías, muestra que las naciones otorgantes a sus poblaciones del mayor y mejor bienestar realmente existentes son aquellas que han logrado eficiencia adaptativa mediante el desarrollo de la productividad factorial. Habitualmente, las quince o veinte naciones clasificadas en los primeros rangos de la ventaja competitiva nacional  generan sendos PIB per cápita situados alrededor de cuarenta mil dólares anuales. Este promedio es el mayor con respecto a las doscientas naciones que pueblan al planeta, por lo que aquí reside la vía real del bienestar nacional. Si el movimiento o partido político tiene por objetivo lograr el bienestar de la población, su objetivo prioritario es acrecentar la ventaja competitiva nacional mediante la productividad colectiva que logra la acción social W1R.
El eje horizontal vincula a las dos formas capitalistas de nuestro mundo de las naciones, al mismo tiempo que intercepta con el eje vertical que lleva al populismo. A fin de personalizar estas abstracciones del capitalismo podemos decir que el ícono actual del capitalismo de Estado es China, mientras que EE.UU. lo es del capitalismo de mercado; el resto del mundo se acerca a uno u otro tipo, pero siempre en posiciones intermedias derivadas de las dependencias de las trayectorias  nacionales. En cuanto al dominio de la propiedad pública o de la privada, remitimos al lector a los párrafos anteriores donde se destaca el significado sistémico de los procesos de apropiación públicos o privados. 
La justicia distributiva consiste en políticas correctivas de la riqueza y la pobreza mediante  la redistribución del ingreso y la intermediación política de funcionarios públicos.  Por otra parte, la justicia conmutativa corresponde a la  remuneración equitativa del esfuerzo laboral previo, la cual no necesita de intermediarios políticos, pero sí de empresarios innovadores. La justicia conmutativa es una aplicación de la prestación productividad de la fuerza de trabajo, con respecto a la contraprestación premio de esta productividad con la remuneración correspondiente. Cuando se desempeñan con la eficiencia adaptativa que desfoga en la ventaja competitiva nacional, tanto el capitalismo de Estado que actúa la justicia distributiva, como el de mercado que hace lo propio con la conmutativa, ambos propenden el bienestar colectivo de la nación porque anteponen el desarrollo de las ganancias de productividad al reparto del ingreso ya que este orden de prioridades hace que crezca el pastel a repartir en un juego todo el mundo gana (to win to win), el cual no acaece cuando el pastel, es decir el PIB, no crece porque falla la productividad factorial y entonces los jugadores rivalizan en una contienda de suma cero donde el reparto del ingreso beneficia a algunos en la misma medida que  perjudica a otros. 
Aunque no sean conscientes de que la política económica populista puede consagrarlos como perdedores, pero no como ganadores, de la falta de desarrollo de la ventaja competitiva nacional, la tropa populista detenta un modelo mental compartido que fragua diversas emociones como la ansiedad, la esperanza, la decepción, el orgullo, todos estos percibidos en forma circunstanciada por el discurso populista de raigambre afectiva W3A. Si la innovación social no se hermana o procede a la innovación empresarial  en el capitalismo de Estado o en el de mercado, la política social resultante tiene pies de barro porque no deriva de la sustentabilidad de los factores de la producción.
Según Illouz y Benger (2017), tres son los sentimientos W3A que resumen al modelo mental populista. (A) El miedo en diversas maneras y direcciones como la invasión silenciosa de la patria por parte de los extranjeros de cualquier origen, pero particularmente norafricanos y/o mahometanos. El miedo que conduce a fabricar chivos expiatorios de nuestros propios defectos. El miedo del terrorismo. El miedo de los competidores extranjeros que desbalancean la cuenta corriente. (B) El resentimiento de los desenchufados de la mundialización y de la economía numérica. Conocedor de este resentimiento que afecta a no pocos ciudadanos, el discurso populista fomenta las políticas de revancha social con efectos de mucho más corto plazo que aquellos imaginados por los afectados por el resentimiento de los desenchufados. (C) El delirio de grandeza. Cuando Donald Trump convoca a los norteamericanos a que su país sea grandioso nuevamente, logra hacer pasar un mensaje muy motivante porque apaga al despertador del Sueño Americano al mismo tiempo que suscita el afecto por los líderes nacionalistas. No negamos ni un segundo que los EE.UU. son una hiperpotencia mundial que supo pasar de la riqueza nacional al poder orbital, pero tampoco que la prosperidad de los Treinta Gloriosos 1945 a 1975 no se equipara con esta Norteamérica populista del siglo XXI que apela a la guerra comercial porque siente un miedo cervical ante la brega competitiva con China. Dado que la depresión es el reverso de la euforia, no es casual que la desilusión entristecida  de los desenchufados  internalice en la mentalidad populista a slogans mesiánicos como el mencionado anteriormente destinado a estimular los sentimientos identitarios W4T que cultiva el discurso populista mediante el amor a la redención W2C.
Un líder intelectual del populismo es Ernesto Laclau (2004) quien hizo una verdadera sublimación cuando tituló su trabajo “La razón populista” el que aparenta W1R, pero en realidad despliega W3A. En nuestra opinión, Laclau debió titular su obra “El sentimiento populista”. Idea fundamental de este ensayo fue generalizar la hipótesis de que los sucesores argentinos o extranjeros del populismo peronista tendrían la capacidad política de articular la naturaleza proteiforme de las reivindicaciones populares mediante un proceso de ascenso hacia el poder nacional.
Laclau (2004: 9) propuso un diagnóstico afectivo W3A de la identidad nacional cuando afirmó que: “la unidad de la formación social, en tanto que la necesidad de un cemento social que una a los elementos heterogéneos, unidad que no es provista por ninguna articulatoria funcionalista o estructuralista, otorga centralidad al afecto en la constitución social. Freud ya lo había entendido claramente: el lazo social es un lazo libidinal” (Ibídem: 10). Ante la imprecisión, la inconsistencia y el anacronismo del concepto populismo, Laclau (Ibídem: 11) asumió que “nuestro intento no ha sido encontrar el verdadero referente del populismo, sino hacer lo opuesto: mostrar que el populismo no tiene ninguna unidad referencial porque no está atribuido a un fenómeno delimitable, sino a una lógica social cuyos efectos atraviesan una variedad de fenómenos. El populismo es, simplemente, un modo de construir lo político”; es decir, una acción social afectiva W3A  guiada por el modelo mental compartido de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos de un capitalismo de Estado tal como fue el paradigma organizativo de Antonio Gramsci profusamente citado por Laclau. Todo grupo social que actúa en la producción económica, dijo Gramsci, se dota de un estamento intelectual que le provee homogeneidad y consciencia de su funcionalidad no solamente en el ámbito económico, sino también en el social y político. Les llamó intelectuales orgánicos y dio como primer ejemplo de los mismos a los empresarios innovadores. En el capitalismo emocional W3A de nuestros días y en nuestra opinión, catedráticos como Laclau y Mouffe personifican a intelectuales orgánicos de las élites populistas.
Destinado a renovar la izquierda política, el discurso populista de Laclau sostuvo (porque ya falleció) y sostiene (en la voz de Chantal Mouffe), que tal articulación de las reivindicaciones populares debe analizarse abandonando el concepto de lucha de clases del marxismo, para reemplazarlo por el discurso populista capaz de cooptar las reivindicaciones populares en un sendero conducente al capitalismo emocional y en una suerte de federación de pasiones W3A. La estrategia política correspondiente recuperó a los conceptos gramscianos de guerra de posiciones y de movimiento ( a su vez tomado de los de guerra de trincheras y de movilización general de los militares),  para prescribir el combate político destinado a enrolar militantes en los medios de comunicación masiva, en las redes sociales, en las universidades y en otros espacios sociales (guerra de posiciones), para que una vez consolidadas estos escalones partidarios, la organización populista encabezara un combate frontal de todas sus fuerzas  en la toma del poder nacional (guerra de movimiento).
También a la sombra de Gramsci, Laclau y Mouffe (1987: 15 y 16) recomponen al combate por la hegemonía desplazándose desde la lucha de clases hacia el pueblo movilizado por el discurso populista pronunciado por líderes muy idóneos en cooptar las emociones y sentimientos particulares de las luchas sectoriales (W3A) en un proceso de equivalencias que las hacen portadoras de la nueva identidad nacional. De esta forma, se preguntaron en 1985 muchos antes de la crisis sistémica del capitalismo occidental, cuál era la genealogía del concepto hegemonía; y respondieron: “digamos, ante todo, que ésta no será la genealogía de un concepto dotado desde el comienzo de una positividad plena. Podríamos más bien afirmar, usando un tanto libremente una expresión de Foucault, que se trata de establecer la ‘arqueología de un silencio’. El concepto de hegemonía no surgió para definir un nuevo tipo de relación en su identidad específica, sino para llenar un hiato que se había abierto en la cadena de la necesidad histórica. ‘Hegemonía’  hará alusión a una totalidad ausente y a los diversos intentos de recomposición y rearticulación que, superando esta ausencia originaria, permitieran dar un sentido a las luchas y dotar a las fuerzas históricas de una positividad plena. Los contextos de aparición del concepto serán los contextos de una falla (en el sentido geológico), de una grieta que era necesario colmar, de una contingencia que era necesario superar. La ‘hegemonía’ no será el despliegue majestuoso de una identidad, sino la respuesta a una crisis. El concepto de ’hegemonía’, según veremos, aun en sus humildes orígenes en la socialdemocracia rusa, donde estaba llamado a cubrir un área limitada de efectos políticos, aludía ya a un tipo de intervención contingente requerida por la crisis o el colapso de lo que hubiera sido un desarrollo histórico normal. Más tarde, con el leninismo, será una pieza clave en la nueva forma de cálculo político requerido por la contingencia de las ’situaciones concretas’ en las que se verificaba la lucha de clases en la era imperialista. Por último, con Gramsci, el término habrá de adquirir un nuevo tipo de centralidad que trasciende sus usos tácticos o estratégicos: ‘hegemonía’ es ahora el concepto clave para la comprensión del tipo mismo de unidad existente en toda formación social concreta. Pero cada una de estas extensiones del término fue acompañada de una expansión de lo que, provisoriamente podríamos llamar una ‘lógica de lo contingente’ resultante, a su vez, de la quiebra y retracción al horizonte explicativo de lo social de la categoría de ‘necesidad histórica’, que había constituido la piedra angular del marxismo de la Segunda Internacional. Las alternativas de esta crisis progresiva y las distintas respuestas a la misma —de las que la teoría de la hegemonía constituye tan sólo una— es lo que se trata, por tanto, de estudiar” (Ibídem). En nuestra opinión, la crisis iniciada en 2007 en los EE.UU y mundializada en tiempo real es recurrente, pero no progresiva, tal como lo registra la historia de las crisis financieras desde el siglo XVII. La recuperación será sustentable en la medida que se base en la acción social W1R de desarrollo de la ventaja competitiva nacional dentro de un régimen político pluralista que hermane a la innovación empresarial con la innovación social despuntada por Commons en la tradición weberiana que vincula a la economía con la sociología. No hacemos ninguna “arqueología del silencio” ni tratamos de reparar ninguna “grieta” en el funcionamiento de la economía política, sino que estudiamos a las dependencias de las trayectorias plenas de ruidos históricos durante el funcionamiento del mundo de las naciones necesariamente cíclico y por esto portador de crisis sistémicas diversas. Once años después de 2007, el capitalismo occidental  tarda en evidenciar la gran capacidad de resiliencia que detenta desde el siglo XIX y por esto, promueve la emergencia del capitalismo emocional de los populistas.  
Dijeron Laclau y Mouffe (Ibídem): las  diversas reivindicaciones populares alcanzarán la hegemonía política cuando la movilización populista de la población actúe “una lógica de lo contingente” (Ibídem) y siente a sus líderes  en la cúspide del poder hasta ese momento ocupada por la élite aristocrática. El discurso populista del capitalismo estatista es postmoderno porque desaloja a la utopía marxista del comunismo W2C de las metas que persigue un pueblo dotado de sabiduría y clarividencia en la procuración del bienestar de la colectividad nacional, por lo que reedita a la variable de las creencias W2C con otro contenido diverso de la ilusión decimonónica de Carlos  Marx.
