Contribuciones a las Ciencias Sociales
Octubre 2012

DEMOCRACIA Y AUTORITARISMO: LA RAZÓN POPULISTA




Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@fibertel.com.ar
Universidad de Palermo Argentina



Resumen
En autoritarismo funciona como un espejo, el autoritario pregona ser un enviado del destino y manifiesta tener las mejores intenciones para mejorar condiciones de existencias que no son las mejores. El autoritario proyecta sus propios pensamientos a terceros que acusa de cercenar la libertad. Más sus actos y las consecuencias de los mismos son claros a la vista de los analistas. En Septiembre de 2012 miles de personas autoconvocados se reúnen en Buenos Aires, y las principales ciudades en repudio a las medidas de la entonces presidenta C. F. Kirchner respecto a ciertas restricciones cambiarias que afectan a ciertos sectores de la clase media y alta. Si bien los argumentos, en esa marcha, eran de lo más variado el tema recurrente y persistente era el autoritarismo. Las preguntas que me han surgido de la observación de ese evento, inspiran, el presente ensayo. Puede ¿el autoritarismo nacer de la democracia?, ¿es la necesidad de seguridad un discurso efectivo de los gobiernos autoritarios o su propia perdición?.

Palabras Clave: Democracia, Autoritarismo, Marchas, Descontento, Totalitarismo, Miedo.




Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Korstanje, M.: "Democracia y autoritarismo: la razón populista", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, octubre 2012, www.eumed.net/rev/cccss/22/

Introducción
La pregunta que muchos analistas políticos se hacen es ¿cómo muere la democracia?, pero hasta el momento sobre este tema hay más dudas que certezas. La base del totalitarismo que lleva al hombre a cometer actos de una “maldad extrema” exclusivamente puede ser posible a través de hechos triviales y banales donde quien los comete adormece su capacidad crítica. A lo largo del tiempo, su pensamiento ayudó a comprender el rol de la ideología como mecanismo que lleva a los hombres a renunciar a su propia forma de hacer política y a la capacidad de vincularse con otros. Comprendiendo la política desde la diversidad y no desde el ejercicio de poder, Arendt (1987) sugiere que los totalitarismos implementan una falsa idea de seguridad porque se nutren de enemigos inventados, su avance sobre las instituciones siempre recuerda un espectáculo donde prima la victimización1 ; por medio de una lectura sesgada de la historia (pacto de Versalles) los totalitarismos arremeten contra la diversidad fagocitando la necesidad de una visión única que de solución a todos los problemas del pueblo. ¿Cómo puede articularse entonces esta visión única en la pluralidad?. Por medio del temor que responde al diseño político del peligro.

Temor y Desestabilización Política
El miedo parece estar enraizado en el origen político del hombre pero se encuentra determinado por la urgencia. R. Freeland describe el final de la Segunda Gran Guerra y la dependencia económica de Europa respecto a los Estados Unidos como una pre-condición necesaria para la creación “del peligro rojo” dentro del territorio estadounidense. La tesis del profesor Freeland es que el “macartismo” es una resultante de la doctrina Truman en la búsqueda de nuevos mercados en Europa Occidental y las trabas dentro del Congreso americano para desembolsar lo que más tarde se conocería como Plan Marshall. Desde esta perspectiva, la instauración de un régimen bipolar (entre URSS y EEUU) comienza con escaramuzas de grupos “terroristas” disidentes en Grecia y Turquía como pantalla mientras en el fondo, la cuestión de la seguridad obliga a desarmar las trabas democráticas del Senado para la aprobación de créditos a países extranjeros. El “peligro rojo” permite resolver el problema en los dos frentes; internamente los grupos sociales y comunistas son perseguidos evitando de esta forma la potencial lucha sindical por el otro traza una línea divisoria entre el mundo comunista y el capitalista el cual dará inicio al origen de la “Guerra Fría”2 (Freeland, 1985). La real o supuesta urgencia del Plan Marshal dibuja un nuevo mapa político en el mundo entero donde Estados Unidos toma uno de los roles protagónicos. Según Freeland, bajos ciertas circunstancias, las instituciones democráticas ceden frente al autoritarismo de la necesidad.3