Desvinculado de la economía, el mismo discurso puede acoplarse a cualquier modelo de política económica particularizado por la “lógica de lo contingente” de Laclau y Mouffe, la cual es necesariamente nacionalista y eventualmente identitaria. El nuevo mundo de las naciones populistas es un espacio del capitalismo emocional que muy bien puede adaptarse a la lucha elitista, pero no a su erradicación,  tal como lo mostró la formidable expansión del capitalismo de Estado en Rusia y China durante el siglo XX con base en una “lógica de lo contingente” administrada por los bolcheviques nacionalistas (W2C y W4T), pero no por ninguna “necesidad histórica” de la utopía marxista leninista ni, mucho menos, por una “arqueología del silencio” de los populistas. Dentro del Mundo Occidental y los capitalismos de mercado, el mismo asunto fue llamado por Pareto circulación de las élites, al cual nosotros no utilizamos como fuente bibliográfica.
La élite gobernante es  procesada en el mercado político por la acción social del modelo mental compartido y dominante. Personaliza a la cúspide de la relación de dominación subordinación que corresponde a un determinado Estado nacional y siempre es una minoría selecta aunque actúe en nombre del pueblo. Cualquier régimen político consagra un orden jerárquico entre grupos e individuos que no solamente condiciona el sendero hacia los objetivos comunitarios, sino que moldea a los patrones del modelo mental compartido por la población.  Bourdieu (1989)  destacó el rol de las élites en la relación de dominación estatal, el cual también juegan las élites populistas. Esta minoría selecta emprende el conflicto de de intereses políticos por el monopolio de la representación legítima de las jerarquías sociales que estructuran al gobierno y a los poderes fácticos de una nación. A causa del mercadeo político, todos los movimientos populistas de su actual marejada no se autodenominan con este vocablo, sino  que optan por otros rótulos de mayor prestigio en la opinión pública, ni tampoco reconocen otras élites más que las ajenas.
En los escenarios actuales de las confrontaciones políticas, puede consagrarse a una élite más o menos aristocrática, más o menos autocrática, según que el orden político sea populista o pluralista.  La élite populista entabla su lucha con la finalidad de gestionar al capitalismo emocional del mismo género,  bien sea dentro de los cánones estatistas o de mercado. Es una minoría selecta exitosa cuando arriba a  la rectoría del Estado nación,  y potencialmente triunfadora cuando ensaya tal objetivo desde la oposición política. Por supuesto que la contienda electoral no deteriora a  la durabilidad de la jerarquía elitista a través de diferentes elencos gubernamentales y poderes fácticos.
Los populismos son básicamente estilos políticos que pronuncian un discurso demagógico muchas veces conducente a  sacrificar el porvenir nacional a costa de una coyuntura efímera, los cuales son particularmente laudatorios de cierta política de oposición o de la permanencia en el poder gubernamental de determinados elencos políticos. En nombre de la supuesta homogeneidad del pueblo lograda por la difusión de las equivalencias en las reivindicaciones populares, este capitalismo emocional se reconfigura mediante el rol mesiánico y redentor del pueblo W2C. El éxito en la brega por la hegemonía política que secularizará tal redención, será logrado mediante la idoneidad dirigente de los líderes populistas (W3A), primero consagrados por la televisión o por las redes sociales, y después por las elecciones o lo referéndums.
La acción social afectiva W3A de los populistas pone en acto un proceso de desintermediación de la política que tiende a minar las estructuras de la democracia representativa W1R como los partidos y los parlamentos, (por cierto, en una profunda crisis de legitimidad por mérito propio), pero a favor de fuerzas improvisadas como caldo de cultivo de ene aventuras políticas muchas veces dirigidas por líderes carismáticos de predicamento afectivo (W3A). Los referéndums de apariencia legítima debida a la convocatoria popular, son en realidad una forma de desintermediar a la democracia dialogística institucionalizada porque movilizan las emociones circunstanciales de W2C o W3A o W4T, pero no a la acción social racional W1R.
A diferencia del populismo liberal de mercado, este capitalismo emocional de los estatistas considera que la democracia es el punto de partida en el camino hacia la hegemonía política formadora del capitalismo de Estado, una vez más derivando a Gramsci. Sin embargo y si la tradición de la democracia representativa consiste en una deliberación racional y pluralista enfocada al bien común, varios aspectos de la realidad actual propenden al capitalismo más emocional que estatista porque en su repercusión positiva los medios de comunicación masiva y las redes sociales montan escenarios inéditos para la acción social en naciones cada vez más integradas con respecto a sus habitantes  con independencia de los planes y programas gubernamentales, en los que algunos llaman la sociedad civil mundial. Pero las repercusiones negativas también entablan las escenas nacionales y mundiales del presente: la política espectáculo, la política concebida como tele realidad, la inmediatez de las demandas y respuestas políticas personalizadas en las redes sociales, la prioridad otorgada a la manipulación de las emociones en tiempo real, las faks news o la ambigüedad en las fuentes o, simplemente, la difusión masiva de la estupidez y el engaño cuando no de la difamación. Todo lo cual llevó a Laclau y Mouffe a afirmar que si Gramsci resucitara de su tumba sería populista permitiéndose una extrapolación que atribuye a los intelectuales  populistas una estatura cognitiva que no siempre tienen, y a los líderes del mismo género un rol inconfundible de redentores milenarios W2C de las dolencias populares en la mundialización basada en las NTIC.
Laclau argumentó sobre la sobre determinación de la economía por parte de la política. Sostuvo (2004: 193) que todo conflicto de intereses es, por definición, político porque “lo político ha dejado de ser una categoría regional” y entonces primero nacional y luego universal; “para lo cual no hay lugar para la distinción entre la lucha económica y la política”. Gramsci (citado por Laclau), habría hecho la misma fusión  porque estuvo muy distante “de concebir a la lucha económica como diferente de la lucha política” ya que “la construcción de la hegemonía comienza en la fábrica”. Si desde el punto de vista teórico estos comentarios de Laclau son francamente sumarios, desde el punto de vista de la oleada populista del presente, habilitan a los políticos del mismo género a postular cualquier clase de modelo económico a través de la “aventura de las equivalencias” (Ibídem: 103 ) que reside en los movimientos populistas. Por ejemplo, Iñigo Errejón (2018), otrora admirador del populismo venezolano y más tarde del griego, ahora considera a la economía portuguesa como modelo económico preferente. “La experiencia más motivadora de los últimos años es la de Portugal. Este gobierno pudo superar la lógica de la austeridad sin faltarle el respeto a la normatividad de Bruselas. Los salarios aumentaron, se mantuvo la protección social y la situación de los servicios públicos se restableció”. “Es fundamental configurar un Estado responsable que proteja a sus ciudadanos y promueva un desarrollo diferente del modelo alemán (empleos de bajo costo, contratos temporales, especulación inmobiliaria y turismo)”. “El gobierno portugués instrumenta una política neo keynesiana basada sobre el crecimiento interno que funciona bien”.
Según el Foro Económico Mundial, Portugal se  ubicó en el rango de competitividad 28 en 2000 y dentro de un grupo de 58 países, es decir, un punto debajo de la mediana 29; hasta una posición 42 dentro de un grupo de 137 países durante 2017, es decir, 27 posiciones por debajo de la mediana 69. Entre 2008 y 2017, ocupó una posición promedio de 44 con respecto a medianas similares a la de 2017, es decir, bastante por debajo de las medianas respectivas. Alemania ocupó el rango 3 de 58 países en el año 2000, mientras que la posición 5 de 137 países en 2017 con un promedio de 5 para el período 2008 a 2017. El rezago competitivo de Portugal se debe a la baja productividad de todos sus factores, los cuales tuvieron un crecimiento negativo de (-1) en los últimos 12 años (The Conference Board: varios años). Comparativamente, Alemania logró un crecimiento de la productividad total de los factores de 0.55 entre 1999 y 2012. Según la OCDE (2017) el PIB potencial de Portugal entre 1999 y 2017 creció desde 175 mil dólares hasta 338 mil; mientras que el de Alemania lo hizo desde 2,191 en 1999 hasta 4,096 en 2017. Recordamos que el PIB potencial consiste en el que se puede lograr utilizando todos  los factores de la producción sin causar inflación. Por todos estos datos, vemos que la vía real hacia el bienestar de la población, tal cual es el desarrollo de la ventaja competitiva nacional, es sustentable en Alemania, pero precaria en Portugal.
Lo anterior no implica negar que la economía portuguesa está recuperándose lentamente de los tres años horrendos de recesión (-1.8 en 2011; -3.3 en 2012; y -1.4 en 2013), porque en 2017 el PIB progresó 2.7% como nivel el más alto desde diez años anteriores a 2017, mientras que la tasa de desempleo bajó a 8% desde una cúspide de 17% en 2013. Hacia el futuro, la precariedad del desarrollo competitivo medida por la baja productividad y el muy lento crecimiento del PIB potencial auguran un crecimiento a velocidad de crucero baja situada alrededor del 1.5% del PIB anual, por lo que es previsible una reconcentración en el reparto del ingreso con consecuencias inequitativas en el bienestar colectivo, porque cuando hay poca actividad económica es poco el ingreso que reciben los tomadores de precios como son los asalariados, mientras que los formadores de precios evitan la degradación de sus beneficios aunque la actividad no sea intensa.
Entre 2008 y 2015, Portugal aplicó a la letra el ajuste estructural que utilizaron los países latinoamericanos en los 1990, por lo que esta política de austeridad presupuestal para el gobierno y los trabajadores fue la antesala de la recuperación posterior cuando el mismo país pasó a políticas menos astringentes solamente durante dos años y los meses transcurridos del 2018. Si bien nadie duda que el ajuste estructural 2008 a 2015 fue aplicación de la normatividad neoclásica ortodoxa, Iñigo Errejón  asume  la hipótesis de que desde 2016 se habría aplicado una política neoclásica heterodoxa, es decir neo keynesiana,  basada en el mercado interno, con respecto a la cual anotamos las siguientes observaciones. En primer lugar, puntal de la recuperación portuguesa ha sido el sector turismo que personifica actividades internas basadas en el influjo de turistas extranjeros en una especie de exportaciones implícitas pagadas con la derrama de divisas extranjeras. En segundo lugar, si bien la demanda interna ha crecido después de 2016, esto no se debe a ningún efecto multiplicador del gasto público porque el gobierno persiste hasta el momento en una política sana de finanzas públicas que no permite una ejecución keynesiana de las erogaciones presupuestales. En tercer lugar, la modesta recuperación del crecimiento portugués se debió a una serie de factores externos como el bajo precio del petróleo, el Euro débil, la política de Facilitadores Monetarios (Quantitative Easing) del Banco Central Europeo, y la recuperación del crecimiento del PIB en España. En cuarto lugar,  las exportaciones de bienes y servicios progresaron en 50% en volumen después de 2010, llegando a representar el 40% del PIB en 2017 contra 27% en 2005, en paralelo a que el déficit de cuenta corriente de 2008 fue 12% del PIB, se hizo excedente en 2016 con + 0.8%. En quinto lugar, las reformas del mercado de trabajo han redundado en la precariedad del mismo, pero no en la durabilidad y sustentabilidad de la ocupación asalariada. Desde 2013, el 63.3% de los contratos laborales son de tiempo parcial, temporales o por obra, por lo que solamente uno de cada tres es fijo o vitalicio. La media salarial ronda los 646 euros mensuales brutos por lo que si bien ha aumentado el consumo no parece ser que esté otorgando una demanda solvente suficientemente cuantiosa a las clases inferiores. Por estas cinco observaciones no creemos que Portugal deba su recuperación a políticas neo keynesianas basadas en el mercado interno.