Las contribuciones de Freeland pueden ser equiparables al argumento de E. Fromm quien cuestiona los postulados de T. Hobbes sobre el estado y su alcance para explicar la propensión del hombre hacia el mal. Si Hobbes hubiera tenido razón en cuanto al Leviatán, no hubiéramos sido testigos de los atroces crímenes que se produjeron durante la segunda guerra mundial contra la población civil. Esta cuestión es central para entender el resto del argumento de Fromm contra Hobbes y la posterior introducción de Freud en la discusión. La irracionalidad y el inconsciente individual tan de moda en los círculos psicoanalíticos le llegan a Fromm como anillo al dedo en la explicación de su interrogación previa. Por el contrario, el hombre se puede integrar con otros mediante una imposición de rol que permite una división de las tareas y del trabajo. Entonces, cuanto más gana en libertad, mayor propensión a dudar entre la espontaneidad del trabajo creador o la inseguridad de su propia integridad. Si el peso de la inseguridad es mayor a la creatividad, el hombre sacrifica su autonomía y se subordina a la autoridad de otro (Fromm, 2005). Existe una disociación “yoica” que lleva al hombre a la fragmentación y a la alienación.

En concordancia con Freeland y Fromm, N. Chomsky analiza la influencia del miedo dentro de la sociedad estadounidense en el periodo de post-guerra, también conocido como “guerra fría”. En este proceso, Estados Unidos en Occidente y Rusia en Oriente crean un círculo hegemónico inventando amenazas y riesgos inexistentes. En ese contexto, Chomsky se predispone a estudiar el papel de los Estados Unidos en los asuntos geopolíticos mundiales luego de la caída soviética. Un objetivo de tamaña envergadura sugiere que “dentro del orden mundial en evolución, la ventaja comparativa de los Estados Unidos reside en la fuerza militar, en la cual no tiene rival. La diplomacia y el derecho internacional han sido siempre considerados como un molesto estorbo, a menos que puedan utilizarse para tener ventaja sobre un enemigo. Todo jugador activo en los asuntos mundiales afirma pretender solo la paz y preferir las negociaciones a la violencia y la fuerza, incluso Hitler. Pero, cuando se retira el velo, vemos habitualmente que la diplomacia es entendida como un disfraz para el imperio de la fuerza” (Chomsky, 1992: 14).

El Miedo a la Democracia, en consonancia al celebre Miedo a la Libertad de Fromm, simboliza la tendencia de ciertos intelectuales a respaldar el control estatal americano sobre el libre pensamiento. Una sociedad democrática debe caracterizarse por la pluralidad de ideas con respecto a la posición gubernamental. En contradicción con ello, luego de la caída de la URSS, los Estados Unidos de América se han visto envueltos en una serie de intervenciones exteriores militares en Centroamérica y Medio Oriente y anulado en lo interno la capacidad autocrítica de ciertas voces. El tema principal del trabajo, versa sobre la interesante relación en toda estructura política entre control y libertad.

A diferencia de Chomsky, D. Easton considera a la coacción y al temor como los elementos esenciales del apoyo político. La lealtad, desde su desarrollo, se forma en el lazo entre el estado y el ciudadano. La satisfacción o insatisfacción de las demandas y la capacidad del sistema para brindar seguridad permiten regular el grado de descontento en la población. Cuando mayor es la lealtad, el sistema puede capitalizar y procesar ciertas expectativas mientras desoye otras (Easton, 1992). La estabilidad del sistema político no se encuentra condicionado a la arbitrariedad o liberalidad de los actos públicos sino en la funcionalidad, es decir que tan útil y satisfactoria es la relación entre la clase política y los actores o grupos de presión. En este sentido, G. Almond (1992) afirma que los sistemas autoritarios se distinguen de los democráticos por tener una menor movilidad de partidos y resolución de problemas. El partido mayoritario absorbe todas las demandas individuales pero las deja irresueltas. Como consecuencia, el sistema experimenta graves problemas de “intereses agregados” que se dirimen en una cuestión de representatividad. Las demandas de la población no son cubiertas sino transformadas en discursos emotivos que mantienen a la población entretenida durante un lapso de tiempo, pero que no resuelven la cuestión 4. Siguiendo este razonamiento, los grupos de poder son neutralizados por medio de diferentes mecanismos.

Un excelente trabajo de Haggard y Kaufman revela que los golpes de estado y las democracias parecen tener una relación tan estrecha como inevitable. Centrado en una veintena de casos en Asia, Latinoamérica y África, los economistas sugieren que las transiciones democráticas y las dictaduras son sostenidas por la forma en que se manejan las economías locales. El fracaso de una gestión depende del grado de cohesión que mantenga el sistema político para poder llevar a cabo medidas específicas de intervención en lo económico. La estabilidad política es un concepto clave para comprender porque algunas instituciones pueden solidificarse mientras otras se quiebran en mil pedazos. Particularmente, la introducción de gobiernos de tipo democráticos con malos resultados en la política económica interna lleva a dictaduras y viceversa. En resumen, el éxito en lo económico perpetúa el sistema político y no a la inversa. 
La Modernidad y la Política
Por su parte, Beck afirma que vivimos en un momento en donde la modernidad reflexiva ha modificado sustancialmente el sentido de todas las instituciones pero ha dejado intacta la fachada. De igual forma, vivimos la lógica del “como si” hasta el punto de simular un escenario cuando en el fondo las reglas que dieron origen a ese escenario ya no aplican. La familia, la Iglesia, la religión incluso la forma de hacer política que caracterizaron al andamiaje de la sociedad industrial han mutado a algo nuevo que define al riesgo como su principal eje fundante (Beck, 2006). Pero puede definirse según Beck ¿que es una comunidad?
Quienes no se conocen se imaginan dentro de una pertenencia común. En este lugar de pertenencia la palabra y el consumo de periódicos se transforman en rituales extendidos que facilitan la cohesión entre los ciudadanos. En paralelo, los medios masivos de comunicación operan como mecanismos funcionales a la formación del Estado-Nación. Esta construcción es una sustitución del derecho divino (Beck, 1998: 104). Existe una relación entre milicia, democracia y Estado. Todas las democracias occidentales son sociedades militarizadas en donde la hipótesis del enemigo da sustento a su razón de ser. Siguiendo entonces este argumento, Beck, en este punto esboza 7 presupuestos que pueden resumirse en el siguiente esquema: 1) todas las democracias hacen una simbiosis entre sus fuerzas armadas y el sistema democrático, 2) los enemigos persisten el paso de la historia, 3) el concepto de Estado determina una cuestión bipolar de derecha-izquierda, 4) la intimidación nuclear ha tenido un efecto amenazante, 5) el Estado se alimenta de la autoridad y gracias a ella construye su noción de soberanía, 6) los estados son posibles por medio de la construcción de una incertidumbre constante que permite intervenciones, y 7) las necesidades que dan origen a la milicia son balanceadas “con contra necesidades de democracia”. Entre milicia y democracia no solo hay una interrelación mutua sino además una justificación de “asedio” común. En palabras de Beck, las democracias están “militarmente restringidas” a la amenaza externa/interna (Beck, 1998: p. 110).
Desde esta perspectiva, existirían dos tipos de autoridades, las que emanan del pueblo y la que deriva del enemigo. A diferencia de un criminal quien es condenado por el derecho, un enemigo engendra un concepto de seguridad apoderándose de cierta interpretación del derecho.  Todo consenso en cuanto a defensa habla de un poder subyacente. Por lo tanto, la comunidad se articula en base a un discurso que alarma sobre un peligro. Empero ¿que pasa cuando el enemigo externo se hace interno?. Para responder a esa pregunta es necesario adentrarse en las profundidades del miedo político y sus alcances no solo en las dictaduras sino en los regimenes democráticos (Beck, 1998). Llegado a este punto cabe una nueva pregunta: ¿es el miedo político fundador del orden social como sostenía Thomas Hobbes?. El Premio novel de literatura W. Soyinka confirma que el miedo es funcional al poder pero no lo constituye como tal. En su naturaleza de auto-suficiencia, el poder emplea al miedo como una metodología para subsistir. Beck aclara, el poder no debe comprender como un mediador de fines políticos sino como una volición por dominar al-otro quitándole su libertad. El hombre se debate entre el miedo a ser controlado y el propio ejercicio de la libertad. Partiendo de la idea que el poder es una “mutación mortal” de la ambición, cualquier grupo o persona puede transformarse en agente de poder. El miedo, entonces, puede ser definido como una respuesta neurótica frente a la posibilidad de la muerte (Soyinka, 2007). ¿Es la seguridad la que justifica la guerra según el argumento de Soyinka?.
El Principio de la Seguridad
El principio de seguridad es una construcción derivada de la vulnerabilidad del hombre, frente a la escasez, la guerra, el destino. Pero lo que más importante es, la guerra se dirime sobre quienes se transforman en blanco y quienes se deben proteger. Toda guerra “justa” se basa en la idea de poder controlar la instrumentalidad de la destrucción, pero eso nunca sucede. Por lo tanto no hay guerra que no se constituya como un crimen a la humanidad.
Para J. Butler, el acto de hacer la guerra puede ser comparado a un negocio donde se produce y replica la “precariedad” de sostener a la población involucrada en la frontera con la muerte imponiendo la vulnerabilidad como forma de relación. Bajo la etiqueta del terrorismo, en reiteradas ocasiones, se vulneran los derechos humanos hasta el punto de tergiversar el conteo de bajas en un conflicto bélico. En forma convincente, su trabajo argumenta que cuando el estado de Israel no quiere que salga a la luz que una incursión en Gaza ha dejado muertos en la población civil (mujeres y niños) por el costo político que eso puede representar, utiliza la denominación “Hamas” para cubrir los cadáveres de las víctimas. Ser “Hamas” es algo más que pertenecer a un terrorista, se vincula a la maldad extrema que debe ser anulada. Su tesis es por demás particular al señalar que una persona puede pertenecer a la causa de los excluidos y vulnerables hasta el punto de transformarse también en opresor cuando se es presa de la victimización; es decir, del racismo extremo producto de usufructuar el sufrimiento. Algunos Estados buscan generar un estado de victimización, por ejemplo la cultura Queer en EEUU 5, para legitimar sus propias práctica de violencia sobre los elementos que creen atentan contra la seguridad (Butler, 2011: 22). Otro aspecto, que de alguna u otra manera, permite el acto de guerra, es la escasez económica.