Pensamos que es totalmente incorrecta la caracterización del modelo alemán que hace Iñigo Errejón cuando lo resume como uno que contrata  empleos de bajo costo, prefiere contratos temporales, suelta la especulación inmobiliaria y se beneficia del turismo. Más arriba detallamos los rangos en los primeros puestos de la competitividad mundial que alcanza Alemania como consecuencia de la eficiencia adaptativa reciclada durante el siglo XX desde su total reconstrucción artefactual después de las dos guerras mundiales. El desarrollo de la ventaja competitiva en Alemania se basa en la calidad de los productos. El nivel y la calidad de la vida del pueblo alemán es uno de los mejores del mundo.  La economía social de mercado ha sostenido de manera duradera la cogestión obrera, de manera tal que es un ambiente nacional donde los trabajadores más han ascendido en la toma de decisiones mediante la organización sindical. En general, Alemania es un ejemplo viviente de por qué el desarrollo de la ventaja competitiva nacional otorga los medios necesarios para alcanzar el bienestar realmente existente de la población, lo cual evidencia una vía real del bien común en nuestro mundo de la variedad de capitalismos. Nos atrevemos a sostener que la caracterización de Iñigo Errejón es doblemente rebatible porque Alemania ha construido su bienestar mediante una acción social del tipo W1R con respecto a la cual no solo Portugal, sino todo el Mundo Occidental, tiene mucho que aprender para adaptarlo a sus coordenadas nacionales; y porque el resumen totalmente despistado que hace Errejón del modelo alemán está basado en la germanofobia propia de la variable W2C tan cultivada por los modelos mentales de los populistas europeos.

  • Populismo económico.

Dornbusch y Edwards (1990 y 1992) postularon que el populismo económico consistía en quebrantar la estabilidad macro económica, de acuerdo a la teoría neoclásica que prescribe a tal estabilidad como manera de perturbar lo menos posible a la formación de precios y a la asignación de recursos por parte del gobierno. La macroeconomía debe funcionar, sostuvieron los mismos autores, con finanzas públicas sanas en el sentido de presupuestos públicos equilibrados, y la política monetaria administrada por el Banco Central no debe generar inflación.
Dornbusch y Edwards (1990) revisaron varias experiencias de política económica inclinadas hacia el capitalismo de Estado, para generalizar sus observaciones en lo que podemos designar como las etapas del dirigismo populista. En la primera etapa, y en el corto plazo menor a un año, la política pública parece exitosa porque el crecimiento de la producción y el empleo se aceleran, mientras que la inflación se ve frenada por los controles de precios. En la segunda etapa, tiene lugar una reducción de la oferta a causa de los controles de las divisas, los cuales también repercuten en la expansión de los mercados paralelos. Los bienes y servicios públicos insumen subsidios cada vez mayores, por lo que el déficit presupuestario del gobierno aumenta. El atraso cambiario no hace más que cebar la bomba de la inflación y hacer inapelable a la devaluación con respecto a la cual los gobiernos oportunistas solamente pueden abrir un compás de espera apostando a que algún suceso extraordinario les permita escamotear su responsabilidad en la depreciación de la divisa nacional. Los salarios nominales se mantienen altos, pero los reales se degradan a causa de la inflación. Esta última se evidencia como un instrumento global de apropiación privada, pero no de crecimiento del producto, por lo que la realidad estropea a las ilusiones keynesianas.  El proteccionismo no solamente infla a los mercados cautivos, sino que también demanda más controles de precios en una fuga hacia adelante que escenifica la estrategia del avestruz.
En la tercera etapa, la rigidez de la oferta produce escasez generalizada y acelera la inflación inercial que motiva a los inversionistas  nacionales o extranjeros a emprender la fuga de capitales mediante las célebres maletas colmadas de dólares o la Banca transnacional. El crecimiento de los salarios reales pregonado por los líderes populistas, en realidad cae brutalmente. Los desequilibrios financieros del sector público y la política emisionista  del Banco Central conducen a la crisis nacional; en el mejor de los casos, o al colapso, en el peor.
En la cuarta etapa nítidamente derivada de la dependencia de la trayectoria latinoamericana, el péndulo se mueve desde el populismo dirigista al liberal. Tal populismo liberal, no reconocido como tal por Dornbusch y Edwards, recibe una pesada herencia que hipoteca a todas sus posibilidades de recuperación porque las políticas de estabilización convencionales, eventualmente financiadas por el FMI, solo podrán apagar las grandes llamas, pero no extinguir los focos incendiarios. Los bomberos liberales, entre los cuales se cuenta el FMI, no arriban a extinguir todas las fuentes del siniestro  porque los salarios reales y los niveles de vida son más bajos que antes del período populista del dirigismo, las inversiones en el mercado interno se han deprimido, la fuga de capitales latinoamericanos sirve para financiar el crecimiento de la economía estadounidense y, sobre todo, se consolidan la economía y la sociedad de suspicacia en detrimento de cualquier recuperación, pero fomentando la acción social afectiva W3A y las regresiones ideológicas W2C. Lo que no explican Dornbusch y Edwards, es por qué los gobiernos neoclásicos según estos autores, o populistas privatizadores según nosotros, no lograron dotar a las economías latinoamericanas de sustentabilidad en los factores de la producción a fin de concretizar la emergencia económica una vez liberados de los populismos izquierdistas. Populismo privatizador  porque basados en los principios de la Escuela de los Derechos de Propiedad varios gobiernos latinoamericanos de  los 1980 y 1990 instrumentaron políticas económicas de Estados nacionales cuya función esencial era procurar los derechos de propiedad privada primero mediante su definición y después haciéndolos cumplir, bajo el supuesto virtuosismo de tal dominio privado  para solucionar los estrangulamientos estructurales de las naciones. Más de veinte años de populismo privatizador mostraron claramente que tal axiomática neoclásica no arriba a resolver los fallos estructurales ni, mucho menos, a lograr el mayor y mejor bienestar de la población.
Existió en la obra de Dornbusch y Edwards (1992) una verdadera inflación terminológica: se habla de episodios populistas y de regímenes populistas (Ibídem: 9), de doctrina populista y de política económica populista (Ibídem: 10), de catecismo populista (Ibídem: 18), se identifica al populismo con el socialismo, así como con el estructuralismo, y hasta se le adjudica una cosmovisión (Ibídem: 142). Esta inflación terminológica de los autores no puede menos que interpretarse como un enfervorizamiento destinado a degradar un modelo económico opuesto al neoclásico (W2C).
De acuerdo a una revisión muy detallada de la obra de Dornbusch y Edwards de 1992 que no realizaremos, podemos calificar al concepto populismo económico de derivación política sin identidad propia repitiendo una cita de Laclau (2004: 11): dados la imprecisión, la inconsistencia y el anacronismo del concepto populismo en la  literatura económica y política, todo intento por encontrar el verdadero referente del populismo está destinado al fracaso en razón de que “el populismo no tiene ninguna unidad referencial porque no está atribuido a un fenómeno delimitable, sino a una lógica social cuyos efectos atraviesan una variedad de fenómenos. El populismo es, simplemente, un modo de construir lo político”, pero no lo económico. Esta ingeniería política puede inclinarse hacia el capitalismo de Estado o al de mercado, hacia la izquierda o hacia la derecha, hacia el dirigismo estatal o hacia la privatización, de manera tal que deriva en ene modelos económicos todos estos sobre determinados por la política populista.
Con base en afirmaciones de los propios autores y de sus colaboradores; daremos solamente tres ejemplos de este despiste. Primero: Dornbusch y Edwards (enero/marzo de 1990) al concluir su artículo señalaron que hay margen para las políticas redistributivas de los  populistas de izquierda siempre que se eviten los errores macroeconómicos. Como los errores macroeconómicos son reputados de tales por contravenir la normatividad neoclásica, nos es permitido deducir que en la opinión de los autores la política social del populismo económico  es viable siempre que la administración macroeconómica se lleve a cabo con presupuestos públicos equilibrados y sin inflación. Esta conclusión hará sumamente felices a numerosos populistas declarados o encubiertos, pero siempre militantes del populismo privatizador de los liberales, porque  nuestros autores dijeron que el redistribucionismo populista solo es económicamente viable cuando se inclina hacia el capitalismo de mercado. Desde un punto de vista racional de la política económica (W1R), los presupuestos desequilibrados y la inflación moderada que sirven para que se desarrolle la ventaja competitiva nacional no constituyen ningunos errores macroeconómicos, sino la instrumentación eficiente de la política económica. El apego religioso a los presupuestos públicos equilibrados de autores neoclásicos como Dornbusch y Edwards no es otra cosa que un fetiche financiero propio de la mentalidad neoclásica compartida W2C.
Segundo ejemplo. Eliana Cardoso y Helwege (en Dornbusch y Edwards 1992: 58) sostuvieron en esta fecha: “habría que pensarlo dos veces” antes de generalizar el término populismo, porque habría existido un populismo clásico (Vargas en Brasil) y otro moderno (sandinistas en Nicaragua) que las autoras llaman económico siguiendo a Dornbusch y Edwards. ¿Quiere decir esto que el populismo actual es propio de una economía nacional muy rezagada en el desarrollo competitivo (Nicaragua), y el pretérito de otra menos rezagada en tal evolución (Brasil)? Las autoras no lo aclaran y la ambigüedad, por no decir el disparate, es manifiesta porque si el objetivo es distinguir a los populismos antiguos de los modernos, tendríamos que considerar a los populismos mercantilistas o liberales antes, durante y después de la modernidad.
En un estudio completo del populismo económico no puede omitirse al castrismo cubano quien fuera avalado teóricamente por la muy populista teoría de la dependencia fundada por Fernando Enrique Cardoso y otros estudiosos latinoamericanos. Más aún, según Eliana Cardoso y Helwege cabría preguntarse si no se verifica en Brasil un populismo interminable (en Dornbusch y Edwards 1992: 71). Fernando Enrique Cardoso se distanció nítidamente de la jacobina teoría de la dependencia de André Gunder Frank y el castrismo declarando que su teoría de la dependencia no negaba la posibilidad del crecimiento económico de Latinoamérica dentro de la órbita imperial estadounidense. Más tarde, fue ministro de economía en Brasil y luego presidente electo del mismo país y adscribió su administración gubernamental al neoliberalismo económico. Con base en este itinerario económico y político del sociólogo Fernando Cardoso, nos permitimos interpretar que Cardoso y Helwege estaban intuyendo al péndulo populista, que oscila realmente desde el dirigismo al liberalismo y viceversa en nuestra desafortunada América Latina tierra de todos los populismos.
Tercer ejemplo. Dicen Bazdresch y Levy (en Dornbusch y Edwards 1992: 256): “si el término populista tuviese un significado preciso, es claro que no podría usarse para describir tan diversas circunstancias históricas. Así pues, su uso como categoría analítica es riesgoso y peligroso; podría generar más calor que luz”. En correlato a lo sostenido en páginas anteriores, interpretamos las palabras de Bazdresch y Levy como una evocación de la naturaleza afectiva del populismo W3A. Al mismo tiempo y también en relación a lo sostenido por Bazdresch y Levy en la misma referencia (Ibídem): “sin embargo, es posible que el lenguaje no nos traicione por completo: hay algunas semejanzas en estas experiencias” populistas. Y detallan a continuación las que serían semejanzas, pero no diferencias, de política económica que son compartidas por “muchos otros gobiernos” buen número de ellos no populistas; “¿por qué la adopción de un conjunto de políticas usado por muchos gobiernos conduce algunas veces” y otras veces no “al título de populistas? Y formularon una pregunta sin respuesta: ¿qué significara realmente tal calificativo?” (Ibídem: 257). Nuestra respuesta es: Bazdresch y Levy se hicieron eco de la visión neoclásica de Dornbusch y Edwards quienes atribuyeron el calificativo populista con fines peyorativos a las políticas económicas dirigistas, mientras que no hicieron lo propio con los populismos privatizadores de los gobiernos liberales. Por lo que en el primer caso aplicaron ese rótulo con fines degradantes, y en el segundo indultaron al populismo privatizador.