Este tema ha sido bien desarrollado por el filósofo francés, M. Foucault quien sostiene que el poder político se erige gracias al principio de seguridad. Las sociedades consideran su seguridad interna en base a la buena fortuna y a los criterios de escasez que de ella se desprenden. En efecto, la escasez debe comprenderse como un estado de impotencia que cualquier Estado quiere evitar. A la interpretación que la sociedad hace de la contingencia, Foucault la llama problema del acontecimiento. La penuria que provoca cualquier alza de precios está asociada al autoconvencimiento que la situación ha sido generada por una falta moral, ya sea por excesiva ambición o credulidad. Entendida, entonces, la escasez como parte de la “mala suerte” y ésta última de la “mala índole humana”, existe alrededor de la comunidad todo un sistema jurídico y disciplinario con el fin de amortiguar los efectos negativos del riesgo.
Conceptualmente, Foucault distingue el principio disciplinario de la seguridad. El primero aplica sobre el desvío a la norma jurídica mientras el segundo regula de antemano los factores que infieren en la seguridad interna. En otras palabras, la seguridad tiende a lidiar con la incertidumbre propia de las decisiones humanas mientras que la disciplina evoca un principio legal cuya función es el control de los cuerpos. Siguiendo este argumento, el mercado sería una forma eficiente de adoctrinamiento. Según Foucault, una mala cosecha puede despertar hambre, una suba generalizada en el precio del grano en un país determinado, no obstante, sabiendo de esa situación los países circundantes especularán sobre cual es el momento oportuno (según sus propios intereses) para venderles granos. Como ellos no saben cual será la estrategia de otros proveedores se lanzarán compulsivamente a vender granos e indefectiblemente bajarán los precios. En este contexto, la población (idea de pueblo) nace como resultado del accionar de la disciplina del Estado y el respeto por la ley, pero por sobre todo, de la obediencia colectiva. No existe seguridad sin territorio como así tampoco poder ejercido sobre los cuerpos (súbditos). Si la disciplina fija la estrategia, la seguridad hace lo propio con el caso, el riesgo y la crisis. La función de la seguridad es crear dentro de la sociedad el consenso necesario para aceptar la situación dentro de ciertos límites que llevan a aislar la peligrosidad. (Foucault, 2006). El sentido auto-dirigido de crisis es de capital importancia no solo para comprender el origen de lo político, sino justificar la ley y las reglas de intervención sobre las personas y el territorio (principio administrado de gobierno). 
Por lo tanto, el autoritarismo es (antes que todo) un riesgo de la política, al margen del sistema republicano o electoral. La necesidad de brindar una falsa seguridad y la idea de un pueblo ficticio son dos de los elementos centrales que hacen del autoritarismo su razón de ser. En primer lugar, los gobiernos autoritarios parecen demostrar cierta sensibilidad respecto a temas que hacen al bienestar de todos. Por regla general, denuncian injusticias sociales o problemas económicos que han sido heredados de mandatos anteriores, o simplemente generados por ellos mismos en plena función de sus poderes. La paranoia, como proceso degenerativo, es un aspecto importante de los gobiernos autoritarios. Segundo, existe en los discursos un fuerte tono nacionalista que intenta crear una idea de pueblo elegido, pero ese constructo comienza con el paso del tiempo a hacerse cada vez más acotado. El régimen autoritario aún con una mayoría golpeando las puertas del palacio del regente, se proclama heredero del pueblo y arguye que la situación ha sido provocada por potencias desestabilizadoras. Por último, la mentalidad autoritaria busca constantemente, por imposición del temor crear un estado de emergencia constante que revele no solo la efectividad de su gobierno en eternos contextos de crisis, sino que permita introducir medidas que restringen la movilidad de los cuerpos. El proceso de inmovilización es uno de los pilares de todo gobierno autoritario, el control identitario de la ciudadanía, sus proyectos y propósitos. En una segunda fase, sobreviene la expropiación de los hijos para una “correcta” formación dentro de los claustros el estado. Ciertamente, aunque no todos los gobiernos autoritarios se transforman en totalitarios, lo cierto es que la efectividad en materia económica juega un rol importante en la pérdida progresiva de la libertad. Cuando los gobiernos autoritarios adolecen de una gestión aceptable, son repelidos generalmente por la imposición de otro gobierno con iguales aspiraciones. Pero cuando la gestión goza de cierta aceptación (como el caso de la Italia fascista y la Alemania de Hitler), el gobierno tiene los recursos para poder invadir la esfera privada de las personas, controlar el mercado, restringir la movilidad de los ciudadanos y avasallar todos los derechos individuales.    H. Arendt se encuentra abocada a estudiar y expandir la comprensión del totalitarismo a través de dos movimientos típicos de su época, el nacionalsocialismo y el estalinismo. Su categoría de análisis es el “imperialismo continental” por medio del cual explica la consolidación del movimiento totalitario. Claro que, para que éste régimen pueda llevarse a cabo, uno debe preguntarse por el papel de la propaganda y los medios comunicativos. En efecto, los totalitarismos llegan al poder a través del discurso conspirativo, ora, la presencia de un mal que amenaza el bienestar de la población y de los más vulnerables, mujeres y niños. Esta conspiración, en el caso del nacionalsocialismo del pueblo judío y del estalinismo del capital, corresponde a tácticas que deshumanizan al otro y lo reducen cosificándolo de despojarlo de su dignidad. La función de este mecanismo es la expansión del poder de una forma “patológica y enfermiza”6 . No obstante, al igual que otros como Fromm, Arendt advierte que el peligro del totalitarismo no se aplica sólo a Alemania y Rusia, sino también a los Estados Unidos y la forma de vida capitalista (Arendt, 1987ª; Arendt, 1987b). El proceso totalitario es posible cuando el ciudadano se convierte en un consumidor trivial anulando su consciencia y su capacidad para ejercer el pensamiento crítico.