Un poco después de 1989, el concepto fue recuperado por Dornbusch y Edwards (1992) en nuestra opinión de una manera tendenciosa porque una vez justificado de manera bastante somera al concepto de populismo, estos autores diagnosticaron el caso de la Unidad Popular Chilena de los 1970 y el primer período García en Perú, también de esta época, iniciando así una serie de evaluaciones de populismos latinoamericanos estatistas que continuaron diversos autores en esa publicación de 1992. El valor positivo de todos estos trabajos, es que analizan la política macroeconómica de diversos países latinoamericanos en distintas etapas de su desarrollo y aciertan en señalar algunos errores de administración también macroeconómica que hoy en día son habitualmente admitidos. El aspecto negativo de los mismos consiste en utilizar la categoría de populismo para referirse solamente a una sola de las dos versiones populistas (la dirigista y la liberal) de la política económica ignorando la naturaleza internacional del populismo como clara derivación de la mentalidad anglosajona que pretendía estar al margen de cualquier populismo mediante una creencia etnocéntrica internalizada por la mentalidad neoclásica (W2C). Aun fortificándose en el nacionalismo identitario W4T, la eclosión de los sentimientos y las emociones populistas en los cuatro puntos cardinales del planeta después de la crisis iniciada en 2007 en los EE.UU., portó mentís al etnocentrismo anglosajón del discurso culturalista que recopila estereotipos de comportamientos miméticos (W4T), pero no estudia la pluralidad de comportamientos circunstanciados en nuestro mundo de las naciones. 
Todos los latinoamericanos se encuentran comprendidos en un área regional especialmente vinculada con los EE.UU. por diversas razones no solamente económicas y políticas, sino también militares y  poblacionales. Por ello resulta inaceptable, lo sustentado por Dornbusch y Edwards con respecto al sector externo y el fracaso de la Unidad Popular Chilena en 1973: “por último, debemos comentar el papel de la oposición económica interna y el bloqueo económico externo. No hay duda de que el uso estratégico de la perturbación económica por la oposición, las empresas extranjeras y los gobiernos extranjeros influyeron en la evolución final de las políticas de Allende. Aunque desde luego no podemos demostrarlo, dudamos de que un ambiente externo más neutral hubiera permitido la continuación del experimento de Allende durante un período considerable. Creemos que los efectos secundarios no controlados de la política de crecimiento (escaseces, inflación, etc.) debilitaron suficientemente su capacidad para gobernar, de modo que pudo ser efectiva la desestabilización económica por parte de las fuerzas de la oposición internas y de las compañías y los gobiernos extranjeros. Presentamos esta opinión como una hipótesis y proponemos una investigación más detallada para sustanciar este aspecto crítico de la evolución de las experiencias populistas” (1990: 140). En nuestra opinión, tal vez un orden externo diferente no le hubiera evitado a la Unidad Popular Chilena cometer los errores que llevó a cabo, pero si habría contribuido ciertamente a posibilitar una alternancia democrática tal como la consideraban inherente a la dependencia de la trayectoria chilena muchos líderes de la Unidad Popular de raigambre socialdemócrata. Esta creencia en la resiliencia de la democracia chilena de los social demócratas (W2C) fue, muy probablemente, las que los llevó a no instrumentar las milicias populares, particularmente a Salvador Allende líder populista de indiscutido carisma motivador del afecto masivo (W3A) y por esto con capacidad de convocatoria para contrarrestar al golpe de Estado con la lucha armada.
¿Qué hubiera sucedido si Napoleón hubiera triunfado en Waterloo? ¿Qué hubiera sucedido si la restricción externa no hubiera condicionado a la Unidad Popular Chilena de los 1970? Estas preguntas pueden iniciar ejercicios intelectuales de alto vuelo, sin lugar a dudas reservados para expertos de primer nivel no solamente en macroeconomía, sino en un conjunto amplio de ciencias sociales, quienes son idóneos para construir escenarios contrafactuales. Aun dentro de nuestras posibilidades limitadas, pensamos que no se puede invertir la secuencia de casualidades desde externo-interno a interno-externo como lo proponen Dornbusch y Edwards, por lo menos hasta que las naciones latinoamericanas no consoliden los núcleos endógenos de dinamización tecnológica que demanda el desarrollo competitivo, diversifiquen y profundicen sus mercados internos, y superen al reciclaje de los modelos primario exportadores, en todos estos casos como producto de una acción social W1R que propenda el desarrollo de la ventaja competitiva nacional en forma sustentable.
Al iniciarse el siglo XXI, todos los países latinoamericanos que registraron las tasas de crecimiento del producto más altas, lo hicieron mediante el reciclaje del modelo primario exportador proveniente del siglo XIX y bajo gobiernos populistas inclinados hacia el dirigismo o populistas inclinados hacia el mercado; por ejemplo, el segundo período de Alán García en Perú basado en la reconversión de su política económica que el igual que la de Fernando Cardoso en Brasil optó por el liberalismo de mercado cuando en el pasado fue un izquierdista estatista. Los líderes de las elites populistas suelen ser muy camaleónicos.
Dijo Guido Di Tella refiriéndose al populismo peronista idealizado por Laclau (en Dornbusch y Edwards 1992: 142): “si nos preguntáramos cuáles son las poderosas razones que explican el predominio de políticas populistas que han sido tan prominentes en la América Latina, tendríamos que regresar a dos causas básicas, una económica y otra social. La primera es que la Argentina, como muchos otros países latinoamericanos, inició su desarrollo con base en las materias primas. La Argentina y la mayoría de los demás países exhibieron en una etapa posterior la enfermedad holandesa, en particular con los problemas que siguen al auge. Cuando la abundancia de la naturaleza tiene que ser reemplazada por la diligencia humana, cuando deben encontrarse nuevas actividades que no se basen en los recursos naturales, es probable que su rentabilidades sean menores que las de las actividades de la etapa anterior relacionada con los recursos naturales. Entonces es común el surgimiento del proteccionismo y la intervención estatal para la creación de rentas tan elevadas como las anteriores. Lo extraño en el caso de Argentina es la extensión, la intensidad y la duración de las políticas protectoras características de la etapa posterior al auge. Pero tenemos que aceptar que la recuperación de esta última etapa no será fácil, como lo saben bien todas las economías afectadas por la enfermedad holandesa. La otra causa, social, de la proliferación populista del pasado es la rebelión contra los modelos distributivos extremadamente injustos y la existencia de grandes sectores por debajo del nivel de pobreza.”
Con respecto a la cita anterior, agregamos las siguientes observaciones. En primer lugar, el síndrome holandés adquiere su manifestación más clara con el auge o el ocaso de la economía rentística, pero cuando los inversionistas internacionales gozan de liquidez, por lo que tal síndrome puede ocurrir en cualquier momento del ciclo internacional o nacional. En segundo lugar “la extensión, la intensidad y la duración” del proteccionismo de la ineficiencia microeconómica, no tiene nada de “extraño”: ellos se debieron a regímenes de poder con una perdurable hegemonía política de los terratenientes agropecuarios. En tercer lugar, el análisis real de la política económica populista de Estado nos conduciría a evaluar correctamente al redistribucionismo que durante estos períodos populistas del peronismo cobijó la ineficiencia microeconómica y le dio nuevo aliento a la economía rentística dominada por los terratenientes agropecuarios desde fines del siglo XIX; aunque como el redistribucionismo peronista fue menos concentracionista que el de los  populistas privatizadores, la población internalizó afectos peronistas durante los gobiernos de los 1940 y los 1950, pero también después en el desenvolvimiento de una cultura multi generacional que moldea a la identidad nacional (W4T).
Acemoglu y Sonin (2011) también parten del punto de vista de que las políticas populistas de izquierda son en última instancia perjudiciales y plantean la cuestión de por qué se siguen aplicando estas políticas. El “desafío clave es [...] entender por qué los políticos adoptan tales políticas y reciben apoyo electoral después de hacerlo”. Su respuesta es que, para ser elegidos, los políticos deben fingir que no forman parte de ninguna élite o casta. La única manera de hacerlo es adoptar políticas redistributivas e intervencionistas tan radicales que un político controlado por la élite neoliberal nunca lo haría (W2C). Dadas las limitaciones informativas del proceso político, las políticas populistas son económicamente muy costosas, pero resultan de elecciones de política individualmente consistentes con las creencias que prevalecen en el modelo mental compartido (W2C).
Varios años después de 1992 pero antes de 2007, Ben Bernanke recuperó la misma normatividad de la estabilidad macroeconómica bajo el rubro de la Gran Moderación derivada de reducir las fluctuaciones de la producción y la inflación particularmente a causa de la contención salarial. Lograr tal estabilidad entraña grandes beneficios, dijeron Bernanke y sus epígonos, como el de mejorar el funcionamiento del mercado, hacer la planificación empresarial más sencilla, disminuir los recursos destinados a solventar el riesgo de inflación, estabilizar el nivel de empleo y, sobre todo, que las recesiones devengan menos frecuentes y menos severas. Por lo tanto y antes de 2007, Bernanke se apegó a la normatividad neoclásica W2C de la misma forma que Dornbusch y Edwards en 1992. Después de 2007, la realidad invalidó a las creencias neoclásicas en el virtuosismo de la estabilidad macroeconómica (W2C), porque tal equilibrio no edificó ninguna muralla suficientemente alta que impidiera la inundación de la oleada populista.

  • La oleada populista.

Después de 1989, pero sobre todo después de 2007, se hizo claro que el populismo era un fenómeno universal residente en diversos capitalismos nacionales susceptibles de reconfigurarse mediante la acción social W2C, W3A y W4T; pero no W1R. Conducida por élites de izquierda o de derecha, la oleada populista mundial basada en la acción social W2C, y W3A y W4T protagoniza un asalto a la razón weberiana W1R porque transforma a las estructuras artefactuales de las naciones en capitalismos emocionales, pero no racionales. La racionalidad weberiana, necesariamente limitada pero no racionalista, se refirió al modo en el que el Mundo Occidental fue evolucionando hacia el ordenamiento y la sistematización organizacional, particularmente la del Estado gobierno (W1R). En contra del creacionismo religioso (W2C), Weber postuló la secularización de las creencias y los valores (W1R). Adversario del patrimonialismo improductivo (W4T) y el nepotismo (W3A),  asumió la normatividad de la eficiencia y la eficacia (W1R), eventualmente tecnocrática. 
El populismo internacional sostiene que el mismo consiste en un modo de construir lo político mediante una acción social afectiva W3A,  guiada por los líderes populistas con capacidad de convocatoria en el mercado político, la cual alcanza su mayor expresión de eficiencia política en los líderes carismáticos que saben cautivar el afecto popular. Lo que calla el mismo movimiento internacional, es que toda estructura gubernamental o de oposición genera naturalmente una élite a la cual Bourdieu (1989) llamó nobleza de Estado para aludir a esta minoría selecta que domina al Estado gobierno o que se prepara para tal encumbramiento. Aunque escapa a nuestras posibilidades y al tamaño de esta colaboración hacer un detalle nacional exhaustivo de la oleada populista, en las páginas que siguen ensayamos una brevísima consideración de diversos escenarios nacionales de esta riada populista que detenta el poder de varias naciones.
Es dramáticamente paradójico que países de emigrantes como Hungría, el cual, adicionalmente, es víctima de un severo problema de despoblamiento, instrumente el cierre de la frontera con Serbia y rechace las cuotas recomendadas por la Unión Europea en nombre de un nacionalismo identitario W4T, el cual le otorga contundentes éxitos electorales gracias a la demagogia populista que ha sabido motivar el afecto de los electores (W3A). El rechazo húngaro de absorber la crisis de los emigrados en forma europea, es solamente un anunciador del mayor tamaño de las olas populistas en toda la región centro este. En 2014, Víctor Orban inauguró un centro de investigaciones históricas ornamentado con el lema Tu no mentirás jamás como verdadera sublimación de la actitud destinada a reescribir la secuencia histórica de Hungría de acuerdo al nacionalismo identitario W4T en buena medida encarnado en el negacionismo que sepulta al espíritu crítico del pluralismo (W1R). A pesar de su tasa de crecimiento del producto, Hungría está desarrollando una economía rentista, pero no competitiva, de acuerdo al nepotismo prevaleciente, al alto nivel de corrupción ubicado en el rango 57 para 2016 en la clasificación de Transparencia Internacional, y por los voluminosos elefantes blancos a los que se destina la inversión pública del régimen patrimonialista.
La clasificación anual del Foro Económico Mundial corrobora el rezago competitivo de Hungría porque  la sitúa en el rango 60 como promedio de los últimos diez años en un conjunto de 137 países encuestados, al mismo tiempo que detalla la tendencia de largo plazo a permanecer en posiciones rezagadas, pero no a avanzar competitivamente. Las subvenciones europeas están siendo filtradas por esta corrupción gubernamental y por empresas privadas que practican con enjundia la práctica informal de la sobre facturación. Por ejemplo, las subvenciones agrícolas se elevan al 5% del PIB, por lo que la Unión Europea está financiando generosamente al populismo húngaro, el cual, por ahora, no aboga públicamente por la desintegración europea. El 26 de julio de 2014, Víctor Orban dijo: es necesario “entender a los sistemas que no son Occidentales, ni liberales, ni democracias liberales, ni, en el límite, tampoco son democracias aunque, de todas maneras, condujeron al éxito de algunas naciones” como China, Polonia, Turquía, Singapur y Rusia. Como Hungría sufrió en carne propia el dominio del Imperio Soviético, Orban no se basó en Gramsci, tal como lo hizo Laclau y lo hace Mouffe, para teorizar al populismo como una lucha por la hegemonía política durante la profundización de la democracia burguesa; sino que, por el contrario, pretende ornamentar a sus gobiernos autócratas, autoritarios e identitarios (W2C y W4T) con el calificativo de democráticos a fin de convivir en la Unión Europea y continuar recibiendo generosos subsidios. Desde que asumió el poder, Orban desmanteló el régimen de contrapoderes check and balance, el cual es fundamental para cualquier democracia racional (W1R). En la economía, Orban aplicó un impuesto retroactivo a las grandes tiendas departamentales dominadas por inversionistas extranjeros, y de manera similar tasó impositivamente a las  intereses de los créditos contratados en divisas extranjeras; aunque, al mismo tiempo, contemporizó con la extranjera Unión Europea tratando de alcanzar finanzas públicas sanas propias de la estabilidad macroeconómica.
Hipótesis explicativas de la oleada nacionalista excluyente pontificada por la demagogia populista: (A) la dualización nacional (nótese que no dijimos dualidad) con la que se instrumentó la mundialización basada en las NTIC no solamente en Italia, sino también en Polonia, Hungría, la República Checa y otros más, en todo caso como consecuencia de la dependencia de la trayectoria nacional, por lo menos fechada desde el siglo XIX. Esta dualización de la economía y la sociedad divide a los perdedores de la internacionalización de sus ganadores (débranchés et branchés  en la bibliografía francesa; insiders and outsiders en la inglesa) fomentando en los desenchufados una psicología revanchista totalmente capitalizada por el nacionalismo excluyente pronunciado por la demagogia populista, la cual ignora voluntariamente que siempre y en todo lugar las políticas de revancha social produjeron la perpetuación en el poder de los líderes revanchistas, pero no el bienestar sustentable de la población. (B) En Europa como vanguardia de la integración económica, la crisis iniciada en 2007 afectó a dos componentes complementarios de las estructuras artefactuales nacionales a saber: la democracia liberal y la integración europea. Los nacionalistas magnificaron estas crisis discurseando la democracia iliberal, la cual puede pasar rápidamente de un ejecutivo fuerte gobernando por decretos, a un autoritarismo consensuado en las redes sociales, pero no en elecciones.
El ascenso del nacionalismo identitario hacia el gobierno de los países del Centro/Este europeo ganó electorado con un discurso populista que demagógicamente exageró el significado de los problemas en los suburbios o del terrorismo islamista en Francia o Alemania quienes, a diferencia de los identitarios, están reconstruyendo sus estructuras artefactuales mediante el nacionalismo cosmopolita como puntal de la integración europea. También son Francia y Alemania quienes encabezan la lucha por la integración europea en contra de los populistas identitarios de la misma región centro/este quienes envalentonados por la crisis de los migrantes dramatizan su euroescepticismo, en especial con respecto al Euro sentenciado como el causante de todos los males propios por ser el carnet de asociado al elitista club de los países europeo occidentales. Si hace algunos años la entrada a la Unión Europea de Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia indicó sendos sentimientos nacionales favorables a la integración económica, el post comunismo y la mundialización fueron procesos históricos convergentes con males públicos de estas estructuras artefactuales como la corrupción, el nepotismo, la reconcentración del ingreso y el mayor nivel de pobreza para una parte de la población, todo lo cual remitió a estas colectividades hacia un desencanto popular internalizado mediante las emociones y los  sentimientos populistas W3A. Los países centro este europeo involucionan porque la intolerancia y las creencias irracionales son proporcionales al desencanto popular del poscomunismo.
En los VISEGRAD (República Checa, Polonia, Hungría y Eslovaquia), es incontestable el giro hacia el capitalismo emocional del populismo solamente anunciado por la crisis de los emigrantes. Diversas circunstancias nacionales particularizan a este ascenso populista porque mientras Hungría se encuentra estancada en el desarrollo de la ventaja competitiva nacional, Polonia avanza con paso firme: el rango de competitividad encuestado por el Foro Económico Mundial le otorgó a este último país la posición 60 en un grupo de 104 países durante el año 2004, pero la posición 39 en un grupo de 137 países para el año 2017.El éxito competitivo de Polonia se basa en la competitividad costo de una mano de obra productiva en todos los niveles de calificaciones. En 2016, el costo de la mano de obra fue 8.6 Euros, mientras que en Alemania registró 33 euros y en Francia 35.6. En 2017, Polonia ocupó 244 mil ingenieros, peritos informáticos, o supervisores de gestión, contra 99 mil en 2013.
Desde su independencia en 1989, instrumentó una industrialización acelerada contando con el concurso de numerosas empresas extranjeras y haciéndose un socio muy activo de Berlín y de París. En 2017, el sector industrial polonés alcanzó el 23% del PIB, mientras que en la anti schumpeteriana Francia solamente llegó a 12.5%. En 2008, probó su capacidad de resiliencia  siendo uno de los pocos países europeos que no cayó en la recesión. El PIB per cápita 2017 equivalió al 69% del correspondiente a la Unión Europea, progresando con respecto al 42% que representó el mismo indicador en 1995. Compendiando todos los elementos resumidos en estos dos párrafos, cabe preguntarse si el liderato competitivo de Alemania en la Europa continental no se equipara a la emergencia competitiva de Polonia merced a una estructura artefactual apta para capturar a las oportunidades históricas de progreso gracias a una acción social del tipo W1R en la economía, pero merced a las otras W2C, W3A y W4T en la política y la sociedad.
Según Jaroslaw Kaczynski, el período postcomunista de Polonia padeció el imposibilismo (vocablo inventado por este Presidente) de la democracia neoliberal, la cual es objeto del revisionismo histórico basado en los valores tradicionales de la nación (W4T) que el mismo está patrocinando. Serían veintinueve años de fracaso de una democracia neoliberal y pluralista que padeció y padece de una “patología del poscomunismo”, del liberalismo económico “salvaje” y de la “corrupción moral y económica de las élites” (Kaczynski 2018). El pacto de 1989 entre la oposición democrática y los comunistas habría sido celebrada por líderes de la peor especie que tienen “la traición en los genes” (Ibídem), con lo cual se apela a una suerte de integrismo biológico destinado a influir en las creencias populares (W2C).  La excitación de estos sentimientos primitivos no propende ninguna “federación de pasiones” como postula Mouffe, sino que, por el contrario, alienta los enfrentamientos venenosos entre la población (W2C y W4T).
El discurso de Beppe Grillo en Italia adquiere una demagogia especial cuando recupera al escarnio como manera de adular la cultura del resentimiento y la revancha social (W2C) con fines exclusivamente electorales. El 5 de marzo 2018, la municipalidad de Bari en el sur italiano fue invadida por varias decenas de electores quienes ante el triunfo electoral del Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo el día anterior, creyeron que se instauraría el ingreso universal apenas abrieran las oficinas municipales como si fuera un filme de Alberto Sordi, quien con gran calidad artística y sin ningún populismo, protagonizó distintas versiones de esta cultura italiana de la burla sistemática, la cual escenifica tanto a los amores como a los desapegos afectivos de la población  (W3A).  Los precipitados invasores de la Municipalidad de Bari creyeron en la magia del discurso populista (W2C), el cual se enfrentará a la dura realidad de una economía estancada desde hace diez años y que crece con la tasa más baja (1.5% anual) de la Zona Euro. Adicionalmente, Italia verá mermadas sus posibilidades de financiamiento para cualquier ingreso universal por una deuda pública que alcanza 132% del PIB.
Contra las ideas neoclásicas de Dornbusch y Edwards, el populismo privatizador no solamente existe, sino que puede aliarse con el populismo dirigista para alcanzar al poder nacional. Según el acuerdo de gobierno al que llegaron el 14 de mayo 2018 la Liga nordestina y las 5 Estrellas de Grillo, los populistas italianos prometen abolir la vacunación obligatoria llevando el escarnio (W2C) hasta la acción social basada en el conocimiento científico (W1R), para reconstruir los andamios mentales de los italianos con los barrotes de la época anterior al Siglo de las Luces. No es con magia populista ni con mentalidades oscurantistas que Italia corregirá a la dualización artefactual Norte Sur, la cual se proyecta en el territorio nacional no solo en forma geográfica sino también económica. Toda la economía nacional opera la dualización cotidianamente a causa de la diferenciación sistemática entre empresas exportadoras competitivas y una vasta red de unidades muy rezagadas en cuanto a su eficacia productiva, por lo que el PIB per cápita se encuentra estancado desde hace quince años. En el año 2000, Italia llegó a la posición 24 entre 58 países que registraron una mediana de 29, mientras que en 2017 figuró con el rango 43 entre 137 países con una mediana de 69 (Foro Económico Mundial: varios años), lo cual mide al rezago competitivo duradero.
El programa de gobierno de los populistas italianos no será capaz de desarrollar la ventaja competitiva nacional (W1R)  porque reciclará a la economía improductiva que genera bajo crecimiento del producto y escaso ingreso nacional. La promesa pre electoral de los populistas ha sido bajar los impuestos y aumentar la redistribución del ingreso particularmente con una remuneración de la ciudadanía  de 780 euros mensuales, con lo que se concretizará un proceso de empobrecimiento del Estado cada vez menos capacitado para ir amortizando la deuda pública. Un Estado pobre es uno que no cuenta con los recursos necesarios para promover la innovación empresarial que podría ir morigerando la improductividad artefactual y recuperando el crecimiento del producto. El capitalismo emocional del populismo italiano montará un escenario verdaderamente dramático mediante la erosión de la riqueza nacional y la escenificación populachera de la “construcción del pueblo” (W2C y W4T). Contrariamente al postulado populista de la “aventura de las equivalencias”, todas las divagaciones políticas del presente hipotecan pesadamente al futuro de la población italiana.
Durante los 1990, Evo Morales fue el líder sindical de seis federaciones cocaleras de Cochabamba y encabezó numerosas manifestaciones al grito de: Viva la coca, mueran los yanquis como convocatoria al amor odio de los bolivianos con respecto a los estadounidenses (W2C y W3A). Actualmente y después de varios años de gobierno y tres reelecciones populistas, la política cocalera de Bolivia no solamente sigue siendo apoyada por los empresarios del ramo, sino que es avalada por la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Crimen (ONUDC) en prueba de la idoneidad gubernamental de las administraciones Morales.
La cultura nacional alberga la costumbre masiva de masticar coca con fines de esparcimiento, pero también para engañar al hambre de numerosos bolivianos que viven en  la pobreza y la extrema pobreza. Sin embargo,  la pobreza boliviana llegó a un mínimo histórico en 2017 registrando 36.4% de la población en relación al 59.9% del 2006 cuando Evo Morales comenzó a aplicar su política social (INE de Bolivia: 2018).