El Totalitarismo
El totalitarismo se desprende de las normas éticas so pretexto de servir al pueblo, pero en el fondo sacrifica a sus propios adherentes. Muchos nacionalsocialistas y comunistas denunciaban estar en manos de una conspiración internacional, pero no dudaban en entregar a sus propios familiares para ganar mayor estatus y prestigio frente a los ojos de sus correligionarios dentro del partido. Los totalitarismos, admite Arendt, no son un mero producto de la propaganda, aun cuando sus discursos son reforzados por medio de narrativas que apelan a la emocionalidad, por el contrario los totalitarismos descansan en la desconfianza, el idealismo y la conformidad (Arendt, 1987c). En líneas generales, dichos movimientos descansan en los siguientes puntos centrales:

  1. La sociedad es organizada mediante a artilugios que desdibujan la clásica división de clases, incluso en los países comunistas.
  2. Existe un fuerte apego del líder con la masa de ciudadanos quienes rápidamente lo olvidan una vez muerto o depuesto el régimen.
  3. A diferencia de los Estados autoritarios, los totalitarios tienen control completo de la vida de sus ciudadanos y el espacio público.
  4. Desprecio por la vida humana o Infra-valorización de grupos minoritarios.
  5. Los desacuerdos en las ideas son presentados como ajenos a la razón y producto de fuerzas naturales anclados en una visión tergiversada de la historia. Por ser biológicamente antagónicos, sólo el derecho del más fuerte puede resolver dichos conflictos.
  6. La creencia en que el pueblo había tomado parte activa no solo en el gobierno sino en la forma de hacer la historia.