El gobierno populista subvenciona a las personas de la tercera edad y a los niños escolarizados; construye escuelas, hospitales y campos deportivos. En varias regiones del país asfalta las carreteras, instala drenajes y financia la compra de tractores; por lo que su popularidad se sostiene después de doce años. Evo Morales cumplió con la promesa electoral suscripta en 2006, porque destinó buena parte de las rentas primario exportadoras capturadas por su gobierno a la redistribución del ingreso entrañada en el  compromiso populista.
Con 36.4% de la población en la pobreza, no es viable ninguna política de crecimiento competitivo  basada en el mercado interno, sino que es prioritario el desarrollo concurrencial de las exportaciones, lo cual no está siendo asumido por las administraciones Morales y por esto precariza a la sustentabilidad del proceso. Evo Morales está reciclando el modelo primario exportador dentro de un capitalismo emocional populista respetuoso del desarrollo humano en un país que hasta hace muy poco tiempo era el más pobre de América Latina.  El Índice de Desarrollo Humano (PNUD: 2018, indica que los bolivianos tienen todavía un bajo nivel de vida, aunque entre 2006 cuando Morales asumió el poder y 2017, el mencionado  Índice pasó de 0.626 a 0.674 mejorando de manera ininterrumpida.
Morales ha sabido conquistar el afecto de los electores como representante de una renovación de la élite gobernante que en vez de excluir a sus propios apoyadores como hacen las aristocracias rentistas más autoritarias, cooptó a dirigentes indígenas y campesinos. Al carisma y al instinto político de Morales (W3A) se suman los buenos resultados económicos que han multiplicado por tres al PIB.  El usufructo de la renta minera capturada mediante la nacionalización de 2006 ganó rentabilidad por medio del aumento del precio internacional de las materias primas como el petróleo, el gas y el estaño.
La política de Estado ejerció la integración social, pero no la polarización del mismo género, muy significativamente cuando en 2009 obtuvo la adhesión de la población de Santa Cruz y de sus empresarios quienes hacia 2006 se opusieron ferozmente a la administración Morales y  llegaron  a amenazar con la secesión. Sin ningún dogma anti sistema, el populismo boliviano tuvo la inteligencia estratégica de cooptar a la región más rica de Bolivia, tal cual es Santa Cruz, aunque Morales al  liderar a la nueva élite dominante que representa a la mayoría étnica tradicionalmente sometida, pudo haber asumido una política de revancha social de consecuencias excluyentes. La historia mundial muestra claramente que el desarrollo económico y el bienestar de la población requieren la movilización de todos los factores productivos y de todos los agentes económicos sean estos públicos o privados, de las altas clases sociales o de las bajas. El mejor anzuelo para cooptar a Santa Cruz y su empresariado fue la buena gestión de la renta minera para redistribuir el ingreso y de esta forma agrandar al misérrimo mercado interno boliviano incluida la agricultura de Santa Cruz, la cual no solamente aumentó su abastecimiento del mercado interno, sino que acompañó a la expansión de las exportaciones alentadas por el aumento del precio internacional del café y otras materias primas en las que se especializa la agricultura santacruceña.
Según el INE boliviano (2018), este país cerró el 2017 con la inflación más baja de los últimos diez años igual al 2.71%, con lo que consolida una política de divisa nacional fuerte que imprime estabilidad al ambiente de negocios nacional al mismo tiempo que fomenta la eficiencia y la eficacia económica, Por ahora, el despegue competitivo de Bolivia se hace esperar porque prevalece una economía de rentas que desarrolla poco y nada a la productividad nacional. El rango de  competitividad año  2016 fue de  121 en una lista de  138 países, mientras que  2005 fue 105 en un elenco de 117 naciones (Foro Económico Mundial: varios años).
En 2017, el PIB creció 4.3% como encarnación de uno de los más altos de América Latina, aunque su nivel sigue siendo muy bajo porque ocupo la posición 125 en una lista de 196 países y otros tantos PIB para el año 2006. Si comparamos el PIB per cápita de las economías más competitivas que redondea los 40,000 dólares anuales con el mismo indicador boliviano que se acerca a los 3,000, podemos dimensionar el rezago competitivo del país latinoamericano. La deuda pública en 2016 fue  46.2% del PIB por debajo del umbral del 60% que los criterios internacionales utilizan para evaluar al debt management de las naciones, en este caso totalmente manejable. El déficit presupuestal del gobierno en 2016 fue 6.62% del PIB con lo que supera al techo previsto para la sana administración financiera del 3%, pero no tiene una dimensión desproporcionada como es el caso de otros países. Si nosotros fuéramos populistas, elegiríamos a Bolivia como la mejor práctica de los últimos años, pero no a Portugal como hace Iñigo Errejón.
En las antípodas del populismo boliviano, el caso venezolano es un ejemplo terrible de cómo se destruye una economía para beneficio de la élite populista, la cual es llamada Boliburguesía por las gentes de este país, obviamente en alusión a la élite chavista dirigente de una revolución supuestamente  heredera de Simón Bolívar.  Dado que es ampliamente conocida la actual  tragedia económica, política y social a la que condujo el populismo venezolano, no redactaremos  más que unos pocos párrafos sobre este proceso del capitalismo emocional de los populistas, el cual ha derivado en sus facetas más aberrantes comenzando por el cinismo de auto adjudicarse un Socialismo del Siglo XXI u otro Partido Socialista. Aunque no sea el aspecto más importante, también en este asunto se nota la dependencia ideológica y política del chavismo con respecto al castrismo. Desde los primeros gobiernos de Chávez, Venezuela se subordinó a Cuba proveyendo petróleo y divisas a cambio de servicios onerosamente pagados. Desde entonces y sobre todo, la élite populista de Venezuela ejerció a  la letra el adoctrinamiento de los bolcheviques caribeños educados en la tradición de la URSS, la cual nunca fue socialista, pero sí se autodenominó socialista con fines de mercadeo político.
Todas las administraciones Chávez reciclaron a la economía petrolizada sin ninguna progresividad, sino regodeándose en la holgura que dieron los altísimos precios del petróleo para instrumentar una política social precaria porque totalmente desvinculada de la productividad factorial de la nación. Como los gobiernos anteriores a Chávez habían ejercido una política social famélica, por no decir inexistente, los generosos subsidios asistenciales del chavismo sedujeron superlativamente a las clases populares de Venezuela (W3A), y le otorgaron al populismo contundentes victorias electorales. El discurso afectivo del chavismo caló hondo en el modelo mental compartido de los venezolanos, porque hasta en la última farsa electoral una mayoría simple de los votantes acarreados reeligió a Maduro,  a pesar de la tragedia humanitaria que su gobierno causó.
De acuerdo a que los precios corrientes se duplican cada mes, la inflación prevista para 2018 es de 14 mil por ciento. En los últimos cinco años, el PIB decreció 45%.  Entre abril de 2017 y marzo 2018, la producción de petróleo pasó de 2.8 millones de barriles diarios a 1.5 millones. En 2017, 87% de la población estuvo por debajo de la línea de pobreza. En el mismo año, 9 venezolanos de 10 no pudieron pagar su alimentación diaria. La élite populista gobernante está asociada con el crimen organizado que administra las prisiones, las barriadas populares y muchos territorios. La misma flor y nata del populismo venezolano está asociada con  el tráfico informal de drogas, armas, divisas, minerales, hidrocarburos y alimentos. Según el Índice de Corrupción (Transparencia Internacional: 2018) y en 2017, Venezuela registró la posición 169 de 180 países siendo el país más corrupto de América Latina y el Caribe. El índice de desarrollo humano se encuentra estancado desde 2011 en la posición 71 de  una lista de 176 países para el año 2016 (PNUD: 2016).  La deuda externa superó al techo de 60% previsto por los criterios internacionales al registrar 72.27 del PIB para 2017. El déficit presupuestal del gobierno fue de 14.09% del PIB  en 2013 muy lejos del techo de  3% recomendado por las consejerías transnacionales. La tasa de desempleo 2016 fue de 7.5% de la PEA. Se estima que 2 millones de venezolanos emigraron durante el chavismo y que la reelección de Maduro podría causar otro tanto con destino a Colombia y en el futuro cercano; igualmente, que 30% de la población está preparando sus documentos para emigrar.
El rango de competitividad 2017 se situó en la posición  127  de 137 países, mientras que en 2000 ocupó la posición 54 de 58países (Foro Económico Mundial) por lo que el chavismo nunca sacó a Venezuela de las últimas posiciones en el desarrollo competitivo. Durante una visita de Hugo Chávez a Fidel Castro, el primero dijo que a Venezuela y Cuba no les interesaba el desarrollo competitivo sino el cooperativo, como parlamento francamente demagógico destinado a engañar al pueblo con vocablos como cooperativo de connotación comunitaria y por lo tanto motivador de la acción social aparentemente del mismo género (W2C), porque en un ambiente nacional de violencia desatada como el que ha instaurado el chavismo, no es viable la difusión de ningún comportamiento comunitario. Los datos que hemos reseñado anteriormente muestran con nitidez que el populismo venezolano nunca  propendió el desarrollo cooperativo, pero sí el excluyente de la destrucción económica para beneficio de la Boliburguesía. La productividad total de los factores fue negativa en 2015 y 2016 con (-6.3) y (-13.9) (The Conference Board: 2018) como actualidad  de la tendencia de largo plazo contemporánea al capitalismo emocional del populismo venezolano que menosprecia la productividad nacional porque deja de lado el bienestar de la población.
En Asia, el nacionalismo es una ideología orgánica especialmente cuando el populismo está internalizado en los modelos mentales compartidos como un comportamiento legítimo, pero no como una perversión de la política. Esta organicidad del nacionalismo populista se auto refuerza con la mundialización basada en las NTIC vista como un cuestionamiento de la soberanía nacional. Hay dos escenarios nacionales que personalizan el ascenso nacional populista en Asia: Japón y China. El primero, con bajo perfil por la crisis del corporativismo desde los 1980 en adelante, se hace eco de la intensa militarización asiática y está a las puertas de constitucionalizar a las fuerzas armadas. El segundo de alto perfil (China), regenera su ideología nacional populista bajo la dirección del nuevo Mao Tse Tung llamado Xi Jinping. Dicha ideología es más que necesaria para legitimar el camino hacia la híper potencia mundial desde el desarrollo competitivo de la riqueza nacional hacia el poder orbital. En el año 2001 ocupó la posición  47 en una lista de 75 países clasificados por el rango de la ventaja competitiva nacional, mientras que en 2017 hizo lo propio con el lugar 27 dentro de un grupo de 137 países. Por esto y si en 2001 estuvo 9 puntos por debajo de la mediana 38, en 2017 se situó 42 posiciones por arriba de la mediana 69 (Foro Económico Mundial: varios años).
Administradora emergente del eje mundial Pacífico, China es el espacio nodal de todos los conflictos regionales con respecto a los cuales utiliza cada vez más la disuasión, antes de que decida pasar a la represión. Es el centro estratégico de toda la artefactualidad  regional porque ha demostrado su capacidad innovadora mediante un desarrollo competitivo intenso, actualmente en la antesala de la inteligencia artificial. Con un crecimiento económico resiliente ante la crisis iniciada en 2007, apuntala su agresividad comercial adaptándose a la libertad de comercio con la que piensa funcionalizar la Nueva Ruta de la Seda. Sin titubear en reivindicaciones territoriales diversas, personaliza a un gigante asiático que entona con acordes orientales al discurso nacional populista con una cultura propia que no por tal cosa ha bloqueado la occidentalización capitalista dirigida por el Estado, pero para rehabilitar al mercado. 

  • Estados Unidos.

Al igual que en Rusia, el populismo norteamericano inició con reivindicaciones campesinas, distintivamente fundado sobre creencias occidentales y democráticas que recuperaron la tradición jeffersoniana  de la yeoman democracy de los pequeños propietarios. El People’s Party nacido en 1892 aceptó sin ambages a la sanción electoral al mismo tiempo que rechazó cualquier idea de una élite populista que redimiría al pueblo por medio un saber esclarecido por sus intelectuales orgánicos. Surgió de la revuelta de los farmers del Sur (Kansas y Nebraska) contra la baja de los precios agrícolas y contra las elevadas tasas de interés en los créditos bancarios, oponiéndose a la libertad comercial con el exterior al mismo tiempo que asumiendo la política económica intervencionista y proteccionista. La tropa populista se compuso de campesinos endeudados hostiles con respecto a los intermediarios comerciales o industriales de las ciudades. Fueron reaccionarios porque defendieron la segregación, se opusieron a la inmigración no europea y se inclinaron por el puritanismo religioso.