 

Los grupos totalitarios antes de llegar al poder no atacan en forma directa a la democracia, sino que la van minando desde dentro. Su discurso se encuentra orientado a hacer creer a la población que la República ha sido en el pasado la causante de las miserias y privaciones del presente, ya que ignoran el principio de igualdad ciudadana ante la ley, rompiendo así con el sistema de estratificación social. Sabemos dice Arendt “los movimientos totalitarios usan y abusan de las libertades democráticas con el fin de abolirlas. Esto es algo más que maligna astucia por parte de los dirigentes o estupidez infantil por parte de las masas. Las libertades democráticas pueden hallarse basadas en igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; sin embargo, adquieren su significado y funcionan orgánicamente sólo allí donde los ciudadanos pertenecen a grupos y son representados por éstos o donde forman una jerarquía social y política (Arendt, 1987: 491).

Tanto en la Alemania nazi como la Rusia de Stalin la falta de una jerarquización social significaría en asenso del totalitarismo como forma hegemónica de gobierno. Tres fases han precedido a la creación de los gobiernos absolutos, el antisemitismo propio de la Europa medieval y moderna, el imperialismo surgido a raíz de “la falsa modestia” de la burguesía que confirió el ejercicio del poder a las aristocracias, y por último, el totalitarismo nacido de la incapacidad de esas aristocracias para involucrarse en la arena política de la República. Ahora bien, ¿en que se diferencian los absolutistas del siglo XIX con los movimientos de masas de los años 30?, o ¿puede por ejemplo homologarse Otto Von Bismark con Adolfo Hitler?. Arendt afirma que mientras existen estructuras autoritarias (las decimonónicas por ejemplo) donde se fagocita la lucha individual por los propios intereses, los totalitarismos tienen la habilidad de subsumir al individuo y hacerlo renunciar hasta de sus propios privilegios e intereses; este mecanismo conlleva la idea de anular la voluntad subjetiva. Mientras para los primeros, la indiferencia política puede tranquilamente ser un subterfugio tolerable, para los segundos, es algo inadmisible signo de traición al resto de la comunidad.