Si bien algunos comentaristas distinguieron ciertos rasgos del People’s Party en los Demócratas de los 1930, no habría que omitir que el New Deal tuvo dos trazos mínimamente diferenciadores de los populistas: (1) la  centralización del federalismo y (2) la alianza de los estratos populares (no campesinos) con las élites de la costa Este. En nuestra opinión, las administraciones Roosevelt se encuadraron mucho más en el estilo social demócrata que en el populista, porque hermanaron a la innovación económica con la social. En efecto y cuando Roosevelt tomó el poder, se encontró con el ingreso nacional reducido a la mitad desde 1929 y 25% de la población trabajadora en desempleo abierto. El plan de recuperación que instrumentó tuvo cinco capítulos pro sistema, pero no anti sistema como pretenden los populistas: (1) parar el descenso de los precios mediante concertaciones con los patronos agrícolas e industriales; (2) sostener los ingresos de las familias mediante el establecimiento de un sistema de jubilaciones y retiros por reparto; (3) grandes obras públicas financiadas con el presupuesto público que permitieron recuperar, en 1936,  el nivel de ingreso nacional de 1929; (4) la economía de guerra quien fue la que permitió abatir la tasa desempleo por abajo del 5%, pero no las políticas keynesianas como suele creerse habitual y erróneamente y, lo último pero no lo menos importante, (5) regular las actividades financieras para cuadricular a la captura de rentas preservando a la rentabilidad bancaria. Esta regulación impidió que los cazadores de rentas desestabilizaran las finanzas privadas durante cuarenta años.
Detengámonos unos instantes en este quinto capítulo de las reformas roosvelianas. Al garantir públicamente los depósitos bancarios a partir de 1933, Roosevelt logró revertir la corrida bancaria que tuvo lugar entre 1929 y 1932 y restaurar la confianza de los depositantes en el sistema bancario. Este hecho pone de relieve que la confianza no es solamente un evento idiosincrático (W4T), sino también un resultado de la voluntad política de estadistas como Roosevelt (W1R). En seguida, el control de las tasas de interés a partir de la Regulación Q registrada en la Banking Act de 1933 que prohibió la remuneración de los depósitos a la vista y puso techo a las tasas pagadas por los depósitos a plazos.
Un instrumento esencial del orden institucional regulatorio del rentismo financiero (W1R) fue la Banking  Act de 1933 conocida públicamente como la Glass Steagall Act por el apellido de sus promotores parlamentarios pero sin que exista ningún documento oficial así denominado, la cual normó la separación de la Banca comercial de la de inversiones y, obviamente, prohibió cualquier tipo de fusiones que vulneraran a esta separación. Posteriormente y en el mismo sentido regulador de la captura de rentas, en 1934 se emitió la Securities Exchange Act que estableció un organismo controlador de los mercados bursátiles con el mismo nombre SEC encargado de evitar la manipulación de los precios, imponer el uso de un modelo mínimo de informes contables para las empresas que cotizan en Bolsa, y controlar los márgenes en los intercambios correspondientes, así como supervisar la utilización del crédito en las operaciones financieras. Siempre dentro de políticas regulatorias destinadas a promover la actividad bancaria financiadora de la inversión productiva, pero no al rentismo basado en los intereses excluyentes (W1R), en 1936 el parlamento de mayoría demócrata creó la Commodity and Future Trading Comission (CFTC) encargada de controlar la manipulación de los mercados por parte de los especuladores. En general, la administración Roosevelt inició el ciclo del New Deal durante el cual lo que era bueno para Wall Street, era malo para el Partido Demócrata, pero con el correr del tiempo, el arribo de las administraciones Clinton y la consejería económica de Joseph Stiglitz, lo que fue bueno para Wall Street, fue bueno para los Demócratas quienes, particularmente con la abolición de la ley Glass Steagall en 1999 reforzaron al poderío rentista y al dominio de la oligarquía financiera. Lo sobresaliente de la administración Roosevelt en los 1930 fue la política de cambio institucional asumida por el gobierno pro activo para salvar al capitalismo del comportamiento predador de los cazadores de rentas, aunque haya sido necesario procesar este cambio en los plazos no inmediatos propios de una democracia pluralista en absoluto populista. Actualmente, no existe ningún populismo de izquierda (Grecia), ni de derecha (Estados Unidos) que intente las reformas del tipo roosveliano que viene de ser resumido.
La innovación social propugnada por Commons desde los inicios del siglo XX, fue puesta en práctica entre 1932 y 1935 por Roosevelt mediante sendas políticas voluntarias que no surgieron de ningún automatismo del mercado. Programas como la Corporación Civil de Conservación (Civil Conservación Corps), la Administración Federal para Ayuda de Emergencia, (Federal Emergencia Relee Administration), y la Administración de Trabajos Civiles (Civil Works Administration), otorgaron ayuda económica y proporcionaron empleo a millones de trabajadores a partir del cambio institucional que precedió al ejercicio del gasto público. Probablemente, el cambio institucional más significativo fue el Acta de Seguridad Social (Social Security Act) de 1935. Esta Acta estableció beneficios sociales inéditos en una economía conducida a la crisis y el estancamiento por los cazadores de rentas quienes particularmente durante los 1920 se enriquecieron superlativamente cultivando la euforia especulativa de toda una población engañada con el mito del crecimiento infinito y la sociedad opulenta del Sueño Americano; hasta que en 1929, estas ilusiones colectivas (W2C) se estrellaron  en el empedrado de Wall Street.
El Acta de Seguridad Social creó un sistema de seguro para edad avanzada en el que todos los trabajadores tenían derecho a participar, de la misma manera que estableció un régimen federal para crear el seguro de desempleo, así como proporcionó ayuda a las provincias para el cuidado de madres dependientes, niños sin hogar, personas ciegas y lisiados en general. El seguro de desempleo establecido en momentos de fuertes restricciones presupuestarias, formó parte de lo legislado en 1935 pero ejercido a partir de 1938 escribiendo una lección que tendrían que aprender los austeros proponentes de la astringencia presupuestal del gobierno de hoy en día, para aceptar que la innovación social pasa inevitablemente por el procesamiento político de las decisiones, pero no tiene por qué dejarse engañar por el fetichismo financiero. El seguro de desempleo norteamericano de 1938 y vigente hasta el presente, tuvo la doble finalidad de equipar un navío de salvamento para los desempleados, pero no para los banqueros, al mismo tiempo que alentar a la demanda solvente, todo esto reconfigurando a la estructura artefactual norteamericana (W3R).
Encomiando las virtudes de Roosevelt, dijo Dani Rodrik (2018): “En tiempos excepcionales se necesita libertad para experimentar con la política económica. La historia nos ofrece un excelente ejemplo con el New Deal de Franklin D. Roosevelt. Para llevar a cabo sus reformas, FDR tuvo que eliminar las ataduras económicas impuestas por jueces conservadores e intereses financieros en el plano interno, y por el patrón oro en el plano externo. Debemos estar siempre en guardia contra el populismo que asfixia el pluralismo político y debilita las normas de la democracia liberal. El populismo político es una amenaza que debe evitarse a toda costa. Pero a veces el populismo económico es necesario; de hecho, en momentos así, puede ser el único modo de anticiparse a su pariente político, el cual es mucho más peligroso”.  Anotamos las siguientes observaciones. (1) Como detallamos en párrafos anteriores, tanto la política como la economía de las administraciones Roosevelt derivaron de una acción social racional W1R que propendió la innovación empresarial y emprendió la innovación social de manera conjunta para reformar al sistema capitalista a fin de hacerlo más eficiente y más eficaz; por lo tanto, no es correcto adjudicarle el calificativo de populista a tales cambios institucionales y organizacionales. (2) En la tradición de Dornbusch y Edwards tratados en páginas anteriores, Dani Rodrik adjudica el populismo económico solamente a la política económica de centro izquierda como la de Roosevelt, pero ignora al populismo privatizador. (3) De todas maneras, la experiencia roosveliana es rescatable como ejemplo histórico de un proceso de reformas institucionales y organizacionales que podría otorgar sustentabilidad productiva a la recuperación actual de la economía planetaria.
Si Laclau y Mouffe son los intelectuales orgánicos de las élites  populistas de izquierda, Ayn Rand (varias obras póstumas) lo es de la minoría selecta personalizada en Donald Trump. Resumimos a su populismo privatizador como sigue. En 2007 sonó el despertador del Sueño Americano con un efecto angustiante en las creencias de los norteamericanos (W2C), de suerte tal que en 2016 canalizaron dicha angustia hacia el voto republicano dentro de una involución hacia los valores conspicuos del nacionalismo identitario (W4T). Si la Ley de Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor Dodd-Frank era una tímida reforma de las finanzas privadas que causaron la crisis mundial iniciada en 2007, la Financial Choice Act  de 2016 derogó a Dodd-Frank haciendo involucionar la economía norteamericana hacia la financiarización. Esta vuelta atrás conduce a la incertidumbre financiera que es el caldo de cultivo de las manías y los pánicos que preceden a las crisis solamente rentabilizadas por los cazadores de rentas más idóneos quienes toman decisiones en función de la intuición seguidora del comportamiento imitativo (W4T). Ahora le toca el turno a la Affordable Care Act u Obamacare receptora de las pasiones más destructivas de los legisladores republicanos visceralmente enemigos de cualquier política social (W2C), con lo que la seguridad colectiva, tradicionalmente precaria en el estilo privatizador de los EE.UU., ahora es y será cada vez más incierta con fuertes repercusiones angustiantes en los sentimientos de la población (W3A).
El 19 de diciembre 2017, el Congreso aprobó una reforma fiscal que concretiza el proceso de empobrecimiento del Estado mediante la reducción de los impuestos a las empresas, a la remuneración del capital, y sobre los altos deciles en la distribución del ingreso. Un Estado pobre mal puede atender las urgentes necesidades de bienes y servicios públicos así como de infraestructuras físicas que la iniciativa privada no construye. Sosteniendo un altísimo gasto militar, el déficit presupuestario 2017 es el mayor después de 2013 y dibuja una tendencia creciente. La magnitud de 2017 representa el 3.5% del PIB, siendo que en 2016 fue de 3.2%.
El retorno del proteccionismo en los EE.UU. inició en marzo 2018 con la instauración de derechos aduaneros en la importación de acero al 25% y al 10% en el aluminio basado en la devoción nacionalista W4T, pero no en justificaciones económicas. El temor a la brega competitiva de Trump es una clara reacción emotiva del tipo W3A. Frente a este comportamiento, el resto del mundo está reaccionando en forma ambivalente. Por una parte,  la Unión Europea y Canadá denunciaron en la Organización Mundial del Comercio las medidas proteccionistas de los EE.UU. en lo que debería ser solo el primer paso para combatir al refugio nacionalista del comercio internacional mediante una reafirmación de la libertad comercial (W1R) en todo el planeta, incluida la Hiperpotencia o no. El multilateralismo es sinónimo de pluralismo. Por otra parte, la Unión Europea publicó una lista de mercancías estadounidenses a las que se les pondrían aranceles como respuesta a los derechos norteamericanos sobre el acero y el aluminio: mantequilla, cacahuate, motos, jeans,  productos de acero y bourbon. Igualmente, la misma Unión contempla apelar a medidas de salvaguarda autorizadas por la OMC en el caso de que un influjo imprevisto de importaciones perturbe seriamente a la industria nacional. Tanto con respecto a los productos eventualmente sometidos a aranceles como la mantequilla y los otros detallados, como con respecto a las salvaguardas, es comprensible la reacción europea pero nunca justificable si redunda en una escalada proteccionista. En el juego proteccionismos contra proteccionismos todo el mundo pierde porque se deterioran las cadenas de valor mundializadas, se frenan o revierten los intercambios económicos y, en general, se hace menos dinámicas la innovación empresarial y social; es decir, que el juego mencionado desfoga en una formidable promoción planetaria de la captura de rentas, pero no del desarrollo de las ganancias de productividad.