La indiferencia es considerada una forma de traición para la mente totalitaria. Con la ruptura del sistema de clases, murieron también gran parte de los partidos europeos y la posibilidad de mejorar la acción deliberativa. Ese fue el motivo por el cual, incluso los más ilustrados se vieron desprovistos de crítica y se abandonaron a la masa. Arendt, en este punto, indaga sobre las fuerzas sociales que fundamentaron el nazismo y no sobre la filosofía hermenéutica del sujeto. Este salto cualitativo es de importancia para seguir la lectura que hacen la autora sobre los totalitarismos. Más todavía ¿Por qué la educación no fue una barrera para frenar la barbarie?. La característica del “hombre-masa” es precisamente su falta de apego a los grupos y sus estatutos. La dicotomización o fragmentación social producida por la modernidad generó cierto desamparo que fue corregido por una fe ciega, de obediencia extrema y de odio hacia si mismos como nunca antes se vio, todos ellos sentimientos dispersos y articulados por imposición de la ideología. Esta última opera en todos los niveles de la acción social, pero mayor éxito consigue cuando los vínculos están disgregados y disminuido el yo. Los intelectuales, sin ir más lejos, casi siempre olvidados o de espaldas al mundo, parecen ser presa fácil para las garras del totalitarismo (cooptación). La psicología del totalitario puede verse plasmada en el uso que el régimen hace del terror y la propaganda; Arendt va a admitir que “la propaganda es, desde luego, parte inevitable de la guerra psicológica, pero el terror lo es más. El terror sigue siendo utilizado por los regímenes totalitarios incluso cuando ya han sido logrados sus objetivos psicológicos: su verdadero horror estriba en que reina sobre una población completamente sometida. Alí donde es llevado a la perfección el dominio del terror, como en los campos de concentración, la propaganda desaparece por completo” (Arendt, 1987: 531). En esta parte de su obra, el terror es concebido como la parte complementaria pero contrastante a la propaganda; mientras la segunda disuade, por medio de discursos emotivos, la segunda paraliza cerrando todas las alternativas de resistencia. La paradoja radica en que el sentimiento de inseguridad que propugna no es tal, pero sirve a sus fines, y una vez en el poder, generan un estado de desastre real que nadie percibe.
Conclusión
Se da, en Argentina, una fuerte dicotomía entre lo que algunos analistas como Laclau (2005) llaman populismo y la democracia. De ninguna forma, ambos conceptos son indisociables. Laclau no se equivoca cuando afirma que el populismo permite ensanchar la base productiva generando mayores ingresos para clases que hasta el momento habían sido relegadas, tampoco está equivocad al sugerir la puja redistributiva es positiva y enriquece a la democracia. No obstante, existen ciertas limitaciones en su forma de pensar que deben ser analizadas. Los estados que acuden a este tipo de tácticas para ganar mayor legitimidad pero su propia lógica los destina a fracasar al mediano plazo. En principio, si partimos de la crítica de la izquierda respecto al papel alienador del capital, es erróneo o ingenuo suponer que la justicia distributiva se ajusta sólo al ingreso de cierto grupo. Los trabajadores reciben mayor capital pero también mayores son sus demandas respecto a otros grupos sociales. Si el capital aliena al trabajador, más capital implica mayor alienación y menor conciencia de clase. Los populismos posmodernos toman parte del discurso marxista respecto al rol de la ideología pero desconocen otros, de mayor peso como ser el concepto de la plusvalía y el “fetichismo de la mercancía”. Segundo, queriendo o no, el conflicto social que despierta el populismo entre las clases es funcional al surgimiento de movimientos que canalicen el descontento popular para crear una “sola clase” (totalitarismo). El conflicto no es por sí ni bueno ni malo, ni mejor ni peor, sino lo que es importante no perder de vista es la forma en que ese conflicto se resuelve. Los gobiernos autoritarios fagocitan puertas adentro el conflicto para imponer medidas que de otra forma serían ampliamente rechazadas. Por último, el capitalismo es una forma de organización social capciosa basada en dos principios: el riesgo y la confianza. Si el primero permite aumentar el interés del capital, el segundo construye un andamiaje diseñado para retener los excedentes productivos, es decir el dinero. El sistema bancario no solo fomenta la producción, sino que además trabaja con ambos conceptos, riesgo y fiabilidad o confianza. Partiendo de este supuesto, cuando el populismo crea un estado de emergencia, los capitales se fugan hacia países que supuestamente son más “democráticos”, tema claro cuestionable, y estables. Sin retención de capital excedente, el gobierno debe cerrar su economía o endeudarse en organismos de crédito internacional.   Como resultado, se experimenta una crisis interna de legitimidad que es respondida con más medidas extremas. Si los países centrales han diseñado al libre mercado, es porque éste funciona con la liberalización de la política, es decir con la democracia. La “tecla populista” desafina porque acepta la lógica del mercado capitalista. En parte, las políticas internas llevadas por los gobiernos populistas para retener la fuga de capitales generan un sentimiento de desconfianza que se traduce en inestabilidad “jurídica”. La intervención directa sobre el mercado, admiten los liberales, se traduce en mercado negro y desabastecimiento; los liberales promueven la suba de la tasa de interés con el fin de crear capital ocioso que a mediano plazo termina por afectar el sistema industrial productivo. El populismo pretende jugarles a los liberales en su propio terreno, y obviamente las cartas ya están sobre la mesa. Los capitales se repatrían a espacios supuestamente más estables; por lo que explícitamente, el populismo financia a los sistemas capitalistas centrales, hasta que como un suspiro desaparece. Ese es el motivo central por lo cual la posición de Laclau es incompleta. Todo populismo tiende a fracasar por su propia naturaleza.   Para responder la pregunta inicial, nuestra tesis apunta a señalar que un gobierno elegido por mayoría con representación republicana puede hacerse autoritario sólo a través del lente del populismo, no por sus ideales sino por la forma en que se implementa en las sociedades capitalistas.  El populismo no es una dictadura (incluso sus ideales son buenos), pero puede sentar las bases para el advenimiento de una, lección que la historia argentina ya ha dado y que parece costarnos aprender.


Referencias
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Easton, D. (1992). “Tenets of Post-Behaviouralism”. In Approaches to the Study of Politics, Bernard Susser (editor). New York, Macmillan Co. pp. 49-50
Easton, D. (1992). “Categories for the Systems Analysis of Politics”. In Approaches to the Study of Politics, Bernard Susser (editor). New York, Macmillan Co, pp. 189-201
Foucault, M. (2006). Seguridad, Territorio, Población. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Freeland, R. (1985). The Truman Doctrine and the Origins of McCarthyism: foreign policy, domestic politics, and internal security 1946-1948. New York, New York University Press.

Fromm, E. (2005) El Miedo a la libertad. Buenos Aires, Paidos

Haggard, S y Kaufman, R. (1995). The Political Economy of Democratic Transitions. New Jersey, Princeton University Press

Hobbes, T. (1998). Leviatán o la materia, forma y poder de una República Eclesiástica y Civil. México, Fondo de Cultura Económica.

Laclau, E. (2005) La Razón Populista.Buenos Aires, FCE.
Lipset, M. (1988) El Hombre Político. Las Bases Sociales de la Política. Buenos Aires, Editorial Tecnos.  
Soyinka, W. (2007). Clima de Miedo. Barcelona, Tusquets.


1 En Eichmann en Jerusalén, la autora adjudica este rol caricaturesco al fiscal.

2 Freeland, sin lugar a dudas, ataca a la inteligentsia estadounidense que por muchos años deslindó las responsabilidades de la administración Truman en la era Maccartista. Para este autor, la segunda ha sido la consecuencia última de un programa de censura que lo precede en donde la urgencia económica hace colapsar al régimen democrático.

3 Fromm invierte la tesis freudiana donde el hombre es malo por naturaleza y se hace bueno por la represión y sublimación. La duda y la angustia como buen existencialistas están a  flor de piel en todos sus trabajos. Fromm ve en el mito judeo-cristiano de Adán y Eva el símbolo fundador de la libertad y la angustia que por medio del pecado significa para el hombre verse a merced de las fuerzas naturales. Si se quiere, la angustia moderna se explica por medio del pasaje de la edad media a la modernidad (en donde la religión acaparaba para sí todas las funciones y privilegios del Estado). La sociedad medieval, en comparación con la moderna, se caracteriza por una falta sustancial de libertad. Un artesano nacido en esta época no aspiraba a desplazarse grandes distancias lejos de su lugar de nacimiento, siquiera a cambiar de profesión y/o de residencia, mucho menos cambiar de “clase social”. El rol adscripto que se le asignaba al europeo medieval era inamovible. Lejos de ser una edad oscura para el hombre, su arraigo a la tierra lo mantenía seguro de sí y de sus seres queridos. El renacimiento y luego la modernidad no sólo cambiaron para siempre las estructuras elementales y los lazos sociales medievales, sino que pusieron al hombre en una situación de libertad pero a la vez de considerable vulnerabilidad.

4 Almond presenta la teoría política desde una perspectiva funcionalista donde el sistema operaría con input-output para aumentar o disminuir su legitimidad. Ante determinado problema los grupos emiten una señal o demanda que el Estado procesa devolviendo un resultado. Puede ayudar a resolver el problema o postergarlo. Dependiendo su poder de resolución mayor o menor es su legitimidad. En la medida de otros autores como M Lipset, en Almond la salud del sistema democrático está fundamentada en la eficiencia.

5 Algunos integrantes del movimiento Queer en Estados Unidos son reclutados mediáticamente para aprobar la guerra en Iraq ya que la cultura musulmana desaprueba la homosexualidad. Mismos ejemplos, pueden extrapolarse a la Argentina actual donde se usufructúa con el tema de los “desaparecidos” para imponer ciertas prácticas políticas sobre la población.

6 Los términos no son de Arendt, son nuestros.