Cuando Trump invoca a la emoción de los norteamericanos con el apasionado eslogan America First para volver al proteccionismo, significa que los sentimientos políticos prevalecen sobre la racionalidad económica mediante una recreación del nacionalismo identitario W4T.  La democracia es el gobierno de las leyes, pero no de los hombres, lo cual se proyecta en una organización del comercio mundial basada en las convenciones plurales del mundo de las naciones, pero no en los campos de juego desparejados por la Híperpotencia populista. Si se confirma la inclinación proteccionista de Trump, habrá un efecto demostración rápidamente adoptado por los populistas húngaros, polacos o italianos en el poder, quienes personifican a la cadena mundial del nacionalismo identitario en el escenario fervoroso de la mitología vernácula donde se iluminará a giorno el revisionismo histórico muchas veces afectivamente arrebatado por el negacionismo (W4T).
En caso norteamericano y el modelo mental compartido de los populistas que habitan al capitalismo emocional de la hiperpotencia, ¿por cuales razones devino mayoritario y dominante? En primer lugar, porque sonó el despertador del Sueño Americano junto a la oreja de los adultos encuestados por diversos estudios quienes coincidieron en el pronóstico de que sus descendientes vivirán peor que los progenitores. Este sentimiento proviene de procesos sociales como el empobrecimiento de la clase media, la desafiliación sindical, la deslocalización de las empresas, el rezago competitivo de varios rubros del mercado interno y, sobre todo, la inédita desconfianza de la creencia aislacionista que ha legado la cultura nacional en los norteamericanos (W2C). Como gota que rebalsa al vaso, la crisis de las subprime deterioró uno de los pilares del Sueño Americano tal cual es una familia, una casa propia. Aún más, la economía numérica es desempleadora para todo el mundo, pero particularmente para los que sienten la ilusión americana, por lo que no puede menos que impactar a las tasas de desempleo y de ocupación con repercusiones inmediatas en las emociones y los sentimientos afectados (W3A).
En segundo lugar, las minorías poblacionales ganaron capacidad jurídica y política para defenderse del racismo y la discriminación usufructuados por los WASP. En los EE.UU. profundos, el apego a la familia tradicional y al terruño (W2C) fomenta un sentimiento visceralmente adversario de las minorías poblacionales al mismo tiempo que naturalmente inclinado hacia el nacionalismo identitario (W4T). En tercer lugar, el nítido proceso de desigualdades no solamente en cuanto al reparto del ingreso, sino también a las oportunidades de movilidad en el status social. El ascenso de las minorías contemporáneo al descenso de los WASP y similares, no pudo menos que fomentar el resentimiento capitalizado por el discurso populista (W3A).
En cuarto lugar y como es conocido, la clase obrera norteamericana es tradicionalmente adversa de las ideologías marxistas o anarquistas (W2C), por lo que en vez de girar hacia estas opciones a causa de la Gran Moderación posterior a los 1980 que impuso la contención salarial, los trabajadores se enrolaron en las creencias religiosas y en los valores identitarios no solamente de Donald Trump sino también del Tea Party y otros neo populismos. En quinto lugar, las redes sociales están configurando un nuevo espacio público saturado de expresiones emocionales y afectivas (W3A) casi siempre diacrónicas con la racionalidad básica (W1R), la cual justifica la libertad de expresión porque sería la forma de hacer prevalecer la razón argumentativa a partir de su diversidad, pero no el dominio de las falsas noticias, del rumor infundado, o de los procesos de intención. Al contrario de la buena fe de todos los defensores de la libertad de expresión como constructora de la república (W1R), las redes sociales están vulnerando a la razón democrática que llega a violar la vida privada mediante el negocio de los datos personales, el cual enriquece al sector privado, pero no al gobierno del capitalismo emocional.

  • Conclusiones. Los escenarios del capitalismo emocional del populismo.

Si bien las instituciones y las organizaciones escenificadas en los albores de la economía numérica, la robotización y la inteligencia artificial  corresponden a relaciones humanas impersonales, las redes sociales y otros instrumentos de comunicación masiva muestran de manera fulgurante a las emociones y los sentimientos de las personas que habitan a la variedad de capitalismos en nuestros días. El florecimiento del capitalismo emocional del populismo registra esta doble vía evolutiva en escenarios planetarios difusos propios de la deconstrucción postmoderna, la cual levanta arquitecturas nacionalistas y regresivas que nadie había previsto. 
El porvenir de la mundialización como alternativa positiva ante la desintegración mundial promovida por nacionalismos y populismos depende de políticas económicas mucho más proactivas que las actuadas hasta ahora porque si no, los discursos nacionalista y populista ganarán audiencia. Este futuro mundial acaecerá en escenarios de incertidumbre creciente localizados en auditorios nacionalistas y populistas que guardarán al ruido de las emociones y los sentimientos más circunstanciales, pero menos duraderos, más creyentes, pero menos seculares, más afectivos, pero menos ecuánimes, más vernáculos, pero menos universales.
El populismo es un fenómeno esencialmente político que puede derivar en cualquier modelo económico más inclinado hacia el capitalismo de Estado o hacia el de mercado o redundante en una equidistancia de ambos. Los populismos económicos dependen del modelo mental compartido y dominante en nuestro mundo de las naciones. Es totalmente inútil buscar al populismo político o económico verdadero porque estos son tan diversos como las doscientos naciones y otras tantas mentalidades que componen al planeta. Desde los 1930, América Latina empujó el péndulo populista en el reloj interminable de nuestra dependencia de la trayectoria.
Se dice que la oleada populista actual es una forma de dilapidar la herencia de 1968 para que desaparezca de una vez por todas su legado libertario. Como los populistas están gobernando varias naciones y participan en diferentes coaliciones, algún distinguido representante de las élites populistas sostuvo que la geometría política izquierda derecha había desaparecido al ser reemplazada por la alternativa entre populismo progresista y populismo reaccionario. No cabe duda que los partidos políticos tradicionales, sean estos de izquierda o de derecha o de centro,  han caído en una severa crisis de legitimidad; pero también es pertinente preguntar si este reduccionismo de los populistas no se deja llevar por el triunfalismo más vinculado al oportunismo político que al análisis racional de la historia. Desde la Revolución Francesa hasta el día de hoy, los contenidos de la izquierda y la derecha han evolucionado al paso de las confrontaciones políticas, por lo que sin caer en las tonterías acostumbradas por tantos izquierdistas o derechistas, podemos empezar a imaginar los escenarios contrafactuales del postpopulismo donde se reconstruirán los entablados de la lucha por el poder mediante geometrías variables.
Varios científicos sociales pecaron de etnocentrismo cuando asimilaron exclusivamente a  la emergencia del Mundo Occidental con el surgimiento del eje anglosajón habitado por grandes democracias pluralistas. Mentes tan brillantes como las de Fukuyama perdieron la brújula después de 1989 y teorizaron la americanización del mundo sin ninguna sombra populista. Tanto los primeros como los segundos deben estar más que sorprendidos por el gobierno populista del centro occidental del planeta personificado  en un populismo por demás estentóreo, el cual mete mucho ruido en el camino estadounidense desde la riqueza nacional al poder mundial que trazaron los Estados Unidos desde el siglo XIX cuando finalizada la guerra civil,  emprendieron la Revolución Industrial con el liderazgo de sendos estadistas, pero no de gesticuladores populacheros.  
Dado que no soy un neutrón libre, sino un ser humano portador de vinculaciones neuronales objeto de emociones y sentimientos, finalizaré esta colaboración con algunos comentarios personales redactados en primera persona (W3A).
Cuando era alumno de escuela primaria, me obligaron a leer en clases el panfleto firmado por Eva Perón llamado “La razón de mi vida” donde la Primera Dama argentina, siempre sobreactuada, reiteró una y mil veces su idolatría al presidente Juan Domingo Perón. De manera similar a lo que haría Ernesto Laclau con su trabajo “La razón populista” de mucha mayor calidad intelectual que el pasquín de Eva Perón, los dos discursos populistas invocaron a la razón cuando en realidad apelaban a las emociones y los sentimientos populares (W2C). Aunque leí la perorata de Eva Perón con la mayor distracción posible, en cambio dediqué mi mayor atención a Ernesto Laclau (2004) quien con una buena dosis de oportunismo histórico argumentó sobre el capitalismo emocional del populismo. Si el padecimiento escolar de mi niñez me inyectó un antídoto del populismo (W3A), las numerosas referencias que he hecho al pensamiento de Laclau y Mouffe me permitieron criticar al populismo de manera racional, tal como me enseñó Weber en la antesala del institucionalismo (W1R). Todo populismo es un proceso afectivo de la acción social que perfila ene dotaciones institucionales de las naciones para derivar en similar número de estructuras artefactuales de la economía.
El modelo soja de los Kirchner consistió en otro reciclaje del primario exportador que no consolidó la sustentabilidad de los factores de la producción desaprovechando la oportunidad histórica de un nuevo ciclo de mejoría en los términos del intercambio y reiterando, ¡una vez más!, la historia latinoamericana de las oportunidades perdidas para la construcción del bienestar nacional mediante la diversificación de la economía interna en función de la competitividad externa. El capitalismo emocional del populismo falla no por la adhesión afectiva de las gentes (W3A), por cierto muy bien  lograda por las dramatizaciones políticas de Eva y Juan Perón, o por el renacimiento de la cultura peronista con las actuaciones de los Kirchner, sino por su incoherencia en la política pública del bienestar nacional sublimada en la trascendencia de los valores peronistas (W2C). 
Soy adversario del capitalismo emocional del populismo al mismo tiempo que partidario de la democracia dialogística y el progreso competitivo de las naciones, en lo que puede rotularse como un capitalismo de rostro humano producto de la acción social racional W1R tal como se ha construido en los Países Nórdicos, en Holanda, en Suiza, en Canadá, en Islandia, en Alemania y, en los términos del intento pero no de los logros, en Chile y Costa Rica. Siempre en búsqueda de realidades que sirvan de inspiración para transformar nuestros modelos mentales compartidos en el mundo de las naciones, e influenciado por la reedición de una crisis mundial similar a la de los 1930, creo que mucho tenemos que aprender de la innovación económica y social que emprendió Roosevelt para encontrar la salida del túnel mediante la voluntad política de comenzar un proceso de reformas radicales destinadas a cuadricular a los cazadores de rentas financieras cuando el poder político de estos últimos no fue menor al que tienen actualmente. Este es el guante que debemos recoger en el desafío del presente: asumir el compromiso nacional del bienestar posible, aunque poco probable, para dirimir el gran conflicto de la reforma financiera como el principio, y solo eso, de un proceso donde la innovación empresarial debe converger con la innovación social (W1R).
Aunque muchos signos de la realidad mundial del presente indican que estoy tomando partido en una batalla perdida de antemano porque  enfrenta a colosos del poder mundial como las oligarquías rentistas, o los autócratas orientales, o las élites populistas que gobiernan numerosos países o están ascendiendo en otros y, sobre todo, a la cultura populista de izquierda o de derecha firmemente enraizada en los modelos mentales compartidos de los latinoamericanos, aún así prefiero serle fiel a mi afecto por el triunfo de la razón en el desarrollo de la riqueza de las naciones,  entendida esta como una plétora de satisfactores económicos y sociales convivientes en la democracia pluralista que provee la mejor calidad de vida (W3A).
¿Batalla perdida de antemano?: tal vez; pero vale la pena (W2C).

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*•Doctor en Ciencia Económica por la Universidad de Paris I, Pantheon-Sorbonne, Francia. Profesor Investigador titular UAM-A. Investigador Nacional en Economía Sistema Nacional de Investigadores; CONACYT.

Recibido: 07/06/2018 Aceptado: 02/08/2018 Publicado: Agosto de 2018

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